Capítulo 10

Aun así, siempre habrá animales que intentan escaparse de los zoológicos. Los animales que viven en recintos inadecuados son el ejemplo más claro. Cada animal tiene sus necesidades particulares de alojamiento y hay que satisfacerlas. Si al recinto le da demasiado el sol, si es demasiado húmedo o demasiado vacío, si tiene la percha demasiado elevada o desprotegida, si el suelo es demasiado arenoso, si hay muy pocas ramas para hacerse un nido, si el abrevadero es demasiado profundo, si no hay suficiente lodo para revolcarse, y tantos otros «síes», el animal no estará tranquilo. No es tanto una cuestión de imitar las condiciones de su hábitat natural como de reproducir la esencia de dichas condiciones. Todo lo que haya en un recinto tiene que estar perfecto, es decir, tiene que estar dentro de los límites de la capacidad del animal para adaptarse. ¡Una maldición sobre los zoológicos malos con recintos malos! Son una deshonra para todos los zoológicos.

Los animales capturados cuando ya han alcanzado su pleno desarrollo son otro ejemplo de los animales propensos a escaparse. A menudo están demasiado acostumbrados a vivir de determinada manera para adaptarse a un nuevo entorno.

Pero incluso los animales criados en zoológicos, animales que nunca han conocido la libertad, que están perfectamente adaptados a sus recintos y que no sienten ninguna tensión en presencia de los humanos tendrán momentos de agitación que los incitarán a intentar escaparse. Todo ser vivo tiene un grado de locura que lo induce a actuar de formas extrañas, a veces inexplicables. Esta locura puede ser su salvación; forma parte de la capacidad de adaptarse. Sin ella, no sobreviviría ninguna especie.

Cualquiera sea su motivo por querer escaparse, loco o cuerdo, los detractores de los zoológicos deberían darse cuenta de que los animales no huyen a otro lugar, sino de algo. Algo dentro de su territorio los ha asustado, tal vez la intrusión de un enemigo, la agresión de un animal dominante, un ruido alarmante, y ha provocado una reacción de huida. El animal huye, o lo intenta. En el zoológico de Toronto, un zoológico excelente por cierto, me sorprendí al leer que los leopardos son capaces de saltar cinco metros y medio hacia arriba. Nuestros leopardos en Pondicherry tenían un muro al fondo del recinto que no llegaba ni a los cinco metros. Conjeturo, pues, que Rosie y Copycat nunca saltaron por encima del muro no por debilidad de constitución, sino sencillamente porque nunca tuvieron motivo para hacerlo. Los animales que se escapan salen de lo conocido para entrar en lo desconocido, y si hay una cosa que un animal detesta por encima de todo, es lo desconocido. Los animales fugitivos suelen esconderse en el primer lugar que les proporciona un sentimiento de seguridad, y son peligrosos sólo para aquellos que se interponen entre ellos y su cobijo escogido.