Julian abrió la puerta de la habitación del hospital. Con su madre y Selena a la zaga, entró en la estancia sin hacer ruido, ya que no deseaba molestar a Grace si estaba descansando.
El miedo lo atenazó al verla tumbada en la cama. Su aspecto era tan pálido y débil que lo aterrorizaba. No soportaba verla así.
Ella era su fuerza. Su corazón. Su alma. Todo lo que había de bueno en su vida.
La idea de perderla le resultaba insoportable.
Grace abrió los ojos y les sonrió.
—Hola —dijo en un susurro.
—¡Hola, guapa! —le contestó Selena—. ¿Qué tal estás?
—Exhausta, pero bastante bien.
Julian se inclinó para darle un beso.
—¿Necesitas algo?
—Tengo todo lo que siempre he deseado —le contestó ella con el rostro radiante.
Él le sonrió.
—Bueno, ¿dónde están mis nietos? —preguntó Afrodita.
—Se los han llevado para pesarlos —contestó Grace.
Como si las hubieran llamado, las enfermeras entraron en ese instante empujando las cunas. Comprobaron los brazaletes de Grace y los de los bebés y salieron en silencio.
Julian se apartó del lado de Grace lo justo para coger en brazos a su hijo con mucho cuidado. La alegría lo inundó al acunar al diminuto bebé. Grace le había dado mucho más de lo que jamás imaginó que tendría. Y mucho más de lo que se merecía.
—Este es Niklos James Alexander —dijo mientras lo depositaba en brazos de Afrodita. A continuación, cogió a su hija—. Y esta es Vanessa Anne Alexander. —La colocó sobre el otro brazo de su madre.
Los labios de Afrodita comenzaron a temblar cuando miró a su nieta.
—¿Le has puesto mi nombre?[5]
—Ambos queríamos hacerlo —le dijo Grace.
Las lágrimas brotaron de los ojos de la diosa al contemplar a sus dos nietos.
—¡La de regalos que tengo para vosotros!
—¡Mamá! —intervino Julian con brusquedad—. Por favor, nada de regalos. Con tu amor será suficiente.
La diosa se tragó las lágrimas y soltó una carcajada.
—De acuerdo. Pero si cambiáis de opinión, decídmelo.
Grace observó a Julian mientras este acariciaba la cabeza pelona de Niklos. No lo habría creído posible, pero en ese momento lo amaba aún más que antes.
Cada uno de los días que habían pasado juntos había sido una bendición.
—¡Ah, por cierto! —exclamó Selena mientras cogía a Vanessa de los brazos de Afrodita—. Ayer fui a la librería y Príapo no estaba. Hubo luna llena hace unos días. ¿Alguien quiere apostar a que en estos momentos está practicando una sesión de sexo salvaje y desenfrenado con alguien?
Todos estallaron en carcajadas.
Salvo Julian.
—¿Te pasa algo? —le preguntó Grace.
—Supongo que me siento un poco culpable.
—¿Culpable? —preguntó Selena con incredulidad—. ¿Por Príapo?
Julian señaló con un gesto a Grace y a los niños.
—¿Cómo podría guardarle rencor? Sin su maldición nunca os habría tenido a ninguno de vosotros. Fue una pesadez, pero debo admitir que al final mereció la pena.
Todas las miradas se clavaron expectantes en Afrodita.
—¿Qué? —preguntó ella con fingida inocencia—. ¡No me digas que quieres que lo libere! Ya te lo dije, lo haré en cuanto aprenda la lección…
Selena meneó la cabeza.
—Pobre tío Príapo —dijo dirigiéndose a Vanessa—. Pero fue un chico muy, muy malo.
La puerta se abrió en ese instante y una enfermera se asomó con indecisión.
—Esto… Señor Alexander —le dijo a Julian—, hay una pareja aquí fuera que dicen ser familiares suyos. Ellos… Bueno… —Bajó la voz hasta hablar en un murmullo—. Son moteros.
—¡Oye, Julian! —gritó Eros desde detrás de la enfermera—. Dile a Atila el Huno que somos de fiar para que podamos entrar a babear sobre los bebés.
Julian soltó una carcajada.
—Está bien, Trish —le dijo a la enfermera—. Es mi hermano.
Eros le hizo una mueca burlona a Trish mientras entraba a la habitación junto a Psiqué.
—Que alguien me recuerde que tengo que dispararle una flecha de la mala suerte al salir —comentó mientras la enfermera cerraba la puerta.
Julian lo miró con una ceja arqueada.
—¿Tengo que confiscarte de nuevo el arco?
Eros le contestó con una mueca grosera y se acercó a Selena para tomar en brazos a Vanessa.
—¡Vaya! Menuda rompecorazones que vas a ser. Apuesto a que vas a tener a montones de niños corriendo detrás de ti.
El rostro de Julian perdió el color. Apartó la vista para mirar a su madre.
—Mamá, hay un regalo que sí me gustaría pedirte.
Afrodita lo observó, esperanzada.
—¿Te importaría hablar con Hefesto para que le hiciera a Vanessa un cinturón de castidad?
—¡Julian! —exclamó Grace con una carcajada.
—No tendría que llevarlo durante mucho tiempo. Solo treinta o cuarenta años.
Grace puso los ojos en blanco.
—Menos mal que tienes a tu mami —dijo al bebé que Eros sostenía—, porque tu papi no es nada divertido.
Julian enarcó una ceja con un gesto arrogante.
—¿Que no soy divertido? —repitió—. Pues es gracioso, porque eso no es lo que dijiste el día que concebiste a estos dos…
—¡Julian! —exclamó Grace con el rostro sonrojado. Aunque ya hacía tiempo que sabía que aquel hombre era incorregible.
Y lo amaba tal y como era.