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Veronika presenció cómo la mujer era atada a su cama, sin que la sonrisa abandonara sus labios.

—Cuéntale lo que pasa —dijo Zedka al enfermero— para que no se asuste.

Él se dio la vuelta y mostró una jeringa. Parecía feliz de ser tratado como un médico que explica a los practicantes los procedimientos correctos y los tratamientos adecuados.

—En esta jeringa hay una dosis de insulina —explicó, confiriendo a sus palabras un tono grave y profesional—. Es usada por los diabéticos para combatir las altas tasas de azúcar Sin embargo, cuando la dosis es mucho más elevada que lo habitual, la caída en el nivel de azúcar puede provocar un estado de coma.

Luego golpeó levemente la aguja, retiró el aire y la aplicó en la vena del pie derecho de Zedka.

—Y eso es lo que va a suceder ahora. Ella entrará en un coma inducido. No se asuste si sus ojos se ponen vidriosos y no espere que la reconozca mientras esté bajo los efectos de la medicación.

—Esto es horroroso, inhumano. Las personas luchan para salir del coma y no para entrar en ese estado patológico.

—Las personas luchan para vivir y no para suicidarse —respondió el enfermero, pero Veronika ignoró la invectiva—. Y el estado de coma deja al organismo en reposo, sus funciones son drásticamente reducidas y la tensión existente desaparece.

Mientras hablaba, inyectaba el líquido y los ojos de Zedka iban perdiendo brillo.

—Quédate tranquila —le decía Veronika a Zedka—. Tú eres absolutamente normal. La historia que me contaste sobre el rey…

—No pierda el tiempo. Ella ya no la puede oír.

La mujer acostada en la cama, que minutos antes parecía lúcida y llena de vida, ahora tenía los ojos fijos en un punto indeterminado y un líquido espumoso salía de su boca.

—¿Qué es lo que ha hecho? —gritó al enfermero.

—Mi deber.

Veronika empezó a llamar a Zedka, a gritar, a amenazar con denunciarlo a la policía, a los periódicos, a las organizaciones defensoras de los derechos humanos.

—¡Calma! Hasta en un sanatorio es preciso respetar algunas reglas.

Ella vio que el hombre hablaba en serio y tuvo miedo. Pero como no tenía nada que perder, continuó gritando.