LA TEORÍA DE L.T. SOBRE
LOS ANIMALES DE COMPAÑÍA

Creo que si tuviera que decantarme por un relato de esta colección, optaría por «L. T.». El origen de la historia, que yo recuerde, se remonta a una columna de «Querida Abby» en la que Abby declaraba que el peor regalo que pueden hacerte es un animal de compañía. En primer lugar, presupone que el animal y su destinatario congeniarán; en segundo, presupone que alimentar a una mascota dos veces al día y limpiar su porquería (tanto dentro de casa como fuera) es exactamente aquello por lo que suspirabas desde hace tiempo. Si no me falla la memoria, describía el hecho de regalar una mascota como «un ejercicio de arrogancia». Me parece un poco exagerado. Mi mujer me regaló un perro cuando cumplí los cuarenta, y Marlowe, un corgi que ya tiene catorce años y un solo ojo, es miembro de honor de la familia desde entonces. Durante cinco de esos años también tuvimos un gato siamés bastante chiflado que se llamaba Pearl. Mientras veía cómo se relacionaban Marlowe y Pearl, que se trataban con cauteloso respeto, empecé a pensar en una historia donde las mascotas de un matrimonio no dejarían su huella en el dueño nominal de cada uno, sino en el otro. Me lo pasé en grande escribiéndola, y cada vez que me piden leer un relato en voz alta, elijo este siempre y cuando disponga de los cincuenta minutos que tardo en leerlo. Hace reír a la gente, y eso me gusta. Y lo que todavía me gusta más es el cambio inesperado de tono, la metamorfosis del humor en tristeza y horror que tiene lugar hacia el final. Cuando sucede, sorprende al lector con la guardia baja, con lo que el valor emocional del relato aumenta. En mi opinión, el valor emocional es lo más importante. Pretendo hacer reír o llorar cuando escribo una historia… o ambas cosas a la vez. En otras palabras, pretendo hacerme con el corazón del lector. Si lo que quieren es aprender algo, vayan a la escuela.