38

Durante tres días siguieron el primitivo sendero semínola que conducía al suroeste, cruzando toda una serie de majestuosos valles y desfiladeros que serpeaban entre montañas cubiertas de lujuriante vegetación. Pasaron por delante de algunas granjas aisladas, pero se cruzaron con muy pocas personas y no atravesaron ninguna ciudad.

Cabalgaban en una línea de tres, seguidos de las acémilas en fila. A pesar de las llagas causadas por la fricción de la silla de montar, Mack no cabía en sí de gozo. Las montañas eran soberbias, el sol lo iluminaba con sus resplandecientes rayos y él se sentía libre.

Al llegar la mañana del cuarto día, subieron laboriosamente por la empinada ladera de una colina y vieron en el valle de abajo un ancho río de pardas aguas con toda una serie de islas en medio de la corriente. En la otra orilla había un grupo de edificaciones de madera y un gran transbordador de fondo plano amarrado a un embarcadero.

Mack se detuvo.

—Creo que éste es el río James y que el pueblo se llama Lynch’s Ferry.

Lizzie adivinó lo que estaba pensando.

—Quieres volver a girar al oeste.

Mack asintió con la cabeza.

—Llevamos tres días sin ver prácticamente a nadie… Jay tendrá dificultades para seguir nuestro rastro. En cambio, si tomamos el transbordador, conoceremos al propietario y quizá no podremos evitar que nos vea el tabernero, el dueño de la tienda y todos los chismosos del pueblo.

—Tienes razón —dijo Lizzie—. Si nos desviamos aquí, él no podrá saber qué camino hemos seguido.

Mack volvió a estudiar el mapa.

—El valle sube hacia el noroeste y conduce a un paso montañoso. Al otro lado del paso, tendríamos que encontrar el sendero que lleva al suroeste desde Staunton.

—Muy bien.

Mack miró con una sonrisa a Peg, la cual le estaba escuchando en indiferente silencio.

—¿Estás de acuerdo? —le preguntó, tratando de hacerla participar en la decisión.

—Lo que tú quieras —contestó la niña.

Parecía muy triste y Mack pensó que debía de temer que la atraparan. También debía de estar muerta de cansancio. A veces, Mack olvidaba que era sólo una chiquilla.

—¡Alegra esta cara! —le dijo—. ¡Lo vamos a conseguir!

Peg apartó el rostro y Mack intercambió una mirada y un gesto de impotencia con Lizzie.

Se apartaron del sendero al llegar a un recodo y bajaron por una herbosa pendiente hacia el río, a cosa de un kilómetro corriente arriba del pueblo. Mack confió en que nadie les hubiera visto.

Una senda llana discurría en dirección oeste siguiendo el curso del río durante varios kilómetros. Después se apartaba del río y empezaba a bordear una cadena de colinas. La marcha era muy difícil y tenían que desmontar a menudo para conducir a los caballos por las pedregosas cuestas, pero Mack no perdió en ningún momento la embriagadora sensación de libertad.

Terminaron su jornada junto a la orilla de una rápida corriente de montaña. Lizzie abatió un pequeño venado que se había acercado a beber al arroyo. Mack lo descuartizó e hizo un espetón para asar un cuarto trasero. Mientras Peg vigilaba el asado, él bajó a la orilla del río para lavarse las ensangrentadas manos. Bajó a la corriente y se dirigió a una parte donde una pequeña cascada formaba una profunda poza. Se arrodilló en un rocoso saliente y se lavó las manos en el agua de la cascada. Inesperadamente decidió bañarse y se quitó los calzones, mirando a Lizzie.

—Cada vez que me quito la ropa y me meto en un río…

—¡Descubres que yo te estoy mirando!

Ambos se echaron a reír.

—Baja a bañarte conmigo —dijo Mack.

Sintió que se le aceleraban los latidos del corazón y contempló amorosamente su cuerpo. Lizzie permaneció desnuda delante de él con una expresión de, ¿por qué no, qué demonios? Después ambos se empezaron a abrazar y besar.

Cuando se detuvieron para recuperar el resuello, a Mack se le ocurrió una idea. Contempló la poza situada unos tres metros más abajo y dijo:

—Vamos a saltar.

—¡No! —gritó Lizzie. Pero después lo pensó mejor—. ¡Vamos allá!

Se tomaron de la mano, se acercaron al borde del saliente y saltaron riéndose como unos chiquillos. Cayeron a la poza tomados todavía de la mano. Mack buceó bajo el agua y soltó a Lizzie. Cuando emergió de nuevo a la superficie, la vio a unos dos metros de distancia, chapoteando, resoplando y riéndose alegremente. Juntos nadaron hacia la orilla hasta que rozaron el lecho del río con los pies. Entonces se detuvieron para descansar.

Mack la atrajo hacia sí y sintió el roce de sus muslos desnudos contra los suyos. No quería besarla en aquellos momentos sino tan sólo contemplar su rostro. Le acarició las caderas mientras ella apresaba entre sus manos su miembro en erección y le miraba a los ojos sonriendo. Mack estaba a punto de estallar.

Lizzie le rodeó el cuello con sus brazos y levantó las piernas para rodearle la cintura con sus muslos mientras él plantaba firmemente los pies en el lecho del río y le levantaba ligeramente el cuerpo. Ella se pegó a su vientre mientras la penetraba sin la menor dificultad, como si llevara muchos años practicando aquella posición. Comparada con la frialdad del agua, la carne de Lizzie era como aceite caliente sobre su piel. De pronto, todo le pareció un sueño. Estaba haciendo el amor con la hija de lady Hallim bajo una cascada de agua de Virginia. ¿Cómo podía ser cierta semejante dicha?

Lizzie le introdujo la lengua en la boca y él se la succionó. Después Lizzie se rió como una niña, pero enseguida se volvió a poner seria y le miró frunciendo el ceño mientras él contemplaba su rostro como hipnotizado y ella se colgaba de su cuello y dejaba que su cuerpo subiera y bajara, gimiendo contra su garganta con los ojos entornados.

Por el rabillo del ojo Mack captó un movimiento en la orilla. Volvió la cabeza y vislumbró un fugaz destello de color. Alguien les había estado observando. ¿Les habría visto Peggy accidentalmente o acaso habría sido un desconocido? Sabía que hubiera tenido que preocuparse, pero los gemidos de placer de Lizzie borraron las inquietudes de su mente. Lizzie lo estrechó entre sus muslos siguiendo un ritmo cada vez más rápido. Después se comprimió contra su cuerpo y Mack la estrechó con fuerza, estremeciéndose de pasión hasta quedar totalmente exhausto.

Cuando regresaron al lugar donde estaban acampados, Peg había desaparecido. Mack tuvo un mal presentimiento.

—Me ha parecido ver a alguien junto a la poza cuando estábamos haciendo el amor. Ha sido un momento y ni siquiera he podido ver si era un hombre, una mujer o un niño.

—Estoy segura de que era Peg —dijo Lizzie—. Y creo que se ha escapado.

—¿Por qué estás tan segura? —preguntó Mack, entornando los párpados.

—Está celosa de mí porque tú me amas.

—¿Qué estás diciendo?

—Te quiere, Mack. Me dijo que se iba a casar contigo. Eso no es más que una fantasía infantil naturalmente, pero ella no lo sabe. Llevaba muchos días muy triste y creo que nos ha visto hacer el amor y se ha escapado.

Mack tuvo la terrible sensación de que era cierto. Trató de imaginarse los sentimientos de Peg y la idea le resultó insoportable. Ahora la pobre niña estaría vagando sola de noche por la montaña.

—Oh, Dios mío, ¿qué vamos a hacer? —dijo.

—Buscarla.

—Claro. —Mack procuró serenarse—. Menos mal que no se ha llevado un caballo. No puede estar muy lejos. La buscaremos juntos. Vamos a hacer unas antorchas. Probablemente ha regresado por donde hemos venido. Apuesto a que la encontraremos dormida bajo unos arbustos.

Se pasaron toda la noche buscándola.

Recorrieron durante varias horas el sendero, iluminando el bosque con sus antorchas a ambos lados del tortuoso sendero. Después regresaron al campamento, hicieron otras antorchas y siguieron el curso del río montaña arriba, trepando por las rocas. No encontraron ni rastro de ella.

Al amanecer, comieron un poco de carne de venado, cargaron sus pertrechos en los caballos y reanudaron el camino.

Mack pensó que, a lo mejor, se había dirigido hacia el oeste, pero anduvieron toda la mañana sin encontrarla.

Al mediodía llegaron a otro sendero. No era más que un caminito de tierra, pero su anchura era mayor que la de un carro y se veían huellas de cascos de caballo en el barro. El caminito discurría desde el nordeste hacia el suroeste y en la distancia se podía ver una majestuosa cordillera de montañas, elevándose hacia el azul del cielo.

Era el camino que andaban buscando, el que conducía al Cumberland Gap. Con el corazón transido de pena, giraron hacia el suroeste y siguieron cabalgando.