VI

Nunca he visto a los limpiadores, como tampoco he visto al tipo (aunque tal vez sea una mujer) que me trae los setenta pavos cada jueves durante As the World Turns. A decir verdad, nunca siento deseos de verlos. En primer lugar, no me hace ninguna falta, y en segundo, para qué nos vamos a engañar, les tengo miedo, como le tuve miedo al señor Sharpton en su gran Mercedes gris la noche en que me reuní con él. Qué se le va a hacer.

Los viernes no como en casa. Miro el capítulo correspondiente de As the World Turns, luego cojo el coche y me voy al centro. Pillo una hamburguesa en McDonald’s, voy al cine y luego al parque si hace buen tiempo. Me gusta ir al parque; es un buen lugar para pensar, y últimamente tengo mucho en que pensar.

Si hace mal tiempo, voy al centro comercial. Ahora que los días empiezan a acortarse, estoy pensando en volver a jugar a los bolos. Al menos me daría algo que hacer los viernes por la tarde. Antes iba de vez en cuando con Pug.

Echo de menos a Pug. Me gustaría poder llamarlo para charlar un poco, contarle las novedades. Como lo de ese Neff, por ejemplo.

En fin, a lo hecho, pecho.

Durante mi ausencia, los limpiadores repasan mi casa de pared a pared y de suelo a techo. Friegan los platos, aunque a mí se me da bastante bien, limpian los suelos, hacen la colada, cambian las sábanas, ponen toallas limpias, abastecen la nevera, toman nota de lo que haya escrito en el TABLÓN… Es como vivir en un hotel con el servicio de habitaciones más eficiente, por no decir eventual, del mundo.

El único sitio que dejan bastante en paz es el estudio que hay junto al salón. Por lo general lo mantengo casi a oscuras, con las persianas bajadas, y nunca las han subido para dejar entrar siquiera un poco de luz, como hacen en el resto de la casa. Allí nunca huele a detergente al limón, mientras que todas las demás habitaciones apestan a eso los viernes por la noche. A veces es tan exagerado que me dan ataques de estornudos. No es alergia, sino una reacción de protesta nasal.

Alguien pasa la aspiradora y vacía la papelera, pero nunca tocan los papeles que tengo sobre la mesa, por muy abarrotada y desordenada que esté. Una vez puse un trocito de celo donde se abre el cajón del escritorio, pero lo encontré en el mismo sitio y entero al volver aquella noche. No es que guarde secretos de Estado en ese cajón, entiéndanme, pero sentía curiosidad.

Asimismo, si dejo el ordenador y el módem encendidos cuando me marcho, siguen encendidos cuando vuelvo, con alguno de los salvapantallas en el monitor, por lo general el de la gente haciendo cosas tras las cortinas de un bloque de pisos, porque es mi favorito. En cambio, si los apago antes de salir, me los encuentro apagados. Los limpiadores no enredan en el estudio de Dinky.

Puede que los limpiadores también me tengan un poco de miedo a mí.