Ha transcurrido un año desde mi experiencia en la sala de autopsias número 4, y me he recuperado por completo, si bien la parálisis fue obstinada y aterradora. Tardé un mes entero en recobrar la motricidad fina de los dedos tanto de las manos como de los pies. Todavía no puedo tocar el piano, claro que antes tampoco podía. Es una broma, y no pido disculpas por ella. Estoy convencido de que en los primeros tres meses después de mi desventura, mi capacidad para bromear me permitió trazar una delgada pero vital línea entre la cordura y el colapso nervioso. A menos que uno haya sentido la punta de unas tijeras de autopsia en el vientre, no sabrá a qué me refiero.
Unas dos semanas después del horror, una mujer que vivía en Dupont Street llamó a la policía para quejarse del «pestazo» procedente de la casa contigua. Dicha vivienda pertenecía a un empleado bancario soltero llamado Walter Kerr. La policía halló la casa vacía… de vida humana. En el sótano encontraron más de sesenta serpientes de distintas clases. Alrededor de la mitad habían muerto de inanición y deshidratación, pero muchas de ellas estaban muy vivas… y eran extremadamente peligrosas. Varias de ellas eran ejemplares raros, y una pertenecía a una especie que se creía extinguida desde mediados de siglo, según los herpetólogos consultados.
Kerr no se presentó en el Derry Community Bank el 22 de agosto, dos días después de que me mordiera la serpiente y uno después de que la prensa publicara la noticia (HOMBRE PARALIZADO ESCAPA POR LOS PELOS DE AUTOPSIA MORTAL, rezaba el titular; alguien llegó a publicar que me había quedado «paralizado de terror».)
Había una serpiente por cada jaula encontrada en el terrario subterráneo de Kerr, salvo en un caso. La jaula desocupada no llevaba etiqueta, y la serpiente que salió de mi bolsa de palos de golf (los enfermeros de la ambulancia se la llevaron junto con el «cadáver» y se dedicaron a jugar a golf en el aparcamiento) desapareció sin dejar rastro. La toxina hallada en mi sangre quedó documentada, pero no pudo identificarse. A lo largo del último año he mirado muchísimas fotografías de serpientes y he encontrado al menos una que, por lo visto, provoca parálisis total. Se trata de la boomslang peruana, una serpiente que, supuestamente, lleva extinguida desde los años veinte. Dupont Street se halla a menos de un kilómetro del campo de golf municipal de Derry, y casi todos los terrenos que median entre ambos puntos son matorrales y solares deshabitados.
Una última curiosidad. Katie Arlen y yo salimos juntos durante cuatro meses, desde noviembre de 1994 hasta febrero de 1995. Rompimos de mutuo acuerdo por incompatibilidad sexual.
Yo sufría de impotencia a menos que ella llevara guantes de látex.