Al igual que la popular historia sobre entierros prematuros, todo autor de cuentos de terror o suspense debería escribir al menos un relato sobre la habitación embrujada de la posada. He aquí mi versión del asunto. El único rasgo inusual es que nunca tuve intención de terminarla. Escribí las tres o cuatro primeras páginas como apéndice de mi libro Mientras escribo, con la intención de mostrar a los lectores cómo un relato pasa del primer al segundo borrador. Sobre todo, quería aportar ejemplos concretos de los principios sobre los que tanto había parloteado en el texto. Pero entonces sucedió algo fantástico; la historia me sedujo y terminé por acabarla. Creo que lo que nos asusta varía mucho de persona a persona (por ejemplo, nunca he entendido por qué las serpientes boomslang peruanas ponen la carne de gallina a determinadas personas), pero esta historia me dio miedo mientras la escribía. En un principio apareció en el marco de un recopilatorio de libros en audio titulado Bloom and Smoke, y la versión audio me asustó aún más. De hecho, me moría de miedo al escucharla. Pero las habitaciones de hotel son lugares espeluznantes por defecto, ¿no les parece? ¿Cuántas personas habrán ocupado esa misma cama? ¿Cuántas de ellas estaban enfermas? ¿Cuántas estaban perdiendo el juicio? ¿Cuántas estaban pensando en leer unos cuantos versículos de la Biblia del cajón de la mesilla antes de ahorcarse en el armario junto al televisor? Brrr. En cualquier caso, registrémonos, ¿les parece? Aquí tienen su llave… y tal vez les dé tiempo a reparar en cuál es el resultado de la suma de esos cuatro inocentes dígitos. Está al final del pasillo.