—Sí, Selena —le contestó Grace por teléfono mientras se vestía para ir a trabajar—. Ya ha pasado una semana. Estoy bien.
—Pues no lo parece —replicó Selena con escepticismo—. Todavía pareces un poco abatida.
A decir verdad, así era. Pero estaba ilesa gracias a Julian. Además, no había tenido que ver al pobre Rodney Carmichael después.
Una vez que la policía les hubo tomado declaración, Julian la había llevado a casa y Grace había hecho todo lo posible para no obsesionarse con lo sucedido.
—De verdad. Estoy bien.
Julian entró en la habitación.
—Vas a llegar tarde. —Le quitó el auricular de la mano y le ofreció una galleta—. Acaba de vestirte —le dijo antes de comenzar a hablar con Selena.
Grace frunció el ceño cuando Julian salió de la estancia, de manera que ya no podía escuchar la conversación.
Mientras se vestía, cayó en la cuenta de lo cómoda que se sentía junto a Julian. Le encantaba tenerlo a su alrededor, cuidarlo y que él la cuidara. La reciprocidad de su relación era maravillosa.
—Grace —le dijo, asomando la cabeza por la puerta—. Vas a llegar tarde.
Ella se rió y se puso los zapatos de tacón.
—Ya voy, ya voy.
Cuando atravesaron la puerta principal, Grace vio que él no se había puesto los zapatos.
—¿No vas a venir hoy conmigo?
—¿Me necesitas?
Ella dudó. En el fondo le encantaba almorzar con Julian y bromear con él entre paciente y paciente. No obstante, estaba segura de que sentarse allí una hora tras otra para esperarla era de lo más aburrido.
—No.
Él le dio un beso hambriento.
—Entonces te veo esta noche.
De mala gana, Grace salió a toda prisa por la puerta en busca de su coche.
Fue uno de los días más largos de la historia. Grace lo pasó sentada tras el escritorio, contando los segundos que faltaban para acompañar a sus pacientes hasta la puerta.
A las cinco en punto echó a la pobre Rachel de la oficina, recogió con rapidez todas sus cosas y se marchó a casa.
No tardó mucho en llegar. Frunció el ceño cuando vio que Selena la esperaba en el porche delantero.
—¿Ha pasado algo? —le preguntó Grace cuando llegó hasta ella.
—Nada de importancia. Pero te daré un consejo: rompe la maldición. Julian es un tesoro.
Grace arrugó el entrecejo aún más mientras Selena se alejaba hacia su jeep. Confundida, abrió la puerta para entrar en casa.
—¿Julian? —lo llamó.
—Estoy en la habitación.
Grace subió las escaleras. Lo encontró tumbado sobre la cama en una postura de lo más apetecible, con la cabeza apoyada en una mano y una rosa roja colocada sobre el colchón frente a él. Estaba increíblemente guapo y seductor, sobre todo gracias a esos hoyuelos que aparecían de vez en cuando en sus mejillas y a ese brillo en los ojos azules, que solo podía calificarse como perverso.
—Pareces el gato que se ha comido el canario —le dijo en voz baja—. ¿Qué habéis estado haciendo Selena y tú hoy?
—Nada.
—Nada —repitió ella con escepticismo.
¿Y por qué no se lo creía? Porque Julian tenía esa expresión demasiado traviesa.
Grace bajó la mirada para observar la rosa.
—¿Es para mí?
—Sí.
Ella sonrió ante sus escuetas respuestas. Dejó caer sus zapatos al lado de la cama y se quitó las medias.
Al alzar la vista, descubrió que Julian había estirado el cuello para no perderse detalle. El hombre volvió a sonreír.
Grace cogió la rosa e inspiró su dulce aroma.
—Es una sorpresa encantadora —dijo antes de besarlo en la mejilla—. Gracias.
—Me alegra que te guste —susurró Julian, acariciándole la barbilla con la mano.
Grace se alejó con renuencia y cruzó la habitación para depositar la rosa sobre la cómoda y abrir el cajón superior.
Se quedó paralizada. Sobre la ropa había un pequeño ejemplar de Peter Pan adornado con un gran lazo rojo.
Boquiabierta, lo cogió y desató el lazo. Al pasar la primera página, su corazón dejó de latir un instante.
—¡Dios mío! ¡Es una primera edición firmada!
—¿Te gusta?
—¿Que si me gusta? —le contestó con los ojos llorosos—. ¡Dios Santo, Julian!
Se arrojó sobre él y depositó una lluvia de besos por todo su rostro.
—¡Eres tan maravilloso! ¡Gracias!
Y por primera vez, Grace lo vio avergonzado.
—Esto es solo… —Su voz se desvaneció al mirar hacia el vestidor. La puerta estaba entreabierta y la luz del interior encendida.
Seguro que no podía haber…
Muy despacio, Grace se acercó hasta el lugar. Abrió la puerta y miró dentro.
Los ojos se le llenaron de lágrimas de alegría y la invadió una oleada de calidez. Las estanterías estaban de nuevo llenas de libros. Le temblaba la mano cuando comenzó a pasarla por los lomos de su nueva colección.
—¿Esto es un sueño? —susurró.
Sintió a Julian tras ella. No la estaba tocando, pero podía percibirlo con cada poro de su cuerpo, con cada sentido. No era nada físico, pero resultaba estremecedor. Y la dejaba sin aliento.
—No pudimos encontrarlos todos, en particular las ediciones de bolsillo, pero Selena me ha asegurado que hemos conseguido los más importantes.
Una solitaria lágrima descendió por la mejilla de Grace al ver las copias de los libros de su padre. ¿Cómo habían podido conseguirlos?
El corazón le latía con fuerza mientras veía sus títulos favoritos: Los tres Mosqueteros, Beowulf, La Letra Escarlata, El Lobo y la Paloma, Master of desire, Fallen, Amores en Peligro… y seguían y seguían hasta aturdirla.
Mareada y sobrecogida, dejó que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas.
Se dio la vuelta y se lanzó a los brazos de Julian.
—Gracias —sollozó—. ¿Cómo…? ¿Cómo lo has hecho?
Él se encogió de hombros y alzó una mano para enjugarle las lágrimas. En ese momento Grace se dio cuenta de que a su mano le faltaba algo.
—Tu anillo no —murmuró mientras contemplaba la marca blanquecina que había en el dedo de su mano derecha, donde había llevado el anillo—. Dime que no lo has hecho.
—Solo era un anillo, Grace.
No, no lo era. Recordaba muy bien la expresión de su rostro cuando el doctor Lewis quiso comprárselo.
«Jamás», había dicho él. «No sabe por lo que pasé para conseguirlo.»
Sin embargo, después de haber escuchado las historias sobre su pasado, Grace se había hecho una idea. Y lo había vendido por ella.
Temblando, se puso de puntillas y lo besó con fiereza.
Julian se quedó helado al sentir sus labios. Jamás se había entregado a él de ese modo. Tras cerrar los ojos, hundió las manos en el pelo de Grace y dejó que el cabello se extendiera sobre su antebrazo mientras dejaba escapar un gemido de placer.
El sabor de la mujer hizo que le diera vueltas la cabeza. Lo besaba como jamás lo habían besado antes…
Lo dejó estremecido hasta lo más profundo de su alma maldita.
En ese momento deseó con todas sus fuerzas poder permanecer sereno más tiempo. No quería vivir un segundo más separado de Grace. No podía imaginarse un solo día sin ella a su lado.
Julian notó que perdía el control poco a poco. El dolor de la locura se abría camino a través de su cabeza y de su entrepierna al mismo tiempo.
¡Todavía no!, gritó su mente. No quería que ese momento terminara. En ese momento no. No cuando ella estaba tan cerca.
Tan cerca…
Pero no tenía elección.
Se apartó de ella de mala gana.
—Ya veo que te ha gustado el regalo, ¿no?
Ella se echó a reír.
—¿Cómo no me iba a gustar, loco adorable? —Le pasó los brazos alrededor de la cintura y apoyó la cabeza sobre su pecho.
Julian se estremeció al sentir que lo recorrían unas emociones desconocidas. La estrechó entre sus brazos y sintió que el corazón de Grace latía con la misma rapidez que el suyo.
De haber podido, se habría quedado así, abrazándola durante toda la eternidad. Pero no podía. Retrocedió un paso para alejarse de Grace.
Ella levantó la vista y frunció el ceño.
Julian borró con una caricia las arrugas de preocupación que se habían formado en su frente.
—No te estoy rechazando, cariño —le susurró—. Lo que ocurre es que no me siento muy bien en este momento.
—¿Es la maldición?
El hombre hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—¿Puedo ayudarte en algo?
—Dame un minuto para controlarlo.
Grace se mordió el labio mientras lo observaba acercarse con rigidez a la cama. Era la primera vez que lo veía moverse sin su habitual elegancia y fluidez. Daba la impresión de que apenas pudiera respirar, como si tuviese un terrible dolor de estómago. Se agarró con tanta fuerza al poste de la cama que los nudillos se le pusieron blancos.
Grace sintió una oleada de pesar al verlo así y deseó poder reconfortarlo. Quería ayudarlo más que nunca.
De hecho, quería… Lo quería a él. Y punto.
Se quedó con la boca abierta cuando el verdadero significado de sus pensamientos se abrió camino en su mente. Lo amaba.
Lo amaba profunda, verdadera y locamente.
¿Cómo no iba a amarlo?
Con el corazón desbocado, Grace recorrió los libros del vestidor con la mirada. Los recuerdos la asaltaron: Julian la noche que apareció y se le ofreció; Julian haciéndole el amor en la ducha; Julian tranquilizándola, haciéndola reír; Julian bajando por la trampilla del ascensor para rescatarla; Julian tumbado en la cama con la rosa, observándola mientras ella descubría sus regalos.
Selena tenía razón. Era el mayor de los tesoros y no quería dejarlo marchar nunca.
Estuvo a punto de decírselo, pero se contuvo. No era el momento. No cuando estaba soportando una tremenda agonía. No cuando era tan vulnerable.
Él querría saberlo, le dijo una vocecilla en su interior.
¿De verdad?
Grace consideró las consecuencias de su confesión. A Julian no le gustaba esa época, eso lo sabía muy bien. Quería irse a casa. Si ella le confesaba cuáles eran sus sentimientos, el hombre se quedaría por esa única razón. Y si no tenía motivos propios para quedarse, quizá algún día albergara resentimiento hacia ella por mantenerlo alejado de lo que una vez conoció. De lo que una vez fuera.
O, lo que era peor, ¿y si su relación no funcionaba?
Como psicóloga, sabía mejor que nadie los problemas que podían surgir entre una pareja y acabar destruyéndola.
Una de las causas más frecuentes de ruptura era la falta de intereses comunes entre dos personas que no compartían más que una atracción física.
Julian y ella eran completamente diferentes. Ella era una psicóloga del siglo XXI y él un maravilloso general macedonio del siglo II antes de Cristo. ¡Era como hablar de emparejar un pez y un pájaro!
Jamás habían existido dos personas más diferentes en el mundo que hubieran sido obligadas a permanecer juntas.
En ese momento disfrutaban de la novedad de la relación. Pero en realidad no se conocían tan bien. ¿Y si dentro de un año descubrían que no estaban enamorados?
Y puestos a pensar, ¿qué sucedería si él cambiaba una vez acabaran con la maldición?
Julian le había dicho que en Macedonia era un hombre muy distinto. ¿Qué ocurriría si parte de su encanto o de la atracción que sentía por ella se debían a la maldición? Según Cupido, la maldición hacía que Julian se sintiese atraído hacia ella.
¿Y si rompían la maldición y él se convertía en una persona diferente? ¿En alguien que ya no la deseara?
¿Qué pasaría entonces?
Grace tenía la certeza de que una vez que Julian renunciara a la posibilidad de regresar a su hogar, jamás tendría otra oportunidad.
Se esforzó por respirar cuando cayó en la cuenta de que jamás podría decirle: «Intentémoslo y veamos si funciona». Porque una vez que tomaran la decisión no habría vuelta atrás.
Grace tragó saliva y deseó ser capaz de ver el futuro, como Selena. Pero incluso su amiga se equivocaba a veces. No podía permitirse una equivocación. Julian no se lo merecía.
No, tendría que haber otra razón de peso para que él se quedara. Él tendría que amarla tanto como ella lo amaba.
Y eso era tan probable como que el cielo se derrumbase sobre la tierra en los siguientes diez minutos.
Cerró los ojos y se encogió ante la cruda verdad. Julian jamás podría ser suyo. De una forma o de otra, tendría que dejarlo marchar.
Y eso acabaría con ella.
Julian dejó escapar un suspiro entrecortado y soltó el poste de la cama. Miró a Grace con una leve sonrisa.
—Eso ha dolido —le dijo.
—Ya me he dado cuenta. —Estiró un brazo para acariciarlo, pero Julian se apartó como un hombre que estuviera a punto de entrar en contacto con una serpiente.
Ella dejó caer la mano.
—Voy a preparar la cena.
Julian la observó mientras salía de la habitación. Deseaba tanto ir tras ella que apenas podía contenerse. Pero no se atrevía.
Necesitaba un poco más de tiempo para serenarse. Más tiempo para aplacar el fuego maldito que amenazaba con devorarlo.
Meneó la cabeza. ¿Cómo podían las caricias de Grace insuflarle tanta fuerza y al mismo tiempo dejarlo tan débil?
Grace acababa de preparar una sopa de sobre y unos sándwiches cuando Julian entró en la cocina.
—¿Te sientes mejor?
—Sí —le contestó mientras se sentaba a la mesa.
Grace removió su sopa con la cuchara y lo observó comer. La mortecina luz del sol se reflejaba en su cabello y le arrancaba destellos. Se sentaba con una postura muy erguida en la silla y el más leve de sus movimientos despertaba una oleada de deseo en ella. Podría pasarse el día contemplándolo y no cansarse jamás.
No. Lo que en realidad deseaba era levantarse de la silla, acercarse a él, sentarse en su regazo y pasarle las manos por esas maravillosas ondas doradas mientras lo besaba con pasión.
¡Déjalo ya!, gritó para sus adentros. Si no se controlaba, acabaría cediendo a la tentación.
—¿Sabes? —le dijo con vacilación—. He estado pensando… ¿Y si te quedaras aquí? ¿Tan malo sería vivir en mi época?
La mirada de Julian la dejó sobrecogida.
—Ya hemos hablado de esto. Este no es mi mundo; no lo comprendo, no entiendo vuestras costumbres. Me siento extraño, y odio esa sensación.
Grace se aclaró la garganta. De acuerdo, no volvería a mencionar el tema.
Con un suspiro, cogió el sándwich y comenzó a comérselo, aunque lo único que le apetecía era discutir.
Una vez acabada la cena, Julian la ayudó a limpiar la cocina.
—¿Quieres que te lea algo? —le preguntó.
—Claro —respondió él.
Sin embargo, Grace sabía que algo no iba bien. Se mostraba cauteloso con ella, casi frío.
No lo había visto así desde la primera vez que apareció en su casa.
Grace subió a la planta superior, cogió su nuevo ejemplar de Peter Pan y regresó abajo. Julian ya estaba en el suelo, apilando los cojines.
Ella se acomodó en el suelo de forma perpendicular a él y recostó la cabeza sobre su estómago. Pasó la primera página y empezó a leer.
Julian escuchó la voz suave y melodiosa de Grace sin dejar de mirarla ni un solo instante. Sus ojos bailaban sobre las páginas mientras leía.
Se había prometido no tocarla pero, en contra de su voluntad, extendió un brazo y comenzó a acariciarle el pelo. El roce del cabello contra su piel lo hizo arder y consiguió que su entrepierna se endureciera aún más en su necesidad por poseerla.
Mientras las oscuras y sedosas hebras acariciaban sus dedos, dejó que la voz de Grace lo llevara lejos de allí. A un lugar tan cómodo que casi parecía ese hogar esquivo que había buscado durante toda la eternidad.
Un lugar en donde solo existían ellos dos. Sin dioses, sin maldiciones.
Solo los dos.
Y era maravilloso.
Grace arqueó una ceja cuando notó que la mano de Julian se apartaba de su cabello y se dirigía hacia el botón superior de la camisa. Contuvo el aliento y aguardó con expectación, pero aun así no estaba muy segura de sus intenciones.
—¿Qué estás…?
—Sigue leyendo —le dijo mientras sacaba el botón del ojal.
Con el cuerpo cada vez más acalorado, Grace leyó el párrafo que venía a continuación. Julian le desabrochó el siguiente botón.
—Julian…
—Lee.
Ella leyó otro párrafo mientras su mano descendía hasta el siguiente botón. Estaba volviéndola loca; su corazón latía a un ritmo frenético y respiraba de forma entrecortada.
Alzó la mirada y se encontró con los ojos hambrientos de Julian.
—¿Qué es esto? ¿Una sesión de lectura con striptease incluido? ¿Yo leo un párrafo y tú desabrochas un botón?
Como respuesta, Julian deslizó una cálida mano por encima del sujetador para cubrir con ternura uno de sus pechos. Grace gimió de placer cuando él comenzó a acariciarla por encima del satén. La calidez de su mano le provocaba escalofríos en los brazos.
—Lee —le ordenó de nuevo.
—Sí, claro, como si pudiese hacerlo mientras tú…
En ese momento, Julian le desabrochó el cierre delantero del sujetador y cubrió su pecho desnudo con una mano.
—¡Julian!
—Lee para mí, Grace. Por favor.
¡Como si eso fuera posible!
Sin embargo, la súplica que teñía su voz le llegó al corazón. Se obligó a concentrarse en el libro mientras Julian deslizaba la mano sobre su piel desnuda.
Sus caricias eran tan relajantes, tan dulces. Sublimes. No se trataba de las ardientes caricias que utilizaba para seducirla o estimularla, era algo muy diferente. Algo que iba más allá de los límites de la piel y que le llegaba directamente al corazón.
Después de un tiempo, se acostumbró a los círculos que Julian trazaba alrededor de sus pechos, de sus pezones y de su ombligo. Se perdió en el instante, en la intimidad que estaban compartiendo.
Para el momento en que acabó el libro eran casi las diez. Julian pasó los nudillos sobre un endurecido pezón al tiempo que ella dejaba el libro a un lado.
—Tienes unos pechos preciosos.
—Me alegra que te gusten. —Escuchó que el estómago de Julian rugía bajo su oreja—. Me da la sensación de que tienes hambre.
—El hambre que tengo no puede ser saciada con comida.
El rostro de Grace adquirió un tono escarlata.
El hombre deslizó la mano desde el ombligo hasta la garganta para después subir hasta la parte inferior de la mandíbula y más tarde hasta el cabello. Trazó el contorno de sus labios con el pulgar.
—Qué extraño —dijo—. Son tus besos los que me colocan al borde del abismo.
—¿Cómo dices?
Bajó la mano de nuevo hasta su abdomen.
—Adoro la sensación de tu piel contra la mía. La suavidad de tu cuerpo bajo mi mano —le confesó en voz baja—. Pero solo comienzo a perder la cordura cuando tus labios rozan los míos. ¿A qué crees que se deberá?
—No lo sé.
En ese momento sonó el teléfono.
Julian lanzó una maldición.
—De verdad que odio esos chismes.
—Yo estoy empezando a odiarlos también.
Julian retiró la mano para que Grace pudiera levantarse.
Ella la cogió y la volvió a poner sobre su pecho.
—Déjalo que suene.
Julian sonrió antes de inclinar la cabeza hacia la suya. Sus labios estaban tan cerca que ella podía sentir su aliento en el rostro. De pronto, el hombre se apartó con brusquedad.
Grace vio la agonía, el deseo que reflejaban sus ojos un instante antes de que los cerrara y apretara los dientes como si luchara para contenerse.
—Ve a contestar el teléfono —susurró antes de liberarla.
Pese al temblor de sus piernas, Grace atravesó la habitación y cogió el inalámbrico mientras se tapaba los pechos con la camisa.
—Hola, Selena.
Con el corazón en un puño, Julian la escuchó hablar mientras luchaba contra el fuego que lo arrasaba.
Lo último que quería era abandonar aquel refugio. Jamás había disfrutado tanto en su vida como desde que conoció a Grace. Y ahora estaba ansioso por pasar con ella cada segundo.
—Espera, voy a preguntárselo. —Grace volvió a su lado—. Selena y Bill quieren saber si nos apetecería salir con ellos el sábado.
—Lo que tú quieras —le contestó Julian con la esperanza de que declinara la invitación.
Ella sonrió y se colocó de nuevo el teléfono en la oreja.
—Por mí genial, Selena. Será muy divertido… Vale. Nos vemos entonces. —Dejó el teléfono en su sitio—. Voy a darme una ducha rápida antes de ir a la cama. ¿Vale?
Julian asintió. La observó subir las escaleras. Deseaba más que nunca volver a ser mortal.
Daría cualquier cosa por poder seguirla en ese momento, tumbarse junto a ella en la cama y enterrarse hasta el fondo en su cuerpo.
Cerró los ojos y casi podría haber jurado que sentía la cálida humedad de Grace rodeándolo.
Se llevó las manos al pelo. ¿Cuántos días más podría soportar esa tortura?
De cualquier modo, estaba dispuesto a luchar contra ella. No pensaba rendirse a la locura ni un segundo antes del plazo que las Moiras habían decretado.
Grace sintió la presencia de Julian. Al volverse, descubrió que se encontraba de pie junto a la bañera, completamente desnudo.
Dejó que su mirada se diera un festín con cada centímetro de aquel cuerpo dorado; pero fue su cálida y encantadora sonrisa lo que le robó el corazón y la dejó sin aliento.
Sin decir una sola palabra, Julian se metió en la ducha.
—¿Sabes? —comentó con una naturalidad que la dejó pasmada—. Esta mañana encontré algo interesante.
Grace observó cómo el agua le caía encima y le mojaba el pelo hasta convertirlo en una masa de rizos húmedos que se desplomaban sobre su rostro.
—¿De veras? —contestó ella, que tuvo que reprimir el impulso de atrapar uno de aquellos mechones con los dedos. O mejor aún, con los dientes.
—Mmm —murmuró Julian; deslizó la mano hacia arriba por el cordón de la ducha hasta que consiguió sacar el cabezal del soporte de la pared. Lo giró hasta dejarlo en la posición de masaje suave—. Date la vuelta.
Grace dudó antes de obedecer.
Julian recorrió con la mirada su espalda esbelta y húmeda. Jamás había visto una mujer más tentadora en toda su vida.
Grace era todo lo que había soñado pero que jamás se había atrevido a esperar. Era un sueño que no se atrevía a tener.
Bajó la vista para contemplar sus voluptuosas curvas. Tenía las piernas un poco separadas y en la mente de Julian se abrió paso una imagen en la que se las separaba aún más antes de hundirse en ella hasta el fondo.
Luchando por respirar con normalidad, acercó el cabezal de la ducha hasta los hombros de Grace.
—Eso es estupendo —murmuró ella.
Julian no podía hablar. Apretó la mandíbula con fuerza para controlar las voraces exigencias de su cuerpo. Necesitaba tocarla con tanta desesperación que, a su lado, el hambre y la sed que había pasado cuando estaba atrapado en el libro parecían una minucia.
Cuando Grace giró hacia él, su rostro resplandecía. Extendió el brazo para coger la manopla que se encontraba en la repisa, detrás de él, y comenzó a enjabonarla. Julian no se movió mientras lo lavaba. Las manos de la mujer se deslizaron sobre su pecho y su abdomen, avivando la hoguera del deseo que sentía por ella.
Contuvo la respiración, anticipando el momento en que su mano bajara más y más.
Grace se mordió el labio al tocar los duros músculos de su abdomen. Levantó la mirada y descubrió que Julian la observaba. Tenía los ojos medio cerrados y parecía estar saboreando cada una de sus caricias.
Con el deseo de complacerlo, le pasó la manopla sobre los rizos oscuros de la entrepierna. El hombre inspiró con fuerza cuando extendió la palma entre sus piernas para cubrirlo suavemente con la mano. Grace no pudo evitar sonreír de nuevo cuando sintió el estremecimiento que lo sacudía.
La fascinaba la expresión de placer que se leía en su rostro. Con el corazón desbocado, deslizó la mano hacia arriba para poder acariciar su henchido miembro.
Escuchó que la ducha golpeaba uno de los laterales de la bañera un segundo antes de que él la abrazara y enterrara los labios en su cuello.
Al sentir sus cuerpos húmedos y entrelazados, Grace se echó a temblar. El amor que sentía por él la inundó por completo y rogaba que sucediera un milagro que les permitiera pasar la vida juntos.
En ese instante deseó poder sentirlo en su interior. Sentir cómo él tomaba posesión de su cuerpo de la misma forma que se había apoderado de su corazón.
Julian colocó un muslo entre sus piernas mientras la torturaba con los labios. El vello de las piernas del hombre la estimuló de tal forma que Grace comenzó a derretirse.
Enfebrecida, se restregó contra aquel muslo húmedo y fuerte para deleitarse con la sensación que le provocaban los duros músculos al contraerse entre sus piernas mientras él seguía lamiéndole la garganta. Dios, cuánto amaba a ese hombre… y cuánto deseaba oírle decir que él sentía lo mismo por ella.
Julian le recorrió la espalda con las manos y luego las movió hacia el frente. Su mirada la abrasó mientras la ayudaba a sentarse en la bañera.
—¿Qué estás h…? —Grace terminó la pregunta con un jadeo al sentir la lengua de Julian en la oreja.
Notó que flexionaba el brazo para alcanzar el cabezal de la ducha antes de volver a atormentar su cuerpo con aquel excitante calor. Lo movió muy despacio, trazando sensuales círculos sobre sus pechos y su vientre. Enardecida por la estimulación del agua y del cuerpo de Julian, Grace tuvo que esforzarse por respirar.
Julian temblaba de arriba abajo por la necesidad. Quería complacer a Grace como jamás había querido hacerlo con nadie. Deseaba verla retorcerse debajo de su cuerpo. Escucharla gritar cuando llegara al clímax.
Le separó los muslos con el codo y dejó que el agua de la ducha cayera directamente entre sus piernas.
Grace emitió un gemido entrecortado cuando la asaltó una indescriptible oleada de placer.
—Julian… —jadeó al sentir los dedos de Julian en su interior, llenándola, estimulándola al tiempo que el agua intensificaba sus caricias.
Nunca había experimentado algo parecido. Julian giró la muñeca para que el agua cayera sobre ella en círculos hasta que Grace no pudo soportarlo más.
Un segundo después, dejó escapar un grito de alivio cuando llegó al orgasmo.
Él esbozó una sonrisa y se mantuvo inmóvil en un intento por reprimir el impulso de poseerla. Pese a todo, aún no había acabado con ella. Jamás acabaría con ella.
La llevó al orgasmo cinco veces más con las manos, la lengua y el cabezal de la ducha.
—Por favor —le rogó ella tras el último—. Ten compasión. No puedo más.
Tras decidir que aquello ya había sido una tortura suficiente para ambos, Julian se volvió y cortó el agua.
Grace no podía moverse. Cualquier sensación, por mínima que fuera, la hacía estremecerse. Observó cómo Julian se ponía de pie entre sus piernas y la miraba con una leve sonrisa.
—Me has matado —murmuró—. Ahora tendrás que ocultar el cadáver.
Él se echó a reír ante semejante ocurrencia. Salió de la bañera y se inclinó para cogerla en brazos.
Grace se deleitó con la sensación de aquella piel desnuda contra su cuerpo mientras la llevaba hasta la cama, donde comenzó a secarla con una toalla.
Muy despacio y con sumo cuidado, Julian utilizó la felpa para algo muy diferente del uso para el que había sido diseñada. La pasó con sensualidad por sus hombros, sus brazos y sus pechos antes de descender hacia su abdomen con lentos y sinuosos giros.
—Abre tus piernas para mí, Grace.
Carente de fuerza de voluntad, ella obedeció.
Grace dejó escapar un gemido al sentir el tejido sobre la carne tierna y palpitante de su entrepierna. De pronto, la toalla fue reemplazada por los dedos de Julian.
—Julian, por favor. No creo que pueda soportarlo de nuevo.
Él no le prestó atención. Y tampoco su propio cuerpo. Sin poder evitarlo, se corrió de nuevo.
Julian se inclinó sobre ella y le susurró al oído:
—Podríamos seguir así toda la noche.
Grace alzó la vista para mirarlo a los ojos y, en ese instante, fue consciente del alcance de la maldición: su miembro estaba aún completamente erecto y tenía la frente cubierta de sudor.
¿Cómo podía soportar verla llegar al clímax una y otra vez sabiendo que él mismo no podría hacerlo?
Pensando tan solo en el amor que sentía por él, Grace se sentó y lo besó.
Julian se echó atrás con un movimiento violento. Cayó al suelo y comenzó a retorcerse como si lo estuvieran golpeando.
Aterrada por lo que había hecho, Grace bajó de la cama.
—Lo siento —dijo al llegar junto a él—. Lo olvidé.
El hombre se volvió en ese instante para mirarla. Sus ojos habían adquirido ese extraño y horrible color oscuro.
Julian no dejaba de temblar mientras luchaba por dominar la locura. Fue el miedo que reflejaba el semblante de Grace lo que a la postre logró calmarlo.
Se alejó de ella como si fuera venenosa.
Grace no le quitó la vista de encima mientras él se apoyaba en el larguero de la cama para ponerse en pie.
—Cada vez es peor —dijo con voz ahogada.
Grace no pudo pronunciar palabra alguna. No podía soportar verlo sufrir de aquella manera. Y se odiaba a sí misma por haberlo llevado hasta el borde del abismo.
Sin mirarla siquiera, Julian recogió su ropa y salió de la habitación.
Pasaron varios segundos antes de que Grace pudiese moverse. Cuando al final consiguió ponerse de pie, abrió la cómoda para sacar algo de ropa y sus ojos se quedaron clavados en la caja que contenía los grilletes.
¿De cuántos días dispondrían antes de que lo perdiera para siempre?