Capítulo 7

—No tengo nada que decir. —Abrí la puerta de mi coche y lancé mi bolso al interior. Luego, me volví hacia Pam, a pesar de las tentaciones que tiraban de mí para meterme en el coche e irme a casa.

—No lo sabíamos —dijo la vampira. Caminó lentamente, para que pudiese ver cómo se aproximaba. Sam había dejado dos tumbonas delante de su caravana, dispuestas en ángulo recto con respecto a la parte de atrás del bar. Las saqué de su patio y las puse junto al coche. Pam cogió la indirecta y se sentó en una mientras yo hacía lo propio con la otra.

Respiré profunda y silenciosamente. Desde que volví de Nueva Orleans me había preguntado si todos los vampiros de Shreveport estaban al tanto de los secretos propósitos de Bill hacia mí.

—No te lo habría dicho —explicó Pam— aun a sabiendas de que habían encomendado a Bill una misión, porque… los vampiros son lo primero. —Se encogió de hombros—. Pero te prometo que no sabía nada.

Moví la cabeza en señal de reconocimiento, y algo de la tensión que acumulaba finalmente se relajó. Pero no tenía la menor idea de qué responder.

—Sookie, he de decir que has causado un montón de problemas en nuestra zona. —A Pam eso no parecía perturbarla; simplemente enunciaba un hecho. Yo no sentía la necesidad de disculparme—. Estos días, Bill está consumido por la rabia, pero no sabe a quién odiar. Se siente culpable, y eso no le gusta a nadie. Eric se siente frustrado porque no es capaz de recordar el tiempo que estuvo ocultándose en tu casa, y no sabe qué te debe. Está enfadado porque la reina se ha apropiado de tus servicios a través de Bill, y ha metido las manos en su territorio, tal como él lo ve. Felicia cree que eres gafe, visto que han muerto tantos bármanes estando tú cerca. Sombra Larga, Chow —sonrió—. Oh, y tu amigo, Charles Twining.

—Nada de eso fue culpa mía —escuché a Pam con creciente agitación. No conviene estar cerca de un vampiro enfadado. Incluso la actual barman del Fangtasia era mucho más fuerte de lo que yo lo sería jamás, y eso que era la última del escalafón.

—No creo que eso cambie nada —dijo Pam, con una voz curiosamente dulce—. Ahora que sabemos que tienes sangre de hada, gracias a Andre, no será difícil hacer borrón y cuenta nueva. Pero no creo que baste, ¿no crees? He conocido a muchos humanos descendientes de hadas, y ninguno era telépata. Creo que eres única, Sookie. Claro que saber que tienes ese matiz de hada en la sangre hace que una se pregunte por su sabor. La verdad es que disfruté del sorbo cuando te atacó la ménade, a pesar de tener el rastro de su veneno. Como bien sabes, nos encantan las hadas.

—Os encantan a muerte —añadí entre dientes, pero Pam me oyó, por supuesto.

—A veces —convino con una pequeña sonrisa. Esta Pam.

—¿Hemos terminado? —Estaba deseando irme a casa y ejercer mi humanidad.

—Cuando dije que no sabíamos, en plural, lo del trato de Bill con la reina, incluía a Eric —contestó Pam, llanamente.

Bajé la mirada, pugnando por mantener mi cara bajo control.

—Eric está especialmente irritado al respecto —señaló. Escogía cuidadosamente sus palabras—. Está enfadado con Bill porque hizo un trato con la reina que rebasaba su autoridad. Está enfadado porque no se dio cuenta del plan de Bill. Está enfadado contigo porque te metiste en su piel. Está enfadado con la reina porque es más retorcida que él. Claro que por eso es la reina. Eric nunca será rey, a menos que aprenda a controlarse mejor.

—¿De verdad te preocupa? —Jamás pensé que hubiera nada que preocupara a Pam seriamente. Cuando asintió, me sorprendí diciendo—: ¿Cuándo lo conociste? —Siempre había albergado la curiosidad, y esa noche Pam parecía estar parlanchina.

—Lo conocí en Londres, la última noche de mi vida —dijo con una voz monótona procedente de sombrías honduras. Podía ver media cara suya bajo la tenue luz de seguridad, y parecía bastante tranquila—. Lo arriesgué todo por amor. Te vas a reír.

No estaba ni remotamente cerca de la sonrisa.

—Yo era una chica un poco salvaje para mi época. Las jóvenes damas no tienen que ir solas con los caballeros, ni cualquier hombre. Eso queda muy lejos. —Los labios de Pam se curvaron hacia arriba, describiendo una leve sonrisa—. Pero yo era una romántica, y muy lanzada. Me escapé de casa una noche para reunirme con el primo de mi mejor amiga, que vivía justo en la puerta de al lado. El primo estaba de visita desde Bristol, y nos gustábamos. Mis padres no lo consideraban digno para mí en cuanto a su clase social, así que no dejaron que me cortejara. Y si me pillaban a solas con él, de noche, me caería una gorda. Nada de matrimonio, a menos que mis padres pudieran obligarle a hacerlo. Así que, nada de futuro tampoco. —Pam meneó la cabeza—. Es extraño pensarlo ahora. Era una época en la que las mujeres no teníamos elección. Lo irónico es que nuestro encuentro fue de lo más inocente. Unos pocos besos y un montón de palabrería romanticona y amor eterno. Bla, bla, bla.

Sonreí, pero ella no me miraba para verlo.

—De vuelta a mi casa, tratando de sortear el jardín en silencio, me topé con Eric. No había forma de ser tan silenciosa como para despistarlo a él. —Guardó un prolongado instante de silencio—. Y ése fue el final para mí.

—¿Por qué te convirtió? —Me hundí en mi tumbona y crucé las piernas. Estaba resultando una conversación tan inesperada como fascinante.

—Creo que se sentía solo —dijo, con una leve nota de sorpresa en la voz—. Su anterior compañera se había independizado. Los vampiros neonatos no pasan mucho tiempo con sus creadores. Al cabo de unos años, tiene que ser así, aunque más tarde puede volver con él, obligatoriamente si el creador lo reclama.

—¿No estabas enfadada con él?

Parecía esforzarse por recordar.

—Al principio me sentía conmocionada —explicó—. Cuando me drenó, me depositó en mi propia cama, y mi familia pensó que había muerto de alguna extraña enfermedad. Así que me enterraron. Eric me desenterró para que no despertara en un ataúd y tuviera que abrirme paso hasta la superficie. Fue de gran ayuda. Me ayudó y me lo explicó todo. Hasta la noche de mi muerte, siempre había sido una mujer muy convencional, oculta bajo mis osadas tendencias. Estaba acostumbrada a llevar capas y capas de ropa. Alucinarías con el vestido que llevaba puesto cuando morí: las mangas, los adornos… ¡Sólo con la tela de la falda te podrías hacer tres vestidos! —Pam rebosaba recuerdos, sin más—. Cuando me desperté, descubrí que ser una vampira había liberado algo salvaje en mí.

—Tras lo que hizo, ¿no quisiste matarlo?

—No —dijo al instante—. Quise hacer el amor con él, y eso hice. Lo hicimos muchas veces —sonrió—. El vínculo entre creador y vampira neonata no tiene por qué ser sexual, pero en nuestro caso sí lo era. Eso cambió bastante pronto, la verdad, a medida que mis gustos se ampliaban. Quería probar todo lo que se me había negado en mi vida humana.

—¿Entonces te gustaba ser vampira? ¿Te alegraste?

Pam se encogió de hombros.

—Sí. Siempre me ha gustado ser lo que soy. Me llevó unos días comprender mi nueva naturaleza. Ni siquiera había oído hablar de los vampiros antes de convertirme en una.

No podía imaginarme el pasmo de su despertar. El rápido reajuste respecto a su nuevo estado me fascinaba.

—¿Alguna vez volviste para ver a tu familia? —le pregunté. Vale, puede que la pregunta fuese un poco desafortunada, y me arrepentí en cuanto salió de mis labios.

—Los vi de lejos, puede que diez años después. Ya sabes, lo primero que tiene que hacer un vampiro es abandonar el lugar donde vivió. De lo contrario, corre el riesgo de ser reconocido y de que le den caza. No como ahora, que te puedes exhibir todo lo que quieras. Pero éramos tan reservados, tan cuidadosos. Eric y yo salimos de Londres tan deprisa como pudimos y, tras pasar un tiempo en el norte de Inglaterra, mientras me acostumbraba a mi nueva naturaleza, partimos hacia el continente.

Era terrible, pero fascinante.

—¿Lo amabas?

Pam parecía un poco desconcertada. Su tersa frente tembló imperceptiblemente.

—¿Amarlo? No. Éramos buenos compañeros y me gustaba el sexo y la caza. Pero ¿amor? No. —Bajo las tenues luces de seguridad que lanzaban extrañas sombras sobre los rincones del recinto, observé que el rostro de Pam se relajaba—. Le debo mi lealtad —dijo—. Tengo que obedecerle, pero lo hago de buen grado. Ahora estaría pudriéndome en mi tumba de no haberme topado con él aquella noche, después de tener una cita con un joven estúpido. Seguí mi propio camino durante muchos, muchos años, pero me alegré de saber de él cuando abrió el bar y me llamó para servirle.

¿Era posible que hubiese alguien tan desapegada como Pam en cuanto al hecho de su propio asesinato? No cabía duda de que se deleitaba en su naturaleza vampírica; de que albergaba cierto desprecio por los humanos. De hecho, parecía encontrarlos divertidos en un sentido peyorativo. Le pareció hilarante que Eric mostrara sentimientos hacia mí. ¿Podía Pam haber cambiado tanto respecto a su propia naturaleza anterior?

—¿Cuántos años tienes, Pam?

—¿Cuándo morí? Diecinueve. —Ni un atisbo de sentimiento cruzó su cara.

—¿Te solías arreglar el pelo todos los días?

Su rostro pareció suavizarse un poco.

—Sí, claro. Lo hacía con estilos muy elaborados. Mi doncella tenía que ayudarme. Me ponía almohadillas por debajo para darle más volumen. ¡Y la ropa interior! Te morirías de risa viendo cómo me tenía que embutir en ella.

Por muy interesante que estuviese siendo la conversación, me di cuenta de que estaba cansada y de que me apetecía volver a casa.

—Así que el meollo de la cuestión es que eres absolutamente leal a Eric, y quieres que sepa que ninguno de vosotros sabía que Bill tenía planes secretos cuando vino a Bon Temps. —Pam asintió—. Entonces, ¿esta noche has venido para…?

—Para pedirte que tengas misericordia con Eric.

La idea de que Eric necesitase misericordia jamás se me había pasado por la cabeza.

—Eso es tan divertido como tu ropa interior de cuando eras humana —dije—. Pam, sé que crees que le debes todo a Eric, a pesar de que te matara… Nena, te mató… Pero yo no le debo nada.

—Te preocupas por él —respondió. Por primera vez parecía un poco enfadada—. Sé que es así. Nunca se había enmarañado tanto con sus emociones. Nunca ha estado en una posición de tanta desventaja. —Parecía que se estaba armando de nuevo. Di por sentado que la conversación se había terminado. Nos levantamos y volví a colocar las tumbonas de Sam.

No sabía qué decir.

Afortunadamente, no tuve que pensar en nada. El propio Eric salió de las sombras que se proyectaban por los bordes del recinto.

—Pam —dijo, cargando la única sílaba de la palabra—. Se hacía tan tarde que he seguido tu rastro para asegurarme de que estabas bien.

—Maestro —contestó ella, algo que nunca había oído de boca de Pam. Hincó una rodilla sobre la grava, gesto que debió de ser de lo más doloroso.

—Vete —ordenó Eric, y ella obedeció sin decir nada.

Permanecí en silencio. Eric me estaba lanzando esa fija mirada vampírica, y yo no podía leer su mente en absoluto. No me cabía duda de que estaba enfadado; pero ¿sobre qué, con quién y con qué intensidad? Eso era lo divertido y lo escalofriante de estar con vampiros, todo en uno.

Eric decidió que las acciones hablarían más claro que las palabras. De repente, estaba justo delante de mí. Puso un dedo sobre mi barbilla y alzó mi cabeza para encontrarme con la suya. Sus ojos, que resultaban simplemente oscuros bajo la tenue luz, se clavaron en los míos con una intensidad excitante a la par que dolorosa. Vampiros; sentimientos encontrados. Todo es lo mismo.

No me sorprendió del todo que me besara. Cuando alguien ha tenido unos mil años de práctica con el beso, puede ser muy, muy bueno, y mentiría si dijese que era inmune contra ese enorme talento. Mi temperatura aumentó notablemente. Era todo lo que podía hacer para no echarme encima de él, rodearle con mis brazos y apretarme contra su cuerpo. Para ser un muerto, tenía la química más viva, y al parecer todas mis hormonas estaban bien despiertas después de la noche con Quinn. Pensar en él fue como recibir un jarro de agua helada.

Con una reticencia casi dolorosa, me aparté de Eric. Su rostro lucía una expresión de concentración, como si estuviese catando algo y tuviera que decidir si le gustaba o no.

—Eric —dije, con voz temblorosa—. No sé por qué estás aquí ni por qué estás montando todo este drama.

—¿Eres de Quinn ahora? —Sus ojos se entornaron.

—No soy de nadie —dije—. Yo elijo.

—¿Y ya has elegido?

—Eric, esto ya se pasa del descaro. Tú y yo nunca hemos estado juntos. Nunca me has dado ninguna señal de que estuviera en tus pensamientos. Nunca me has tratado como si tuviese una importancia en tu vida. No digo que hubiera estado abierta a ello, pero sí que, en su ausencia, soy libre de encontrar a otro…, eh, compañero. Y, hasta el momento, Quinn me encanta.

—No lo conoces más de lo que conocías a Bill.

Aquello dio donde más me dolía.

—¡Al menos estoy segura de que no le ordenaron acostarse conmigo para ganar una baza política!

—Era mejor que supieras lo de Bill —dijo.

—Sí, es mejor —comulgué—. Pero eso no quiere decir que disfrutara en el proceso.

—Sabía que sería duro, pero tuve que obligarle a decírtelo.

—¿Por qué?

Eric pareció no saber qué contestar. No sabría definirlo de otra manera. Apartó la mirada y la dirigió hacia la oscuridad del bosque.

—No estuvo bien —dijo, al fin.

—Cierto. Pero también cabe la posibilidad de que quisieras acabar con mi amor por él.

—Ambas cosas son posibles —afirmó.

Hubo un tenso momento de silencio, como si algo gordo se estuviese preparando.

—Vale —dije lentamente. Era como una sesión de terapia—. Llevo meses viéndote taciturno, Eric. Desde que dejaste…, ya sabes, de ser tú mismo. ¿Qué te pasa?

—Desde la noche que me maldijeron, me he preguntado por qué acabé corriendo por la carretera que lleva a tu casa.

Retrocedí un par de pasos y traté de discernir alguna prueba, alguna indicación de lo que estaba pasando por su cabeza y determinaba la expresión de su pálido rostro. De nada sirvió.

Nunca se me ocurrió preguntarme qué hacía Eric allí. Tantas cosas me habían asombrado, que el hecho de encontrarme a Eric solo, medio desnudo y totalmente desorientado a primera hora del día de Año Nuevo, había quedado enterrado en las postrimerías de la Guerra de los Brujos.

—¿Alguna vez averiguaste la respuesta? —pregunté, dándome cuenta de lo estúpida que era la pregunta apenas las palabras salieron de mi boca.

—No —dijo, casi como en un susurro—. No. Y la bruja que me maldijo ha muerto, aunque la maldición se haya roto. Ahora ya no me puede decir qué acarreaba. ¿Me impelía a buscar a la persona que odiaba? ¿A la que amaba? ¿Sería cosa del azar que me encontrara corriendo hacia ninguna parte…, salvo que «hacia ninguna parte» era de camino a tu casa?

Hubo un momento de incómodo silencio por mi parte. No sabía qué decir, y Eric aguardaba claramente una respuesta.

—Puede que sea la sangre de hada —respondí débilmente, a pesar de las horas que me había pasado convenciéndome de que la fracción de sangre de hada que llevaba dentro no era lo bastante significativa como para causar algo más que una leve atracción de los vampiros que frecuentaba.

—No —contestó él. Y desapareció.

—Bueno —dije en voz alta e insatisfecha—. Es complicado decir la última palabra con un vampiro.