Emergen de la escalera hasta la oscuridad de la calle desierta. Algunos se mueven de un modo espasmódico y maníaco; exuberantes y ruidosos. Otros avanzan silenciosamente, como espectros; dolidos por dentro, pero temiendo la inminencia de dolores y molestias aún mayores.

Su destino es un pub que parece servir de cimiento a un bloque de viviendas en ruinas sito en una bocacalle entre Easter Road y Leith Walk. Esta calle se ha perdido el proceso de limpieza de piedra del que se han beneficiado sus vecinas y el edificio es del color negro hollín de los pulmones de un fumador de dos paquetes diarios. La noche es tan oscura que es difícil determinar la silueta del bloque contra el cielo. Sólo se define mediante una luz aislada que asoma desde una ventana del último piso, o la luminosa farola que le asoma por el costado.

La fachada del pub está pintada de un azul oscuro espeso y satinado y la señal es del diseño que preferían los patrocinadores de la fábrica de cerveza en los primeros setenta, cuando el paradigma era que todos los bares tenían que tener un aspecto estándar, y disimular cualquier característica individual que pudieran tener. Como el bloque que está encima, el pub no ha gozado sino del mantenimiento más superficial durante casi veinte años.

Son las 5.06 de la mañana y las luces amarillas del establecimiento están encendidas, un refugio en las calles oscuras, húmedas y sin vida. Hacía días, reflexionaba Spud, que no veía la luz del día. Eran como vampiros, con su existencia nocturna, sin ninguna sincronía con la mayoría de la gente que habitaba los bloques y vivía según un ciclo de sueño y trabajo. Estaba bien ser diferentes.

El pub está lleno a pesar de llevar abierto sólo un par de minutos. Dentro hay una larga barra de fórmica con varios grifos y palancas. Sobre el sucio linóleo se sostienen temblorosamente mesas desvencijadas en el mismo estilo de fórmica. Detrás de la barra un aparador finamente tallado mira hacia abajo con incongruente soberbia. La enfermiza luz amarilla de las bombillas sin pantalla rebota ásperamente contra las paredes manchadas de nicotina.

En el pub hay verdaderos trabajadores de turno de la fábrica de cerveza y el hospital, y así debe ser, dado el propósito teórico de la licencia de apertura temprana. También hay una delegación de los más desesperados: aquellos que están allí porque necesitan estarlo.

El grupo que entra en el pub también está impulsado por la necesidad. La necesidad de más alcohol para conservar el punto, o recuperarlo, y luchar contra el avance de tétricas y deprimentes resacas. También han sido atraídos por una necesidad más imperiosa, la necesidad de pertenecerse mutuamente para aferrarse a la fuerza que les ha fusionado durante los últimos días de fiestas.

Un borracho apoyado contra la barra, de edad avanzada pero difícil de determinar, les observa cuando entran. Su cara ha sido destruida por el consumo de licores baratos y la excesiva exposición a las crueles ráfagas de los helados vientos del Mar del Norte. Parece como si todos y cada uno de los capilares que hay en ella hubiesen reventado bajo la piel, dejándola con el aspecto de las salchichas cuadradas poco hechas que sirven en los cafés locales. Sus ojos son de un contrastado color azul, aunque sus yemas sean del mismo color que las paredes del pub. Su cara hace un esfuerzo al reconocer algo cuando el grupo ruidoso se acerca hasta la barra. Uno de los jóvenes, quizá más de uno, piensa sarcásticamente, es su hijo. Había sido el responsable de traer al mundo a unos cuantos en tiempos, cuando cierto tipo de mujer le encontraba atractivo. Eso fue antes de que la bebida destruyera su faz y distorsionara el fruto de su lengua afilada y cruel hasta reducirlo a un gruñido incomprensible. Mira al joven en cuestión y piensa qué decir, antes de decidir que no tiene nada que decirle. Nunca lo ha tenido. El joven ni siquiera le ve, pues su atención está centrada en llevar las bebidas. El viejo borracho ve que el joven disfruta de sus acompañantes y de sus bebidas. Recuerda cuando él hacía lo mismo. El disfrute y la compañía se desvanecieron, pero la bebida no. De hecho, se amplió para llenar el hueco dejado por su marcha.

Lo último que querría Spud es otra pinta. Antes de salir, se había examinado la cara en el espejo del cuarto de baño en el piso de Dawsy. Estaba pálida pero marcada por sarpullidos, y sus pesados párpados intentaban cerrar las persianas sobre la realidad. Aquella cara estaba rematada con mechones de cabello en punta color arena. Podría ser buena idea, considera, tomarse un zumo de tomate para sus doloridas entrañas o una naranjada o limón frescos para combatir la deshidratación, antes de volver a beber más alcohol.

Lo desesperado de la situación se confirma cuando acepta mansamente la pinta de lager que Frank Begbie, primero en llegar a la barra, le había traído.

«Gracias, Franco.»

«Una Guinness para mí, Franco», solicita Renton. Acaba de volver de Londres. Está tan contento de estar de vuelta como lo estuvo de marcharse.

«Aquí la Guinness es una mierda», le dice Gav Temperley.

«Aun así.»

Dawsy levanta las cejas y le canta a la camarera.

«Yeah, yeah, you’re a beautiful lover.»[64]

Habían hecho una competición para ver quién conocía la canción más mierdera, y Dawsy no había parado de cantar su número de la victoria.

«Cierra la puta boca, Dawsy.» Alison le pega un codazo en las costillas. «¿Quieres que nos echen?»

De todos modos, la camarera no le hace caso. Entonces se vuelve para cantarle a Renton. Renton se limita a sonreír fatigosamente. Considera que el problema de Dawsy es que si le das cuerda, la estira hasta que se rompe. Resultó levemente divertido hacía un par de días, y en cualquier caso, en su opinión, no había sido tan graciosa como su propia versión del «Escape (The Piña Colada Song)» de Rupert Holmes.

«Ah kin remember the night that we met down in Rio[65]… esa Guinness está que salta. Estás loco tomándote una Guinness aquí dentro, Mark.»

«Se lo he dicho», dice Gav con expresión triunfal.

«Con todo, pero oye», replica Renton, con una perezosa sonrisa todavía en la cara. Se siente borracho. Siente la mano de Kelly dentro de su camisa, pellizcándole el pezón. Le había estado haciendo eso toda la noche, diciéndole lo que le gustaban los pechos planos y sin pelo. Sienta bien que le toquen a uno los pezones. Si es Kelly quien lo hace, sienta más que bien.

«Vodka con tónica», le dice a Begbie, que le hace un gesto desde la barra. «Ginebra con limonada para Ali. Es que se ha ido al baño.»

Spud y Gav siguen hablando en la barra mientras el resto se hace con unos asientos en el rincón.

«¿Qué tal está June?», le pregunta Kelly a Franco Begbie, refiriéndose a su novia, de quien se sospecha que está embarazada de nuevo después de dar recientemente a luz una criatura.

«¿Quién?», se encoge agresivamente de hombros Franco. Fin de la conversación.

Renton mira hacia arriba para ver el programa de primera hora en la televisión.

«Esa Anne Diamond.»

«¿Eh?» Kelly se le queda mirando.

«Yo me la follaba», dice Begbie.

Alison y Kelly levantan las cejas y miran al techo.

«No, pero su cría sufrió la muerte súbita esa. Igual que la cría de Lesley. La pequeña Dawn.»

«Eso fue una verdadera pena», dice Kelly.

«Pero en realidad fue algo bueno. La chiquilla habría muerto del puto sida si no hubiese muerto de muerte súbita. Una puta muerte más fácil para un crío», afirma Begbie.

«¡Lesley no tenía el virus! ¡Dawn era un bebé perfectamente sano!», le espetó Alison, enfurecida. Pese a sentirse molesto también, Renton no puede dejar de notar que Alison siempre habla pijo cuando se enfada. Experimenta una leve oleada de culpabilidad por ser tan superficial. Begbie sonrió haciendo una mueca.

«¿Quién puede decirlo de todos modos?», dijo Dawsy servilmente. Renton le echó una mirada fija, dura y desafiante, cosa que nunca se atrevería a hacer con Begbie. Agresividad desviada a donde no será devuelta.

«Lo único que estoy diciendo es que nadie lo sabe de verdad», se encoge Dawsy dócilmente.

En la barra, Spud y Gav balbucean a dúo.

«¿Crees que Rents se follará a Kelly?», pregunta Gav.

«No sé. Ha terminado con ese tipo, Des, digamos, y Rents ya no se ve con Hazel. Sin compromiso y tal, ya sabes.»

«Ese cabrón de Des. Odio a ese gilipollas.»

«… no conozco al tipo, digamos… sabes.»

«¡Sí que lo conoces! Es tu puto primo, Spud. ¡Des! ¡Des Feeney!»

«… ah, sí… ese Des. Sigo sin conocer realmente al chico. Sólo me he encontrado un par de veces con el tipo desde que éramos enanos, ¿sabes? Es heavy sin embargo, Hazel en la fiesta con ese otro tío, y Rents con Kelly, sabes… heavy.»

«De todas formas, esa Hazel es una vaca amargada. Nunca he visto a esa chica con una sonrisa en la cara. Eso sí, tampoco es de extrañar, saliendo con Rents. No debe ser muy divertido andar por ahí con un capullo que siempre está completamente colgado.»

«Sí, es lo que digo yo… es demasiado heavy…» Spud se pregunta brevemente si Gav estará soltándole una indirecta o no al darle la vara acerca de la gente que siempre está colgada, antes de decidir que es un comentario inocente. Gav era legal.

El embrollado cerebro de Spud se vuelve hacia el sexo. Todos los que estaban en la fiesta parecían haberse enrollado, todos menos él. Realmente le apetece echar un polvo. Su problema es que es demasiado tímido para impresionar a las mujeres cuando no va de nada o está sobrio, y demasiado incoherente cuando va fumado o bebido. Últimamente se interesa por Nicola Hanlon, que él cree que se parece un poco a Kylie Minogue.

Hacía unos meses, Nicola le había hablado mientras se iban de una fiesta en Sighthill a otra en Wester Hailes. Se habían enrollado bien, acabando por despegarse del resto del grupo. Ella se mostró muy receptiva y Spud había hablado libremente, colocado por el speed. De hecho, parecía pendiente de todas y cada una de sus palabras. Spud no quería llegar a aquella fiesta, simplemente deseaba que pudieran seguir caminando y hablando. Se metieron por el pasadizo subterráneo y Spud pensó que debería intentar rodear a Nicola con el brazo. Entonces se le vino a la cabeza un pasaje de una canción de los Smiths, una que siempre le había gustado titulada: «Hay una luz que nunca se apaga.»

and in the darkened underpass

I thought Oh God my chance has come at last

but then a strange fear gripped me

and I just couldn’t ask[66]

La triste voz de Morrisey resumía cómo se sentía. No rodeó el hombro de Nicola, y sus intentos de ligársela después resultaron lamentables. En vez de eso, fue a chutarse a un dormitorio con Rents y Matty, deleitándose en la gozosa libertad de preguntarse ansiosamente si se lo haría con ella o no.

Si el sexo y Spud coincidían, era por lo general cuando quedaba poseído por una voluntad más fuerte. Aun así, el desastre nunca parecía andar muy lejos. Una noche Laura McEwan, una chica con una impresionante reputación sexual, lo agarró en un pub del Grassmarket y se lo llevó a casa.

«Quiero entregarte mi virginidad culera», le había dicho.

«¿Eh?» Spud no se lo podía creer.

«Que me folles el culo. Nunca lo he hecho así antes.»

«Eh, sí, eso suena… chachi, eh, digamos, eh, de acuerdo…»

Spud se sentía como un elegido. Sabía que Sick Boy, Renton y Matty habían estado con Laura, que tenía tendencia a unirse a una pandilla, follarse a todos los tíos que hubiese en ella y entonces buscar otra. La cuestión era que ellos nunca habían hecho lo que él estaba a punto de hacer.

Sin embargo, Laura quería hacer algunas cosas con Spud antes. Le ató las muñecas y después le pegó los tobillos con celofán.

«Hago esto porque no quiero que me hagas daño. ¿Entiendes? Lo haremos de costado. En cuanto empiece a sentir dolor se acabó. ¿De acuerdo? Porque a mí nadie me hace daño. Ningún puto tío me hace daño jamás. ¿Me has entendido?» Hablaba ásperamente y con amargura.

«Sí… perfecto y tal, perfecto…», dijo Spud. No quería hacerle daño a nadie. Se quedó atónito ante semejante imputación.

Laura dio un paso atrás y admiró su obra de artesanía.

«Que me jodan, pero qué hermoso», dijo, frotándose la entrepierna mientras el desnudo y maniatado Spud se hallaba tendido sobre la cama. Spud se sentía vulnerable y extrañamente mimoso. Nunca le habían atado y nunca le habían dicho que era hermoso. Entonces Laura se metió la larga y delgada polla de Spud en la boca y empezó a chupársela.

Se detuvo, con una maestría en parte intuitiva, y en parte aprendida, justo antes de que un extático Spud se corriese.

Entonces abandonó la habitación. Spud empezó a ponerse paranoico con lo de las ligaduras. Todo el mundo decía que Laura era una majarona. Había estado follándose a todo el que podía desde que logró internar a su pareja estable, un tío llamado Roy, en un hospital psiquiátrico, harta de su impotencia, su incontinencia y sus depresiones. Pero sobre todo lo primero.

«Se pasaba siglos sin follarme correctamente», le había dicho Laura a Spud, como si eso fuera justificación suficiente para que le encerraran en la casa de los locos. No obstante, razonó Spud, su crueldad y falta de escrúpulos eran parte de su atractivo. Sick Boy se refería a ella como la «Diosa del Sexo».

Volvió al dormitorio, y le miró, atado y a su merced.

«Ahora quiero que me la metas por el culo. Pero primero voy a ponerte un montón de vaselina en el pito, para que no me haga daño cuando me la metas. Tendré los músculos apretados, porque esto es nuevo para mí, pero intentaré relajarme.» Le dio una fuerte calada a un porro.

A Laura no le estaba saliendo todo bien. No encontró vaselina en el armario del cuarto de baño. Sin embargo, encontró otra cosa que podía emplearse como lubricante. Era pegajoso y pringoso. Se lo aplicó generosamente al pito de Spud. Era Vick.

Le quemaba y Spud chilló agonizante. Luchó entre espasmos con sus ligaduras, sintiéndose como si le hubiesen guillotinado la punta del pene.

«Joder. Lo siento, Spud», dijo Laura, boquiabierta.

Le ayudó a salir de la cama y llegar hasta el cuarto de baño. Llegó dando saltitos, cegado por lágrimas de dolor. Ella llenó la pila de agua, y después abandonó el cuarto en busca de un cuchillo para cortar las ataduras que había en sus tobillos y muñecas.

Haciendo equilibrios, Spud metió la polla en el agua. Picaba aún más violentamente, y reculó bajo el efecto del shock. Al caer hacia atrás, la cabeza le chocó contra la taza del water y se abrió la ceja. Cuando Laura regresó, Spud estaba inconsciente y una sangre espesa y oscura rezumaba sobre el linóleo.

Laura llamó a una ambulancia y Spud se despertó en el hospital con seis puntos en el ojo y una fuerte contusión.

Nunca llegó a follársela por el ojete. Corría el rumor de que una frustrada Laura llamó poco después a Sick Boy, que acudió a ocupar el lugar de su amigo.

Muy poco después de este desastre Spud volvió su atención hacia Nicola Hanlon.

«Eh, me sorprendió no ver a Nicky en la fiesta, digamos… la pequeña Nicky, ¿sabes cómo te digo?», le dijo a Gav.

«Sí. Es una pequeña zorra. Le gusta de todas las maneras», dijo Gav como quien no quiere la cosa.

«¿Sí?»

Notando y saboreando la trepidación y preocupación mal disimuladas en la cara de Spud, Gav continúa, regocijado por dentro, pero hablando de un modo inflexible, vigoroso y serio. «Uy, sí. Se la he metido unas cuantas veces. No tenía mal polvete y tal. Sick Boy se la ha cepillado. Rents también. Creo que Tommy también. Desde luego anduvo detrás de ella un tiempo.»

«¿Sí?… eh, vale…» Spud se siente desinflado y optimista al mismo tiempo. Decide firmemente quedarse algún tiempo más desenganchado, pensando en que por lo visto se pierde todo lo que ocurre delante de sus narices.

En la mesa Begbie indica que tiene necesidad de una nutrición algo más sólida: «Estoy muerto de hambre que te cagas. Vamos a por algo de papeo, y después a algún garito decente.» Mira amargamente en torno al cavernoso bar manchado de nicotina como un aristócrata arrogante venido a menos. De hecho, acaba de ver al viejo borrachín de la barra.

Aún es de noche cuando abandonan el pub, y van a un café de Portland Street.

«Desayuno completo para todos», dice Begbie mirando con entusiasmo a los demás.

Todos asienten aprobando, salvo Renton.

«Nah. Yo no quiero carne», dice.

«Entonces yo me tomo tu puto beicon y las salchichas», sugiere Begbie.

«Sí, claro», dice Renton con sarcasmo.

«¡Pues te las cambio por mi puto huevo, judías y tomate, cabrón!»

«Vale», empieza Renton, volviéndose hacia la camarera. «¿Utilizáis aceite vegetal para freír o grasa?»

«Nah, grasa», dice la camarera mirándole como si fuera imbécil.

«Vete a la mierda, Rents. Es lo mismo», dice Gav.

«Lo que coma Mark es cosa suya», dice Kelly en su apoyo. Alison asiente. Renton se siente como un proxeneta pagado de sí mismo.

«Lo estás jodiendo para todos los demás, Rents», gruñe Begbie.

«¿Cómo lo estoy jodiendo? Un sandwich de queso y lechuga», dice volviéndose hacia la camarera.

«Estábamos todos de puto acuerdo. Putos desayunos completos para todos», afirma Begbie.

Renton no puede creerlo. Quiere decirle a Begbie que se vaya a tomar por culo. En vez de eso, lucha contra tal impulso y sacude lentamente la cabeza. «No como carne, Franco.»

«El vegetarianismo de los cojones. Un montón de puta mierda. La carne es necesaria. ¡Un puto yonqui preocupándose de lo que se mete en el cuerpo! ¡Ésa sí que es buena!»

«Sencillamente no como carne», dice Renton, sintiéndose ridículo mientras todos se cachondeaban.

«No nos vengas contando que odias matar a los putos animales. ¡Acuérdate de los putos perros y gatos a los que pegábamos tiros con las escopetas de aire comprimido! Y las putas palomas a las que les pegábamos fuego. Les metía petardos en plan fuegos artificiales a los ratones de laboratorio, este cabrón.»

«No me importa que maten a los animales. Sencillamente no me gusta comérmelos», se encoge de hombros Renton, avergonzado de ver sus crueldades adolescentes expuestas ante Kelly.

«Jodidos hijoputas sin alma. No entiendo cómo nadie puede pegarle un tiro a un perro», dijo Alison con escarnio, sacudiendo la cabeza.

«Bueno, yo no entiendo cómo alguien puede matar y comerse a un cerdo», dice Renton señalando al beicon y la salchicha de su plato.

«No es lo mismo.»

Spud mira su alrededor: «Es, eh, digamos… Rents está haciendo lo debido, pero como por los motivos equivocados. Nunca aprenderemos a querernos a nosotros mismos, digamos, hasta que podamos cuidar de las cosas más débiles, como los animales y eso… pero está bien que Rents sea vegetariano… quiero decir, si puedes seguir así… y tal…»

Begbie hace vibrar su cuerpo de un modo etéreo y le hace a Spud el signo de la paz. Los demás se ríen. Renton, agradecido por los intentos de Spud por respaldarle, irrumpe para desviar de su aliado las burlas.

«Seguir así no es problema. Simplemente odio la carne. Me hace vomitar. Punto final.»

«Pues yo sigo diciendo que lo estás jodiendo para todos los demás.»

«¿Cómo?»

«¡Por qué lo digo yo, joder, así es como!», le espeta Begbie, señalándose a sí mismo.

Renton se encoge otra vez de hombros. Tenía poco sentido prolongar la discusión.

Se dan prisa en bajar el papeo, todos menos Kelly, que juega con su comida, ajena a las miradas ávidas de los demás. Finalmente, empuja algunos trozos sobre los platos de Franco y Gav.

Les piden que se vayan después de cantar: Oooh, ooh, to be, ooh to be a Hibby! cuando un tío de aspecto nervioso e incómodo en un acetato de los Hearts entra a por comida para llevar. Esto desencadena un popurrí de canciones futboleras y de pop mierdero. La mujer del mostrador amenaza con llamar a la policía, pero abandonan el local con buen estilo.

Se detienen en otro pub. Renton y Kelly se quedan a tomar una y después se marchan juntos. Gav, Dawsy, Begbie, Spud y Alison continúan bebiendo en abundancia. Dawsy, que lleva un rato tambaleándose, se desvanece. Begbie se pone a largar con un par de psychos que conoce en la barra, y Gav tiene un brazo posesivo alrededor de Alison.

Spud oye el comienzo de «China In Your Hand» de T’Pau y se da cuenta de inmediato de que Begbie está en la máquina de discos. Siempre parecía estar poniendo ésa, el «Take My Breath Away» de Berlin, «Don’t You Want Me» de los Human League o una canción de Rod Stewart.

Cuando Gav se va dando tumbos hasta el retrete, Alison se vuelve hacia Spud. «Spu… Danny. Vámonos de aquí. Quiero irme a casa.»

«Eh… sí… vale.»

«No quiero ir a casa sola, Danny. Ven conmigo.»

«Eh, sí… a casa, vale… eh… vale.»

Se escurren del bar inundado de humo tan subrepticiamente como lo permiten sus cuerpos hechos polvo.

«Ven a casa y quédate conmigo un rato, Danny. Nada de drogas o eso. No quiero estar sola ahora mismo, Danny. ¿Sabes lo que quiero decir?» Alison le mira tensamente, lacrimosamente, mientras van dando bandazos por la calle.

Spud asiente. Piensa que sabe lo que le está diciendo, porque él tampoco quiere estar solo. Pero nunca puede estar seguro, nunca jamás puede estar seguro del todo.