XX

Hace dos semanas que saqué este cuaderno de debajo de la baldosa del sótano para escribir en él. Dos jueves en los que he oído la tapa del buzón durante As the World Turns y salido al recibidor para recoger el dinero. He visto cuatro películas en el cine, todas ellas en sesión de tarde. Dos veces he triturado dinero en el fregadero de la cocina y arrojado las monedas sobrantes a la alcantarilla, disimulando tras la cesta de plástico azul del reciclaje. Un día bajé a la papelería con intención de comprarme Variations o Forum, pero de nuevo vi un titular en primera plana del Dispatch que acabó con mi líbido, EL PAPA MUERE DE UN INFARTO DURANTE UNA MISIÓN DE PAZ.

¿Lo habría hecho yo? No, el artículo decía que había sucedido en Asia, y las últimas semanas me había ceñido al noroeste de Estados Unidos. Pero podría haber sido yo. Si la semana anterior hubiera metido las narices en Pakistán, lo más probable es que hubiera sido yo.

Dos semanas de pesadilla.

Y de repente, esta mañana he encontrado algo en el correo. No era una carta (solo he recibido tres o cuatro en este tiempo, todas ellas de Pug, y ahora que ha dejado de escribir lo echo mucho de menos), sino un folleto publicitario de los grandes almacenes Kmart. El folleto se desdobló cuando estaba a punto de tirarlo a la basura, y de él salió despedida una nota escrita con letra de imprenta. ¿QUIERES DEJARLO?, decía. EN CASO AFIRMATIVO, ENVÍA UN MENSAJE DICIENDO «DON’T STAND SO CLOSE TO ME» ES LA MEJOR CANCIÓN DE POLICE.

El corazón me latía con violencia, como el día en que entré en mi casa y vi la reproducción de Rembrandt encima del sofá, ocupando el lugar de los payasos de terciopelo.

Bajo el mensaje, alguien había dibujado un fodre. Resultaba inofensivo ahí tan solo, pero verlo me secó la boca a pesar de ello. Era un mensaje real, el fodre lo demostraba, pero ¿de dónde venía? ¿Y cómo sabía el remitente de mí?

Entré en el estudio cabizbajo y a paso lento, pensando. Un mensaje metido en un folleto publicitario. Eso significaba que llegaba de cerca, de la ciudad.

Puse en marcha el ordenador y el módem, y llamé a la biblioteca pública de Columbia City, donde se puede navegar por poco dinero… y en un anonimato relativo. Cualquier cosa que enviara pasaría por la TransCorp en Chicago, pero no importaba. No sospecharían nada… si tenía cuidado.

Y por supuesto, si había alguien.

Lo había. Mi ordenador conectó con el ordenador de la biblioteca, y en mi pantalla apareció un menú. Por un breve instante apareció también otra cosa. Un mirco.

En la esquina inferior derecha. Solo un destello.

Envié el mensaje sobre la mejor canción de Police y añadí un toque personal en la Sección Oficial de los Muertos, un sancófito.

Podría escribir más, pues han empezado a suceder cosas y creo que pronto se precipitarán los acontecimientos, pero no creo que sea seguro. Hasta ahora solo he hablado de mí mismo, pero si siguiera adelante, tendría que hablar de otras personas. Sin embargo, hay otras dos cosas que quiero decir.

En primer lugar, que siento lo que he hecho, incluso lo que le hice a Skipper. Volvería atrás si pudiera. No sabía lo que hacía. Sé que es una excusa de mierda, pero es la única que tengo.

En segundo lugar, tengo intención de escribir una carta especial más… la más especial de todas.

Tengo la dirección de correo electrónico del señor Sharpton y algo incluso mejor: el recuerdo de verlo acariciarse su corbata de la suerte mientras estábamos sentados en su enorme y carísimo Mercedes. El gesto amoroso con que deslizó la palma de su mano sobre aquellas espadas de seda. Así que, ya lo ven, sé lo suficiente de él. Sé exactamente qué añadir a su carta para hacerla eventual. Puedo cerrar los ojos y ver una palabra flotando en la oscuridad tras mis párpados, como fuego negro, mortífera como una flecha disparada al cerebro, y es la única palabra que importa:

EXCALIBUR.