Llegaron a casa al mismo tiempo que la policía.
El joven y musculoso agente miró a Julian con suspicacia.
—¿Quién es?
—Un amigo —respondió Grace.
El policía estiró la mano hacia ella.
—De acuerdo, deme las llaves y permita que eche un vistazo. El agente Reynolds se quedará con ustedes aquí fuera hasta que yo termine.
Grace le entregó el juego de llaves. Comenzó a mordisquearse las uñas mientras observaba cómo el policía entraba en su hogar.
Por favor, que Rodney esté dentro todavía, pensó.
No estaba. El policía salió poco después haciendo un gesto negativo con la cabeza.
—¡Joder! —exclamó Grace en voz baja.
El agente Reynolds la acompañó hasta la casa y Julian los siguió.
—Necesitamos que entre y eche un vistazo para ver si falta algo.
—¿Ha hecho algún estropicio? —preguntó ella.
—Solo en los dormitorios.
Con el corazón en un puño, Grace entró en la casa y subió la escalera para ir a su habitación.
Julian la siguió y observó su actitud tensa y distante. Tenía el rostro tan pálido que las pecas resultaban mucho más evidentes. Podría matar al tipo que le había hecho aquello. Ninguna mujer debería pasar tanto miedo, sobre todo en su propio hogar.
Cuando llegaron al piso superior, Julian vio que la puerta de la habitación situada al final del pasillo estaba entreabierta. Grace corrió hacia allí.
—¡No! —jadeó.
Julián se apresuró a seguirla.
El dolor que se reflejaba en el semblante de Grace hizo que él comenzara a verlo todo rojo. Podía sentir su sufrimiento en el corazón como si fuese propio.
Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Grace mientras observaba el desastre. La cama estaba destrozada y los cajones esparcidos como si Céfiro hubiera pasado por allí en mitad de un arranque de mal humor.
Julian le colocó las manos sobre los hombros para reconfortarla.
—¿Cómo ha podido hacerle esto a su habitación? —preguntó Grace.
—¿De quién es esta habitación? —preguntó el agente Reynolds—. Creí que vivía sola.
—Así es. Esta era la habitación de mis padres. Murieron hace tiempo. —Miró a uno y otro lado con incredulidad. Una cosa era que fuese tras ella, pero ¿por qué habría hecho aquello?
Contempló la ropa esparcida por el suelo. Ropa que le traía a la memoria tantos recuerdos maravillosos… Las camisas que su padre llevaba al trabajo; el jersey favorito de su madre y que ella siempre le pedía prestado; los pendientes que su padre le había regalado a su madre en su último aniversario de boda… Todo estaba desparramado por la habitación como si no tuviera valor alguno.
Sin embargo, para ella eran objetos muy valiosos. Era lo único que le quedaba de ellos. El dolor le desgarraba el corazón.
—¿Cómo ha podido hacerlo? —preguntó mientras la rabia se abría paso en su interior.
Julian la atrajo hacia a él y la abrazó con fuerza.
—No pasa nada, Grace —murmuró sobre su pelo.
Pero sí que pasaba. Grace dudaba que alguna vez pudiera superar aquello. No podía dejar de pensar en las manos de ese animal tocando la ropa de su madre y desgarrando las sábanas de su cama. ¡Cómo se había atrevido!
Julian miró al agente de policía.
—No se preocupe —dijo el hombre—, encontraremos al tipo.
—¿Y después qué? —preguntó Julian.
—Eso tendrá que decidirlo un tribunal.
Julian lo miró de arriba abajo y soltó un gruñido de fastidio. Tribunales. Esos tribunales modernos que permitían que un animal así anduviera suelto no servían para nada.
—Sé que es duro —comentó el agente—. Pero necesitamos que compruebe si se ha llevado algo, doctora Alexander.
Ella asintió.
A Julian lo dejó estupefacto el coraje que demostró Grace al desprenderse de su abrazo y limpiarse las lágrimas. Comenzó a inspeccionar todo aquel desastre. Él se arrodilló a su lado; quería estar cerca por si lo necesitaba de nuevo.
Después de comprobarlo todo a conciencia, Grace cruzó los brazos sobre el pecho y miró al agente.
—No falta nada —le dijo antes de dirigirse a su habitación.
Entró en ella con vacilación. Un rápido vistazo le indicó que su dormitorio había sufrido los mismos daños que el de sus padres. El tipo había registrado a fondo tanto la ropa de Julian como la suya. Toda la lencería estaba tirada por el suelo, había quitado las sábanas de la cama y el colchón estaba ladeado.
Ojalá Rodney hubiera encontrado la espada de Julian bajo la cama y hubiese cometido el error de tocarla. Eso sí que habría sido un acto de justicia.
Por desgracia, no la había visto. De hecho, el escudo de Julian seguía donde lo había dejado, apoyado contra la pared adyacente a la cama.
Grace se sentía casi violada al contemplar toda su ropa esparcida por la habitación; como si las manos de Rodney hubiesen tocado su cuerpo.
Vio que la puerta del vestidor estaba entreabierta. Su corazón dejó de latir cuando se acercó para abrirla del todo. En ese momento se sintió como si el tipo le hubiera arrancado el alma y se la hubiera pisoteado.
—Mis libros —susurró.
Julian cruzó la habitación para ver lo que Grace estaba mirando. Cuando llegó junto a ella, se quedó sin respiración.
Todos los libros habían sido destrozados.
—Mis libros no —balbució ella, cayendo de rodillas.
Le temblaba la mano al pasarla sobre las hojas de los libros que su padre había escrito. Eran irremplazables. Jamás podría abrirlos de nuevo y escuchar su voz hablándole desde el pasado. No podría abrir Belleza Negra y recordar la voz de su madre mientras se lo leía.
Todo había desaparecido.
De una sola tacada, Rodney Carmichael acababa de matar de nuevo a sus padres.
Grace se fijó entonces en lo que quedaba de su ejemplar de la Ilíada. Los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar la expresión de Julian cuando pasaba las páginas. Las horas que habían pasado juntos mientras ella lo leía.
Habían sido unos momentos muy especiales. Tumbarse en el suelo junto a Julian y perderse en las palabras de las historias había sido algo mágico. Como estar en un reino privado. En un paraíso tan solo de los dos.
—Los ha destrozado todos —susurró—. ¡Dios! Ha debido de pasar horas aquí.
—Señora, solo son…
Julian agarró al agente Reynolds por el brazo y lo sacó de la habitación.
—Para ella son mucho más que simples libros —le dijo entre dientes—. No se atreva a burlarse de su dolor.
—¡Caramba! —exclamó el hombre avergonzado—. Lo siento.
Julian volvió junto a Grace, que no dejaba de sollozar mientras pasaba las manos sobre las hojas sueltas.
—¿Por qué lo ha hecho?
Él la cogió en brazos, la sacó del vestidor y la dejó sobre la cama. Ella no lo soltó. Se aferraba a él con tanta fuerza que a Julian le costaba trabajo respirar, y lloraba como si el corazón se le hubiera hecho añicos.
En ese momento Julian quiso matar al hombre que le había hecho aquello.
Justo entonces sonó el teléfono.
Grace dio un grito y forcejeó para incorporarse.
—Tranquila —le dijo Julian, mientras le limpiaba las lágrimas y la sujetaba para mantenerla tumbada—. No pasa nada. Estoy aquí, contigo.
El agente Reynolds le pasó el teléfono.
—Conteste, por si es él.
Julian lanzó una mirada furiosa al hombre. ¿Cómo podía ser tan insensible? ¿Cómo podía pedirle que hablara con ese desquiciado?
—Hola, Selena —saludó Grace antes de volver a estallar en lágrimas mientras le contaba a su amiga lo que había sucedido.
La mente de Julian bullía al pensar en el hombre que había invadido la casa de Grace y la había herido de un modo tan profundo. Lo que más le preocupaba era que el tipo sabía dónde golpear. Conocía a Grace. Sabía lo que era importante para ella.
Y eso lo hacía mucho más peligroso de lo que la policía sospechaba.
Ella colgó el teléfono.
—Siento mucho haber perdido el control —dijo al tiempo que se limpiaba las lágrimas—. Ha sido un día muy largo.
—Sí, señora, lo entendemos.
Julian observó cómo se recomponía. Grace tenía una fuerza de voluntad que muy pocos hombres poseían.
Acompañó al policía por el resto de la casa.
—No debe de haber visto este libro —dijo uno de los agentes antes de tenderle el libro de Julian.
Julian lo cogió de las manos de Grace. Al contrario que el agente, él no estaba tan seguro de eso. Si el cabrón había intentado romperlo, se habría llevado una desagradable sorpresa.
El libro no podía ser destruido. Él mismo había intentado hacerlo en incontables ocasiones a lo largo de los siglos. Sin embargo, ni siquiera el fuego hacía mella en él. El libro le trajo a la memoria la verdad que encerraban las palabras de Grace.
Él se iría en unos cuantos días y ella se quedaría sola, sin nadie que la protegiera.
Y esa idea lo ponía enfermo.
Los agentes se marcharon en el mismo instante que Selena llegaba en su coche. Salió del jeep acompañada de un hombre alto y moreno que llevaba el brazo en cabestrillo y fue corriendo hasta la puerta.
—¿Estás bien? —le preguntó a Grace mientras la abrazaba con fuerza.
—Sí —respondió ella. Miró sobre su hombro y entonces saludó al hombre—. Hola, Bill.
—Hola, Grace. Hemos venido a echarte una mano.
Ella le presentó a Julian y los cuatro entraron en la casa.
Julian detuvo a Selena tan pronto como estuvieron dentro y la llevó aparte.
—¿Puedes entretenerla un rato aquí abajo?
—¿Por qué?
—Tengo que ocuparme de algo.
Selena frunció el ceño.
—Claro, no hay problema.
Julian esperó hasta que Selena y su marido sentaron a Grace en el sofá. Después, fue a la cocina, cogió un par de bolsas de basura y se encaminó al vestidor.
Tan rápido como pudo, comenzó a ordenar todo aquel desastre para que Grace no tuviera que verlo de nuevo. No obstante, con cada trozo de papel que tocaba su ira crecía.
Una y otra vez acudía a su mente la tierna expresión de Grace cuando buscaba un libro entre toda su colección. Si cerraba los ojos, podía ver su cabello desparramado sobre su pecho mientras le leía.
Y en ese preciso instante le entró la sed de sangre.
—¡Joder! —exclamó Bill desde la puerta—. ¿Esto lo ha hecho él?
—Sí.
—Tío, menudo psicópata.
Julian no dijo nada y continuó arrojando los papeles a la bolsa. Estaba concentrado en el grito de su alma, que clamaba venganza y que dejaba a la altura del betún a aquel que una vez invocó a Príapo.
Una cosa era hacerle daño a él. Pero herir a Grace…
Ya podían tener las Moiras compasión de ese tipo, porque él no pensaba tener ninguna.
—Bueno, ¿llevas mucho saliendo con Grace?
—No.
—Eso me parecía. Selena no te ha mencionado, pero pensándolo bien, tampoco se ha mostrado muy preocupada porque Grace se quedara sola desde el día de su cumpleaños. Supongo que os conocisteis entonces.
—Sí.
—Sí, no, sí. No eres muy hablador, ¿verdad?
—No.
—Vale, ya lo pillo. Hasta luego.
Julian hizo una pausa cuando encontró la cubierta de Peter Pan. La cogió y apretó los dientes. El dolor lo asaltó de nuevo. Ese libro era el preferido de Grace.
Lo apretó con fuerza un instante y después lo arrojó a la bolsa con el resto.
Grace no tenía la más mínima idea de cuánto tiempo había pasado sentada en el sofá sin moverse. Solo era consciente del dolor que sentía. El golpe de Rodney había sido muy fuerte.
Selena le llevó una taza de chocolate caliente.
Ella intentó beber, pero le temblaban tanto las manos que tuvo miedo de derramarlo y lo dejó a un lado.
—Supongo que tendré que limpiarlo todo.
—Ya se ha encargado Julian —le dijo Bill, que estaba sentado en el sillón haciendo zapping.
Grace frunció el ceño.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Estaba arriba hace un rato, recogiendo las cosas del vestidor.
Boquiabierta por la sorpresa, Grace subió a buscarlo.
Julian se encontraba en la habitación de sus padres. Desde la puerta, observó cómo acababa de colocar las últimas cosas. Dobló los pantalones de su padre de un modo poco ortodoxo, los guardó en el cajón y lo cerró.
La invadió la ternura al ver a ese hombre que una vez fuera un legendario general poniendo en orden su casa para evitar que ella sufriera. Su delicadeza le llegó al corazón.
Julian alzó la mirada y descubrió a Grace. La honda preocupación que reflejaban sus ojos azules la conmovió hasta lo más hondo.
—Gracias —dijo ella.
Él se encogió de hombros.
—No tenía otra cosa que hacer. —Pese al tono despreocupado, algo en su actitud traicionaba su pretendida indiferencia.
—Aun así, te lo agradezco mucho —le dijo ella antes de entrar para contemplar todo el trabajo que había hecho. Con el corazón en la garganta, colocó las manos sobre la cama de caoba—. Esta era la cama de mi abuela —le dijo—. Todavía escucho la voz de mi madre cuando me contaba cómo mi abuelo la hizo para ella. Era carpintero.
Con la mandíbula tensa, Julian contempló la mano de Grace.
—Es duro, ¿verdad?
—¿Qué?
—Dejar que los seres amados se vayan.
Grace sabía que Julian hablaba con el corazón. Con el corazón de un padre que añoraba a sus hijos.
A pesar de que ya no se veía acosado por las pesadillas por las noches, ella le oía susurrar sus nombres y se preguntaba si era consciente de la frecuencia con la que soñaba con ellos.
Y también se preguntaba cuántas veces al día pensaba en ellos y sufría por su muerte.
—Sí —le contestó en voz baja—, pero tú lo sabes mejor que yo, ¿no es cierto?
Julian no contestó.
Grace dejó que su mirada vagara por la habitación.
—Supongo que ya va siendo hora de seguir adelante, pero te juro que aún puedo escucharlos, sentirlos.
—Es su amor lo que percibes. Aún está dentro de ti.
—¿Sabes una cosa? Creo que tienes razón.
—¡Eh! —los interrumpió Selena desde la puerta—. Bill está encargando una pizza, ¿os apetece comer algo?
—Creo que sí —contestó Grace.
—¿Y a ti? —le preguntó Selena a Julian.
Julian le dedicó una sonrisa elocuente a Grace.
—Me encantaría comer pizza.
Grace soltó una carcajada al recordar que Julian se la había pedido la noche que lo invocaron.
—Estupendo —dijo Selena—, pizza para todos.
Julian le dio a Grace los anillos de su madre.
—Los encontré en el suelo.
Ella se acercó a la cómoda para guardarlos, pero fue incapaz. En lugar de meterlos en el cajón, se los colocó en la mano derecha y, por primera vez en varios años, se sintió reconfortada.
Cuando salieron de la habitación, Julian hizo ademán de cerrar la puerta.
—No —dijo Grace con suavidad—, déjala abierta.
—¿Estás segura?
Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
Cuando entraron en su dormitorio, descubrió que Julian también lo había ordenado. Sin embargo, al ver que las estanterías que habían guardado sus libros estaban vacías se le rompió de nuevo el corazón.
En esa ocasión no protestó cuando Julian cerró la puerta.
Horas más tarde y después de haber comido, Grace pudo convencer a Selena y a Bill para que se fueran.
—Estoy bien, de verdad —les aseguró por enésima vez junto a la puerta. Colocó la mano sobre el brazo de Julian, agradecida por su sólida presencia—. Además, tengo a Julian.
Selena la miró con severidad.
—Llámame si necesitas algo.
—Lo haré.
Incapaz de sentirse del todo tranquila, Grace cerró con llave la puerta principal y condujo a Julian hasta su dormitorio.
Se tumbó en la cama con él a su lado.
—Me siento tan vulnerable… —susurró.
Él le acarició el pelo.
—Lo sé. Cierra los ojos y duerme tranquila. Estoy aquí. Yo te mantendré a salvo.
Julian la rodeó con sus brazos y ella suspiró agradecida por el consuelo que le ofrecía. Nadie la había consolado nunca de esa manera.
Permanecieron tumbados durante horas hasta que por fin ella se durmió, rendida.
Grace despertó con un grito atascado en la garganta.
—Estoy aquí, Grace.
Escuchó la voz de Julian a su lado y se calmó al instante.
—Gracias a Dios que eres tú —murmuró—. Tenía una pesadilla.
Julian depositó un ligero beso en su hombro.
—Lo sé.
Ella le dio un apretón en la mano antes de salir de la cama con el fin de prepararse para ir al trabajo.
Cuando intentó vestirse, le temblaban tanto las manos que no fue capaz siquiera de abotonarse la camisa.
—Déjame a mí —se ofreció Julian, apartándole las manos para poder hacerlo él—. No tienes por qué estar asustada, Grace. No dejaré que ese tipo te haga daño.
—Lo sé. Sé que la policía lo atrapará y, entonces, todo habrá acabado.
Julian no dijo una palabra más mientras la ayudaba a vestirse.
Una vez que estuvieron preparados, Grace condujo hasta la consulta, situada en el centro de la ciudad. Tenía un nudo tan grande en el estómago que le costaba respirar. Pero tenía que hacer aquello. No iba a dejar que Rodney controlara su vida. Era ella quien llevaba las riendas y nadie se las iba a quitar. No sin luchar.
No obstante, estaba muy agradecida por la presencia de Julian. La reconfortaba de una forma sobre la que no quería ponerse a pensar.
—¿Cómo se llama esto? —preguntó Julian cuando entraron al antiguo ascensor del edificio de finales de siglo XIX.
Ella le enseñó cómo tirar para cerrar la puerta y percibió la incomodidad de Julian en el instante en que se quedaron encerrados.
—Es un ascensor —le explicó Grace—. Aprietas estos botones y subes a la planta que quieres. Yo trabajo en el último piso, que es el octavo. —Apretó uno de los botones de diseño antiguo.
Julian se puso aún más nervioso cuando comenzaron a ascender.
—¿Es seguro?
Ella enarcó una ceja y lo miró con curiosidad.
—No me puedo creer que un hombre que se enfrentaba sin miedo alguno a los ejércitos romanos se asuste por un simple ascensor.
Julian la miró con manifiesta irritación.
—Sé lo que son los romanos, pero esto me resulta desconocido.
Grace le rodeó el brazo con el suyo.
—No es muy complicado. —Señaló la trampilla del techo—. Sobre esa puertecilla hay unos cables que suben y bajan la cabina, y también hay un teléfono —dijo, señalando el intercomunicador situado bajo los botones—. Si el ascensor se queda atascado, lo único que hay que hacer es apretar el botón del teléfono y te pasan enseguida con un equipo de emergencia.
Los ojos de Julian se oscurecieron.
—¿Y suele quedarse atascado con mucha frecuencia?
—La verdad es que no. Llevo cuatro años trabajando en este edificio y no ha sucedido ni una sola vez.
—Y si no estabas dentro, ¿cómo lo sabes?
—Los ascensores tienen una alarma que se activa cuando una persona se queda atascada. Confía en mí, si nos quedamos encerrados aquí dentro, alguien se enterará.
Julian dejó vagar su mirada alrededor del reducido espacio y, a juzgar por el brillo de sus ojos, Grace intuyó las perversas ideas que se le estaban pasando por la cabeza.
—¿Puedes hacer que se detenga a propósito?
Ella prorrumpió en carcajadas.
—Sí, pero no quiero que me pillen en flagrante delicto en el trabajo.
Él inclinó la cabeza para darle un leve beso en la mejilla.
—Pero ser pillado en flagrante delicto en el trabajo puede ser de lo más divertido.
Grace lo abrazó con fuerza. ¿Qué había en él que le subía la moral? Sin importar lo que ocurriera, Julian siempre conseguía que las cosas fueran mucho más divertidas. Más brillantes.
—Eres malo —le dijo antes de apartarse de él de mala gana.
—Cierto, pero te encanta.
Ella se echó a reír de nuevo.
—Tienes toda la razón. Me encanta que seas malo.
Cuando se abrieron las puertas, Grace lo guió hacia su consulta, situada muy cerca del ascensor.
Lisa levantó la vista cuando entraron y abrió los ojos de par en par. Sus labios dibujaron una amplia sonrisa cuando recorrió a Julian con la mirada de arriba abajo.
—Doctora Grace —dijo, jugueteando con un mechón rubio de sus cabellos—, su novio es una bomba.
Meneando la cabeza, Grace los presentó antes de enseñarle a Julian su consulta. Él se quedó de pie, mirando a través de los ventanales mientras Grace encendía el ordenador y dejaba el bolso en el cajón de su escritorio.
Se detuvo al darse cuenta de que Julian la observaba con detenimiento.
—¿De verdad vas a pasarte aquí todo el día?
Él se encogió de hombros.
—No tengo nada mejor que hacer.
—Te vas a aburrir.
—Te aseguro que estoy más que acostumbrado al aburrimiento.
Lo malo era que Grace sabía muy bien la experiencia que tenía a ese respecto. Colocó una mano sobre su mejilla al imaginárselo solo dentro del libro, encerrado en la más completa oscuridad.
Se puso de puntillas y lo besó con ternura.
—Gracias por acompañarme hoy. No creo que hubiera podido estar aquí de no ser por ti.
Él mordisqueó sus labios.
—Es un placer.
Lisa la llamó por el intercomunicador.
—Doctora Grace, su cita de las ocho está aquí.
—Esperaré fuera —le dijo Julian.
Grace le dio un apretón en la mano antes de dejar que se marchara.
Durante la siguiente hora apenas prestó atención. Sus pensamientos se centraban en el hombre que la aguardaba fuera y en lo mucho que significaba para ella.
Y en lo aborrecible que encontraba el hecho de que tuviera que marcharse.
Tan pronto como acabó la sesión, acompañó a su paciente a la puerta. Lisa estaba enseñando a Julian a hacer solitarios en el ordenador.
—Doctora Grace —le dijo—, ¿sabe que Julian no había jugado antes al solitario?
Grace intercambió una sonrisa con Julian.
—¿En serio?
Lisa se apartó de Julian para mirar la agenda.
—Por cierto, su cita de las tres ha sido cancelada. Y la de las nueve ha llamado para decir que llegará unos minutos tarde.
—De acuerdo. —Grace señaló la puerta con el pulgar—. Mientras jugáis, voy un momento al coche. Olvidé mi Palm Pilot.
Julian alzó la mirada.
—Ya voy yo.
Grace negó con la cabeza.
—Puedo hacerlo yo misma.
Sin contestarle, el hombre rodeó el escritorio de Lisa y extendió la mano para que Grace le diera las llaves.
—He dicho que ya voy yo —dijo con un tono que no admitía réplicas.
Puesto que no tenía ganas de discutir, Grace le dio las llaves.
—Está bajo el asiento del conductor.
—Vale, volveré dentro de un momento.
Ella le hizo un saludo militar.
El gesto no hizo mucha gracia a Julian, que salió de la oficina y se encaminó hacia el ascensor que se encontraba al final del pasillo.
Estaba a punto de apretar el botón cuando se detuvo. Por los dioses, cómo odiaba esa cosa estrecha y cuadrada.
Y la idea de estar allí dentro solo…
Echó un vistazo a su alrededor y vio la escalera. Sin dudarlo ni un instante se dirigió hacia ella.
Grace estaba intentando encontrar el informe de Rachel en su maletín cuando se dio cuenta de que había dejado un par de expedientes en el asiento trasero del coche.
—¿Dónde tengo hoy la cabeza? —se reprendió.
Aunque lo sabía muy bien. Sus pensamientos estaban divididos entre dos hombres que habían alterado su vida por completo.
Enfadada consigo misma por no poder concentrarse, cogió el maletín y salió de la consulta detrás de Julian.
—¿Adónde va, doctora? —le preguntó Lisa.
—También me he dejado unos cuantos expedientes en el coche. No tardo.
Lisa asintió.
Grace se acercó al ascensor. Aún estaba rebuscando en el maletín en busca de los expedientes que faltaban cuando se abrieron las puertas.
Sin levantar la vista, entró en el ascensor y apretó el botón de la planta baja de forma automática.
No se percató de que no estaba sola hasta que las puertas se cerraron.
Rodney Carmichael estaba justo enfrente con la mirada clavada en ella.
—¿Me vas a decir quién es él?
Grace se quedó helada mientras la invadían el terror y la furia. ¡Sentía deseos de despedazarlo! Pero aunque su altura fuese escasa para ser un hombre, aún le sacaba una cabeza.
Y era muy inestable.
Ocultando el pánico que crecía en su interior, le habló con calma.
—¿Qué hace usted aquí?
Él frunció los labios.
—No has respondido a mi pregunta. Quiero saber de quién era la ropa que había en tu casa.
—Eso no es de su incumbencia.
—¡No digas tonterías! —chilló.
Se balanceaba en el borde de la locura y lo último que Grace necesitaba era que el tipo se hundiera en el abismo mientras estuvieran encerrados en el ascensor.
—Todo lo que tiene que ver contigo es asunto mío.
Grace intentó hacerse con el control de la situación.
—Escúcheme, señor Carmichael. No le conozco de nada y usted no me conoce a mí. No entiendo por qué se ha obsesionado conmigo, pero quiero que esta situación llegue a su fin.
Él apretó el botón que detenía el ascensor.
—Ahora me vas a escuchar, Grace. Estamos hechos el uno para el otro. Lo sabes tan bien como yo.
—Muy bien —le contestó ella, tratando de apaciguarlo—. Vamos a discutir esto en mi consulta. —Y apretó el botón para que el ascensor se moviera de nuevo.
Él volvió a detenerlo.
—Hablaremos aquí.
Grace tomó una profunda bocanada de aire cuando sintió que sus manos comenzaban a temblar. Tenía que salir de allí sin enfadarlo aún más.
—Estaríamos mucho más cómodos en mi consulta.
En esa ocasión, cuando ella fue a apretar el botón, el tipo le sujetó la mano.
—¿Por qué no hablas conmigo? —le preguntó él.
—Estamos hablando —contestó Grace mientras se aproximaba muy despacio al intercomunicador.
—Apuesto a que hablas con él, ¿verdad? Apuesto a que pasas horas riendo y haciendo Dios sabe qué cosas con él. Dime quién es.
—Señor Carmichael…
—¡Rodney! —gritó—. ¡Joder! Me llamo Rodney.
—Vale, Rodney. Vamos a…
—Seguro que te ha puesto sus sucias manos encima, ¿verdad? —le preguntó mientras la aprisionaba en el rincón, de espaldas al teléfono—. ¿Cuántas veces te has acostado con él desde que me conociste, eh?
Grace se estremeció al contemplar la mirada salvaje de aquellos ojos, pequeños y brillantes. El hombre estaba perdiendo el control. Grace trató de agarrar el auricular pero, antes de poder acercárselo a la oreja, él se lo quitó.
—¿Qué coño estás haciendo? —le preguntó él.
—Necesita ayuda.
Rodney estrelló el auricular contra el panel de botones.
—No necesito ninguna ayuda. Solo necesito que hables conmigo. ¿Es que no me escuchas? ¡Solo necesito que hables conmigo! —Enfatizó cada una de las palabras con un golpe del teléfono contra el panel.
Aterrada, Grace vio cómo el auricular se hacía pedazos. Entonces Rodney comenzó a tirarse del pelo.
—Te ha besado, lo sé. —Repetía una y otra vez la misma frase sin dejar de cogerse el cabello a puñados.
Santo Dios, estaba atrapada con un loco.
Y no había forma de escapar.
Julian regresó a la consulta de Grace con la Palm Pilot.
—¿Dónde está Grace? —le preguntó a Lisa cuando no la encontró en su despacho.
—¿No se ha cruzado con ella? Salió unos minutos después que usted. Iba a su coche.
Julian frunció el ceño.
—¿Está segura?
—Claro. Dijo que se había dejado unos expedientes o algo así.
Antes de que pudiera preguntarle cualquier otra cosa, una atractiva mujer afroamericana vestida con un conservador traje negro y con un maletín en la mano entró en la oficina.
Se detuvo en la puerta y se quitó un zapato con un puntapié para frotarse el talón.
—No se puede negar que hoy es lunes —le dijo a Lisa—. He tenido que subir ocho pisos por las escaleras porque el ascensor se ha quedado atascado. Y ahora, ¿qué maravillosas noticias tienes para mí?
—Hola, doctora Beth —la saludó Lisa con jovialidad mientras pasaba la mano sobre el libro de citas—. Su cita de las nueve es Rodney Carmichael.
Julian se quedó paralizado.
—No, espere —dijo Lisa—. Esa cita es de la doctora Grace. La suya…
—¿Ha dicho Rodney Carmichael? —le preguntó a la secretaria.
—Sí. Llamó para cambiar la cita.
Julian no esperó a que Lisa terminara de hablar. Arrojó la Palm Pilot sobre el escritorio y salió corriendo de la oficina en dirección al ascensor. Con el corazón en un puño, solo podía pensar en llegar hasta Grace lo más rápido posible.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el ruido que había estado escuchando era una alarma.
Un escalofrío de terror le recorrió la espalda al comprender lo que había sucedido. Rodney había detenido el ascensor con Grace dentro. Estaba seguro.
De repente, se escuchó un grito sofocado tras las puertas cerradas del ascensor.
Con la visión nublada por la furia y el miedo, tiró de las puertas hasta que consiguió abrirlas.
Se quedó helado.
No se veía el ascensor. Lo único que se veía era un abismo negro. Y se parecía mucho al libro. Lo peor de todo era que bajar por allí sería como descender hasta su propio infierno. Un infierno de oscuridad, asfixiante y estrecho.
Luchó para poder respirar y superar el pánico que lo atenazaba. En su corazón, sabía que Grace estaba allí abajo. Sola con un loco y sin nadie que la ayudara. Apretando los dientes, dio un paso hacia atrás y tomó impulso para alcanzar de un salto los cables.
Grace apartó a Rodney con un violento empujón.
—¡No pienso compartirte con nadie! —masculló él, agarrándola de nuevo por el brazo—. Eres mía.
—No pertenezco a nadie —le contestó ella al tiempo que le propinaba un rodillazo en la entrepierna.
El hombre cayó al suelo.
Desesperada, Grace trató de subir por las barras laterales para poder alcanzar la trampilla del techo. Si pudiera llegar hasta allí…
Rodney la agarró por la cintura y la devolvió de un tirón al rincón.
Con el rostro desfigurado por la furia, el hombre colocó los brazos a ambos lados de Grace.
—¡Dime cómo se llama el tipo que ha estado dentro de ti, Grace! Dímelo para que sepa a quién tengo que matar.
Con una mirada vacía y escalofriante, Rodney comenzó a arañarse el rostro y el cuello con tanta violencia que empezó a sangrar.
—¿Es que no sabes que eres mi mujer? Vamos a estar juntos. Sé cómo cuidar de ti. Sé lo que necesitas. ¡Soy mucho mejor que él!
Grace se agachó para alejarse de Rodney antes de quitarse los zapatos de tacón y cogerlos con las manos. No eran las mejores armas, pero eran mejor que nada.
—¡Quiero saber con quién has estado! —chilló él.
En el mismo instante en que Rodney daba un paso hacia delante, la trampilla se abrió. Grace miró hacia arriba.
Julian se lanzó desde el hueco y cayó agazapado como un sigiloso depredador. Lo rodeaba un aura de peligrosa calma, pero eran sus ojos los que daban miedo. Consumidos por el fuego y la ira del infierno, se clavaron en Rodney con mortal determinación.
Entonces, lenta y metódicamente, se incorporó hasta alcanzar toda su altura. Rodney se quedó petrificado al comprobar lo alto que era Julian.
—¿Quién coño eres tú?
—El hombre con el que ella ha estado.
Rodney se quedó boquiabierto por la sorpresa.
Julian lanzó una mirada rápida a Grace para asegurarse de que se encontraba sana y salva antes de devolver su atención a Rodney y lanzar un rugido.
Aplastó al tipo contra la pared con tanta fuerza que Grace se sorprendió de que no hubiera dejado marcas en los paneles de madera.
Julian lo agarró por la camisa y volvió a golpearlo contra la pared.
Cuando habló, la frialdad de su voz hizo que ella se estremeciera.
—Es una lástima que no seas lo bastante grande para poder matarte, porque quiero verte muerto —le dijo apretando los puños—. Pero bajito o no, si vuelvo a encontrarte cerca de Grace otra vez o haces que derrame una sola lágrima más, no habrá fuerza en este mundo ni en el más allá que me impida hacerte trizas. ¿Lo has entendido?
Rodney luchó en vano por zafarse de los puños de Julian.
—¡Es mía! Te mataré antes de que te interpongas entre nosotros.
Julian ladeó la cabeza como si no pudiera creer lo que acababa de oír.
—¿Es que estás loco?
Rodney le dio una patada en el abdomen.
La mirada de Julian se tornó sombría antes de responderle con un puñetazo en la mandíbula. Rodney se desplomó en el suelo.
Cuando Julian se agachó junto al tipo, Grace suspiró aliviada. Todo había acabado.
—Será mejor que te mantengas inconsciente —lo amenazó Julian antes de ponerse en pie para abrazar a Grace hasta casi aplastarla—. ¿Estás bien, Grace?
Ella no podía respirar, pero no le importaba.
—Sí, ¿y tú?
—Mejor, ahora que sé que estás bien.
Unos minutos después, la policía consiguió abrir las puertas del ascensor y Grace vio que habían quedado atrapados entre dos pisos.
Julian la alzó por la cintura y ella agarró la mano que le tendía un policía para ayudarla a llegar hasta el piso superior.
En cuanto estuvo fuera del ascensor, frunció el ceño al ver que los tres agentes ayudaban a Julian a sacar el cuerpo inconsciente de Rodney.
—¿Cómo supieron que estábamos ahí?
El agente de más edad retrocedió un paso y dejó que los otros dos hombres alzaran a Rodney para sacarlo.
—La operadora del servicio de emergencias nos llamó. Dijo que parecía haber una guerra en el ascensor.
—Y la hubo —le contestó ella con nerviosismo.
—Bueno, ¿a quién esposamos?
—Al que está inconsciente.
Mientras Grace esperaba a que Julian se reuniera con ella, se percató de la oscuridad que reinaba en el hueco del ascensor por donde él había bajado para llegar hasta ella. De lo reducido del espacio.
Después recordó la mirada en el rostro de Julian la noche que ella apagó la luz. Y la expresión alterada que tenía poco antes, cuando subieron a su consulta.
A pesar de todo, había acudido a su lado.
Abrumada, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Ha pasado por eso para protegerme, pensó.
Tan pronto como Julian salió del ascensor, Grace lo rodeó con los brazos y lo estrechó con fuerza.
Julian temblaba a causa de la intensidad de sus emociones. Estaba tan aliviado al verla sana y salva… La cogió por la cintura y la besó.
—¡No!
Julian la soltó en el mismo instante en que Rodney se zafaba del policía asestándole una patada. Las esposas le colgaban de una de las muñecas mientras se hacía con la pistola del agente y apuntaba.
Acostumbrado a reaccionar en mitad de una batalla, Julian agarró a Grace y la empujó hacia la izquierda en el instante en que Rodney disparaba.
El disparo no los alcanzó, pero hubo otros dos. Uno de los agentes había disparado a Rodney.
Grace trató de acercarse, pero Julian se lo impidió.
Le sujetó el rostro contra su pecho mientras él veía morir a Rodney.
—No mires, Grace —susurró—. Hay ciertos recuerdos que no necesitas conservar.