Unas horas más tarde, Grace soltó un suspiro al abrir la puerta de su chalet de dos plantas y poner el pie en el suelo encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa de alas abatibles que decoraba el rincón adyacente a la escalera, antes de cerrar la puerta y arrojar las llaves junto a la correspondencia.
Mientras se quitaba a tirones los zapatos negros de tacón, el silencio resonó en sus oídos y se le formó un nudo en la garganta. Todas las noches la misma rutina insípida: entrar a un hogar vacío, dejar el correo sobre la mesa, subir la escalera para cambiarse de ropa, tomar una cena ligera, clasificar el correo, leer un libro, llamar a Selena, comprobar el contestador e irse a la cama.
Selena tenía razón: su vida no era más que un aburrido y escueto tratado sobre la monotonía.
A los veintinueve años, Grace estaba harta de su vida.
Qué leches, incluso Jamie, el buscador de tesoros nasales, comenzaba a parecerle atractivo.
Bueno, tal vez Jamie no, y menos su nariz; pero seguro que había alguien ahí afuera en algún lugar que no era un cretino.
¿O no?
Mientras subía las escaleras, decidió que vivir sola no era tan horrible. Al menos, podía dedicarle mucho tiempo a sus hobbies.
O a la búsqueda de alguno, pensó mientras caminaba por el pasillo que conducía a su dormitorio. Algún día encontraría de verdad algo con lo que entretenerse.
Atravesó el dormitorio, dejó caer los zapatos junto a la cama y se cambió de ropa en un santiamén.
Acababa de recogerse el pelo en una coleta cuando sonó el timbre.
Bajó de nuevo la escalera para dejar pasar a Selena.
Tan pronto como abrió la puerta, su amiga soltó con voz airada:
—No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad?
Grace echó un vistazo a los agujeros de sus vaqueros y a la enorme camiseta de manga corta que llevaba.
—¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto? —Y entonces vio el libro en la enorme cesta de mimbre que Selena utilizaba para llevar las compras—. Puf, ese libro otra vez no.
Con una expresión un tanto irritada, Selena le contestó:
—¿Sabes cuál es tu problema, Gracie?
Grace miró al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda. Por desgracia, no llegó ninguna.
—¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no arrojo mi gordo y pecoso cuerpo sobre cualquier hombre que conozco?
—Que no tienes ni idea de lo encantadora que eres en realidad.
Mientras Grace se quedaba allí plantada, muda de asombro ante el inusual comentario, Selena llevó el libro a la sala de estar y lo colocó sobre la mesita de café. A continuación, sacó el vino de la cesta y se dirigió a la cocina.
Grace no se molestó en seguirla. Había encargado una pizza antes de salir del trabajo y además sabía que Selena tan solo estaba buscando unas copas.
Como impulsada por un resorte invisible, Grace se acercó a la mesita donde se hallaba el libro.
De forma inconsciente, extendió la mano. Cuando tocó la suave cubierta de cuero, habría jurado que acababa de sentir una caricia en la mejilla.
Aquello era ridículo.
Tú no crees en esta basura, pensó.
Pasó la mano por el cuero, liso y perfecto, y cayó en la cuenta de que no había ni título ni ninguna otra inscripción. Levantó la cubierta.
Era el libro más extraño que había visto en su vida. Parecía que las páginas hubieran formado parte en un principio de un rollo de pergamino que más tarde había sido transformado en un libro.
El amarillento papel emitió un ligero crujido bajo sus dedos cuando pasó la primera página, donde descubrió un intrincado emblema en espiral pintado a mano en el que se apreciaba la intersección de tres triángulos junto a una fascinante imagen de tres mujeres unidas por espadas.
Frunció el ceño y recordó de forma vaga que aquello era una especie de símbolo griego.
Aún más intrigada que antes, pasó unas cuantas páginas y descubrió que el libro estaba completamente en blanco, salvo por aquellas tres hojas…
Qué extraño, pensó.
Debía de haber sido una especie de cuaderno de bocetos de un pintor o de un escultor, decidió. Esa sería la única explicación de que las páginas estuvieran en blanco. Habría sucedido algo antes de que el artista tuviera oportunidad de añadir algo más al libro.
Sin embargo, eso no acababa de explicar por qué el papel parecía mucho más antiguo que la encuadernación…
Pasó las páginas hacia atrás hasta llegar al dibujo del hombre y observó con atención la inscripción que había encima, pero no pudo sacar nada en claro. Al contrario que Selena, ella huyó de las clases de lenguas antiguas en la facultad como de la peste; y de no haber sido por su amiga, jamás habría aprobado aquella parte de las asignaturas troncales.
—A mí me parece griego, sin duda alguna —dijo en voz baja cuando volvió a mirar al hombre.
Era sorprendente. Tan perfecto e incitante.
Tan increíblemente sexy…
Cautivada por completo, se preguntó cuánto tiempo se tardaría en hacer un dibujo tan perfecto. Alguien debía de haber pasado años dedicado a la tarea, porque aquel tipo parecía estar a punto de saltar de la página del libro y meterse en su casa.
Selena se detuvo en la entrada y observó cómo Grace miraba con atención a Julian. No la había visto tan embelesada en su vida.
Bien.
Tal vez Julian pudiese ayudarla.
Cuatro años eran demasiado tiempo.
Era evidente que Paul había sido un desaprensivo cerdo narcisista. Su insensibilidad hacia los sentimientos de Grace había llegado al punto de hacerla llorar la noche en que le arrebatara su virginidad.
Y ninguna mujer merecía llorar. Mucho menos cuando estaba con alguien que había jurado quererla.
Sin duda alguna, Julian sería bueno para Grace. Un mes con él y olvidaría todo lo referente a Paul. Y una vez que saboreara lo que era el verdadero sexo compartido, se libraría de la crueldad de Paul para siempre.
Claro que primero Selena tenía que conseguir que su testaruda amiguita fuese un poco más transigente.
—¿Has encargado la pizza? —le preguntó al tiempo que le ofrecía una copa de vino.
Grace la cogió con un gesto distraído. Por alguna razón, no podía apartar los ojos del dibujo.
—¿Gracie?
Parpadeó y se obligó a levantar la mirada.
—¿Qué?
—Te he pillado mirando —bromeó Selena.
Grace se aclaró la garganta.
—¡Venga, por favor! No es más que un pequeño dibujo en blanco y negro.
—Cielo, en ese dibujo no hay nada pequeño.
—Selena, eres mala.
—Muy cierto. ¿Más vino?
Y como si esa hubiera sido la señal, sonó el timbre.
—Iré yo —dijo Selena antes de colocar el vino en la mesa del teléfono y dirigirse al recibidor.
Unos minutos después, volvió a la salita. Grace dejó que el maravilloso aroma de la enorme pizza de pepperoni apartara sus pensamientos del libro. Y del hombre cuya imagen parecía haberse grabado en su subconsciente.
Sin embargo, no fue cosa fácil.
De hecho, le resultaba más y más difícil con cada minuto que pasaba.
¿Qué narices le ocurría? Ella era la Reina de Hielo. Ni siquiera Brad Pitt o Brendan Fraser despertaban su libido. Y a ellos los veía en color.
¿Qué había de extraño en aquel dibujo?
¿Qué había de extraño en ese hombre?
Le dio un mordisquito a la pizza y, a modo de desafío personal, se trasladó al sillón que había al otro lado de la estancia. Así estaba mejor. Les demostraría a Selena y al libro que era ella quien dominaba la situación.
Después de cuatro porciones de pizza, dos pastelitos de chocolate, cuatro copas de vino y una película, se reían a mandíbula batiente tumbadas en el suelo sobre los cojines del sofá mientras veían Dieciséis velas.
—Dices que es tu cumpleaños —comenzó a cantar Selena y acto seguido golpeó el suelo como si de unos bongos se tratara—. También es el mío.
Un poco mareada por el vino, Grace le atizó en la cabeza con un cojín y se echó a reír como una tonta.
—¿Gracie? —dijo Selena, que apenas conseguía reprimir la risa—. ¿Estás achispada?
Se escuchó otra risilla de Grace.
—Yo diría que agradablemente contenta. Maravillosamente contenta.
Selena soltó una carcajada y le deshizo la coleta.
—En ese caso, ¿estás dispuesta a hacer un pequeño experimento?
—¡No! —gritó Grace con rotundidad mientras se metía los mechones sueltos de pelo tras las orejas—. No quiero utilizar la ouija, ni hacer lo del péndulo; y te juro que si veo una sola carta del tarot o una runa, te vomitaré los pastelitos encima.
Mordiéndose el labio, Selena cogió el libro y lo abrió.
Las doce menos cinco, pensó.
Sostuvo el dibujo en alto para que Grace lo observara y señaló aquel increíble cuerpo.
—¿Qué opinas de él?
Grace lo miró y sonrió.
—Está muy bueno, ¿verdad?
Bien, estaba claro que la cosa mejoraba por momentos. No era capaz de recordar la última vez que Grace le había dedicado un cumplido a un hombre. Movió el libro de forma juguetona frente al rostro de su amiga.
—Venga, Gracie. Admítelo. Deseas a este bombón.
—Si te digo que no le dejaría salir de mi cama ni a cambio de unas galletas saladas, ¿me dejarías en paz?
—Es posible. ¿A qué más renunciarías por mantenerlo en tu cama?
Grace puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza sobre un cojín.
—¿A comer sesos de mono a la plancha?
—Ahora soy yo la que va a vomitar.
—No estás prestando atención a la película.
—Lo haré si pronuncias este hechizo tan cortito.
Grace alzó las manos y suspiró. Sabía que no merecía la pena discutir con Selena cuando tenía esa expresión. No se detendría hasta salirse con la suya ni aunque les cayera un meteorito en ese mismo instante.
Además, ¿qué había de malo? Había descubierto hacía ya mucho tiempo que ninguno de los estúpidos rituales y encantamientos de Selena funcionaba.
—Vale, si así te sientes mejor, lo haré.
—¡Genial! —gritó Selena y la agarró de un brazo para ponerla en pie—. Tenemos que salir al porche.
—Muy bien, pero no voy a cortarle el cuello a un pollo y tampoco pienso beber nada asqueroso.
Con la sensación de ser una niña a la que habían dejado dormir en casa de una amiga y que acababa de perder en el juego de Verdad-Atrevimiento, permitió que Selena la precediera a través de la puerta corredera de cristal que conducía al porche. El aire húmedo llenó sus pulmones mientras los grillos cantaban y un millar de estrellas brillaban en lo alto. Grace supuso que era una noche perfecta para invocar a un esclavo sexual.
Se rió por lo bajo al pensarlo.
—¿Qué quieres que haga? —le preguntó a Selena—. ¿Pedir un deseo a un planeta?
Selena negó con la cabeza y la colocó en mitad de un rayo de luna que se colaba entre los aleros del tejado. Le ofreció el libro abierto.
—Apriétalo con fuerza contra tu pecho.
—¡Ven conmigo, nene! —dijo Grace con fingido deseo mientras se apretaba el libro contra el pecho como si de un amante se tratara—. Me pones tan cachonda… Me muero de impaciencia por hincar los dientes en ese maravilloso cuerpo que tienes.
Selena se echó a reír.
—Basta. ¡Esto es serio!
—¿Serio? Por favor… Estoy aquí fuera en mitad del porche el día de mi trigésimo cumpleaños, descalza, con unos vaqueros a los que mi madre les prendería fuego y abrazando un estúpido libro para invocar a un esclavo sexual griego del más allá. —Miró a Selena—. Solo conozco una manera de hacer que esto sea aún más ridículo…
Sujetando el libro con una sola mano, Grace extendió los brazos a ambos lados del cuerpo, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a rogar al oscuro cielo:
—¡Oh, fabuloso esclavo sexual! Llévame contigo y haz lo que quieras de mí. Te ordeno que te levantes —dijo, alzando las cejas.
Selena resopló.
—No se hace así. Tienes que decir su nombre tres veces.
Grace se enderezó.
—Esclavo sexual, esclavo sexual, esclavo sexual.
Con los brazos en jarras, Selena le lanzó una mirada furiosa.
—Julian de Macedonia.
—Vaya, lo siento. —Volvió a apretar el libro contra el pecho y cerró los ojos—. Ven y alivia el dolor que siento en la entrepierna, ¡oh, gran Julian de Macedonia, Julian de Macedonia, Julian de Macedonia! —Se volvió para mirar a Selena—. ¿Sabes? Es difícil pronunciarlo tan rápido tres veces seguidas.
Sin embargo, su amiga no le prestaba la más mínima atención. Estaba muy ocupada mirando por todos lados, a la espera de la aparición de un apuesto desconocido griego.
Grace no había hecho más que poner los ojos en blanco de nuevo cuando un ligero soplo de viento cruzó el patio y las envolvió con un suave aroma a sándalo. Se tomó un segundo para recrearse con aquella agradable fragancia antes de que se desvaneciera y la brisa volviera a traer el calor húmedo y pegajoso típico de una noche de agosto.
De repente, se escuchó un sonido apagado procedente del patio trasero. Un débil susurro entre los arbustos.
Arqueando una ceja, Grace examinó las plantas que se habían movido.
Y en ese momento salió a relucir el diablillo que llevaba dentro.
—Ay, Dios mío —murmuró antes de señalar hacia un arbusto del patio trasero—. ¡Selena, mira allí!
Selena se volvió a toda prisa al ver el gesto nervioso de Grace. Un enorme seto se mecía como si hubiera alguien detrás.
—¿Julian? —susurró Selena al tiempo que daba un paso hacia delante.
El arbusto se inclinó y, de improviso, un siseo y un maullido rompieron el silencio un instante antes de que dos gatos cruzaran el patio como una exhalación.
—Mira, Lanie. Es el señor don Gato que viene a poner fin a mi celibato. —Grace acunó el libro con un brazo y se llevó el dorso de la mano a la frente, en un fingido desmayo—. ¡Oh, ayúdame Señora de la Luna! ¿Qué voy a hacer con las atenciones de tan indeseable pretendiente? Ayúdame rápido, antes de que me mate a causa de la alergia.
—Dame ese libro —masculló Selena antes de quitárselo de un tirón. Regresó a la casa mientras pasaba las páginas—. Joder, ¿qué he hecho mal?
Grace abrió la puerta para que Selena pudiera entrar al fresco interior de la sala.
—No hiciste nada mal, cielo. Lo que pasa es que esto es ridículo. ¿Cuántas veces tengo que decirte que toda esta porquería se la inventa un viejecillo sentado en la parte trasera de un almacén? Te apuesto lo que quieras a que ahora mismo está partiéndose de la risa por el hecho de que hemos sido lo bastante imbéciles para…
—Quizá era necesario hacer algo más. Me juego lo que sea a que hay algo en los primeros párrafos que no he interpretado bien. Tiene que ser eso.
Grace cerró la puerta de cristal y trató de tener paciencia.
Y ella se permite el lujo de llamarme testaruda a mí, pensó.
El teléfono sonó en aquel instante y al contestarlo, Grace oyó la voz de Bill que preguntaba por Selena.
—Es para ti —dijo, ofreciéndole el auricular.
Selena lo cogió.
—¿Sí? —Guardó silencio unos minutos.
Grace podía escuchar la voz nerviosa de Bill. Por la repentina palidez del rostro de su amiga, dedujo que algo había pasado.
—Vale, vale. Llegaré enseguida. ¿Estás seguro de que te encuentras bien? Vale, te quiero. Voy de camino… No hagas nada hasta que yo llegue.
Grace sintió una terrible punzada de miedo y se le hizo un nudo en el estómago. Una y otra vez volvía a ver al policía en la puerta de su dormitorio y a escuchar su desapasionada voz: «Lamento mucho tener que informarle de que…».
—¿Qué pasa? —preguntó Grace.
—Bill se ha caído jugando a baloncesto y se ha roto un brazo.
Grace dejó escapar un suspiro de alivio. Gracias a Dios no había sido un accidente de coche.
—¿Se encuentra bien?
—Dice que sí. Sus amigos lo llevaron a urgencias y le hicieron una radiografía antes de darle el alta. Me ha dicho que no me preocupara, pero creo que es mejor que vuelva a casa.
—¿Quieres que te lleve en mi coche?
Selena negó con la cabeza.
—No, al contrario que yo, has bebido demasiado. Además, estoy segura de que no es nada serio. Ya sabes lo aprensiva que soy. Quédate aquí y disfruta de lo que queda de película. Te llamaré mañana por la mañana.
—Vale. Cuéntame cómo se encuentra.
Selena cogió el bolso y sacó las llaves. Se detuvo a mitad de camino y le ofreció el libro a Grace.
—¡Qué coño! Quédatelo. Supongo que en los próximos días te ayudará a reírte a carcajadas cada vez que te acuerdes de lo idiota que soy.
—No eres idiota. Un poco excéntrica, nada más.
—Eso es lo que decían de Mary Todd Lincoln, ya sabes, la mujer del presidente… Hasta que la encerraron en un manicomio.
Grace cogió el libro entre carcajadas y observó cómo Selena caminaba hacia su coche.
—Ten cuidado —gritó desde la puerta—. Y gracias por el regalo y por haber venido.
Selena le dijo adiós con la mano antes de subirse a su Jeep Cherokee de color rojo y alejarse.
Con un suspiro de cansancio, Grace cerró la puerta con llave y arrojó el libro al sofá.
—No te muevas de ahí, esclavo sexual.
Grace se rió de su propia estupidez. ¿Acabaría alguna vez Selena con todas aquellas majaderías?
Apagó el televisor y llevó los platos sucios al fregadero. Mientras lavaba las copas, vio un repentino destello de luz.
Por un instante, creyó que se trataba de un relámpago.
Hasta que se dio cuenta de que había sido dentro de la casa.
—¿Qué c…?
Dejó las copas y fue hacia la salita de estar. Al principio no vio nada. No obstante, percibió una presencia extraña en cuanto se acercó a la puerta. Algo que le puso los pelos de punta.
Entró en la estancia con mucho cuidado y vio una figura alta, de pie delante del sofá. Era un hombre. Un hombre muy guapo. Un hombre… ¡desnudo!