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Desde el techo de la enfermería, Zedka vio llegar al enfermero con una jeringa en la mano. La chica continuaba allí, parada, intentando conversar con su cuerpo, desesperada por su mirada vacía. Durante algunos momentos, Zedka consideró la posibilidad de contarle todo lo que estaba sucediendo, pero después cambió de idea: las personas nunca aprenden nada de lo que les cuentan, necesitan descubrirlo por ellas mismas.

El enfermero le clavó la aguja en su brazo e inyectó glucosa. Como impulsado por una enorme fuerza, su espíritu salió del techo de la enfermería, pasó a alta velocidad por un túnel negro y retornó al cuerpo.

—¡Hola, Veronika!

La chica estaba horrorizada.

—¿Estás bien?

—Sí. Por suerte he conseguido escapar de este peligroso tratamiento; ya no se repetirá jamás.

—¿Cómo lo sabes? Aquí no respetan a nadie.

Zedka lo sabía porque había ido bajo la forma de cuerpo astral hasta el escritorio del doctor Igor.

—Lo sé, pero no puedo explicártelo. ¿Te acuerdas de la primera pregunta que hiciste?

—«¿Qué es un loco?».

—Exactamente. Esta vez voy a responderte sin rodeos: la locura es la incapacidad de comunicar tus ideas. Como si estuvieras en un país extranjero, viendo todo, entendiendo lo que pasa a tu alrededor, pero incapaz de explicarte y de ser ayudada, porque no entiendes la lengua que hablan allí.

—Todos nosotros ya sentimos eso.

—Todos nosotros, de una manera u otra, estamos locos.