Si existe un magnum opus en mi vida, con toda probabilidad es la aún incompleta serie de siete volúmenes sobre Roland Deschain de Gileady su búsqueda de la Torre Oscura, que hace las veces de centro de la existencia. En 1996 o 1997, Ralph Vicinanza (mi agente ocasional y encargado de derechos internacionales) me preguntó si me gustaría escribir una historia sobre los primeros años de Roland para una exhaustiva antología de literatura fantástica que Robert Silverberg estaba compilando. Accedí con cierta reserva, pero no se me ocurría nada. Estaba apunto de tirar la toalla cuando una mañana me desperté pensando en El talismán[5] y el gran pabellón en el que Jack Sawyer ve por primera vez a la reina de los Territorios. Cuando estaba en la ducha, donde siempre se me ocurren las mejores ideas (creo que se trata de un vestigio uterino), empecé a visualizar aquella tienda en ruinas… pero todavía atestada de mujeres susurrantes. Fantasmas. Tal vez vampiros. Hermanitas. Enfermeras de la muerte, no de la vida. Crear una historia a partir de aquella imagen central me resultó increíblemente difícil. Disponía de un amplio radio de acción, porque Silverberg quería novelas cortas, no relatos cortos, pero aun así me costó mucho. Hoy en día, todo lo que se refiere a Roland y sus amigos no solo tiende a ser largo, sino también épico. Una ventaja de esta historia es que no hace falta haber leído las novelas de la Torre Oscura para disfrutar de ella. Y por cierto, para los adictos a la Torre Oscura, la quinta parte está terminada y tiene novecientas páginas. Se titula Wolves of the Calla.
[Nota del autor: Las novelas de la Torre Oscura empiezan con Roland de Gilead, el último pistolero de un mundo exhausto que ha «avanzado», persiguiendo a un mago de túnica negra. Roland lleva largo tiempo persiguiendo a Walter. En el primer libro de la serie lo alcanza. Este relato, sin embargo, tiene lugar cuando Roland aún va en busca de Walter. S. K.]