Mi relato predilecto de Nathaniel Hawthorne es «Young Goodman Brown». Creo que es uno de los diez mejores relatos escritos por un estadounidense. «El hombre del traje negro» es mi homenaje a esa historia. En cuanto a los pormenores, un día estaba hablando con un amigo mío, y mencionó que su abuelo estaba convencido, totalmente convencido, de haber visto al Diablo en el bosque a principios de siglo. El abuelo contó que el Diablo salió del bosque y empezó a hablar con él como un hombre normal. Mientras el abuelo charlaba con él, se dio cuenta de que el hombre del bosque tenía los ojos rojos como fuego y olía a azufre. El abuelo de mi amigo se convenció de que el Diablo lo mataría si se daba cuenta de que lo había desenmascarado, de modo que hizo cuanto pudo por sostener una conversación normal hasta que por fin logró deshacerse de él. Este relato surgió de la historia de mi amigo. Escribirlo no fue divertido, pero lo hice de todos modos. A veces las historias reclaman ser escritas con tal insistencia que acabas escribiéndolas con tal de que se callen. El producto acabado me pareció un cuento popular más bien monótono y redactado en lenguaje trivial, a años luz del relato de Hawthorne que tanto me gustaba. Cuando The New Yorker solicitó publicarlo, quedé asombrado. Cuando obtuvo el primer premio en el concurso de Relatos Cortos O. Henry Best en su edición de 1996, estuve seguro de que alguien se había equivocado (lo cual no me impidió aceptar el galardón). En líneas generales, la reacción de los lectores también fue positiva. Este relato es la prueba de que los, a menudo, escritores son los menos indicados para juzgar lo que escriben.