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No conté todo aquello al señor Sharpton, pero sí le conté lo que quería saber sobre Skipper; había decidido que podía confiar en él. Quizá esa parte secreta de mí sabía que podía confiar en él, pero no lo creo. Creo que se debía al modo en que me apoyó la mano en el brazo, como un padre. Claro que yo no tengo padre, pero me lo imagino.

Además, tenía razón, aun cuando fuera poli y me detuviera, ¿qué juez, qué jurado creería que Skipper Brannigan se había salido de la carretera adrede por culpa de una carta que yo le había enviado? Sobre todo tratándose de una carta llena de palabras y símbolos sin sentido inventados por un repartidor de pizzas que había suspendido geometría en el instituto… dos veces.

Cuando acabé guardamos silencio durante largo rato.

—Lo merecía —sentenció el señor Sharpton por fin—. Lo sabes, ¿verdad?

Y por alguna razón, aquel fue el toque definitivo. La presa se rompió y lloré como un bebé. Debí de llorar un cuarto de hora o más. El señor Sharpton me rodeó con el brazo y me atrajo hacia sí para que le empapara la solapa de la chaqueta. Si alguien hubiera pasado por allí, sin duda habría creído que éramos un par de maricas, pero no pasó nadie. Solo estábamos él y yo bajo las lámparas de vapor de mercurio, junto a la zona de carros. Yupi yupi ye, dale, carrito de la compra, decía siempre Pug, porque sabes que Supr Savr será tu nuevo hogar. Nos partíamos el culo.

Por fin conseguí cerrar el grifo. El señor Sharpton me alargó un pañuelo, y me enjugué las lágrimas.

—¿Cómo lo sabía? —pregunté con voz profunda y extraña, como una sirena de niebla.

—En cuanto te localizamos, solo fue cuestión de indagar un poco.

—Sí, pero ¿cómo me localizaron?

—Tenemos a ciertas personas… una docena, más o menos, que se dedican a buscar hombres y mujeres como tú —explicó—. De hecho, saben ver a hombres y mujeres como tú, Dink, al igual que ciertos satélites del espacio saben ver reactores nucleares y centrales de energía. Resulta que las personas como tú las ven en amarillo, como llamas de cerilla; me lo describió uno de los localizadores.

Meneó la cabeza y me dedicó una sonrisa irónica.

—Me encantaría ver algo así una vez en la vida o poder hacer lo que haces tú. Claro que también me gustaría que se me concediera un día, con uno solo me conformaría, en que supiera pintar como Picasso o escribir como Faulkner.

—¿Es cierto eso? —pregunté, maravillado—. Hay gente que puede ver…

—Sí, son nuestros sabuesos. Viajan por todo el país y por todos los demás países en busca de ese fulgor amarillo, de llamas de cerilla en la oscuridad. Esta joven en cuestión estaba en la carretera 90, camino de Pittsburg para tomar el avión de vuelta a casa y descansar un poco, cuando te vio. O te sintió o lo que sea que hagan. Ni ellos mismos lo saben con certeza, al igual que tú no sabes con certeza qué le hiciste a Skipper, ¿verdad?

—¿Qué…?

El señor Sharpton me interrumpió con un gesto.

—Te dije que no obtendrías todas las respuestas que quieres. Esto es algo que tendrás que decidir fiándote de tu instinto, no de lo que sabes, pero puedo decirte un par de cosas. Para empezar, Dink, trabajo para una empresa llamada Trans Corporation. Nuestra misión consiste en deshacernos de los Skipper Brannigan de este mundo, los grandes, los que hacen lo mismo que él, pero a gran escala. Nuestras oficinas centrales se encuentran en Chicago y tenemos un centro de formación en Peoria… donde pasarás una semana si aceptas mi oferta.

No dije nada en aquel momento, pero ya sabía que aceptaría la propuesta. Fuera lo que fuese, la aceptaría.

—Eres un trani, mi joven amigo. Más vale que te hagas a la idea.

—¿Qué es eso?

—Es una característica. Algunos miembros de nuestra organización consideran que lo que tienes… lo que sabes hacer… es un talento, una capacidad o incluso una especie de problema, pero se equivocan. El talento y la capacidad nacen de la característica. Las características son generales, mientras que el talento y la capacidad son específicos.

—Tendrá que simplificármelo. Recuerde que no acabé la escuela.

—Lo sé, y también sé que no la dejaste porque fueras estúpido, sino porque no encajabas. En ese sentido, eres como todos los tranis que conozco —aseguró con una carcajada seca que denotaba poco humor—. Y son veintiuno. Ahora escúchame y no te hagas el tonto. La creatividad es como la mano al final del brazo, pero la mano tiene muchos dedos, ¿verdad?

—Bueno, al menos cinco.

—Imagina que esos dedos son capacidades. Una persona creativa puede escribir, pintar, esculpir o inventar fórmulas matemáticas; puede bailar, cantar o tocar un instrumento musical. Esos son Los dedos, pero la mano es la creatividad que les da vida. Y al igual que todas las manos son idénticas en esencia, todas las personas creativas son iguales en el punto donde los dedos se unen. El trani también es como una mano. A veces sus dedos reciben el nombre de procognición, la capacidad de ver el futuro. A veces se denominan poscognición, la capacidad de ver el pasado. Por ejemplo, tenemos a un tipo que sabe quién mató a John F. Kennedy, y no fue Lee Harvey Oswald, sino una mujer. Existe la telepatía, la piroquinesia, la telempatía y quién sabe cuántas más. Nosotros no lo sabemos a ciencia cierta. Es un mundo nuevo y no hemos hecho más que empezar a explorar su primer continente. Pero el trani se diferencia de la creatividad en un aspecto clave; es mucho más infrecuente. Una persona entre ochocientas tiene lo que los psicólogos ocupaciones denominan un «don». Creemos que tal vez solo haya un trani por cada ocho millones de personas.

Eso me quitó el aliento. La idea de ser uno entre ocho millones le quitaría el aliento a cualquiera, ¿no?

—O sea, ciento veinte por cada mil millones de personas —prosiguió—. Creemos que no hay más de tres mil tranis en todo el mundo, y los estamos localizando uno a uno. Es un proceso muy lento, ya que la capacidad preceptora es bastante tenue y solo tenemos alrededor de una docena de buscadores, cada uno de los cuales requiere mucha formación. Es una misión durísima… pero extremadamente gratificante. Estamos localizando tranis y poniéndolos manos a la obra. Eso es lo que queremos hacer contigo, Dink, ponerte manos a la obra. Queremos ayudarte a canalizar tu talento, afinarlo y emplearlo en beneficio de toda la humanidad. No podrás volver a ver a ninguno de tus viejos amigos, porque no hay mayor peligro para la seguridad que un viejo amigo, ni tampoco ganarás mucho dinero, al menos al principio, pero sí obtendrás grandes satisfacciones y lo que te voy a ofrecer no es más que el primer peldaño de lo que puede convertirse en una escalera muy alta.

—Sin olvidar los beneficios colaterales —le recordé, subrayando la palabra «beneficios» en forma de pregunta, por si quería tomársela como tal.

Sharpton sonrió y me dio una palmadita en el hombro.

—Exacto, los famosos beneficios colaterales.

Por entonces empezaba a estar emocionado. No es que se hubieran disipado todas mis dudas, pero se estaban diluyendo, eso sí.

—Pues hábleme de ellos —pedí con el corazón desbocado, pero no por el temor, ya no—. Hágame una oferta que no pueda rechazar.

Y eso fue lo que hizo.