Julian se mantuvo apartado de ella lo que restaba del fin de semana. A pesar de que Grace había tratado de derribar aquella barrera invisible que había erigido en torno a él en numerosas ocasiones, el general no permitía que se acercara.
Ni siquiera quería que le leyera.
Descorazonada, fue a trabajar el lunes por la mañana, aunque ni siquiera tendría que haberse molestado. En lo único que podía concentrarse era en unos celestiales ojos azules cargados de confusión.
—¿Grace Alexander?
Grace levantó la vista del escritorio y vio a una mujer rubia e increíblemente hermosa de poco más de veinte años que estaba de pie en el vano de la puerta. Como si acabara de salir de un desfile de modas europeo, aquella belleza escultural llevaba un traje de seda roja de Armani con medias y zapatos a juego.
—Lo siento —le dijo Grace—. Mi hora de visitas ha acabado. Si quiere volver mañana…
—¿Tengo aspecto de necesitar a una sexóloga?
A primera vista, no. Aunque hacía ya mucho tiempo que Grace había aprendido a no hacer juicios apresurados sobre los problemas de la gente.
Sin esperar una invitación, la mujer se paseó por la consulta con un andar presuntuoso y elegante que a Grace le resultaba un tanto familiar. Caminó hasta la pared donde estaban colgados sus títulos y sus diplomas.
—Impresionante —le dijo, si bien su tono indicaba todo lo contrario.
Se volvió para observarla con detenimiento y, por la mueca burlona que se dibujó en su rostro, Grace supo que la mujer la encontraba más que deficiente.
—No eres lo bastante hermosa para él, ¿sabes? Demasiado baja y demasiado rechoncha. ¿Y de dónde has sacado ese vestido?
Indignada, Grace tensó la espalda.
—¿Cómo dice?
La mujer pasó por alto su pregunta.
—Dime, ¿no te molesta estar cerca de un hombre como Julian sabiendo que si tuviera otra opción jamás querría estar contigo? Es tan esbelto y elegante… Tan fuerte y aguerrido… Sé muy bien que nunca antes te ha deseado un hombre como él y que jamás lo hará ningún otro.
Estupefacta, Grace fue incapaz de emitir palabra.
Aunque tampoco tuvo que hacerlo, ya que la mujer prosiguió sin detenerse.
—Su padre era como él. Imagínate a Julian con el pelo oscuro, un poco más bajo y más robusto, no tan refinado. Pero aun así, ese hombre tenía unas manos que… Mmm… —Sonrió pensativa, con la mirada perdida—. Por supuesto, Diocles tenía todo el cuerpo marcado por las horribles cicatrices de las batallas; tenía una espantosa que le atravesaba la mejilla izquierda. —Entrecerró los ojos con ira—. Jamás olvidaré el día que intentó marcar a Julian con una daga para hacerle esa misma cicatriz. Diocles habría vivido lo suficiente como para arrepentirse de esa infracción, pero me aseguré de que no lo hiciera. Julian es físicamente perfecto y jamás permitiré que nadie estropee la belleza que le otorgué.
La fría y calculadora mirada que Afrodita dedicó a Grace hizo que esta se estremeciera hasta la médula de los huesos.
—No compartiré a mi hijo contigo.
La posesividad que encerraban las palabras de la diosa despertó la ira de Grace. ¿Cómo se atrevía a aparecer a esas alturas para decir eso?
—Si Julian significa tanto para ti, ¿por qué lo abandonaste?
Afrodita la fulminó con la mirada.
—¿Crees que tuve elección? Zeus se negó a darle la ambrosía, y ningún mortal puede vivir en el Olimpo. Antes de que pudiera protestar, Hermes me lo quitó de los brazos para entregárselo a su padre.
Grace vio el horror que reflejaba el rostro de Afrodita cuando la diosa rememoró aquel momento.
—El dolor que me causó su pérdida va más allá del entendimiento humano. Desconsolada, me aparté del mundo; y para cuando fui capaz de enfrentarme a todos ellos de nuevo habían transcurrido catorce años en la tierra. Apenas pude reconocer al bebé que yo misma había amamantado. Y él me odiaba.
Los ojos de Afrodita brillaron, como si luchara por contener las lágrimas.
—No te puedes hacer una idea de lo que es ser madre y que ese hijo que has llevado en tu vientre maldiga hasta tu propio nombre.
Grace comprendía su dolor, pero era a Julian a quien amaba; y su sufrimiento era lo que más le preocupaba.
—¿Alguna vez intentaste decirle cómo te sentías?
—Por supuesto que lo hice —masculló la diosa—. Le envié a Eros con mis regalos. Me los devolvió acompañados de unas palabras que ningún hijo debería decirle jamás a su madre.
—Estaba herido.
—Y yo también —gritó Afrodita. Todo su cuerpo temblaba de furia.
Recelosa y bastante asustada por lo que una diosa enfadada pudiera hacerle, Grace observó cómo Afrodita cerraba los ojos y respiraba hondo para tranquilizarse.
Cuando la diosa habló de nuevo, tanto su voz brusca como la postura de su cuerpo reflejaban la tensión que la invadía.
—A pesar de eso, envié de nuevo a Eros con más regalos para Julian. Los rechazó todos. Me vi obligada a presenciar cómo juraba lealtad y servicio a Atenea a modo de venganza. —Masculló el nombre de la diosa como si la despreciara—. En su nombre conquistó ciudades con los dones que yo le otorgué cuando nació: la fuerza de Ares, la templanza de Apolo y las bendiciones de las Musas y las Gracias. Incluso lo sumergí en el río Estigio para asegurarme de que ninguna arma humana pudiera matarlo o marcarlo; y a diferencia de lo que hizo Tetis con Aquiles, sumergí también sus tobillos para que no tuviera ni un solo punto vulnerable.
Afrodita sacudió la cabeza como si todavía no pudiera creer lo que Julian había hecho.
—Hice todo lo que estuvo en mis manos por ese chico y él no me demostró la más mínima gratitud. Ni respeto alguno. Al final, dejé de intentarlo. Puesto que rechazaba mi amor, me aseguré de que nadie pudiera amarlo jamás.
El corazón de Grace se detuvo al escuchar aquellas palabras tan egoístas.
—¿Que hiciste qué?
Afrodita alzó la barbilla con altivez, como una reina orgullosa de sus frías y sangrientas hazañas.
—Lo maldije del mismo modo que él hizo conmigo. Me aseguré de que ninguna mujer mortal pudiera mirarlo sin desear su cuerpo y de que la envidia inundara el corazón de todo hombre que estuviese a su alrededor.
Grace no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo podía una madre ser tan cruel?
Y tan pronto como ese pensamiento se formó en su mente, la asaltó otro aún más horrible:
—Tú fuiste la culpable de que Penélope muriera, ¿verdad?
—No, eso fue obra de Julian. Por supuesto que me enfurecí cuando Eros me contó lo que había hecho por su hermano; sobre todo por el hecho de que Julian acudiera a él y no a mí. Puesto que no podía deshacer lo que la flecha de Eros había conseguido, decidí mermar sus efectos. Lo que Julian tuvo con Penélope fue algo insípido, y él lo sabía.
Afrodita se acercó hasta la ventana para contemplar la ciudad.
—Si Julian hubiera acudido a mí en algún momento, habría dejado que Penélope lo amara. Pero no lo hizo. Observé cómo se acercaba a ella noche tras noche y la tomaba una y otra vez. Percibí su malestar, su angustia al saber que su esposa no lo amaba de verdad. Pero aun así, seguía rechazándome y maldiciéndome.
»Fueron las lágrimas que derramé por él a lo largo de los años lo que puso a Príapo en su contra. Príapo siempre ha sido el más leal de mis hijos. Debí detenerlo tan pronto como supe que iba tras Julian, pero no lo hice. Albergaba la esperanza de que la ira de Príapo consiguiera que Julian me buscara e implorara mi ayuda. —Apretó los dientes—. Pero no fue así.
Grace entendía su dolor, pero eso no cambiaba lo que le había hecho a su hijo.
—¿Cómo maldijo a Julian?
La diosa tragó saliva.
—Todo comenzó la noche que Atenea le dijo a Príapo que no existía otro hombre más valiente y fuerte que Julian. Ella lo retó a enfrentar a su mejor general con Julian. Dos días más tarde, contemplé cómo mi hijo cabalgaba hacia la batalla y supe que no perdería. Cuando venció al ejército romano, Príapo se enfureció. En el momento en que Eros se fue de la lengua y le contó lo que había hecho, Príapo fue en busca de Jasón y Penélope. Yo no sabía las consecuencias que ese hecho conllevaría.
Afrodita se envolvió la cintura con los brazos. Estaba temblando.
—Nunca fue mi intención que los niños murieran. No te imaginas cuántas veces al cabo del día me arrepiento por haber dejado que sucediera aquello.
—¿No hubo ningún modo de que pudieras evitarlo?
Afrodita negó tristemente con la cabeza.
—Incluso mis poderes están limitados por las Moiras. Cuando Julian se dirigió a mi templo tras la muerte de los niños, contuve el aliento pensando que por fin acudía en busca de mi ayuda. Y entonces vio a esa zorra vestida con la túnica de Príapo. Se arrojó a sus brazos y le rogó que tomara su virginidad antes de la ceremonia en la que Príapo la reclamaría. En un primer momento, Julian trató de seguir su camino, pero ella no se lo permitió. Si hubiera pensado con claridad, sé que la habría rechazado.
El rostro de la diosa se ensombreció por la furia.
—De no haber sido por Alejandría, mi hijo habría acudido a mí aquel día. Sé que me habría pedido ayuda. Pero era demasiado tarde. Todo acabó en el mismo momento en que se derramó en ella.
—¿Y aún así te negaste a ayudarlo?
—¿Cómo iba a elegir entre dos de mis hijos?
Grace quedó horrorizada por la pregunta.
—¿Y no fue eso lo que hiciste cuando permitiste que encerraran a Julian en un pergamino?
Los ojos de Afrodita brillaron con tal maldad que Grace dio un paso atrás.
—Fue Julian quien me rechazó. Lo único que tenía que hacer era pedirme ayuda y yo se la habría prestado.
Grace no podía creer lo que estaba escuchando. Para ser una diosa, Afrodita era bastante egoísta y corta de entendederas.
—Toda esta tragedia porque ninguno de los dos quiere rebajarse a suplicar al otro. No puedo creer que hicieras que Julian fuera fuerte y luego lo maldijeras por esa fuerza que tú misma le otorgaste. En lugar de esperarlo o de enviar a otros en tu nombre, ¿no se te ocurrió nunca ir en persona?
Afrodita le dirigió una mirada furiosa e indignada.
—Soy la diosa del amor, ¿cómo quieres que me arrastre? ¿Tienes la más ligera idea de lo embarazoso que es para mí que mi propio hijo me odie?
—¿Lo embarazoso que es para ti? Tienes al resto del mundo para amarte. Julian no tiene a nadie.
Afrodita dio un paso furioso hacia delante.
—Aléjate de él. Te lo advierto.
—¿Por qué? ¿Por qué me amenazas cuando no lo hiciste con Penélope?
—Porque él no la amaba.
Grace se quedó petrificada al escuchar sus palabras.
—¿Estás diciéndome…?
La diosa se desvaneció.
—¡Venga ya! —gritó Grace mirando al techo—. ¡No puedes esfumarte en mitad de una conversación!
—¿Grace?
La voz de Beth le hizo dar un respingo. Se volvió de inmediato y vio a su amiga asomada a la puerta.
—¿Con quién hablas? —le preguntó Beth.
Grace hizo un gesto para abarcar la consulta y después pensó que no sería muy inteligente contarle a su compañera la verdad.
—Hablaba sola.
Beth la miró sin acabar de creérselo.
—¿Tienes la costumbre de gritarte a ti misma?
—A veces.
Beth alzó una de sus oscuras cejas.
—Me parece que necesitas una sesión —comentó antes de alejarse.
Grace pasó por alto el comentario de su compañera y no se detuvo a recoger sus cosas. Estaba deseando volver a casa con Julian.
Tan pronto como abrió la puerta, supo que algo iba mal. Julian no salió a recibirla.
—¿Julian? —lo llamó.
—Arriba.
Grace dejó las llaves y el correo sobre la mesa antes de empezar a subir los escalones de dos en dos.
—No vas a creerte quién pasó hoy por la…
Su voz se desvaneció cuando llegó a la puerta de su dormitorio y vio a Julian con una mano encadenada a los barrotes de la cama. Estaba tendido en medio del colchón, sin camisa y con la frente cubierta de sudor.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó, muerta de miedo.
—No puedo aguantar más, Grace —respondió con la respiración entrecortada.
—Tienes que intentarlo.
Él sacudió la cabeza.
—Necesito que me encadenes la otra mano. Yo no alcanzo.
—Julian…
Él la interrumpió con una amarga y brusca carcajada.
—¿No es irónico? Tengo que pedirte que me encadenes cuando todas las demás lo hacían por voluntad propia a las pocas horas de presentarme ante ellas. —Sus ojos se clavaron en los de Grace—. Hazlo, Grace. No podría seguir viviendo si te hiciera daño.
Con el corazón en un puño, ella cruzó la habitación para llegar junto a la cama.
Cuando estuvo lo bastante cerca, Julian extendió la mano para acariciarle la mejilla. La acercó hasta él y la besó tan profundamente que Grace pensó que iba a desmayarse.
Fue un beso feroz y exigente. Un beso que hablaba de deseo. Y de promesas.
Julian mordisqueó sus labios antes de apartarse.
—Hazlo.
Grace pasó el grillete de plata por los barrotes de la cabecera.
Fue entonces cuando Julian se permitió relajarse. En ese instante Grace se dio cuenta de lo tenso que había estado durante la semana anterior. Julian apoyó la cabeza en la almohada y respiró hondo, no sin cierta dificultad.
Grace se acercó y le pasó una mano por la frente.
—¡Dios Santo! —jadeó. Estaba tan caliente que estuvo a punto de quemarle la piel de la palma—. ¿Qué puedo hacer?
—Nada, pero gracias por preguntar.
Grace fue hacia el vestidor en busca de su ropa. Cuando empezó a desabrocharse la blusa, Julian la detuvo.
—Por favor, no lo hagas delante de mí. Si veo tus pechos… —Echó la cabeza hacia atrás como si alguien le hubiera acercado un hierro candente.
Grace comprendió en ese instante lo cómoda que había llegado a sentirse con él.
—Lo siento —se disculpó.
Se cambió en el cuarto de baño e hizo una compresa fría.
Volvió a la habitación para refrescarle la frente. Pasó la mano por aquel pelo empapado de sudor.
—Estás ardiendo.
—Lo sé. Me siento como si estuviera sobre un lecho de brasas. —Siseó cuando ella le acercó la toalla fría—. No me has contado qué tal te ha ido el día —le dijo sin aliento.
A Grace se le hizo un nudo en la garganta al sentir que el amor y la felicidad la invadían. Julian le hacía esa pregunta todos los días. Y todos los días ella contaba las horas que faltaban para regresar a casa junto a él.
No sabía lo que iba a hacer cuando se marchara.
Obligándose a no pensar en eso, se concentró en cuidarlo.
—No hay mucho que contar —susurró. No quería agobiarlo con lo que le había dicho su madre. No mientras estuviese en ese estado. Ya lo habían herido bastante y no sería ella la que aumentara su dolor—. ¿Tienes hambre? —le preguntó.
—No.
Grace se acomodó a su lado. Pasó toda la noche leyéndole y refrescando su acalorada piel.
Julian no durmió esa noche. No pudo. Solo era consciente de la piel de Grace cuando lo tocaba y de su dulce perfume floral, que invadía sus sentidos y hacía que le diera vueltas la cabeza. Todas las fibras de su cuerpo le exigían que la poseyera.
Con los dientes apretados, tiró de las cadenas de plata que apresaban sus muñecas y luchó contra la oscuridad que amenazaba con devorarlo. No quería rendirse a ella.
No quería cerrar los ojos para no tener que perderse ni un solo minuto de estar junto a Grace mientras aún le restaba cordura. Si dejaba que la oscuridad lo consumiera, no se despertaría hasta que estuviera de vuelta en el libro. Solo.
—No puedo perderla —murmuró.
La simple idea de perderla hacía jirones lo poco que le quedaba de corazón.
El reloj de pared dio las tres. Grace se había quedado dormida hacía muy poco rato. Tenía la cabeza y la mano apoyadas sobre su vientre y sentía que su aliento le acariciaba el abdomen.
Podía sentir su cabello rozándole la piel y la calidez de su cuerpo se le filtraba por los poros para llegarle al alma.
Lo que daría por poder tocarla…
Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y se permitió soñar por primera vez desde hacía siglos. Soñó con pasar noches enteras junto a Grace. Soñó con pasar días llenos de risas a su lado.
Soñó que llegaba el día en que podía amarla como ella se merecía. Un día en que sería libre para poder entregarse a ella. Soñó en tener un hogar junto a Grace.
Y sobre todo, soñó con niños de alegres ojos grises y sonrisas dulces y traviesas.
Julian aún estaba soñando cuando la luz del amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas y el reloj marcó las seis y despertó a Grace.
La mujer frotó la mejilla contra su pecho, y esa sencilla caricia supuso una tortura para Julian.
—Buenos días —lo saludó sonriente.
—Buenos días.
Grace se mordió el labio cuando recorrió su cuerpo con la mirada y arrugó la frente por la preocupación.
—¿Estás seguro de que tenemos que hacer esto? ¿No te puedo soltar un ratito?
—¡No! —exclamó él con énfasis.
Grace cogió el teléfono y marcó el número de la consulta para hablar con Beth.
—No iré en un par de días, ¿puedes hacerte cargo de algunos de mis pacientes?
Julian frunció el ceño al escucharla.
—¿No piensas ir a trabajar? —le preguntó en cuanto colgó.
Grace no podía creer que le hiciese semejante pregunta.
—¿Y dejarte aquí tal y como estás?
—Estaré bien.
Ella lo miró como si se hubiera vuelto completamente loco.
—¿Y si pasara algo?
—¿Como qué?
—Podría producirse un incendio o alguien podría entrar y hacerte cualquier cosa mientras estás ahí indefenso.
Julian no discutió. Se limitó a disfrutar del hecho de que estuviera tan dispuesta a quedarse a su lado.
A media tarde, Grace fue testigo de lo mucho que había empeorado la maldición. Cada centímetro del cuerpo de Julian estaba empapado en sudor. Los músculos de los brazos estaban totalmente tensos y apenas hablaba; cuando lo hacía, era con los dientes apretados.
A pesar de eso, seguía sonriéndole y mirándola con ojos cálidos y alentadores cuando ella observaba cómo se contraían y relajaban sus músculos mientras él soportaba lo que fuera que lo estaba consumiendo.
Grace no dejó de refrescarlo, pero tan pronto como acercaba la toalla a su piel, el algodón se calentaba tanto que apenas era capaz de sujetarla.
Para cuando cayó la noche, Julian deliraba.
Impotente, observó cómo este se agitaba y maldecía, como si un ser invisible le estuviera arrancando la piel a tiras. Grace no había visto una cosa igual en toda su vida. El hombre forcejeaba con tanta fuerza que temía que acabara destrozando la cama.
—No puedo soportar esto —susurró. Bajó corriendo las escaleras y llamó a Selena.
Una hora después, Grace abrió la puerta a Selena y a su hermana Tiyana. De pelo negro y ojos azules, Tiyana no se parecía en nada a Selena. Era una de las pocas sacerdotisas blancas de vudú; regentaba una tienda de artículos mágicos y hacía de guía turística por el cementerio los viernes por la noche.
—No sabéis cuánto os agradezco que hayáis venido —les dijo Grace al cerrar la puerta tras ellas.
—No es nada —le contestó Selena.
Tiyana llevaba un timbal bajo el brazo e iba vestida con un sencillo vestido marrón.
—¿Dónde está?
Grace las llevó al piso superior.
Tiyana puso un pie en la habitación y se quedó paralizada al ver a Julian sobre la cama, presa de continuas convulsiones y maldiciendo a todo el panteón griego.
El color abandonó el rostro de la mujer.
—No puedo hacer nada por él.
—Tiyana —la increpó Selena—. Tienes que intentarlo.
Con los ojos abiertos como platos por el miedo, Tiyana negó con la cabeza.
—¿Quieres un consejo? Sella esta habitación y déjalo hasta que regrese de donde vino. Hay algo tan maligno y poderoso observándolo que no me atrevo a hacerle frente. —Miró a Selena—. ¿No percibes el odio?
Grace comenzó a temblar al escuchar a Tiyana y le dio un vuelco el corazón.
—¿Selena? —llamó a su amiga. Necesitaba con desesperación que alguien aliviara el sufrimiento de Julian de algún modo. Tenía que haber algo que ellas pudiesen hacer.
—Sabes que no puedo ayudarlo —le dijo Selena—. Mis hechizos nunca funcionan.
¡No!, gritó su mente. No podían abandonarlo de ese modo.
Contempló a Julian mientras este forcejeaba para liberarse de los grilletes.
—¿Hay alguien a quien pueda acudir en busca de ayuda?
—No —contestó Tiyana—. De hecho, ni siquiera puedo permanecer aquí. No te ofendas, pero todo esto me pone los pelos de punta. —Lanzó una mirada elocuente a su hermana—. Y tú sabes muy bien a qué tipo de atrocidades me enfrento diariamente.
—Lo siento, Grace —se disculpó Selena, acariciándole el brazo—. Investigaré por ahí y veré lo que puedo averiguar, ¿de acuerdo?
Con un nudo en la garganta, Grace no tuvo más remedio que acompañarlas a la puerta.
Cuando la cerró, se dejó caer contra ella con cansancio.
¿Qué iba a hacer?
Se negaba a aceptar que no había ayuda posible para Julian. Tenía que haber algo que pudiera aliviar su dolor. Algo en lo que ella aún no hubiese pensado.
Subió las escaleras y volvió junto a él.
—¿Grace? —Julian la llamó con un agónico grito que le destrozó el corazón.
—Estoy a tu lado, cariño —le dijo, acariciándole la frente.
Él dejó escapar un gruñido salvaje, como el de un animal atrapado en un cepo, y se abalanzó sobre ella.
Aterrorizada, Grace se alejó de la cama.
Se dirigió al vestidor con las piernas temblorosas y cogió el ejemplar de La Odisea. Colocó la mecedora junto a la cama y comenzó a leer.
Su voz pareció calmarlo. Al menos no se revolvía con tanta fuerza.
Con el transcurso de los días, las esperanzas de Grace menguaban. Julian había estado en lo cierto. No habría manera de romper la maldición si no lograba superar la locura.
Lo peor de todo era verlo sufrir hora tras hora, sin ningún momento de alivio. No era de extrañar que odiara a su madre. ¿Cómo podía Afrodita dejarlo pasar por algo así sin mover un solo dedo para ayudarlo?
Y había sufrido de aquel modo durante siglos.
Grace ya no sabía qué más hacer.
—¡Cómo podéis permitirlo! —gritó con furia hacia el techo—. ¡Eros! —chilló—. ¿Me oyes? ¿Atenea? ¿Hay alguien? ¿Cómo permitís que sufra así? Si lo amáis un poco, por favor, ayudadlo.
Como era de esperar, nadie contestó.
Dejó descansar la cabeza sobre la mano y trató de pensar en algo que pudiera ayudarlo. A buen seguro habría algo que…
Una luz cegadora atravesó la habitación.
Perpleja, alzó la vista y se encontró a Afrodita, que acababa de materializarse junto a la cama. Si se hubiera encontrado con un burro en la cocina no se habría sorprendido tanto.
El rostro de la diosa palideció al contemplar cómo su hijo se retorcía en mitad de una terrible agonía. Alargó una mano hacia él y la retiró con brusquedad. Apretó los puños y dejó caer las manos a los costados.
En ese momento miró a Grace.
—Sí lo amo —le dijo en voz baja.
—Yo también.
Afrodita clavó la mirada en el suelo, pero Grace fue testigo de su lucha interior.
—Si lo libero, lo apartarás de mí para siempre. Si no lo hago, las dos lo perderemos. —Afrodita la miró a los ojos—. He estado pensando acerca de lo que me dijiste y creo que tienes razón. Lo hice fuerte y jamás debí castigarlo por eso. Lo único que deseaba era que me llamara madre. —Miró a su hijo—. Solo quería que me quisieras, Julian. Un poquito nada más.
Grace tragó saliva al ver el dolor en el rostro de Afrodita cuando acarició la mano de Julian.
Él siseó, como si el roce le hubiese quemado la piel.
La diosa retiró la mano.
—Prométeme que lo cuidarás mucho, Grace.
—Tanto como él me lo permita. Lo prometo.
Afrodita asintió y colocó la mano sobre la frente de Julian. Él echó la cabeza hacia atrás, como si acabara de ser alcanzado por un rayo. La diosa inclinó la cabeza y lo besó con ternura en los labios.
Al instante, el cuerpo de Julian se relajó por completo.
Los grilletes se abrieron, pero él siguió sin moverse. El corazón de Grace dejó de latir al darse cuenta de que Julian no respiraba. Aterrorizada, extendió una mano temblorosa para tocarlo.
Julian inspiró de forma brusca y agonizante.
Grace pudo percibir el anhelo en los ojos de Afrodita cuando la diosa se despidió con un gesto de la mano de un hijo que ni siquiera era consciente de su presencia. Era la misma mirada anhelante que a menudo atisbaba en los ojos de Julian cuando él ignoraba que lo estaba observando.
¿Cómo era posible que dos personas se necesitaran con tanta desesperación y no fuesen capaces de arreglar las cosas?
Afrodita desapareció en el mismo instante en que Julian abrió los ojos.
Grace se acercó a la cama. El hombre temblaba tanto que le castañeteaban los dientes. Una vez libre de la fiebre, su piel estaba tan fría como el hielo.
Recogió el edredón del suelo y lo cubrió con él.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Julian con voz insegura.
—Tu madre te liberó.
Julian se quedó mirándola, estupefacto por sus palabras.
—¿Mi madre? ¿Ha estado aquí?
Grace asintió con la cabeza.
—Estaba preocupada por ti.
Julian no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Sería cierto?
¿Por qué iba a ayudarlo su madre a esas alturas si siempre le había vuelto la espalda cuando más la había necesitado? No tenía sentido.
Con el ceño fruncido, intentó bajarse de la cama.
—No, ni hablar —le dijo Grace con brusquedad—. Acabo de traerte de vuelta y no voy a…
—Necesito ir al baño ya —la interrumpió él.
—Ah.
Grace lo ayudó a bajar de la cama.
Estaba tan débil que no se aguantaba en pie, así que ella le prestó apoyo mientras atravesaban el pasillo. Julian cerró los ojos e inhaló el dulce aroma de Grace. Temeroso de hacerle daño, intentó no recostarse demasiado en ella.
Su corazón se enterneció al ver la forma en que lo ayudaba, al percibir el roce de sus brazos alrededor de la cintura mientras lo conducía pasillo abajo más allá del reloj de pared.
Su Grace. ¿De dónde iba a sacar las fuerzas para separarse de ella?
En cuanto atendió sus necesidades, ella le preparó un baño caliente y lo ayudó a meterse en la bañera.
Julian la contempló mientras lo lavaba. Le parecía imposible que hubiese permanecido a su lado todo aquel tiempo. No tenía apenas recuerdos de los últimos días, pero sí se acordaba de que el sonido de su voz lo reconfortaba a través de la oscuridad.
La había oído pronunciar su nombre a gritos y en ocasiones estaba seguro de haber sentido su mano sobre la piel, anclándolo a la cordura.
Esas caricias habían sido su salvación.
Cerró los ojos y disfrutó del roce de las manos de Grace al deslizarse sobre su piel mientras lo bañaba. Le recorrían el pecho, los brazos y el abdomen. Y cuando rozaron accidentalmente su erección, dio un respingo por la intensidad de la sensación.
Cómo la deseaba.
—Bésame —murmuró Julian.
—¿No será peligroso?
Él le sonrió.
—Si pudiera moverme, ya estarías conmigo en la bañera. Te aseguro que en este momento estoy tan indefenso como un bebé.
Ella se humedeció los labios, indecisa, y le acarició una mano. Su roce fue suave y tierno y se quedó mirando sus labios como si pudiera devorarlo. Esa mirada hizo que el frío que Julian sentía en su interior desapareciera.
Grace se inclinó y lo besó con ansia. Él gimió al sentir sus labios, anhelando mucho más. Necesitaba sus caricias.
Para su sorpresa, obtuvo lo que deseaba.
Grace se apartó un instante de sus labios, lo suficiente para quitarse la ropa y quedarse desnuda ante él. Muy despacio y con movimientos seductores, se metió en la bañera y se sentó a horcajadas sobre su cintura.
Julian volvió a gemir al sentir su vello púbico sobre el abdomen. Grace lo besó de nuevo con tanto ardor que creyó que estallaría en llamas.
¡Joder, ni siquiera podía abrazarla! Sus brazos se negaban a moverse. Y necesitaba desesperadamente estrecharla con fuerza contra su cuerpo.
Ella debió de percibir su frustración, porque se incorporó con una sonrisa.
—Ahora me toca a mí cuidarte —susurró antes de enterrar los labios en su cuello.
Julian cerró los ojos mientras ella dejaba un reguero de besos sobre su pecho. Estuvo a punto de marearse cuando Grace llegó al pezón y comenzó a atormentarlo con la lengua y a succionarlo. Nada había conseguido estremecerlo del modo que lo hacían sus caricias. No recordaba la última vez que alguien le había hecho el amor de verdad.
Ninguna mujer se había entregado tanto. Ninguna había sido tan generosa.
Contuvo la respiración cuando ella introdujo la mano entre sus cuerpos para acariciarlo.
—Ojalá pudiera hacerte el amor —susurró Julian.
Ella alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Lo haces cada vez que me tocas.
Sin saber cómo, encontró la fuerza necesaria para envolverla en un tembloroso abrazo y atraerla contra su pecho. Reclamó sus labios.
Escuchó que Grace quitaba el tapón con un pie mientras profundizaba el beso aún más, todo ello sin dejar de atormentar su miembro hinchado con las leves y suaves caricias de su mano.
Comenzó a darle vueltas la cabeza al sentir que Grace lo estaba tocando allí. Ansiaba sus caricias. Las anhelaba de un modo que no era capaz de definir.
Una vez que la bañera se hubo vaciado de agua, Grace abandonó sus labios para recorrer su cuerpo con un abrasador reguero de besos. Julian echó la cabeza hacia atrás para apoyarla en el borde mientras ella le lamía el vientre y dibujaba un húmedo círculo sobre la cadera.
Acto seguido y para completa estupefacción de Julian, Grace se llevó su miembro a la boca. Dejó escapar un gruñido y le sujetó la cabeza con ambas manos, deleitándose en las sensaciones que provocaban la lengua y los labios de Grace en torno a su verga. Ninguna mujer le había hecho eso antes. Todas se habían llevado algo de él sin ofrecer nada a cambio.
Hasta que Grace llegó.
Su boca hizo añicos lo poco que le quedaba de voluntad y de resistencia. La ternura que le estaba demostrando hacía que se estremeciera de la cabeza a los pies.
—Lo siento —se disculpó ella cuando se apartó él—. Otra vez estás temblando de frío.
—No es por el frío —le contestó con voz ronca—. Es por ti.
La sonrisa que se dibujó en el rostro de Grace antes de que se inclinara de nuevo para proseguir con su implacable asalto le atravesó el corazón.
Para cuando hubo terminado con él, se sentía igual que si lo hubieran torturado de nuevo. No podría estar más satisfecho aunque hubiese llegado al clímax.
Grace lo ayudó a salir de la bañera. Aún le temblaban las piernas, así que tuvo que apoyarse en ella para llegar a la habitación.
Lo ayudó a acostarse con mucho cuidado y lo tapó con todas las mantas que encontró. Depositó un beso tierno sobre su frente después de arroparlo.
—¿Tienes hambre?
Julian solo fue capaz de asentir con la cabeza.
Ella se apartó de su lado el tiempo justo para calentar un tazón de sopa. No obstante, cuando regresó él estaba dormido como un tronco.
Dejó el tazón en la mesita de noche y se acostó junto a él. Se acurrucó a su lado y se quedó dormida.
Julian tardó tres días en recuperar toda su fuerza. Grace estuvo a su lado durante ese tiempo. Ayudándolo.
No acababa de comprender la fuerza y la devoción que aquella mujer demostraba. La había estado esperando toda la vida. Y con cada día que pasaba, se daba cuenta de lo mucho que la amaba. De lo mucho que la necesitaba.
—Tengo que decírselo —se dijo a sí mismo mientras se secaba con una toalla. No podía permitir que pasara un día más sin que ella supiese lo que significaba para él.
Salió del cuarto de baño y se encaminó al dormitorio de Grace, donde ella estaba hablando por teléfono con Selena.
—Por supuesto que no le he contado lo que me dijo su madre. ¡Venga ya!
Julian retrocedió un paso y se apoyó contra la pared para escuchar a Grace.
—¿Qué se supone que debo decirle: «Por cierto, Julian, tu madre me ha amenazado»?
Él sintió que acababan de darle un golpe en el pecho. Con la vista nublada, entró en la habitación.
—¿Cuándo has hablado con mi madre? —exigió saber.
Grace alzó la vista, sorprendida.
—Esto… Lanie, tengo que dejarte. Adiós. —Colgó el teléfono.
—¿Cuándo has hablado con ella? —insistió Julian.
Grace se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.
—El día que te convertiste en un psicópata.
—¿Qué te dijo?
Ella volvió a encoger los hombros, esta vez con timidez.
—No fue una verdadera amenaza, solo me dijo que no te compartiría conmigo.
La ira se adueñó de él. ¡Cómo se atrevía Afrodita! ¿Quién demonios creía que era para exigirle algo a Grace o a él mismo?
Qué imbécil había sido al pensar que el corazón de Afrodita se había ablandado.
¿Cuándo iba a aprender?
—Julian —dijo Grace al tiempo que se levantaba para acercarse al pie de la cama—, ella ha cambiado. Cuando vino a liberarte…
—No, Grace —la interrumpió—. La conozco mucho mejor que tú.
Y sabía de lo que su madre era capaz. La crueldad de Afrodita dejaba la de su padre a la altura del betún.
Con el corazón abatido, comprendió que jamás podría confesarle a Grace lo que sentía por ella.
Y lo que era aún peor, no podría quedarse a su lado. Si algo había aprendido acerca de los dioses, era que jamás lo dejarían vivir en paz.
¿Cuánto tiempo tardarían en hacer daño a Grace? ¿Cuánto tiempo le llevaría a Príapo usarla contra él? ¿O cuándo se vengaría su madre de ambos?
Tarde o temprano le pasarían factura por ser feliz. No le cabía la menor duda. Y la simple idea de que Grace pudiese sufrir…
No. No correría un riesgo semejante.
Los días pasaron volando mientras ellos permanecían tanto tiempo juntos como les resultaba posible.
Julian le enseñó a Grace cultura clásica griega y algunas formas muy interesantes de disfrutar de la nata montada y de la crema de chocolate. Grace le enseñó a jugar al strip Monopoly y a leer en inglés.
Después de unas cuantas clases más de conducción y de un nuevo embrague, Grace se dio cuenta de que Julian no tenía futuro detrás de un volante.
Los días pasaban muy despacio para ella y sin embargo, el último día del plazo de Julian llegó tan rápido que la dejó aterrorizada.
La noche previa a ese fatídico día hizo el más sorprendente de los descubrimientos: no podía vivir sin aquel hombre.
Cada vez que pensaba en retomar su antigua vida sin él, sentía un dolor tan profundo que estaba segura de que acabaría con ella.
Pero al fin y al cabo, sabía que la decisión era de Julian, y solo de él.
—Por favor, Julian —le susurró mientras él dormía a su lado—. No me abandones.