—¡Pedazo de…! —Julian dejó caer una retahíla de maldiciones que hubiesen avergonzado a un marinero.
Grace abrió los ojos de par en par. No sabía muy bien si la sorprendía más el ataque de Julian al desconocido motero o el lenguaje que estaba empleando.
El tipo comenzó a defenderse cuando Julian la emprendió a puñetazos con él, pero sus habilidades pugilísticas no eran rival para las de Julian.
Olvidando por completo a Selena, Grace echó a correr hacia ellos con el pulso desbocado mientras intentaba pensar qué debía hacer. No había manera de interponerse entre los dos hombres. No, a juzgar por el afán que demostraban en matarse.
—¡Julian, detente antes de que le hagas daño! —gritó la chica que acompañaba a los moteros.
Grace frenó en seco al escucharla.
¿Cómo era posible que conociese a Julian?
La mujer daba vueltas alrededor de ambos, como si tratara de ayudar al motero estorbando a Julian.
—Cielo, ten cuidado, va a… ¡Uf, eso ha debido de doler! —La chica se encogió en solidaridad cuando Julian golpeó al tipo en la nariz—. ¡Julian, deja de golpearlo de ese modo! Vas a hacer que se le hinche la nariz. ¡Cuidado, corazón, agáchate!
El motero no se agachó y Julian le asestó un tremendo puñetazo en la barbilla que lo hizo tambalearse hacia atrás.
Presa del desconcierto más absoluto, la mirada de Grace se paseaba entre Julian y la desconocida.
¿Cómo era posible que se conocieran?
—¡Eros, cariño! ¡No! —gritó la chica de nuevo, agitando las manos frenéticamente delante de la cara como un pajarillo a punto de alzar el vuelo.
Selena se acercó a Grace.
—¿Ese es el Eros que Julian ha invocado? —preguntó Grace.
Selena se encogió de hombros.
—Es posible, pero jamás me habría imaginado a Cupido de motero.
—¿Dónde está Príapo? —preguntó Julian antes de agarrar a Eros y empotrarlo contra la barandilla de madera que se alzaba al borde del agua.
—No lo sé —le contestó el tipo, que forcejeaba para apartar las manos de Julian de su camiseta.
—No te atrevas a mentirme —gruñó Julian.
—¡No lo sé!
Julian lo sujetó con más fuerza cuando los dos mil años de dolor y de rabia se adueñaron de él. Le temblaban las manos mientras aferraba la camiseta. No obstante, las eternas dudas que resonaban en su cabeza eran mucho peores que su sed de sangre.
¿Por qué nadie había acudido antes a sus llamadas?
¿Por qué lo había traicionado Eros?
¿Cómo podían haberle hecho aquello y darle después la espalda para que sufriera?
—¿Dónde está? —preguntó de nuevo Julian.
—Comiendo, eructando… ¡Yo qué coño sé! Hace una eternidad que no lo veo.
Julian apartó a Eros de la barandilla de un tirón. Cuando lo soltó, la ira le desfiguraba el rostro.
—Tengo que encontrarlo —le dijo entre dientes—. Ahora.
En la mandíbula de Eros comenzó a palpitar un músculo al tiempo que intentaba alisarse las arrugas de la parte delantera de su camiseta.
—Bueno, dándome una paliza no vas a llamar su atención.
—Entonces, puede que lo consiga matándote —le contestó Julian antes de abalanzarse de nuevo sobre él.
De repente, los restantes moteros decidieron detener a Julian.
Mientras los hombres se acercaban, Eros se agachó para esquivar el puñetazo de Julian y se dio la vuelta para contener a sus amigos.
—Dejadlo en paz, chicos —les dijo mientras agarraba al más cercano por el brazo y lo empujaba hacia atrás—. No sabéis lo que es luchar contra él. Hacedme caso. Podría sacaros el corazón y hacer que os lo comierais antes de que cayeseis muertos al suelo.
Julian estudió a los hombres con una furiosa mirada que retaba a cualquiera de ellos a acercarse. Grace se sintió aterrorizada ante la ira fría y letal que reflejaban sus ojos; tuvo la absoluta certeza de que sería muy capaz de hacer exactamente lo que Eros acababa de decir.
—¿Estás loco? —preguntó el más alto mientras observaba a Julian con incredulidad—. A mí no me parece que dé para mucho.
Eros se limpió la sangre del labio y esbozó una leve sonrisa al mirarse el dedo.
—Sí, bueno. Confiad en mí. Sus puños son como almádenas y es capaz de moverse mucho más rápido que vosotros.
A pesar de sus polvorientos pantalones de cuero negro y la desgarrada camiseta, Eros era increíblemente guapo y carecía del aspecto deteriorado de sus compañeros. Su rostro juvenil hubiera sido aún más hermoso de no ser por la perilla de color castaño oscuro, que se completaba con una barba de tres días y un corte de pelo al estilo militar.
—Además, esto no es más que una pequeña pelea familiar —continuó Eros con un extraño brillo en los ojos. Dio unas palmaditas a su amigo en el brazo y soltó una carcajada—. Mi hermano pequeño siempre ha tenido un carácter de lo más desagradable.
Grace intercambió una atónita mirada de incredulidad con Selena.
—¿He escuchado bien? —le preguntó a Selena—. No es posible que sea hermano de Julian. ¿O sí?
—¿Cómo quieres que lo sepa?
Julian le dijo algo a Eros en griego clásico. Los ojos de Selena amenazaron con salirse de sus órbitas y la sonrisa se borró del rostro del dios.
—Si no fueras mi hermano, te mataría por eso.
Los ojos de Julian lo fulminaron.
—Si no necesitara tu ayuda, ya estarías muerto.
En lugar de enfadarse, Eros prorrumpió en carcajadas.
—No se te ocurra reírte —le advirtió con voz airada la chica que lo acompañaba—. Tal vez sería mejor que recordaras que Julian es de las pocas personas capaces de llevar a cabo esa amenaza.
Eros asintió y se volvió para hablar con sus cuatro compañeros.
—Marchaos —les dijo—. Nos reuniremos con vosotros más tarde.
—¿Estás seguro? —preguntó el más alto de ellos, que miraba con cierta inquietud a Julian—. Podemos quedarnos por aquí para echarte una mano.
—No, no pasa nada —replicó Eros mientras agitaba la mano con indiferencia—. ¿No os dije que tenía que ver a alguien? Mi hermano está un poco cabreado conmigo, pero se le pasará.
Grace se apartó cuando los moteros pasaron a su lado. Todos se marcharon, salvo la despampanante mujer. La chica cruzó los brazos por delante de su generosa delantera cubierta de cuero y observó a Julian y a Eros con cautela.
Sin prestar la más mínima atención a la chica, a Selena ni a Grace, Eros comenzó a caminar muy despacio alrededor de Julian para observarlo de arriba abajo.
—¿Relacionándote con mortales? —le preguntó Julian, que también observaba al dios con frío desdén—. Vaya, Cupido… ¿Es que se ha congelado el Tártaro desde que me marché?
Eros pasó por alto sus airadas palabras.
—¡Joder, chico! —exclamó incrédulo—. No has cambiado en lo más mínimo. Creía que eras mortal.
—Se suponía que debía serlo, pedazo de… —Y comenzó una nueva andanada de insultos.
Eros lo miró echando chispas por los ojos.
—Con una boca como esa, deberías codearte con Ares. ¡Joder, hermanito! No sabía que conocieras el significado de todo eso.
Julian volvió a agarrar a su hermano por la camiseta. No obstante, antes de que pudiera hacer algo más, la mujer alzó el brazo y movió la mano.
Julian se quedó inmóvil como una estatua. A juzgar por su semblante, Grace supo que no estaba muy contento.
—Libérame, Psiqué —gruñó Julian.
Grace abrió la boca por la sorpresa. ¿Psiqué? ¿Sería posible?
—Solo si me prometes que no volverás a golpearlo —replicó ella—. Sé que no tenéis la mejor de las relaciones, pero resulta que me gusta su cara tal y como está, y no pienso tolerar que le des un solo puñetazo más.
—Li-bé-ra-me —insistió Julian, recalcando cada sílaba.
—Es mejor que lo hagas, Psiqué —le dijo Eros—. Ahora mismo está siendo amable contigo, pero puede librarse de tu hechizo con mucha más facilidad que yo, gracias a mamá. Y si lo hace, serás tú la que acabe dolorida.
Psiqué bajó la mano.
Julian soltó a su hermano.
—No me haces ninguna gracia, Cupido. Nada de esto me resulta gracioso. Y ahora dime dónde está Príapo.
—¡Joder! No lo sé. Lo último que supe de él es que estaba viviendo en el sur de Francia.
La mente de Grace no dejaba de girar por toda la información que estaba descubriendo. Sus ojos pasaban de Cupido a Psiqué una y otra vez. ¿Sería posible? ¿Podrían ser de verdad Cupido y Psiqué?
¿Y de verdad estaban emparentados con Julian? ¿Sería posible algo así?
No obstante, supuso que era tan posible como el hecho de que dos mujeres borrachas convocaran a un esclavo sexual griego encerrado en un viejo libro.
En ese momento percibió la mirada ávida de Selena, que parecía estar encantada.
—¿Quién es Príapo? —le preguntó.
—Un dios fálico de la fertilidad que siempre se representa totalmente empalmado —contestó Selena en un susurro.
—¿Y para qué lo necesita Julian?
Su amiga se encogió de hombros.
—¿Porque quizá fue él quien lo maldijo? No obstante, si eso fuera cierto, aquí habría algo muy divertido: Príapo es hermano de Eros, por tanto, si Eros es hermano de Julian, hay bastantes posibilidades de que Julian y Príapo también lo sean.
¿Condenado a una eternidad como esclavo por su propio hermano?
La mera idea la ponía enferma.
—Llámalo —ordenó Julian con tono amenazador a Eros.
—Llámalo tú. Yo tengo que hacerlo a cobro revertido.
—¿A cobro revertido?
Cupido le respondió en griego.
Con la mente embotada por todo lo que estaba sucediendo, Grace decidió interrumpirlos con el fin de conseguir algunas respuestas.
—Disculpa un momento, ¿se puede saber qué está pasando aquí? —le preguntó a Julian—. ¿Por qué lo has golpeado?
Cuando la miró, el humor brillaba en sus ojos.
—Porque me encanta hacerlo.
—Muy bonito —le dijo Cupido muy despacio a Julian, sin mirar ni una vez a Grace—. No me has visto desde… ¿cuánto hace ya?, ¿dos mil años? Y, a pesar de eso, en lugar de recibir un abrazo fraternal y amistoso, acabo aporreado. —Cupido miró a Psiqué con una sonrisa socarrona—. Y mamá se pregunta por qué no me relaciono más con mis hermanos…
—No estoy de humor para aguantar tus sarcasmos, Cupido —advirtió Julian entre dientes.
Cupido resopló.
—¿Es que no vas a dejar de llamarme por ese horrible nombre? Jamás he podido soportarlo y no puedo creer que te guste, dado lo mucho que odiabas a los romanos.
Julian le dedicó una fría sonrisa.
—Lo utilizo porque sé lo mucho que lo odias, Cupido.
Cupido apretó los dientes y Grace percibió el esfuerzo que el dios hacía para no abalanzarse sobre Julian.
—Dime, ¿me llamaste solo para zurrarme? ¿O hay algún otro motivo más productivo que explique mi presencia?
—Para serte sincero, no pensaba que te molestaras en venir, puesto que hiciste caso omiso las últimas tres mil veces que te llamé.
—Porque sabía que ibas a pegarme —dijo Cupido, señalándose la mejilla hinchada—. Y así ha sido.
—En ese caso, ¿por qué has acudido esta vez? —inquirió Julian.
—Para serte sincero —contestó, repitiendo las palabras de Julian—, supuse que a estas alturas ya estarías muerto y que me llamaba un simple mortal cuya voz era muy similar a la tuya.
Grace se dio cuenta de que todas las emociones abandonaban a Julian. Parecía que las hirientes palabras de Cupido hubiesen matado algo en su interior.
Y, al parecer, también lograron que se desvaneciera parte de la ira del dios.
—Mira —le dijo a Julian—, sé que me culpas de lo que ocurrió, pero no tuve nada que ver con lo que le sucedió a Penélope. No tenía forma de saber lo que Príapo iba a hacer al descubrirlo todo.
Julian se encogió como si Cupido lo hubiera abofeteado. Una profunda agonía se reflejó en sus ojos y en las líneas de su rostro. Grace no tenía ni idea de quién era la tal Penélope, pero parecía bastante obvio que había significado mucho para Julian.
—¿No? —le preguntó Julian con la voz ronca.
—Te lo juro, hermanito —respondió Cupido en voz baja. Lanzó una rápida mirada a Psiqué y de nuevo se centró en Julian—. Nunca tuve la intención de hacerle daño y nunca quise traicionarte.
—Claro —se burló Julian—. ¿Y esperas que me lo crea? Te conozco demasiado bien, Cupido. Te encanta causar estragos en las vidas de los mortales.
—Pero no lo hizo contigo, Julian —aseguró Psiqué con tono de súplica—. Si no lo crees a él, confía en mí. Nadie quiso que Penélope muriera de esa manera. Tu madre aún llora sus muertes.
La mirada furiosa de Julian se endureció aún más.
—¿Cómo puedes siquiera mencionar su nombre? Afrodita estaba tan celosa de ti que intentó casarte con un hombre horrible y después estuvo a punto de matarte para evitar que te casaras con Cupido. Para ser la diosa del amor, no parece querer a nadie más que a sí misma.
Psiqué apartó la mirada.
—No hables así de ella —masculló Cupido—. Es nuestra madre y se merece nuestro respeto.
La siniestra ira que reflejó el rostro de Julian habría aterrorizado al mismísimo diablo, y Cupido se encogió al verla.
—Jamás vuelvas a defenderla delante de mí.
Fue entonces cuando Cupido se percató de la presencia de Grace y de Selena. Las miró de arriba abajo con perplejidad, como si acabaran de aparecer de repente en mitad del grupo.
—¿Quiénes son?
—Dos amigas —contestó Julian, para sorpresa de Grace.
El rostro de Cupido adoptó una expresión dura y fría.
—Tú no tienes amigas.
Julian no respondió, pero la tensión de su semblante conmovió a Grace en lo más hondo.
Cupido, que no parecía ser consciente de la dureza de sus palabras, se acercó hasta Psiqué con paso despreocupado.
—Aún no me has dicho por qué es tan importante para ti echarle el guante a Príapo.
A Julian comenzó a latirle un músculo en la mandíbula.
—Porque me maldijo a sufrir una esclavitud eterna de la que no puedo escapar. Quiero tenerlo delante el tiempo suficiente para empezar a arrancarle partes del cuerpo que no puedan volver a crecerle.
Cupido se quedó pálido.
—Tío, ya le echó cojones para hacer eso. Mamá lo habría matado de haberse enterado.
—¿De verdad esperas que me crea que Príapo me hizo esto sin que ella se enterase? No soy tan estúpido, Eros. A esa mujer no le interesa nada lo que me ocurra.
Cupido negó con la cabeza.
—No empieces con eso. Cuando te ofrecí sus regalos me dijiste que me los metiera por mi orificio trasero. ¿Te acuerdas?
—¿Por qué lo haría? —preguntó Julian con sarcasmo—. Zeus me expulsó del Olimpo horas después de mi nacimiento y Afrodita jamás se molestó en discutir el tema. Solo os acercabais a mí para torturarme de algún modo. —Contempló a Cupido con furia asesina—. Cuando golpeas a un perro más de la cuenta, acaba volviéndose agresivo.
—Vale, lo admito. Podríamos haber sido un poco más agradables contigo, pero…
—Nada de peros, Cupido. A ninguno de vosotros os importaba una mierda. Sobre todo a ella.
—Eso no es cierto. Mamá jamás superó que le dieses la espalda. Eras su favorito.
Julian resopló.
—¿Y por eso he estado atrapado en un libro los últimos dos mil años?
Grace sufría por él. ¿Cómo podía Cupido quedarse ahí tan tranquilo y no hacer todo lo que estuviera en su mano para liberar a su hermano de un destino peor que la muerte?
No era de extrañar que Julian los maldijera.
De repente, Julian cogió una daga del cinturón de Cupido y se hizo un profundo corte en la muñeca.
Grace jadeó horrorizada, pero antes de que pudiera cerrar la boca, la herida se cerró sin que se hubiese derramado una sola gota de sangre.
Cupido abrió los ojos de par en par.
—¡La madre que me parió! —murmuró—. Esa es una de las dagas de Hefesto.
—Ya lo sé —replicó Julian mientras le devolvía el arma—. Hasta tú puedes morir si te hieren con una de estas, pero yo no. Hasta ahí llega la maldición de Príapo.
Grace contempló el horror en los ojos de Cupido cuando el dios comprendió la magnitud de lo que le había ocurrido a Julian.
—Sabía que Príapo te odiaba, pero jamás me imaginé que llegaría a tanto. Tío, ¿en qué estaba pensando?
—Me da igual lo que Príapo pensara, lo que quiero es librarme de esto.
Cupido asintió. Por primera vez, Grace vio compasión y preocupación en los ojos del dios.
—Muy bien, hermanito. Vayamos por partes. No te vayas muy lejos mientras voy a buscar a mamá y veo lo que tiene que decir al respecto.
—Si me quiere tanto como dices, ¿por qué no la llamas para que venga aquí y me permites que hable directamente con ella?
Cupido lo observó con una expresión de incredulidad.
—Porque la última vez que mencioné tu nombre, estuvo llorando durante un siglo. Heriste sus sentimientos de un modo horrible.
Aunque la apariencia de Julian seguía siendo tensa y distante, Grace sospechaba que en el fondo debía de haber sufrido tanto como su madre.
O incluso más.
—Lo consultaré con ella y volveré en un momento —le dijo mientras pasaba un brazo alrededor de los hombros de Psiqué—. ¿De acuerdo?
Julian estiró el brazo, cogió el colgante que Cupido llevaba al cuello y tiró de él con fuerza.
—¡Oye! —gritó el dios—. Ten cuidado con eso.
Julian se enrolló la cadena alrededor de la mano y dejó que el pequeño arco colgase de su puño.
—No es más que una forma de asegurarme de que regresas.
Cupido, que parecía bastante cabreado, se frotó el cuello.
—Ten mucho cuidado. Ese arco puede ser muy peligroso si cae en las manos equivocadas.
—No temas. Recuerdo muy bien el daño que hace.
Ambos intercambiaron una mirada de lo más elocuente.
—Hasta luego. —Cupido dio una palmada y se desvaneció junto con Psiqué en medio de una neblina dorada.
Grace retrocedió un paso con la cabeza hecha un lío. No podía creer lo que acababa de presenciar.
—Debo de estar soñando —murmuró—. O eso, o he visto demasiados episodios de Xena.
Permaneció inmóvil mientras se esforzaba por digerir todo lo que había visto y oído.
—No puede haber sido real. Debe de ser algún tipo de alucinación.
Julian exhaló un suspiro de cansancio.
—Ya me gustaría poder creer eso.
—Por el amor de Dios, ¡ese era Cupido! —exclamó Selena con nerviosismo—. Cupido. En carne y hueso. Ese querubín tan mono que tiene poder sobre los corazones.
Julian soltó un resoplido.
—Cupido es cualquier cosa menos «mono». Y con respecto a los corazones, más bien se encarga de destrozarlos.
—Pero puede hacer que la gente se enamore.
—No —le contestó, apretando con más fuerza el colgante entre sus dedos—. Lo que él ofrece es una ilusión. Ningún poder celestial puede conseguir que un humano ame a otro. El amor proviene del corazón —confesó con un deje atormentado en la voz.
Grace buscó su mirada.
—Hablas como si lo supieras de primera mano.
—Lo sé.
Grace sintió su dolor como si fuese propio. Extendió la mano para tocarle con suavidad el brazo.
—¿Eso fue lo que le ocurrió a Penélope? —le preguntó en voz baja.
Con expresión atormentada, Julian apartó la mirada.
—¿Hay algún lugar donde pueda cortarme el pelo? —preguntó de forma inesperada.
—¿Qué? —preguntó Grace, muy consciente de que Julian había cambiado el tema para no tener que contestar a su pregunta—. ¿Por qué?
—No quiero tener nada que me recuerde a ellos. —El dolor y el odio que reflejaba su rostro eran casi palpables.
De mala gana, Grace asintió.
—Hay un lugar en el Brewery.
—Por favor, llévame.
Y Grace lo hizo. Se encaminó con Selena y con él hacia el centro comercial, donde se encontraba el salón de peluquería.
Nadie dijo una palabra más hasta que la estilista lo hubo sentado en la silla.
—¿Está seguro de que quiere cortárselo? —preguntó la chica mientras pasaba los dedos entre los largos y dorados mechones con patente adoración—. Le aseguro que es magnífico. La mayoría de los hombres están espantosos con el pelo largo, pero a usted le sienta de maravilla, ¡y lo tiene tan sano y suave! Me encantaría saber qué usa para acondicionarlo.
El rostro de Julian permaneció impasible.
—Córtelo.
La pequeña morena miró a Grace por encima del hombro.
—¿Sabe? Si tuviese esto en mi cama todas las noches para acariciarlo, no me haría ninguna gracia que quisiera cortárselo.
Grace sonrió. Si la chica supiera…
—Es su pelo.
—Está bien —contestó la estilista con un suspiro de resignación.
Le cortó el pelo justo por encima de los hombros.
—Más corto —dijo Julian cuando la mujer se echó hacia atrás.
La estilista pareció sorprendida.
—¿Está seguro?
Julian asintió con la cabeza.
Grace observó en silencio cómo la chica le cortaba el pelo con un estilo que recordaba al David de Miguel Ángel, con ondas que le enmarcaban el rostro.
Estaba aún más impresionante que antes, si eso era posible.
—¿Qué tal? —le preguntó la chica al final.
—Está bien —le respondió él—. Gracias.
Grace pagó el corte y le dio una propina a la chica.
Miró a Julian y sonrió.
—Ahora pareces de esta época.
Él giró la cabeza con un gesto rápido, como si le hubiera dado un bofetón.
—¿Te he ofendido? —le preguntó Grace, preocupada por la posibilidad de haberle hecho daño sin querer. Eso era lo último que Julian necesitaba.
—No.
Sin embargo, Grace no se dejó engañar. Algo relacionado con su inocente comentario le había hecho daño. Mucho daño.
—Entonces —dijo Selena con lentitud cuando se incorporaron una vez más a la multitud que atestaba el Brewery—: ¿Eres hijo de Afrodita?
Furioso, Julian la miró de soslayo.
—No soy hijo de nadie. Mi madre me abandonó, mi padre me repudió y crecí en un campo de batalla espartano, bajo el puño de cualquiera que anduviese cerca.
Sus palabras desgarraron el corazón de Grace. No era de extrañar que fuese tan duro. Tan fuerte.
De repente, se preguntó si alguien lo habría abrazado alguna vez con cariño. Solo una vez, sin exigirle algún tipo de compensación a cambio.
Julian encabezaba la marcha y Grace pudo observar sus movimientos sinuosos al andar. Parecía un depredador esbelto y letal. Llevaba los pulgares metidos en los bolsillos delanteros de los vaqueros y parecía ajeno a las mujeres que suspiraban y lo miraban con la boca abierta cuando pasaba a su lado.
En su mente, Grace trató de imaginar el aspecto que habría tenido en su época, con la armadura de batalla.
A juzgar por su arrogancia y su modo de moverse, debía de haber sido un fiero guerrero.
—Selena —llamó a su amiga en voz baja—. ¿No leí en la facultad que los espartanos golpeaban a sus hijos todos los días para comprobar el grado de dolor que podían soportar?
Fue Julian quien contestó.
—Sí. Y una vez al año organizaban una competición para ver quién podía soportar la paliza más dura sin llorar.
—Un gran número de ellos moría debido a la brutalidad de las competiciones —añadió Selena—. Bien durante la paliza o bien después, por las heridas.
Grace lo recordó todo de repente. Sus palabras acerca de ser entrenado en Esparta y el odio que sentía por los griegos.
Selena miró con tristeza a Grace antes de dirigirse a Julian.
—Al ser el hijo de una diosa, supongo que serías capaz de aguantar la paliza más brutal.
—Sí —dijo de forma concisa, con la voz carente de emociones.
Grace nunca había sentido tantos deseos de abrazar a otro ser humano como en ese momento.
Pero sabía que a Julian no le agradaría.
—Bueno —comenzó a hablar Selena y Grace supo, por su expresión, que intentaba alegrar el ambiente—, tengo un poco de hambre. ¿Por qué no pillamos unas hamburguesas en el Hard Rock?
Julian frunció el ceño.
—¿Por qué tengo la impresión de que habláis constantemente en otro idioma? ¿Qué es «pillar una hamburguesa en el Hard Rock»?
Grace soltó una carcajada.
—El Hard Rock Cafe es un restaurante.
Julian parecía consternado.
—¿Coméis en un sitio cuyo nombre anuncia que la comida es más dura que una piedra?[1]
Grace se echó a reír con más ganas. ¿Por qué nunca se había percatado de eso?
—Es un sitio muy bueno, en serio. Vamos, te lo demostraré.
Salieron del Brewery y atravesaron el aparcamiento en dirección al Hard Rock Cafe.
Por fortuna, no tuvieron que esperar demasiado antes de que la encargada les buscase una mesa.
—¡Oye! —exclamó un muchacho cuando se acercaron a la chica—. Nosotros llegamos antes.
La encargada le lanzó una mirada cortante.
—Su mesa aún no está preparada. —A continuación, se volvió hacia Julian para hacerle ojitos y dedicarle una enorme sonrisa—. Si es tan amable de seguirme…
La chica abrió la marcha contoneando las caderas y haciendo caso omiso de todo lo demás.
Grace miró a Selena aguantando la risa y le indicó con un gesto que observara a la chica.
—No se lo tengas en cuenta —le contestó su amiga—. Nos ha colado por delante de diez personas.
La encargada les llevó hasta una mesa situada en la parte trasera del establecimiento.
—Usted se sienta aquí tranquilito —le dijo a Julian mientras le acariciaba ligeramente el brazo—, y yo me encargo de que su comida no tarde mucho.
—¿Y nosotras qué? ¿Es que somos invisibles? —preguntó Grace cuando la chica se alejó.
—Empiezo a creer que sí —respondió Selena antes de sentarse en el banco situado de cara a la pared.
Grace se sentó enfrente, con el muro a su espalda. Como era de esperar, Julian ocupó un sitio a su lado.
Ella le ofreció el menú.
—No puedo leer esto —le dijo antes de devolvérselo.
—¡Vaya! —exclamó Grace, avergonzada por no haberlo pensando antes—. Supongo que no enseñaban a leer a los soldados de la antigüedad.
Julian se pasó una mano por la barbilla; parecía algo molesto por el comentario.
—En realidad, sí lo hacían. El problema es que me enseñaron a leer griego clásico, latín, sánscrito, jeroglíficos egipcios y otras lenguas que hace mucho que desaparecieron. Usando tus propias palabras, «este menú está en griego para mí».
Grace dio un respingo.
—No vas a dejar de recordarme que escuchaste todo lo que dije antes de que aparecieras, ¿verdad?
—Me temo que no —dijo, al tiempo que apoyaba el brazo en la mesa.
Selena apartó la vista del menú y soltó un jadeo.
—¿Eso es lo que yo creo? —preguntó mientras alzaba la mano de Julian.
Para sorpresa de Grace, él permitió que su amiga le agarrara la mano y que observara el anillo.
—Grace, ¿has visto esto?
Ella se incorporó en el asiento para poder verlo más de cerca.
—No, la verdad. He estado un poco distraída.
Un poco distraída, sí, claro. Eso es como decir que el Everest es un adoquín, se reprendió a sí misma.
El oro brillaba aun bajo la tenue luz del local. La parte superior del anillo era plana y tenía una espada rodeada de hojas de laurel, todo ello realizado en lo que parecían ser rubíes y esmeraldas.
—Es precioso —dijo Grace.
—Es un puñetero anillo de general, ¿no es cierto? —preguntó Selena—. No eras un simple soldado de a pie. ¡La madre que me parió! ¡Eras un general!
Julian asintió torvamente.
—El término es equivalente.
Selena dejó escapar un silbido de asombro.
—Grace, ¡no tienes ni idea! Julian tuvo que ser alguien realmente relevante en su tiempo para tener este anillo. No se lo daban a cualquiera. —Sacudió la cabeza—. Estoy muy impresionada.
—No lo estés —replicó Julian.
Por primera vez en años, Grace envidió la licenciatura en Historia Antigua de su amiga. Lanie sabía mucho más acerca de Julian y de su mundo de lo que ella jamás podría averiguar.
De todos modos, no necesitaba ese grado de conocimiento para entender lo doloroso que debía de haber sido dejar de ser un general al mando de un ejército para convertirse en un esclavo gobernado por las mujeres.
—Apuesto a que eras un general magnífico —dijo Grace.
Julian volvió la mirada hacia Grace al percibir el tono de absoluta sinceridad con que había pronunciado esas palabras. Por alguna inexplicable razón, ese cumplido lo conmovió.
—Hice lo que pude.
—Apuesto a que les diste una patada en el culo a unos cuantos ejércitos —añadió ella.
Él sonrió. Hacía siglos que no pensaba en sus victorias.
—Les di una patada en el culo a unos cuantos romanos, sí.
Grace se echó a reír cuando lo escuchó imitar el lenguaje coloquial.
—Aprendes rápido.
—¡Oye! —intervino Selena—. ¿Puedo echarle un vistazo al arco de Cupido?
—¡Sí! —exclamó Grace—. ¿Podemos?
Julian lo sacó de su bolsillo para dejarlo sobre la mesa.
—Con cuidado —le advirtió a Selena cuando la mujer estiró el brazo para cogerlo—. La flecha dorada está cargada. Un pinchacito y te enamorarás de la primera persona que veas.
Ella retiró la mano.
Grace cogió el tenedor y lo utilizó para arrastrar el arco hasta tenerlo cerca.
—¿Se supone que debe ser tan pequeño?
Julian sonrió.
—¿Es que nunca has oído esa frase que dice: «El tamaño no importa»?
Grace puso los ojos en blanco.
—No quiero ni escucharla de boca de un hombre con un instrumento como el tuyo.
—¡Gracie! —jadeó Selena—. Jamás te había oído hablar así.
—Pues he sido extremadamente comedida, considerando todo lo que vosotros me habéis dicho estos últimos días.
Julian le echó hacia atrás el pelo que le caía sobre los hombros. En esa ocasión, Grace no se apartó.
Estaba haciendo progresos.
—A ver, ¿cómo usa Cupido esta cosa? —preguntó Grace.
Julian pasó los dedos entre los sedosos mechones de su cabello. Brillaba aun bajo la escasa luz del restaurante. Se moría por sentir ese pelo extendido sobre su pecho desnudo… Por enterrar su rostro en él y dejar que le acariciara las mejillas.
Entornó los párpados e imaginó lo que sentiría al tener el cuerpo de Grace a su alrededor. El sonido de su respiración junto al oído.
—¿Julian? —lo llamó ella, sacándolo de su ensoñación—. ¿Cómo lo utiliza Cupido?
—Puede adoptar un tamaño semejante al del arco, o puede hacer que el arma se haga más grande, según le convenga.
—¿En serio? —preguntó Selena—. No lo sabía.
La encargada llegó corriendo, sacó su libreta y se puso a devorar a Julian con los ojos, como si fuese el especial del día.
Con mucha discreción, Julian recogió el arco de encima de la mesa y lo devolvió a su bolsillo.
—Siento mucho haberle hecho esperar. Si hubiera sabido que no iban a atenderle de inmediato, yo misma le habría tomado nota nada más sentarse.
Grace miró a la chica con el ceño fruncido. ¡Joder! ¿Es que Julian no podía disfrutar de cinco minutos de tranquilidad sin que una mujer se le ofreciera en bandeja?
¿Y eso no te incluye a ti?, pensó.
Se quedó helada ante el giro de sus pensamientos. Ella se comportaba exactamente igual que las demás. Le miraba el culo y se le caía la baba al contemplar su cuerpo. Era un milagro que él soportara su cercanía.
Hundiéndose en el asiento, se prometió a sí misma que no lo trataría de aquel modo.
Julian no era un trozo de carne. Era una persona, y merecía ser tratado con respeto y dignidad.
Pidió el menú para los tres y cuando la camarera regresó con las bebidas, también trajo una bandeja de alitas de pollo al estilo búfalo.
—Nosotros no hemos pedido esto —señaló Selena.
—Sí, ya lo sé —replicó la chica. Le dirigió una sonrisa a Julian—. Hay mucho trabajo en la cocina y tardaremos un poco más en poder servirle la comida. Pensé que podría estar hambriento y por eso pillé las alitas. Pero si no le gustan, puedo traer cualquier otra cosa. La casa invita, no se preocupe. ¿Preferiría alguna otra cosa?
Dios, el doble sentido era tan obvio que a Grace le entraron ganas de arrancarle de raíz el pelo cobrizo.
—Está bien así, gracias —le dijo Julian.
—¡Dios mío! ¿Le importaría decirme algo más? —le pidió la chica, a punto de desmayarse—. ¡Por favor, diga mi nombre! Me llamo Mary.
—Gracias, Mary.
—¡Ooooh! —ronroneó la camarera—. Se me ha puesto la piel de gallina. —Con una última mirada rebosante de deseo hacia Julian, se alejó de ellos.
—No puedo creerlo —comentó Grace—. ¿Las mujeres siempre se comportan así contigo?
—Sí —contestó él con un deje airado en la voz—. Por eso odio mostrarme en lugares públicos.
—No dejes que te moleste —le dijo Selena, mientras cogía una alita de pollo—. Está claro que tu presencia resulta muy útil. De hecho, propongo que lo saquemos más a menudo.
Grace soltó un resoplido.
—Sí, bueno; si esa asquerosa anota su nombre y su número de teléfono en la cuenta antes de dárnosla, tendré que darle un bofetón.
Selena estalló en carcajadas.
Antes de que Grace pudiese preguntar cualquier otra cosa, Cupido entró sin prisas en el restaurante y se acercó hasta ellos.
Tenía un ligero moratón en el lado izquierdo de la cara, donde Julian lo había golpeado. El dios intentó mostrarse indiferente, pero Grace percibió su nerviosismo, como si estuviera preparado para huir de un momento a otro. Arqueó una ceja al ver el corte de pelo de Julian, pero no dijo ni una palabra mientras tomaba asiento junto a Selena.
—¿Y bien? —preguntó Julian.
Cupido dejó escapar un largo suspiro.
—¿Cuáles quieres primero, las malas noticias o las pésimas?
—Bueno, déjame pensarlo… ¿Qué tal si hacemos que mi día sea más memorable? Comienza con las pésimas y sigue con las malas para intentar mejorar la cosa.
Cupido asintió.
—De acuerdo. En el peor de los casos, es muy probable que la maldición no pueda romperse nunca.
Julian se tomó la noticia mejor que Grace. El hombre se limitó a asentir con la cabeza.
Grace miró a Cupido con los ojos entornados.
—¿Cómo puedes hacerle esto? ¡Dios Santo! Mis padres habrían removido cielo y tierra para ayudarme, y tú te limitas a sentarte sin ni siquiera decirle «lo siento». ¿Qué clase de hermano eres?
—Grace —la amonestó Julian—. No lo retes. No sabemos qué consecuencias puede traer.
—Eso es cierto, mort…
—Tócala —lo interrumpió Julian— y utilizaré la daga que llevas en el cinturón para sacarte el corazón.
Cupido se movió para alejarse de él.
—Por cierto, olvidaste mencionar algunos detalles jugosos cuando me contaste tu historia.
Julian lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Como qué?
—Como el hecho de que te acostaras con una de las sacerdotisas vírgenes de Príapo. Tío, ¿en qué estabas pensando? Ni siquiera te preocupaste de quitarle la túnica mientras la tomabas. No eres tan estúpido como para hacer eso, ¿se puede saber qué te ocurrió?
—Por si se te ha olvidado, estaba muy enfadado con Príapo en aquel momento —contestó él con amargura.
—En ese caso, tendrías que haber buscado a una de las sacerdotisas de mamá. Para eso estaban.
—Afrodita no fue la que mató a mi esposa. Fue Príapo.
Grace sintió que se quedaba sin aire al escucharlo. ¿Estaba hablando en serio?
Cupido pasó por alto la hostilidad de Julian.
—Bueno, Príapo aún está un poco sensible con respecto al tema. Al parecer, lo ve como el último de tus insultos.
—Ya entiendo —masculló Julian—. ¿El hermano mayor está enfadado conmigo por haberme atrevido a tomar a una de sus vírgenes consagradas, cuando se suponía que debía sentarme tan tranquilo y dejar que él matara a mi familia a su antojo? —La ira que destilaba su voz hizo que un escalofrío ascendiera por la espalda de Grace—. ¿Te molestaste en preguntarle a Príapo por qué fue tras ellos?
Cupido se pasó una mano por los ojos y dejó escapar un suspiro entrecortado.
—Claro, ¿recuerdas que perseguiste a Livio y lo derrotaste a las afueras de Conjara? Pues él pidió que se vengara su muerte justo antes de que le cortaras la cabeza.
—Estábamos en guerra.
—Ya sabes lo mucho que siempre te ha odiado Príapo. Estaba buscando una excusa para poder lanzarse sobre ti sin temor a sufrir represalias… y tú mismo se la ofreciste.
Grace observó a Julian, pero su rostro era una máscara inexpresiva.
—¿Le has dicho a Príapo que quiero verlo? —le preguntó.
—¿Es que te has vuelto loco? Claro que no, joder. Estuvo a punto de darle un ataque cuando mencioné tu nombre. Dijo que podías pudrirte en el Tártaro durante toda la eternidad. Créeme, no te gustaría estar cerca de él.
—Confía en mí, me encantaría.
Cupido asintió.
—Vale, pero si lo matas, tendrás que vértelas con Zeus, Tesífone y Némesis.
—¿Y crees que me asustan?
—Ya sé que no, pero no quiero verte morir de ese modo. Y si dejaras de ser más terco que una mula al menos durante tres segundos, tú mismo te darías cuenta. ¡Venga ya! ¿De verdad quieres desencadenar la ira del gran jefe?
A juzgar por la expresión de Julian, Grace habría dicho que le daba exactamente igual.
—Pero —continuó Cupido—, mamá señaló que existe un modo de acabar con la maldición.
Grace contuvo el aliento cuando vio que la esperanza se abría paso en el rostro de Julian. Ambos esperaron a que Cupido se explicara.
En lugar de seguir, el dios se dedicó a observar el interior del sombrío local.
—¿Crees que esta gente se come esta mier…?
Julian chasqueó los dedos delante de los ojos de su hermano.
—¿Qué hago para romper la maldición?
Cupido se arrellanó en el asiento.
—Ya sabes que todo en el universo es cíclico. Todo comienza tal y como acaba. Puesto que fue Alejandría la que originó la maldición, debes ser convocado por otra mujer cuyo nombre esté dedicado a Alejandro. Una que también necesite algo de ti. Debes hacer un sacrificio por ella y… —En ese momento, estalló en carcajadas.
Hasta que Julian se incorporó por encima de la mesa y lo agarró por la camiseta.
—¿Y…?
Cupido se zafó de Julian y adoptó una actitud seria.
—Bueno… —continuó mirando a Grace y a Selena—. ¿Nos disculpáis un momento?
—Soy sexóloga —le dijo Grace—. Nada de lo que digas podrá sorprenderme.
—Y yo no pienso levantarme de esta mesa hasta que escuche los jugosos cotilleos —confesó Selena.
—De acuerdo, entonces. —Cupido volvió a mirar a Julian—. Cuando la mujer consagrada a Alejandro te invoque, no podrás meter tu cucharita en su jarrita de mermelada hasta el último día. Será entonces cuando debáis uniros carnalmente antes de la medianoche y tendrás que encargarte de no separar vuestros cuerpos hasta el amanecer. Si sales de ella en cualquier momento, por cualquier motivo, regresarás de inmediato al libro y la maldición seguirá vigente.
Julian lanzó un improperio y miró hacia otro lado.
—Exacto —le contestó su hermano—. Ya sabes lo poderosa que es la maldición de Príapo. No hay forma de que aguantes treinta días sin tirarte a tu invocadora.
—Ese no es el problema —replicó Julian entre dientes—. El problema es encontrar a una mujer consagrada a Alejandro que me invoque.
Con el corazón desbocado a causa de los nervios, Grace se incorporó en el asiento.
—¿Qué significa lo de «una mujer consagrada a Alejandro»?
Cupido encogió los hombros.
—Que tiene que llevar el nombre de Alejandro.
—¿Como apellido, por ejemplo? —preguntó ella.
—Sí.
Grace alzó los ojos y buscó la mirada entristecida de Julian.
—Julian, mi nombre completo es Grace Alexander.