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Aquella noche, cuando se reunieron para cenar, los internos encontraron a faltar a cuatro personas.

Zedka, que todos sabían que había sido liberada después de un largo tratamiento; Mari, que debía de haber ido al cine, como acostumbraba a hacer con frecuencia; Eduard, que quizás no estuviera aún recuperado del electroshock, y, al pensar en eso, todos los internos sintieron miedo y comenzaron a comer en silencio.

Finalmente, faltaba la chica de los ojos verdes y los cabellos castaños. Aquella que todos sabían que no sobreviviría al fin de semana.

Nadie hablaba con franqueza de la muerte en Villete. Pero las ausencias se notaban, aunque todos procurasen comportarse como si nada hubiera pasado.

Un rumor empezó a correr de mesa en mesa. Algunos lloraron, porque ella estaba llena de vida y ahora debía de estar en un pequeño depósito ubicado en la parte posterior del sanatorio. Sólo los más valientes se atrevían a pasar por allí, y aún así lo hacían durante el día, con la luz iluminándolo todo. Había tres mesas de mármol y generalmente una de ellas estaba siempre con un nuevo cuerpo, cubierto por una sábana.

Todos sabían que esa noche Veronika se encontraba allí. Los que estaban realmente insanos pronto olvidaron que durante aquella semana el sanatorio había tenido una huésped más, que a veces perturbaba el sueño de todo el mundo con el piano. Algunos pocos, mientras circulaba la noticia, sintieron cierta tristeza, principalmente las enfermeras que habían estado con Veronika durante sus noches en la UCI; pero los funcionarios habían sido entrenados para no crear vínculos afectivos fuertes con los enfermos, ya que unos salían, otros morían y la gran mayoría iba empeorando cada vez más. La tristeza de ellos duró un poco más, pero pronto también pasó.

La gran mayoría de los internos, sin embargo, cuando se enteraron de la noticia, fingieron espanto y tristeza, pero se sintieron aliviados. Porque, una vez más, el ángel exterminador había pasado por Villete y ellos se habían salvado.