Considera el caso del leopardo negro hembra que se escapó del zoológico de Zurich durante el invierno de 1933. Llevaba poco tiempo en el zoológico y parecía entenderse con el macho. Pero unas heridas en las patas indicaron que tenían conflictos matrimoniales. Antes de que pudiera tomarse una decisión al respecto, ella salió por un espacio entre las rejas del techo y desapareció en la oscuridad de la noche. La noticia de que un carnívoro salvaje andaba suelto causó gran revuelo entre los ciudadanos de Zurich. Le tendieron trampas y soltaron a los sabuesos. Lo único que consiguieron fue limpiar el cantón de sus pocos perros medio salvajes. Durante diez semanas no encontraron ni rastro del animal. Finalmente, un jornalero la encontró en un granero a cuarenta kilómetros y la mató a tiros. A su lado había restos de corzo. El hecho de que un felino negro tropical lograra sobrevivir más de dos meses de un invierno suizo sin que nadie la viera, sin atacar a nadie, demuestra claramente que los animales que huyen de un zoológico no son criminales fugitivos peligrosos, sino meras criaturas salvajes que pretenden integrarse.
Y como este caso hay muchos. Si cogieras la ciudad de Tokio, le dieras la vuelta y la sacudieras bien, te asombrarías de la cantidad de animales que se caerían. Habría más de un gato encerrado, te lo aseguro. Boas constrictor, dragones de Comodo, cocodrilos, pirañas, avestruces, lobos, ualabíes, manatíes, puercoespínes, orangutanes, jabalíes… Por mencionar algunos de los animales que se escaparían. Y ellos pensaron que darían con un… ¡Ja! ¡Ja! Es que es de risa, de risa. ¿En qué estarían pensando?