A veces se pone nervioso. No es por lo que yo le diga. Apenas si abro la boca. Es por su propia historia. La memoria es un océano y él se mece en sus olas. Me preocupa que tal vez quiera parar. Sin embargo, él quiere contarme su historia. Continúa hablando. Después de tantos años, Richard Parker lo sigue rondando.
Es un hombre encantador. Cada vez que voy a su casa me prepara un festín vegetariano de platos del sur de la India. Le dije que me gustaba la comida picante. No sé por qué tuve que afirmar semejante idiotez si es mentira. Voy poniendo cucharada tras cucharada de yogur en la comida. No hay nada que hacer. Cada vez me pasa igual: las papilas gustativas se me achicharran y se mueren; el rostro se me pone rojo como una remolacha; mi cabeza se me antoja una casa en llamas y el tracto digestivo empieza a retorcerse y quejarse de dolor como una boa constrictor que se acaba de tragar un cortacésped.