ntiguamente, la casa de lord William y lady Philippa en Casterham había sido un castillo. Todavía existía un torreón circular de piedra con almenas, aunque se hallaba en ruinas y se utilizaba de establo. La muralla que rodeaba el patio estaba intacta, aunque el foso se había secado y el suelo de la leve hondonada se usaba para cultivar hortalizas y árboles frutales. Donde antes había habido un puente levadizo, ahora una sencilla rampa conducía a las puertas de la casa.
Gwenda pasó por debajo del arco de la entrada con Sammy a cuestas, acompañada del padre Gaspard, Billy Howard, Annet y Wulfric. El joven hombre de armas que supuestamente estaba de guardia, apoltronado en un banco, los dejó pasar sin detenerlos al ver el hábito del sacerdote. La atmósfera relajada animó a Gwenda, quien esperaba obtener una audiencia privada con lady Philippa.
Entraron en la casa por la puerta principal y pasaron al gran salón habitual en los castillos, con altos ventanales como los de una iglesia. La estancia constituía la mitad de la casa, mientras que el resto del espacio debía de estar destinado a cámaras privadas acorde a la moda del momento, lo que daba prioridad a la intimidad de la familia noble que allí residía y restaba importancia a las defensas militares.
El hombre de mediana edad vestido con sayo de cuero que estaba sentado a una mesa contando las muescas de una vara larga les echó un vistazo, terminó de calcular e hizo una anotación en una tablilla.
—Buen día tengáis, forasteros —los saludó.
—Buen día, administrador mayor —contestó Gaspard, deduciendo la ocupación del hombre—. Hemos venido a ver a lord William.
—No se le espera hasta la hora de la cena, padre —contestó el administrador, con educación—. ¿Puedo saber qué asuntos queréis tratar con él?
Cuando Gaspard empezó a explicárselo, Gwenda se escabulló.
Dio la vuelta a la casa hasta encontrar la zona que utilizaba el servicio doméstico y vio una construcción de madera que supuso que sería la cocina. Junto a la puerta había una criada sentada en un banco con un saco de coles a las que les estaba quitando el barro en un barreño de agua. La joven criada miró al pequeño con ternura.
—¿Qué tiempo tiene? —preguntó.
—Cuatro meses, casi cinco. Se llama Samuel, pero lo llamamos Sammy o Sam.
El niño sonrió a la joven.
—¡Míralo! —exclamó la muchacha.
—Soy una mujer normal y corriente, como tú, pero tengo que hablar con lady Philippa —dijo entonces Gwenda.
—Yo sólo ayudo en la cocina —se excusó la joven, frunciendo el ceño con cara de preocupación.
—Pero la verás de vez en cuando. Podrías hablarle en mi nombre.
La muchacha echó un vistazo a su espalda, como si le inquietara que alguien pudiera estar escuchándolas.
—No me gusta.
Gwenda se dio cuenta de que iba a ser más complicado de lo que había imaginado.
—¿No podrías siquiera entregarle un mensaje? —insistió.
La criada negó con la cabeza.
—¿Quién quiere entregarme un mensaje? —preguntó alguien de repente, a sus espaldas.
Gwenda se puso tensa, preguntándose si no se habría metido en un lío, y se volvió hacia la puerta de la cocina, en la que instantes después apareció lady Philippa.
No era ni excesivamente guapa, ni demasiado agraciada, aunque estaba de buen ver. Tenía una nariz recta, una mandíbula firme y ojos grandes de color verde claro. No sonreía, de hecho tenía el ceño ligeramente fruncido; sin embargo, había algo en su rostro que transmitía simpatía y generosidad.
—Soy Gwenda de Wigleigh, mi señora —se presentó Gwenda, contestando a su pregunta.
—Wigleigh. —Philippa arrugó aún más el ceño—. ¿Y qué es eso que deseas decirme?
—Es sobre lord Ralph.
—Me lo temía. Bueno, entra y dejemos que ese pequeño se caliente junto al fuego.
Muchas damas nobles se habrían negado a hablar con alguien de condición tan humilde como Gwenda, pero la joven había adivinado que Philippa tenía un gran corazón debajo de aquel exterior tan apabullante, y la siguió al interior. Sammy empezó a quejarse y Gwenda le dio el pecho.
—Siéntate —la invitó Philippa.
Eso era aún más inusual. Un siervo debía permanecer de pie cuando se dirigía a una señora. Gwenda supuso que Philippa era amable con ella por el pequeño.
—Muy bien, adelante —la animó Philippa—. ¿Qué ha hecho Ralph?
—Mi señora, puede que recordéis la pelea que se produjo en la feria del vellón de Kingsbridge el año pasado.
—Por supuesto. Ralph se propasó con una campesina y su joven y apuesto prometido le rompió la nariz. El chico no debería haberlo hecho, por descontado, pero Ralph es un bruto.
—Desde luego. La semana pasada se topó con esa misma joven, Annet, en el bosque y su escudero la sujetó mientras Ralph la violaba.
—Por favor, que Dios nos ampare… —Philippa parecía escandalizada—. Ralph es un animal, un cerdo, un salvaje. Sabía que jamás tendrían que haberlo hecho señor. Ya le dije a mi suegro que no lo ascendiera.
—Qué lástima que el conde no siguiera vuestro consejo.
—Y supongo que el prometido pide que se haga justicia.
Gwenda vaciló. No sabía hasta dónde podía contarle de la enrevesada historia, pero tuvo el presentimiento de que sería un error ocultarle nada.
—Annet está casada, señora, pero con otro hombre.
—Entonces, ¿qué afortunada se llevó al apuesto joven?
—Pues da la casualidad de que Wulfric se casó conmigo.
—Felicidades.
—Aunque Wulfric está aquí, con el marido de Annet, en calidad de testigo.
Philippa la miró fijamente y a punto estuvo de comentar algo, cuando cambió de opinión.
—Entonces, ¿por qué habéis venido? Wigleigh no pertenece a las tierras de mi marido.
—El incidente ocurrió en el bosque, pero el conde dice que fue en las tierras de William, así que él no puede decidir sobre el asunto.
—Eso no es más que una excusa. Roland decide lo que le apetece. Lo que no quiere es castigar al hombre al que acaba de promocionar.
—Pese a todo, el sacerdote de nuestra aldea ha acudido a lord William para explicarle lo sucedido.
—¿Y qué es lo que quieres de mí?
—Vos sois una mujer, vos lo comprendéis. Sabéis qué son capaces de improvisar los hombres para justificar una violación y ahora dicen que la joven debió de flirtear o hacer algo para provocarle.
—Sí.
—Si Ralph se sale con la suya, podría volver a repetirlo… Tal vez conmigo.
—O conmigo —dijo Philippa—. Deberías de ver cómo me mira… Como un perro siguiendo a una oca en una charca.
Aquello la animó.
—Tal vez podríais conseguir que lord William entendiera lo importante que es que Ralph no salga impune.
Philippa asintió.
—Creo que algo puedo hacer.
Sammy había dejado de mamar y se había dormido. Gwenda se levantó.
—Gracias, señora.
—Me alegra que hayas venido a verme.
Lord William los hizo llamar a la mañana siguiente y se reunieron con él en el gran salón. Gwenda se alegró de ver a lady Philippa sentada a su lado. La dama le dedicó a Gwenda una mirada amistosa y la joven esperó que eso quisiera decir que había hablado con su marido.
William era alto y moreno, como su padre el conde, pero el pelo empezaba a clarear y tanto la calva que le coronaba la cabeza como la barba y las cejas oscuras le conferían un aire de autoridad reflexiva que casaba mejor con su reputación. El hombre examinó el vestido manchado de sangre y estudió los moretones de Annet, que habían pasado del rojo intenso de cuatro días atrás al azulón de esos momentos. Aun así, consiguieron enfurecer a lady Philippa y Gwenda supuso que sin duda su indignación se debía más a la sórdida escena que evocaban de un musculoso escudero inmovilizando a la joven mientras otro hombre la violaba, que a la gravedad de las lesiones en sí.
—Bien, hasta el momento has hecho lo correcto —le dijo William a Annet—. Acudiste de inmediato a la aldea más cercana, mostraste las heridas a hombres de buena reputación e identificaste a tu agresor. Ahora debes presentar un pedimento a un juez de paz en el juzgado comarcal de Shiring.
Annet lo miró angustiada.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Un pedimento es una acusación escrita en latín.
—No sé escribir en mi idioma, señor, mucho menos en latín.
—El padre Gaspard lo hará por ti. La justicia llevará el pedimento ante un jurado al que tendrás que explicarle lo que te ocurrió. ¿Podrás hacerlo? Puede que te pidan detalles escabrosos.
Annet asintió, decidida.
—Si te creen, le ordenarán al sheriff que haga comparecer a lord Ralph ante el tribunal un mes después para ser juzgado. Luego necesitarás dos fiadores, unas personas que entregarán cierta suma de dinero como aval para garantizar que comparecerás el día del juicio.
—Pero ¿quiénes serán mis fiadores?
—El padre Gaspard puede ser uno y yo seré el otro. Yo pondré el dinero.
—¡Gracias, señor!
—Dale las gracias a mi esposa, que es quien me ha convencido de que no puedo permitir que una violación perturbe la paz del rey en mis tierras.
Annet miró agradecida a Philippa.
Gwenda se volvió hacia Wulfric. Le había contado a su marido la conversación que había mantenido con la esposa del señor. Wulfric la miró y asintió con un movimiento casi imperceptible con la cabeza. Él sabía que Gwenda había sido la artífice de todo aquello.
—En el juicio volverás a relatar tu historia —continuó William—. Todos tus amigos tendrán que comparecer como testigos: Gwenda dirá que te vio regresar del bosque con el vestido manchado de sangre, el padre Gaspard, que le contaste todo lo sucedido y Wulfric, que vio a Ralph y a Alan alejándose al galope del lugar. —Todos asintieron con solemnidad—. Una cosa más. Una vez que se inicie el proceso, no podrás echarte atrás. Retirar una demanda es un delito por el que serías severamente castigada… Sin contar la venganza que Ralph querría cobrarse.
—No cambiaré de opinión, pero ¿qué le ocurrirá a Ralph? ¿Cómo lo castigarán?
—En fin, sólo existe un castigo para la violación —contestó lord William—, y es la horca.
Esa noche todos durmieron en el gran salón del castillo junto a los criados, los escuderos y los perros de William, envueltos en sus mantas, sobre las esteras dispuestas en el suelo. Cuando la lumbre de los rescoldos de la gigantesca chimenea quedó reducida a un tenue resplandor, Gwenda alargó una mano hacia su marido, vacilante, y lo tocó con suavidad en el brazo, acariciando el tejido de su capa de lana. No habían hecho el amor desde la violación de Annet y Gwenda no estaba segura de si él la deseaba o no. La zancadilla lo había hecho enfurecer, pero ¿la intervención ante lady Philippa zanjaría la cuestión?
Wulfric respondió de inmediato: la atrajo hacia él y la besó en la boca. Aliviada, Gwenda se relajó entre sus brazos y estuvieron un rato haciéndose carantoñas. Gwenda era tan feliz que tenía ganas de llorar.
La joven esperaba que Wulfric se pusiera encima de ella, pero él no hacía nada. Sabía que su marido la deseaba por lo cariñoso que se mostraba y por lo enhiesto que sentía el pene en su mano, pero tal vez vacilaba al hallarse en compañía de tantas personas. La gente solía hacerlo en salones como ésos, era algo normal y corriente y nadie se fijaba, pero tal vez a Wulfric le diera vergüenza.
Sin embargo, Gwenda estaba decidida a sellar su reconciliación y al cabo de un rato fue ella quien se puso encima de Wulfric y los tapó a ambos con su capa. Empezaban a moverse al compás, cuando la joven reparó en un adolescente que los observaba con los ojos abiertos como platos a escasos metros. Los adultos solían mirar hacia otro lado por educación, pero el jovencito estaba en una edad en la que el sexo era un misterio fascinante y era evidente que no podía apartar la vista. Gwenda se sentía tan dichosa que no le importó. Lo miró a los ojos y le sonrió, sin parar de moverse. El adolescente se quedó boquiabierto y lo asaltó una vergüenza manifiesta. Azorado, se dio media vuelta y se tapó los ojos con el brazo.
Gwenda tiró de la capa para cubrir su cabeza y la de Wulfric, hundió el rostro en el cuello de su marido y se abandonó al placer.