COMENTARIOS A LOS TEXTOS NARRADOS

1. Estudio en escarlata

Ocurre desde el viernes 4 hasta el lunes 7 de marzo de 1881. Holmes tiene 27 años, y Watson 34.

Publicado en Londres el año 1887 en la revista Beeton’s Christmas Annual. Reeditado en formato libro por la editorial Ward, Lock & Co. (misma editora de la revista) al año siguiente, 1888.

Estudio en escarlata no es la primera aventura que protagoniza Sherlock Holmes. Es la número 16, en el orden general de aventuras de las que tenemos noticia, y la número 3 de las narradas completamente. Tampoco es la primera en que el detective actúa profesionalmente. Exceptuando las tres primeras aventuras, como estudiante universitario, y las dos que resuelve en los Estados Unidos de América durante una gira teatral —donde entre otros personajes destaca en el papel de Horacio, del Hamlet shakesperiano—, Estudio en escarlata hace la número 11. Desde agosto de 1880 hasta principios de enero de 1881 Holmes resuelve 9 casos, todos ellos citados pero no explicados. Y desde enero hasta marzo de 1881, en que se hará cargo del presente relato, tenemos conocimiento de un caso más.

Sin embargo sí es la primera aventura en que Sherlock y el doctor John Watson actúan conjuntamente, y al mismo tiempo la primera que Arthur Conan Doyle dio a la prensa.

Aparte de algunas consideraciones respecto a los personajes de la trama —que pueden observarse en la galería de personajes adjunta— esta novela inaugura lo que Raymond Chandler pocos años después definiría como «canibalización». Este término engloba a las novelas que son resultado de la unión de una o varias historias ya escritas con anterioridad, y al mismo tiempo a las novelas que incluyen en su interior otra novela en que se apoya la trama. Este recurso es harto antiguo en la práctica de la literatura —Cervantes, por ejemplo, lo usa repetidas veces en su obra inmortal— pero, por su misma cualidad también es harto peligroso. El peligro radica en que la novela inserta sea de calidad deficiente, como presumo ocurre en la novela presente.

Doyle inserta una novelita del oeste, titulada «El país de los Santos», en medio de Estudio en escarlata. Esta transcurre durante casi toda la segunda parte de la novela grande (sospecho que, si existe una segunda parte, es causa directa de la inserción de esta curiosa novelita), durante 5 de los siete capítulos de que consta, es decir de unas 33 páginas aproximadamente. Hasta bien entrado el siglo XX se conocía por novela a toda narración literaria y de ficción que alcanzase la cifra de 96 o más páginas. Estudio en escarlata tiene unas 102 páginas, novelita del oeste incluida: saquen ustedes conclusiones. Y añadan los motivos editoriales que consideren prudentes. Acertarán. Ya saben que, rechazado todo lo imposible, lo que quede, por improbable que parezca, será la verdad.

Es parecer de muchos holmesianos, entre los que me cuento, que la inclusión de esta novelita empobrece lo que pudiera haber sido una excelente aventura. Por lo pronto, los datos suministrados en «El país de los Santos» son meramente informativos —recordemos que Holmes declara haber resuelto prácticamente el caso al final de la primera parte—. Por otra parte, estos mismos datos, de una manera resumida, son los mismos que aportará el culpable de los crímenes en su declaración ante la policía. Además no se sabe quién narra tan curioso inserto.

Hasta hoy se le otorgaba ese honor a la pluma de Watson. Fijemos algunos puntos. En el capítulo primero de la segunda parte, titulado «La gran llanura de álcali» podemos leer: «¡Acercaos a examinar aquello!», texto que demuestra la participación activa en la acción narrada de un testigo del paisaje y de la situación, porque a continuación pasará a contarnos la historia de Jefferson Hope y sus truncados amores. La acción ocurre el 4 de mayo de 1845, y por aquel entonces ni Watson ni Holmes habían nacido. Un poco más adelante, en el párrafo final del capítulo 5 se lee: «Lo que mejor podemos hacer para saber lo que allí ocurrió es copiar el relato del propio cazador, tal como se halla registrado en el diario del doctor Watson, al que tanto debemos ya». «Lo que allí ocurrió» hace referencia a los sucesos planteados ya en la primera parte de Estudio en escarlata, es decir, lo que ocurrió en Londres. «El propio cazador» se refiere al asesino, Jefferson Hope, y los hechos registrados en el diario son la transcripción que Watson hace de la confesión del asesino que el inspector Lestrade toma en su cuaderno de notas.

¿Quién narra «El país de los Santos»? ¿El propio Jefferson Hope? Imposible, ya que cuando es detenido advierte que sufre un aneurisma de aorta y que tiene prisa por declarar porque se siente morir, hecho que cumple la misma tarde de su detención de manera precisa, muriendo exactamente poco después, esa noche, en la soledad de su mazmorra. Pruebe otrosí el lector a saltarse toda la novelita y pasar directamente al citado capítulo 6 de la segunda parte. Comprobará que Estudio en escarlata no padece alteración alguna, que los datos obtenidos y el transcurso de la acción no sufren mermas, que no pasa nada grave. Y creo haber dejado claro que «El país de los Santos» no es una novelización de la confesión del Sr. Hope hecha por Watson, Lestrade o Holmes ya que el narrador es testigo de facto de aquellos hechos rememorados.

El único narrador posible solo puede ser el propio Arthur Conan Doyle. Quizá Sir Arthur quería incluirse a sí mismo como personaje de su novela, pero no lo deja claro: algo, tal vez la precipitación, le falla. Lo intentará más adelante, y con éxito esta vez, pero eso es otra historia.

ALGUNAS OTRAS NOTAS Y CURIOSIDADES

El Dr. John Watson siempre pasó —y mucha culpa la tiene el cine— por ser un tipo bastante simple, un tanto precipitado en sus deducciones y un buen amigo, de los de hasta la tumba. En este relato queda patente que si resulta algo vulgar es porque se lo hace y si se precipita es por destacar las deducciones de su amigo Holmes. No olvidemos que tratamos con un doctor cirujano, experto en heridas de guerra, además de oficial en el ejército. Ha leído y parece poseer una buena biblioteca y escribe muy bien, es ágil —y eso es un don—. No lo olvidemos nunca.

Se ha querido ver un paralelismo entre el «joven» Stamford y Watson por una parte y Doyle y un compañero de carrera, por la otra, cuando vivía Doyle de la medicina, antes de convertirse en escritor. Parece que compartieron consulta y no fue una experiencia demasiado agradable.

La señora Hudson, ama de llaves y dueña del 221 de Baker Street no aparece con nombre alguno en toda la novela. Todo el mundo sabe que el 221B de Baker Street no existe, aunque sí el 221. La letra B hace referencia a una supuesta casa construida en el espacio existente entre el 221 y el 223 después de una actualización y numeración de las calles londinenses. Entre el 221 y el 223 nunca hubo espacio, solar o jardín alguno.

Sobre los conocimientos de Holmes se ha escrito mucho. Watson confunde intencionadamente al lector con la miscelánea de sus saberes. Quiere destacar su espíritu deductivo. Recordemos que Sherlock estuvo un mínimo de dos años en Oxford, que fue actor de teatro especializado en Shakespeare y un buen púgil, además de un estimado violinista y melómano, antes y después de conocer a Watson. Y que su biblioteca es más extensa y tiene más literatura de lo que nos quiere el doctor hacernos creer. No olvidemos que en Estudio en escarlata se declara autor de un artículo científico sobre la deducción titulado «El libro de la vida» y de una monografía acerca de la ceniza de los cigarros. Sus conocimientos, en resumen y por lógica, solo pueden ser abrumadores. El tiempo lo demostrará.

Holmes desprecia a Augusto Dupin y al inspector Lecoq. Lo que demuestra que ha leído a Poe y a Gaboriau. Incluso llegará en el futuro a declarar un más que razonable respeto por Edgar Alian. En Estudio en escarlata sabemos que frecuenta una librería de saldos donde encuentra libros de lo más curioso y erudito. Entiende el latín, habla francés y alemán a la perfección y se le suponen conocimientos suficientes de otras lenguas europeas.

Estos pequeños datos nos deben hacer pensar que Watson miente con naturalidad respecto a esos «limitados conocimientos». Lo que sí que es evidente es que Watson prefiere a los clásicos de su tiempo. Es un hombre bastante metódico y probablemente deplora algunos de los saberes de Holmes por su afán disperso. Sherlock prefiere autores extraños por eruditos, y al mismo tiempo literatura de cordel. Holmes es un hombre de la calle y Watson prefiere las comodidades del hogar. Salvando las debidas distancias, tienen muchos parecidos con esa otra extraña pareja que el gran director Billy Wilder nos supo legar: Jack Lemmon y Walther Mathau.

Un estudio de esta novela podría llevar a otra novela y no es mi intención sino descubrir pequeños detalles que pueden pasar desapercibidos. Por ejemplo, hay que darle un aplauso cenado al desconocido que se disfraza de señora Sawyer ante otro maestro del disfraz como Holmes sin que este, hasta más tarde, caiga en la cuenta.

Nótese el velado afecto que tiene Holmes por Jefferson Hope. Cómo acepta su palabra de no fugarse, cómo reconoce el engaño de la falsa señora Sawyer y cómo —parece dar a entender— no comulga pero respeta la manera que tuvo el Sr. Hope de vengar las muertes de Lucy Ferrier y su padre. Holmes nunca demuestra gran afecto por la policía de su época y a veces se convertirá en juez y parte en próximas aventuras.

Dos sucintos datos para finalizar. Resulta muy curioso que Jefferson Hope, muerto en la soledad de su celda de un aneurisma de aorta, aparezca ya cadáver «con una plácida sonrisa». Por muy feliz que estuviera al ver alcanzados sus cometidos les puedo asegurar —agradezco desde aquí al excelente holmesólogo Dr. Jorge Navarro la consulta— que tal manera de morir es muy dolorosa. Sobre todo sin asistencia médica alguna. Y eso que Estudio en escarlata cuenta entre sus páginas con dos médicos de reputación: Watson y Doyle.

Por último destacar a un pequeño personaje que siempre pasa desapercibido en esta historia: El pequeño perro terrier que tiene Watson, y que humildemente, en aras de la ciencia deductiva, dará su vida al final de esta novela.


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2. La corbeta Gloria Scott

Ocurre el domingo 12 de julio, el martes 4 de agosto y el martes 22 de septiembre de 1874. Holmes tiene 20 años.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de abril de 1893. Formó posteriormente parte del libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

Primer caso conocido de Sherlock Holmes, un joven universitario —ignoramos de qué carrera—. Sabemos que acude a clases de química y anatomía, por ejemplo. Aunque desvela unos conocimientos deductivos extraordinarios es al mismo tiempo su juventud y poca experiencia —a la que cabe añadir cierta soledad bien educada— las que no le dejan culminar la resolución del caso de un modo satisfactorio.

Se trata por lo tanto de un caso fallido, ya que concluye con la muerte del cliente, aunque en ninguna manera pueda achacarse este suceso a las pesquisas del joven Holmes. En realidad se limita a descifrar un mensaje curioso y poco más.

Existen sospechas que avant la lettre cualquier lector puede deducir sobre la verdadera función de Sherlock en esta aventura. ¿Pudiera haber sido utilizado por el hijo de la víctima, su amigo Víctor? ¿Se trata de un crimen encubierto? Holmes, desde luego, confía en la honestidad de su compañero universitario aunque… resulta curioso cómo, al final del relato, todo se precipita y se desmesura. No olvidemos que Holmes le está relatando a Watson esta aventura.

Como dato curioso destaca que el juez Trevor sea tildado de «viejo señor» y se nos potencien de él cierta decrepitud y ancianidad. En realidad resulta ser un viudo, con dos hijos —uno de ellos una niña, muerta de difteria en la más tierna edad—, un propietario y respetado y maduro legislador ¡de 42 años!

Originalmente el cuento se titula «El Gloria Scott». Nos parece que añadirle al título la información sobre qué cosa sea «el GlorIa Scott» facilita mucho la comprensión del texto.

Hace años, cuando leí por primera vez este relato, escribí al margen esta apreciación: «Un relato de aventuras malogrado, reconvertido por Doyle en un asunto de investigación». No estuvo mal aquella nota.


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3. El ritual de los Musgrave

Ocurre el jueves 2 de octubre de 1879. Holmes tiene 25 años.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de mayo de 1893. Formó posteriormente parte del libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

Originalmente titulado «El ritual de Musgrave». Prefiero añadirle «los», ya que así se hace mayor hincapié al protocolo que la dinastía de los Musgrave lleva cumpliendo desde 1649, aproximadamente.

Sherlock Holmes declara que es su tercer caso, aunque es el segundo del que en profundidad tenemos noticia. Véase relación completa de todos los casos.

En estos tiempos Holmes ya es un joven que trata de abrirse camino en Londres como «detective consultor». No resulta tan distante ni tan frío como en el caso precedente y, aunque confiesa que en su periodo universitario solo tuvo un amigo, parece que su agenda estaba un poco más repleta. Al menos el trato que Holmes establece con su antiguo compañero Musgrave parece menos académico que el que usó con el joven Trevor.

Es uno de los cuentos con un inicio de lo más divertido de toda la serie, por lo que le toca al viejo Watson. En esta ocasión Holmes participa activamente en los hechos, que están muy bien argumentados.

Hay que destacar el curioso tufillo a la Ofelia de Shakespeare que desprende el personaje de Rachel Howels. Recordemos que Holmes, a poco de concluir esta aventura, hará su primera aparición en los escenarios londinenses interpretando el papel de Horacio, de Hamlet, y que el 23 de noviembre partirá hacia los Estados Unidos de América en gira teatral, de ocho meses de duración prevista, con la Compañía Shakespeariana Sasanoff.

Recuerda vagamente al Escarabajo de Oro de Poe, y rezuma por sus poros pequeñas dosis de melancolía.


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4. La banda de lunares

Ocurre el viernes 6 de abril de 1883. Holmes tiene 29 años y Watson 36.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de febrero de 1892. Formó posteriormente parte del libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

En el orden cronológico observado en esta edición debería estar a continuación de Estudio en escarlata. Watson señala que entre este caso y el anterior hubo otros muchos, pero no deja siquiera el nombre de alguno de ellos.

Sherlock Holmes ha pasado a la historia como un misógino empedernido. No estoy de acuerdo, considero que el cine tiene mucha culpa de este comentario. Una cosa es que permaneciera soltero toda su vida y otra cosa es la misoginia. En todo caso, sí que es un heredero de la moral victoriana y romántica, y ante todo es un caballero: un caballero que muchas veces se pone de parte del pobre, del ofendido y del necesitado, y esto sí que tiende a olvidarse. No duda en enfrentarse con quien sea si una mujer, un niño, un desvalido o alguien en incapacidad de sus condiciones es ofendido en su presencia. Y ahí es también un adelantado de su tiempo. Es un hombre con sus contradicciones y sus aciertos. Acaso algunos de sus juicios sean un tanto peyorativos, pero sabe repartirlos con ecuanimidad entre las personas de ambos sexos. El lector se dará cuenta a lo largo de su vida y obra de este sutil detalle. Desde luego, pese a quien pese, su misoginia es todo un arte que envidiar.

Al respecto vuelva el lector a leer cómo es presentada Helen Stoner en este relato. Cómo, casi desde el principio —con una delicadeza insuperable— sabemos que el detective estará de su parte sea cual sea el misterio que haya que desentrañar, así como la irritación que siente el detective al descubrir cómo su clienta ha sido agredida por su padrastro.

Este relato contiene otro de los pasajes más irónicos y divertidos: el pequeño y parco diálogo entre Holmes y el Sr. Roylott. Y una de esas frases que quedarán para la historia: «Cuando un médico se tuerce, es peor que ningún criminal».

Se trata de un típico caso de «recinto cerrado», casi un subgénero dentro de la novela negra. En una habitación cerrada, en principio inaccesible desde el exterior, ocurre un enigma, a menudo un crimen. El detective desentraña, si puede, el misterio. Recuerdo Los crímenes de la Rué Morgue, de Edgar Allan Poe, y El misterio del cuarto amarillo, de Gastón Leroux, con sus particularidades tan bien desentrañadas, y en la literatura española última, La camisa del revés, de Andreu Martín, donde el «recinto cerrado» es todo un valle entre montañas. Todo un reto.


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5. El paciente residente

Ocurre el viernes 6 y el sábado 7 de octubre de 1886. Holmes tiene 32 años y Watson 39.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de agosto de 1893. Formó posteriormente parte del libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

Entre este y el anterior caso se citan —solo se citan— seis más. Véase relación completa adjunta.

Watson nunca fue un prodigio, al contrario que su amigo Holmes, a la hora de ahorrar para la vejez, o cuanto menos para irse de vacaciones. Su sueldo como oficial retirado, los emolumentos que recibía como «cronista» de las hazañas de Sherlock, y la parte de las ganancias que le tocasen a la hora de resolver los casos no le impidieron tener que abrir alguna consulta médica que otra. Debió derrochar lo suyo.

Holmes no parece disfrutar de los paseos por el campo, mas bien la naturaleza le aburre. En esta historia se ratifica que Watson es un mentiroso o algo se traía entre manos: Holmes ha leído a Poe, y le gusta. Y el buen doctor suele estar al tanto de los avances científicos médicos.

En cuanto a la personalidad de Holmes vemos que detecta la mentira a veinte leguas. Es más, no la soporta: es capaz de abandonar un caso si nota que su cliente no le dice toda la verdad.

También con este relato se confirma que Holmes tiene a la «providencia» y a la «fatalidad» como axiomas. Sabe que en el fondo, si las leyes fallan, ya se encargará de cumplir su oficio esa especie de justicia intemporal llamada destino. Lástima que para que los asesinos de Worthingdon recibieran su «castigo» tuvieran que morir con ellos los pasajeros y tripulación completa del vapor Norah Creina.


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6. El aristócrata solterón

Ocurre el viernes 6 y el sábado 7 de octubre de 1886. Holmes tiene 32 años y Watson 39.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de mayo de 1892. Formó posteriormente parte del libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

Habitualmente se ha venido publicando con el título El solterón aristocrático. Poner «el aristócrata solterón», como el lector verá, tiene buenos y enjundiosos motivos.

Gracias a William S. Baring-Gould, el mejor biógrafo y acaso el más grande de todos los holmesianos habidos, sabemos que Watson entre enero y agosto de 1886 residió en América, concretamente en San Francisco, donde abrió consulta. Allí conoció y cortejó a la señorita Constance Adams, con la que contraería matrimonio, una vez regresado a Inglaterra, el 1 de noviembre del mimo año.

A Holmes los grandes de la patria, la aristocracia y la nobleza nunca le hicieron la menor gracia. Este caso es uno de los más corrosivos a este respecto. Hay varios más, y en ellos se puede ver cómo su ironía va llegando a los límites del sarcasmo. No está muy claro a qué esta aversión. Aunque Holmes no naciera en alta cuna, tampoco lo hizo en baja cama. Quizá el conocimiento de los bajos fondos y del mundo de a pie, imprescindible para toda pesquisa que se precie, donde hay más honestidad y sobre todo más humildad de la que parece, le ganaran para la causa. Algún estudioso ha querido ver en Sherlock ciertos principios socialistas; yo prefiero decir que Holmes, gran lector de Poe, solo se encuentra a gusto siendo «el hombre de la multitud».


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7. La aventura de la segunda mancha

Ocurre desde el 10 hasta el 15 de octubre de 1886. Holmes tiene 32 años y Watson 39.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de diciembre de 1904. Formó posteriormente parte del libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Hay dos casos anteriores no narrados. Véase relación adjunta.

Acaso pudiera el lector despistarse por la referencia que hace Watson sobre La aventura de la granja Abbey, a la que aún —siguiendo el orden biográfico de Holmes— no hemos llegado. Estos son los pequeños escollos de este tipo de ordenación. No tenga temores, que de todo seremos testigos.

Holmes resolvió varios casos de alta política. Este es uno de ellos. Watson intenta despistar al lector cuando señala que la década y el año no pueden precisarse. Cualquier lector atento puede, como hizo Baring-Gould, descifrarlo.

En alguna medida sorprende el comportamiento de Holmes ante los altos dirigentes que le consultan. Su orgullo irrenunciable: él no es menos que nadie. O se le cuenta toda la verdad posible o rechaza el caso. Caiga quien caiga. Aunque tenga que sobrevenir una guerra.

Por otra parte sospecho que más que un caso de alta política se trata de un caso de alta alcoba. El diálogo que sostienen Watson y Holmes tras la primera aparición de Lady Hilda es la clave real de todo el suceso: y en ese momento Holmes tiembla: «Los comportamientos más extraordinarios pueden depender de una horquilla o de un rizador de pelo». A menudo, parece decirnos nuestro autor, las grandes crisis internacionales son producto de pequeños escándalos domésticos.

Para finalizar —amén de señalar la exquisita elegancia con que Holmes se despide—, solo señalar un sucinto dato. Por primera vez se cita a la señora Hudson, la casera, la dueña de la casa del 221B de Baker Street… ¡Ya era hora!


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8. Los hacendados de Reigate

Ocurre desde el jueves 14 hasta el martes 26 de abril de 1887. Holmes tiene 33 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de junio de 1893. Formó posteriormente parte del libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Existen cuatro casos anteriores no narrados. Véase relación adjunta.

Esta historia tiene muchos títulos. En Inglaterra se la conoce como Los caballeros de Reigate, en EEUU como El misterio de Reigate, en Alemania y Francia como Los hidalgos de Reigate, y en España como El hidalgo de Reigate y como aparece en nuestra edición. El término squires tiene muchas interpretaciones.

Entre este caso y el anterior Sherlock Holmes participó en solitario en diversos avatares que le surgieron en la vieja Europa continental. Cuatro de los que tengamos constancia y algunos otros más sin precisar el número. La mayoría de ellos en la primavera de 1887. Fruto de esta actividad fue un decaimiento psíquico y físico de nuestro héroe, al que tuvo que rescatar Watson de las habitaciones de un hotel de Lyon en que se había refugiado. Posteriormente aceptaron la invitación de un viejo amigo de Watson para pasar una temporada de reposo en el campo.

A Holmes, ya quedó claro anteriormente, no le gustaba el campo. Tampoco le gustan los chismorreos y los galanteos gratuitos. Acepta a ir a la campiña solo cuando sabe que va a casa de otro soltero y que tendrá toda la libertad del mundo. Un rastro de machismo descarado, es cierto.

Pero lo que más destaca de toda la aventura son el cúmulo de continuas incapacidades y meteduras de pata que Holmes se echa sobre los hombros o provoca en otros, siempre acudiendo a su calidad de enfermo. El juego que se trae Watson tildando de penosa la situación de su amigo cuando conoce cómo se resolverá el caso y que esa serie de «errores» son en realidad «aciertos» de un gran actor, nos revelan a un mago del disfraz.

Destacan la maestría grafológica de Sherlock. Su ególatra desparpajo al afirmar que para resolver el caso ha llegado no por uno, sino por 23 caminos, todos válidos: ninguno de los cuales nos es explicado.

Y una curiosidad: ¿Alguien sabe quién es Annie Morrison?


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9. Escándalo en Bohemia

Ocurre desde el viernes 20 hasta el domingo 22 de mayo de 1887. Holmes tiene 33 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de julio de 1891. Formó posteriormente parte del libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

Existen siete casos anteriores no narrados. Véase relación adjunta.

La cuestión primera es si Watson tiene celos. Fíjese el lector la manera de referirse a Irene Adler, primero como difunta y luego «de dudoso y cuestionable recuerdo». Otra cosa son las voluntades como Holmes se comporta: está claro que fue su gran amor. Pero el celoso Watson que, recordemos, ya ha comenzado su portentosa vida de Romeo, nos la muestra con tintes un tanto despectivos.

¡Qué curioso este Watson! ¡Cómo tergiversa las fechas! Nos dice que la acción no transcurre en 1887, sino en 1888, cuando —cotejando los datos referentes a los personajes y los acontecimientos que les envuelven— la fecha correcta es la primera citada. ¿Por qué? Sencillo, quizá trata de enmascarar una homosexualidad platónica hacia Holmes…

Amén de estas pequeñeces, este relato muestra algunas cualidades poco habituales en la pluma de Conan Doyle. Está dividido en tres partes, cosa que no repetirá nunca. La ironía de Holmes se acentúa en los diálogos con el príncipe y sobre todo en la «discreción» con que viste. ¿No es ese un párrafo genial? Cabe destacar también la agilidad de la acción cuando esta se somete únicamente a diálogos.

Quedan algunas curiosidades por destacar, a saber: El matrimonio es ilegal, y Holmes lo sabe, aunque participe en él como comparsa. Note el lector cómo tras la boda vuelve a llamarla —intencionadamente— señorita. Sencillamente en la Inglaterra de entonces cualquier matrimonio es ilegal sin las debidas amonestaciones, que deben ser publicadas con dos semanas de antelación, como mínimo. También cabe destacar cómo Holmes convence a Watson de su actuación ilegal, y sobre todo de qué manera se deja engañar por Irene.

Presumo que Holmes se ha enamorado —un flechazo en toda regla— de Irene, y aunque sea en detrimento suyo va a hacer todo lo posible por que el fingido conde Kramm quede en entredicho. Y si por el camino puede divertirse, mucho mejor. En contra de lo que se suele pensar, este relato no es la descripción de un fracaso, sino una gran historia de amor, donde el que fracasa es quien renuncia, quien facilita a la amada la única salida posible. Recomiendo otra lectura.


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10. El hombre del labio retorcido

Ocurre desde el sábado 18 hasta el domingo 19 de junio de 1887. Holmes tiene 33 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de diciembre de 1891. Formó posteriormente parte del libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

No se extrañe el lector si Constance Adams, primera esposa del Dr. Watson, le llama James. Se trata de su segundo nombre de pila. El nombre completo es John Hamish Watson. El parecido entre «Hamish» y «James» no es sino la muestra palpable de un trato familiar. Por otra parte ya conoce el lector la falta de precisión de Watson a la hora de fechar documentos. Este relato no ocurre en junio de 1889, como él señala. Su confusión viene de un descuido matrimonial: cree que su esposa de entonces era Mary Morstan, no Constance.

La descripción del fumadero de opio recuerda al Fu-Manchú, aunque la obra de Sax Rohmer sea posterior a este relato. Hasta El problema final, Watson vivirá empeñado en erradicar el uso de la cocaína en Holmes: en este relato es curioso cómo el consumidor se ríe del abstemio, y cómo se alaban las virtudes del tabaco a la hora de potenciar el espíritu deductivo, aunque sea pasando las noches en vela.

Divertido caso en suma, donde se reúnen una esposa adicta a la metempsicosis y un honrado caballero dedicado a un oficio más que interesante. Y lucrativo.


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11. Las cinco semillas de naranja.

Ocurre desde el jueves 29 hasta el viernes 30 de septiembre de 1887. Holmes tiene 33 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de octubre de 1891. Formó posteriormente parte del libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

Entre este caso y el anterior hay dos más. Véase relación.

Pobre Holmes, no tiene amigos, no recibe visitas salvo gente con problemas: «Soy como el último tribunal de apelación», dice. Pero este es el relato de un error un error terrible que va a costarle la vida al cliente. Su apelación será inútil. Le pedirá que vuelva a su casa, sospechando que los asesinos no le causarán mal alguno. Al contrario: están al acecho, no desaprovecharán la oportunidad al encontrarse a la víctima desprotegida.

Tarde cae Holmes en descubrir la potencialidad ejecutora del Ku Klux Klan: sus pseudópodos inaccesibles. A Holmes, a veces tan insensible, pendiente del misterio y no de las personas, se le mueren los clientes. «Me lo temía», llega a aseverar. Sin embargo a veces deja un resquicio para la venganza: «¡Pensar que acudió a mí en busca de ayuda y que yo le envié a la muerte!», para un poco más adelante decir: «Cuando yo haya tendido mi red, podrán (refiriéndose a la policía) hacerse cargo de las moscas». La fatalidad, esa gran amiga de Sherlock será la que tienda sus redes. El destino hace que Holmes no manche sus dedos de sangre. El destino y la fatalidad y la incuestionable ayuda de las violentas tormentas otoñales del Atlántico Norte. Holmes también es una «Estrella solitaria».

Advierta el lector cómo la memoria de Watson vuelve a jugarnos una mala pasada. En Estudio en escarlata nos describe —de una manera un tanto irónica— los variados conocimientos de Holmes. Aquí vuelve a hacernos un catálogo de dichos saberes, que difieren de aquellos en sutiles aspectos. Aunque lo que sorprende más es el tono con que lo hace: esta vez, casi rayando en lo laudatorio. Hay que disculpar a Watson: su agente literario, un tan Doyle, no llevaba al día el registro de sus notas. De ahí estos comprensibles olvidos.


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12. Un caso de identidad

Ocurre desde el martes 18 hasta el jueves 19 de octubre de 1887. Holmes tiene 33 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de septiembre de 1891. Formó posteriormente parte del libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

Entre este caso y el anterior hay cuatro más. Véase relación.

A veces Doyle rebuscaba entre la diversa prensa local. A veces encontraba sucesos que rayan la descripción de un timo. A veces, como aquí y en el relato siguiente, se dedica a camuflar un hecho de parecidas argucias. Edgar Alan Poe pudo inaugurar el género desde la consulta periodística. Picaresca ha habido siempre.

En la introducción al relato descubrimos que Holmes también trabajaba solo. Y que cobraba interesantes honorarios cuando el pagador tenía con qué. Se nota que le van bien las cosas: puede permitirse un botones.

A la mitad Holmes ya sabe el resultado. Y le duele, porque trata a su clienta con humildad: no aguanta el engaño sobre personas indefensas. También a la mitad Watson recibe un elogio —cosa rara— de su amigo: «Ha dado usted con el método, muchacho». Nos enteramos también de que ha escrito una monografía acerca de la máquina de escribir y que piensa escribir otra.

Al final no puede soportar el mal hecho a su clienta y el silencio que las circunstancias le imponen. «Si la joven tuviera un hermano o un amigo, le cruzaría la espalda a latigazos. ¡Por Júpiter!». Y vuelve a confiar la venganza al destino. El último párrafo contiene un proverbio persa más que interesante.


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13. La Liga de los Pelirrojos

Ocurre desde el sábado 29 hasta el domingo 30 de octubre de 1887. Holmes tiene 33 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de agosto de 1891. Formó posteriormente parte del libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

Como en el caso anterior se trata de la descripción de un timo. Sin embargo es un caso lleno de contrastes. El timado Sr. Wilson es un pobre hombre, y un tacaño al que lo segundo le llevará a ser lo primero. Nos cae simpático desde el principio, más por tonto que por simpático. Y Holmes sabe que hay gato encerrado porque nadie da euros por céntimos, ni libras por peniques.

Holmes se enfrenta a un temido ladrón, astuto y violento, pero descendiente de buena familia. No comprendo cómo se le pudo otras veces haber escapado de las manos. Cuando comete el error terrible de disolver la «Liga de los Pelirrojos», el ladrón demuestra una ineficacia sorprendente. Impropia de un buen lampista. Creo que Holmes también, por lo que ordena a Watson llevar pistola y no dudar en disparar y matar si fuera necesario. La inteligencia no cuadra bien con las balas. Holmes sabe que si aquí falta inteligencia tal vez sobren peladillas.

Aparte del caso a mí, como melómano y como español, me entusiasma que a Holmes le apasione Sarasate y que viaje en Metro. Ya digo, un relato lleno de contrastes. O tal vez no.


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14. La aventura del detective moribundo

Ocurre todo durante el sábado 19 de noviembre de 1887. Holmes tiene 33 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Collier’s Weekly en su número del 22 de noviembre de 1913. Formó posteriormente parte del libro El último saludo, Londres, Tohn Murray, 1917.

La señora Hudson —y otras madres del Imperio, entre ellas la señora Doyle, madre— amaban a Holmes. Holmes trataba a las mujeres «con una amabilidad y una cortesía extraordinarias». Eran tiempos violentos, y las damas siempre se lo agradecieron, y se lo agradecerán todavía. Los tiempos violentos nunca pasan.

Lo extraño es que Watson no hubiese mandado a la porra a Holmes, sobre todo si uno tiene que escuchar que es un médico mediocre, con escasa experiencia y limitados conocimientos. Pero… se trata de la voz de un convaleciente, un hombre a punto de expirar.

Es el caso mejor posible para observar con detenimiento las condiciones histriónicas de ese pedazo de actor llamado Holmes. ¡Qué bien está en su papel de moribundo! Sus idas y venidas, sus devaneos y ensoñaciones, sus vahídos, sus pérdidas… Un buen lector tiene que disfrutar de lo lindo. ¡Qué prodigioso pasaje el de las ostras! Cualquier malo malísimo caería ante este vodevil sadomasoquista. Incluso esa alma cándida llamada John Watson. ¡Qué talento desperdició el teatro inglés!


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15. El carbunclo azul

Ocurre todo el martes 21 de diciembre de 1887. Holmes tiene 33 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de enero de 1892.

Formó posteriormente parte del libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

Existe una aventura entre este y el anterior relato, aunque no quede claro si se resuelve al mismo tiempo que ocurre La aventura del detective moribundo. Véase relación.

Un carbunclo es un tipo de rubí: el que sea de tinte azul lo hace algo más extraordinario, ya que no es frecuente. Tal vez este relato sea una paráfrasis del conocido cuento de «La gallina de los huevos de oro» o de aquel soldadito de plomo que fue encontrado en el vientre de un voraz pez. Pero Doyle canibaliza el cuento, mezcla y retoma también la vieja historia de la envidia, como la bíblica historia de José y sus muy amados hermanitos. Todo bien aliñado no es más que esta pequeña fábrica de enredos.

Cabe destacar la profusión de diarios vespertinos con que contaba Londres entonces: El Globe, el Star, el Pall Mall y otros cuatro más por lo menos. Y cómo aún es una ciudad estratificada por gremios, herencia medieval, ya que encontramos hasta un barrio entero dedicado a la medicina.

Y también destaca la indulgencia del detective al no descubrir al pobre ladrón. «Métalo en la cárcel y lo convertirá en carne de presidio para el resto de su vida». Que Holmes se tome la justicia por su mano tiene su justificación, aunque ya con la piedra en su poder, bien puede reclamar la recompensa de 1000 libras que se ofrece. Por mucho que diga del caso que «su solución es recompensa suficiente»…

Una nota triste para el final. La señora Constance Adams, esposa del Dr. John Watson, murió a finales del mes de diciembre, poco después de resuelto este misterio: un año y un mes escaso después de haber contraído matrimonio.


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16. El valle del terror

Ocurre desde el sábado 7 hasta el domingo 8 de enero de 1887. Holmes tiene 34 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en capítulos sueltos, desde septiembre de 1914 hasta mayo de 1915. Posteriormente se publicó como libro en Londres, Smith, Eider & Co., 1915.

Existe una aventura entre este y el anterior relato. Véase relación.

La novela se divide en dos partes claramente diferenciadas, «La tragedia de Birlstone» y «Los batidores». La primera de ellas aparece como una típica historia de detectives con la resolución de un crimen misterioso. Sherlock Holmes despliega su talento e inteligencia para desentrañar el misterio que rodea la muerte de un tal John Douglas. La segunda parte, sin embargo, es una novela corta en la que se cuenta el pasado de John Douglas, lo que explica los sucesos narrados en la primera parte. En esta segunda se cuenta la historia del llamado Valle del Terror, cuyo protagonista es el John Douglas de la primera parte, quien aquí toma el nombre de John McMurdo. Esta historia no añade nada a la biografía de Sherlock Holmes. La narración arranca el 4 de febrero de 1875 con la llegada de John McMurdo al Valle de Vermissa.

Watson dice que él y Holmes dejan atrás una larga serie de semanas estériles, probablemente a causa del fallecimiento de Constance Adams, primera esposa de Watson.

Hay una curiosa referencia, de libro dentro del libro, cuando W. Masón habla del relato que Watson escribirá sobre los sucesos que están ocurriendo.

Sherlock Holmes en esta obra aparece con el carácter muy cambiante, muy influido el ánimo según su actividad investigadora. Aunque realmente no tiene demasiado peso, digamos, como carácter, ya que la investigación corre por cauces quizás algo tópicos.

Moriarty, el eterno enemigo de Holmes, científico y misterioso criminal, cerebro del hampa, aparece como la mano que se oculta detrás de muchos crímenes. En este caso, Holmes intuye que está detrás de los sucesos narrados en la novela, aunque el personaje en sí no aparece más que nombrado.

Entre los holmesólogos esta novela tiende a ser poco apreciada, pese a ser la primera vez que aparece Moriarty. Sin embargo sí es valorada en algunos círculos la segunda parte, o novela adjunta, «Los batidores», con toda probabilidad la mejor «historia del far west» que saliera de la pluma de Doyle. Un mundo sombrío y perverso, el nacimiento de las bandas de hampones, con una acción repleta de personajes secundarios que dan un colorido especial a esta pequeña obrita maestra.


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17. El rostro amarillo

Ocurre el sábado 7 de abril de 1888. Holmes tiene 34 años y Watson 40.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en el número de febrero de 1893. Pertenece al libro Memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

No se conoce aventura alguna entre este y el anterior caso.

Un problema Victoriano puro. Todo se podría haber solucionado si la comunicación entre los esposos hubiera sido plena. Sin embargo entendemos el silencio de la esposa: los matrimonios entre razas distintas y sobre todo los hijos nacidos con la piel pigmentada en otro color al propio del marido son, hasta hoy en día, motivo de habladurías, como poco. Un aplauso para Doyle.

El cocainómano Holmes se nos revela un estudioso del arte de fumar en pipa, un amante de los relojes y un coleccionista de cordones de zapatos. Y por una vez, que alguna otra repetirá, un humilde personaje que admite su exceso de ego y pide disculpas por las precipitaciones a que este sujeto interior le obliga.


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18. El intérprete griego

Ocurre el miércoles 12 de septiembre de 1888. Holmes tiene 34 años y Watson 41.

Publicado originalmente en The Strand Magazine, en el número de septiembre de 1893. Pertenece al libro Memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

Hay por lo menos siete casos entre este y el anterior. Véase relación.

Este relato debe su fama más que a la sangrante historia de los hermanos griegos a la primera aparición pública del hermano mayor de Sherlock Holmes: Mycroft. «Croft» significa parcela, terrenito particular. Además se nos informa de algunos detalles sobre los orígenes de la familia Holmes. Que eran nobles, o descendientes de nobles, que vivían en el campo y que descendían también del célebre pintor francés Vernet.

Respecto a Mycroft, un tipo alto y corpulento, sabemos que su hermano pequeño le admira por su inteligencia y sus dotes analíticas, que le superan. Mycroft pertenece al club «Diógenes», un extravagante lugar donde sus miembros no se hablan entre sí, leen y dormitan. Mycroft pasa la vida en tan selecto club a horas fijas y determinadas, pero nos engaña Sherlock cuando declara que su hermano revisa la contabilidad de cierto gabinete ministerial. Tal vez sea su fino humor, pero su hermano es uno de los responsables en la sombra del Ministerio de Asuntos Exteriores inglés. Algo así como el jefe de James Bond, o el jefe del jefe del mismo, para hacernos una idea.

Es encantador, todo un lujo para el holmesiano, el delicioso encuentro en el club Diógenes de los dos hermanos, ante la presencia del aturdido Watson. Tres páginas donde, como en una carrera de obstáculos, cada hermano va poniendo a prueba el espíritu analítico del otro, mas con una educación y una caballerosidad envidiables.

El resto del relato es también interesante y merece atención la truculencia con que Doyle describe los cuerpos torturados de las víctimas y la aparición final de esa imagen tantas veces común en nuestro detective: la fatalidad.


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19. El signo de los cuatro

Ocurre desde el martes 18 hasta el viernes 21 de septiembre de 1888. Holmes tiene 34 años y Watson 41.

Publicado originalmente en la revista Líppincott’s Magazine, en el número de febrero de 1890, y en formato libro en Londres, Spencer Blackett, 1891.

Sigue al anterior relato sin casos intermedios. Véase relación.

Lo más interesante de esta novela se encuentra sin duda en el primer capítulo de la misma. En el retrato de Sherlock Holmes realizado por Watson y por el mismo inspector. Nos enfrentamos con un personaje autodestructivo, pesimista a pesar de su juventud, con un altísimo concepto de sí mismo, que no soporta el paso de los días sin más, necesitado entonces de cocaína o de algún delito donde poder sacar a la luz sus dotes de investigador, sus razonamientos deductivos que lo alejen de cualquier rutina, de cualquier emoción que no se corresponda con la lógica de esa ciencia que según él mismo ha creado. Es decir, un genio que no soporta estar en paro, dotado con las capacidades que considera imprescindibles para llevar a cabo una perfecta investigación: capacidad de observación, deducción y conocimientos. Si bien las dos primeras pueden ser adquiridas con algo de entrenamiento y sagacidad, los conocimientos son inevitablemente consecuencia del estudio, del esfuerzo, de la erudición, y por supuesto de los propios análisis del investigador, de su experiencia. Nos encontramos entonces ante un científico, un investigador criminalista, que no solo se detiene en los detalles materiales como causas del acto, sino que es capaz de dar a los mismos una dimensión moral, psicológica y en ocasiones estética del mal. Cuando Watson le reta a que saque conclusiones de un reloj que ha llegado a su poder, Holmes, con aparente sencillez, es capaz no únicamente de hablarle de la procedencia del reloj, sino también de hacer un retrato de su anterior dueño, hermano de Watson, sacando conclusiones que incluso hieren a su leal compañero.

Solo cuando se es capaz de sistematizar, de dar una visión general del delito, eliminando lo superfluo, se puede alcanzar la verdad de cualquier caso. Y Sherlock Holmes es perfectamente consciente no solo de ser el único investigador particular con consulta, sino también de estar muy por encima de sus posibles competidores en dicha ciencia, ya sean otros investigadores privados como el francés Francois le Villard, que aparece aquí citado, o el mismo cuerpo de policía, poniendo como ejemplo a Gregson, Lestrade o Athelney Jones. Entre las obras de Holmes aparecen aquí reseñadas tres: un tratado que analiza las diferencias entre las cenizas de ciento cuarenta clases de tabaco, una monografía sobre las huellas de las pisadas y un estudio sobre la influencia de los oficios en la forma de las manos, con litografías de manos de marineros, cajistas de imprenta, etc.

Además nos encontramos no solo con una inteligencia única, sino también con una personalidad que se ha formado a través de numerosas lecturas. Entre otras, a lo largo de la novela cita El martirio del hombre, de Winwood Reade, autor racionalista coetáneo; las Reflexiones, sentencias y máximas morales (1665), de La Rochefoucauld, cuando el propio Holmes dice en francés a propósito de Jones: «No hay tontos tan molestos como los que tienen algo de ingenio»; el Fausto, de Goethe, cuando declama en alemán: «Estamos acostumbrados a ver que el hombre desprecia lo que no conoce»; a Jean Paul Friedrich, autor de La logia invisible, cuando exclama ante Watson: «La principal prueba de grandeza del hombre está en percibir su pequeñez ante la inmensa naturaleza». Pero no solo cuando acaba citando a otros reconocemos su amplia cultura, sino también cuando es capaz de hablar con el inspector Jones sobre cerámica medieval, autos sacramentales, budismo en Ceilán, violines Stradivarius o sobre los barcos futuros de guerra. Por lo tanto, conocedor al menos de tres lenguas: latín, francés y alemán, además de su inglés natal, y hombre de amplios conocimientos capaz de hostigar a sus contertulios con cualquier tema recurrente. ¿Alguien puede dar más?

Watson por su parte se nos presenta con una humildad que contrasta profundamente con el retrato de Holmes. Su visión de la existencia se corresponde con la de un médico militar retirado, con una pierna débil y una cuenta bancaria más débil aún. Sin embargo, a él le corresponde el lado más humano de la historia.

Desde el momento en que se nos presenta el caso, en el segundo capítulo, nos damos cuenta de que su mirada no es la mirada fría, aséptica de un investigador. Es mas bien la mirada romántica de un escritor que, sin disponer de la capacidad intelectual de un Holmes ni de su enfermiza melancolía, es dueño de un humanismo literario, que no solo ve al cliente como una unidad o un factor del problema, sino que intenta dotarle de un alma, de unas emociones que van a dinamizar su propia proyección narrativa. Aquí será la aparición de Miss Mary Morstan quien ponga en marcha estos rudimentarios mecanismos psicológicos.

Rubia, menuda, delicada, de gusto exquisito en la ropa, con grandes ojos azules espirituales y muy atractivos. Esta es la institutriz Mary Morstan, de veintisiete años. La desaparición de su padre, el capitán Morstan, el 3 de diciembre de 1878, unido a la aparición seis años después, el 4 de mayo de 1882, de un anuncio en el Times, pidiendo su dirección para posteriormente ir recibiendo anualmente una perla muy grande, abren el caso. La muerte del mejor amigo del padre de Mary, el mayor Sholto, producida el 28 de abril de 1882, llevan a Holmes a la resolución del misterio: algún heredero de Sholto está ofreciendo alguna compensación a Miss Mary Morstan. Justicia paralela y ligeros remordimientos.

Aparece entonces un plano con los nombres de Jonhatan Small, Mahomet Singh, Abdullah Khan y Dost Akbar. En este plano guardado por Mary Morstan, encuentra Holmes otra parte de la solución.

A continuación entran en escena como personajes los hermanos gemelos Sholto. En primer lugar Thaddeus. Nos es presentado como un esteta, dueño de algunas pinturas de Corot y de Salvatore Rosa. Hipocondríaco, incluso solicita a Watson que le ausculte su válvula mitral; con solo 30 años a pesar de su calvicie, aparece muy nervioso, relatando la muerte accidental del capitán Morstan en una discusión con su padre, el mayor Sholto.

Su hermano Bartholomew es el muerto del relato. El análisis de las causas de su muerte llevarán a Holmes finalmente a descifrar la verdad. El aspecto del cadáver con los músculos duros, en rigor mortis y con una mueca espasmódica en el rostro, risus sardonicus, permiten a nuestro investigador sacar sus penúltimas conclusiones.

Aparece entonces Athelney Jones, perteneciente al cuerpo de policía. Obeso, con rostro colorado y pletórico, incapaz de dar al problema la resolución científica que merece. En todo momento es ridiculizado por nuestro inspector, aunque finalmente adquiere un cierto matiz humano cuando solicita la ayuda de Holmes, reconociendo la autoridad intelectual de este.

Un acontecimiento interesante es la aparición del perro Toby, al que confía Holmes gracias a su gran olfato el seguimiento de la pista de la creosota, que le llevarán definitivamente al encuentro con Jonathan Small, último protagonista de la novela; junto con Tonga, especie de criado, aborigen de las islas Andamán y verdadero autor de la muerte de Bartholomew Sholto.

Mencionar también a los «irregulares» de Baker Street, paralelo cuerpo de policía mugriento del que se sirve Holmes para encontrar el barco Aurora, pista definitiva en donde se encuentra Small.

En el último capítulo nos topamos con la novela dentro de la novela. En este caso la vida y obras del tal Jonathan Small, y de cómo y por qué quiso vengarse del mayor Sholto.

La novela finalmente vuelve a los orígenes, pero con otra perspectiva, pues la desaparición de las joyas al ser arrojadas al Támesis por Small permitirá el matrimonio entre Watson y Mary Morstan. Esto decepcionará a nuestro querido investigador, alejado del mundo femenino, aunque capaz de reconocer unas buenas dotes intuitivas en la futura esposa de Watson. Al menos, a él siempre le quedará la cocaína.

Novela de estructura narrativa lineal, con un final que nos resulta ajeno al propio desarrollo de los personajes, pero con un atractivo evidente: la personalidad de Sherlock Holmes, y en todo caso los retratos de Watson y Mary Morstan.

Nos encontramos —para finalizar— con un hecho doblemente paradójico: Holmes echa en cara a Watson la recreación por escrito de sus aventuras: no le gusta, no quiere ser personaje, pero entiende las razones de su amigo para escribirlas e intentar publicarlas. Aclarémoslo:

Holmes, desde El signo de los cuatro, hace referencia a Estudio en escarlata como si Estudio acabase de ser publicada, recriminando a Watson que prime en la resolución del enigma los detalles llamativos en detrimento de las artes científicas y racionales usadas por el detective. Sherlock no es que no quiera ser personaje de sus aventuras escritas, sino que desearía ser el héroe de un tratado científico más que de una novela de amor. Y no será ni la primera ni la última vez que establecerá este tipo de quejas.

Cuando, al final de su carrera, ausente Watson, le toque a él mismo entenderse ante la hoja en blanco, recordará estas palabras difíciles y con humildad pedirá disculpas por sus modos.

Por otra parte el lector habrá observado que en esta edición El signo no sigue a Estudio, ya que estamos publicando las aventuras no en el orden en que Doyle las publicó, sino siguiendo el transcurrir vital de nuestros protagonistas. De ahí el desconcierto que pueda producir en el lector el reproche de Holmes, si se tiene en cuenta que, en nuestro orden, existen dieciséis relatos entre ambas aventuras. Es muy posible que Doyle, cuando publicó El signo de los cuatro, ignorase la continuidad que iban a tener estas historias; sin embargo, cuando años después atesoró una gran cantidad de aventuras, tampoco se preocupó mucho de sus ligeras erratas cronológicas. Nadie es perfecto. Ni Holmes, como queda dicho.


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20. El sabueso de los Baskerville

Tiene lugar desde el martes 25 de septiembre hasta el sábado 20 de octubre de 1888. Holmes tiene 34 años y Watson 41.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, desde agosto de 1901 hasta abril de 1902, y en formato libro en Londres, George Newnes, Ltd., 1902.

Sigue al anterior relato sin casos intermedios. Véase relación.

Una de las muestras más depuradas del arte narrativo de Conan Doyle, El Sabueso de los Baskerville tal vez sea la aventura más famosa de Sherlock Holmes. Después de la primera escaramuza en Londres, y tras encajar abiertamente su primer revés, el propio Holmes confiesa a Watson, con esa mezcla de entusiasmo y admiración sin reservas que solo le provocan los intelectos privilegiados, la valía del criminal que tienen enfrente.

Para estar a su altura, Conan Doyle sacó a la pareja de su familiar habitat londinense y les preparó un escenario acorde con la aventura que les esperaba: los sombríos páramos de Dartmoor, al oeste de Inglaterra, donde aprovechó un viejo mito local sobre un perro brotado del infierno para crear el misterio más fascinante de toda la carrera del detective. Fletcher Robinson le sugirió a Conan Doyle la idea de utilizar la leyenda de un perro espectral; el escritor lo asegura en la nota de agradecimiento que publicó en el primer número del Strand Magazine y que desde entonces suele acompañar todas las ediciones de la novela. La leyenda negra holmesiana asegura que la colaboración entre los dos amigos se alargó más allá de una mera sugerencia y que la prematura muerte de Robinson fue algo más que casual. Si hay algo de cierto en este rumor (y mal puede haberlo, pues Robinson murió en una expedición arqueológica a Egipto), entonces el linaje de Conan Doyle estaría más cerca de Moriarty que de Holmes, y arrojaría bastante luz sobre la proverbial animadversión entre creador y criatura.

Publicada por entregas en el Strand Magazine en 1901 y un año después en forma de libro, El Sabueso de los Baskerville significó el más resonante éxito literario de toda la carrera de Conan Doyle y se convirtió, de la noche a la mañana, en un clásico de las letras inglesas. Ni Kipling, ni Conrad, ni Wells, que publicaron algunas de sus obras maestras por aquellas fechas, llegaron a desbancar en la imaginación de los lectores el aullido fantasmal del perro de los Baskerville. Técnicamente, Conan Doyle consiguió un audaz y logrado equilibrio entre el género de terror (del que era un consumado maestro) y el implacable y lúcido espíritu analítico holmesiano. Había un ilustre antecedente literario: el relato de Edgar Allan Poe, Los crímenes de la Rué Morgue, donde el gran y denostado antecesor de Holmes, Auguste Dupin, descubre en una complicada y sangrienta trama un ingrediente de bestialidad irracional que le lleva a concluir, en un soberbio proceso de lógica deductiva, que el terrible y sobrehumano asesino no es más que un orangután escapado de uno de los barcos del muelle. De manera inversa, Holmes desentraña el designio magistral de un asesino sin escrúpulos en una serie de lances tan complejos que no admite más explicación que el caos o el infierno.

Se ha criticado, no sin razón, el excesivo mecanicismo del argumento. Da la impresión de que Holmes resuelve el misterio antes de empezar a resolverlo, como si ya supiera la solución de antemano, de boca del propio Doyle. En realidad, en vez de recolectar pistas y rastros de cenizas, Holmes establece una brillante hipótesis de trabajo, adjudicando valores imaginarios a una ecuación con dos incógnitas y despejándola de un plumazo. Envía a Watson como avanzadilla a la casa solariega de los Baskerville, con lo que se produce un problema de hiato entre narrador y detective resuelto con impecable factura técnica mediante la inserción de unas cartas de Watson. Para nuestra sorpresa, Holmes, del que conocíamos su aversión al campo, aparece al aire libre, tostado por el sol e incluso haciendo ejercicio físico, lejos de su sedentario estudio londinense. El humo del tabaco es sustituido por las nieblas de Dartmoor. Sin embargo, a pesar de la enorme amplitud de los páramos donde se desarrolla la segunda parte de la novela, Conan Doyle los utiliza con la economía de medios de un escenario teatral, marcando las entradas y salidas de los personajes como si estuviera pensando en una futura adaptación dramática. Del mismo modo, Holmes reduce el páramo a un laboratorio donde poner a prueba su hipótesis y capturar al criminal. Años después, Albert Einstein no se asombraría gran cosa cuando Sir Arthur Eddington le enseñara los resultados que probaban empíricamente la validez de la teoría de la relatividad. Einstein y Holmes son discípulos directos de Galileo y saben que el experimento no es más que un trámite, una mera corroboración de la teoría. Esa confianza ilimitada en sus propias dotes está a punto de costarle muy cara a Lord Baskerville, pues Holmes, en su olímpico desprecio por los hechos materiales, no había previsto para el último acto de su cacería la aparición de la niebla ni el efecto psicológico de puro terror que acompaña la aparición del enorme y espantoso animal.

En una declaración de principios que se ha hecho justamente célebre, Holmes, con su habitual displicencia, comenta acerca de las huellas dejadas por el perro: «Hasta la fecha he limitado mis investigaciones a este mundo. […] He combatido, modestamente, el mal, pero tal vez resultaría una labor demasiado ambiciosa emprenderla con el propio Padre del Mal. No obstante, ha de admitir usted que unas pisadas son algo material».

Las huellas del sabueso espectral serán desde entonces el santo y seña de la investigación detectivesca. Sin embargo, en plena Inglaterra victoriana y por boca de su personaje más radiante, Conan Doyle insinúa la sombra de lo sobrenatural, el acecho de esas tortuosas e inexplicables tinieblas que tan desdichadamente iban a oscurecer los últimos años de su vida. Holmes, tal vez por respeto, tal vez por falta de fe, ni siquiera se atreve a decir en voz alta el nombre de su hipotético e infernal adversario. La carne y el espíritu siguen en compartimentos estancos. No es casualidad que el más digno sucesor de Holmes, el que recoge la antorcha que ha dejado vacante el antiguo inquilino de Baker Street, acabe siendo un sacerdote, habituado a las trampas y asechanzas del Maligno. El padre Brown, el sagaz y bonachón sacerdote creado por Chesterton, también seguirá los itinerarios mentales de Dupin y de Holmes, repetirá el vértigo que va de la superstición y el macabro honor sobrenatural hasta la simple y elegante solución racional, no sin antes pasar rozando el fastuoso temblor de las tinieblas.

ALGUNAS OTRAS NOTAS Y CURIOSIDADES

En castellano, «sabueso» designa una raza canina caracterizada por su fabuloso olfato, pero no especialmente agresiva ni feroz. Un sabueso tampoco se prodiga en esos aullidos que son el estigma mismo del horror y que parten en dos las noches en el páramo. Tal vez fuese más acorde con el espíritu de la obra recurrir al genérico «perro», que abarca también al can de tres cabezas.

El bastón olvidado por el doctor Mortimer sirve de inicio a la novela y de perfecta muestra para el talento deductivo de Holmes. El doctor Watson, con una perspicacia nada común, es capaz de adivinar muchas cosas sobre el propietario del bastón, pero Holmes cala más profundo, ve más allá, se fija hasta en los más insignificantes detalles. Pocas veces como aquí, el lector reconoce que el don por excelencia del detective, más que la inteligencia, el ingenio o el saber erudito, es su prodigiosa capacidad de atención. Los detalles, «los divinos detalles», que diría Nabokov.

Más que ninguna otra obra de Conan Doyle, El sabueso de los Baskerville ha conocido multitud de adaptaciones teatrales, cinematográficas y televisivas. En cuanto al teatro, baste mencionar como anécdota los múltiples problemas provocados por la aparición del perro en el último acto, problemas resueltos en una adaptación española de 1916 merced a la actuación de un gigantesco chucho disecado con bombillas encendidas en lugar de ojos. En el terreno cinematográfico, una adaptación ha merecido la consideración de canónica: la dirigida por Darryl F. Zanuck en 1939, con Basil Rathbone como Holmes, y Nigel Bruce como Watson.

Lugar aparte merece la producción británica de 1968 para la BBC, con Peter Cushing en el papel de Holmes y Nigel Stock en el de Watson. El escritor David Torres me aseguró una vez que la visión de los páramos de Dartmoor, con sus frías nieblas y sus arenas movedizas, es uno de los primeros terrores que recuerda, y que el perfil aguileño de Cushing, con su pipa y su gorra, paralizado detrás de una cristalera y sobrepuesto al pavoroso aullido del perro, dio forma al más perfecto escalofrío de su infancia.


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21. El misterio de Copper Beeches

Ocurre desde el viernes 5 al sábado 20 de abril de 1889. Holmes tiene 35 años y Watson 42.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en el número de junio de 1892. Pertenece al libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

Existen cinco casos entre este y el anterior. Véase relación.

Un caso verdaderamente enrevesado, como siempre que concierne atreverse con enemigos tan impalpables como los sentimientos humanos. Los personajes casi carecen de identidad física, pero sus problemas psicológicos hacen de ellos verdaderas figuras de cera. La máscara, las dobles, triples, incontables caras de la vida, la virtud y el vicio.

Puede llegarse a sospechar que Doyle ha querido versionar la leyenda de Barbazul cuyo castillo tenía todas las puertas abiertas excepto una, la de lo inmoral que existe dentro de todos y cada uno de nosotros.

La lógica de Holmes, incluso la precipitación de los acontecimientos, enmascarados también en un atrevimiento a la hora de inmiscuirse activamente en la vida de los implicados, resuelven el problema. Aparte, vuelve Holmes a reprochar a Watson su «sensacionalismo» a la hora de relatar sus aventuras; sin embargo no deja de advertirle que podría haber narrado mejor otros casos de mayor envergadura. ¡Este astuto pero incorregible ser enmascarado!


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22. El misterio del Boscombe Valley

Ocurre desde el sábado 8 hasta el domingo 9 de junio de 1889. Holmes tiene 35 años y Watson 42.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de octubre de 1891. Pertenece al libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

Este caso y el anterior van seguidos en el tiempo. Véase relación.

Un misterio sencillo, trucado por enigmas en los que la envidia de los protagonistas marca los silencios.

Importan más otras cosas. La inoperancia sempiterna de Scotland Yard y las quejas de Holmes al respecto. La fabulosa inserción de un texto teatral, que agiliza sobremanera la acción. Saber que Holmes tiene en la poesía italiana del renacimiento un buen aliado. Que las mujeres le admiran. Y que a Watson le pierden. La fatalidad como elemento indispensable para la respiración, y los juicios precipitados. El giro de efecto que supone la descripción de John Turner. Y, lo más sobresaliente, encontrar por fin un texto complejo y analítico salido de la pluma de Watson.

Al final hay una pequeña broma o guiño. Los novios —felices ellos— ignoran el resultado real de las pesquisas de Holmes. Si nunca compran el Strand Magazine de octubre de 1891, o Las aventuras de Sherlock Holmes de 1892, por supuesto.


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23. El oficinista del corredor de Bolsa

Ocurre el sábado 15 de junio de 1889. Holmes tiene 35 años y Watson 42.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de marzo de 1893. Pertenece al libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

Sigue al anterior relato sin casos intermedios. Véase relación.

Pese a las aseveraciones de algún erudito, se trata de uno de los relatos más precipitados, y por lo tanto fallidos, salidos de la pluma de Doyle. Las referencias continuas a La Liga de los Pelirrojos, y el que se trate de una aventura donde el «timo» sea el leit-motiv abogan por ello.

Un pobre hombre «queda como un imbécil». Otro pobre hombre —el asesino o el timador— queda como un verdadero imbécil ante la sagacidad repentina de un Sherlock Holmes poco interesado. Incluye una de las pocas páginas algo subidas de tono en el Victoriano Doyle: el suicidio del perdedor. Pero… tan afectivo…


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24. El Tratado Naval

Ocurre desde el martes 30 de julio hasta el jueves 1 de agosto de 1889. Holmes tiene 35 años y Watson 42.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de octubre de 1893. Pertenece al libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

Existen tres casos no narrados entre este y el precedente. Véase relación.

Watson contrajo matrimonio el 1 de mayo de 1889 con la señorita Mary Morstan, la protagonista de la novela El signo de los cuatro. Ocurrió el enlace poco después de resolverse El misterio de la finca de Copper Beeches. Entre este relato y el siguiente, El misterio de Boscombe Valley, transcurrió poco más de un mes, tiempo más que aceptable para una bonita luna de miel. Holmes mientras tanto estuvo ocioso.

El caso que se nos presenta es uno de los más destacados que resuelve Holmes del estilo «recinto cerrado», ya que este suceso ocurre por dos veces en un mismo relato. También puede inscribirse entre los de «alta política», pues los objetos y situaciones que aparecen conciernen a secretos de estado y personajes relevantes en los destinos de la nación.

Planos misteriosos y falsos culpables, un tanto de teatralidad y personajes excesivamente cordiales adornan esta historia larga, pues se trata de un relato algo más extenso que los habituales. Cabe destacar el trato cordial y elegante que recibe la nobleza por parte de Holmes cuando esta le cae simpática, y alguna metáfora no exenta de gracia, como cuando se compara la inexpresividad del detective con la de un piel roja. También sobresale la hasta ahora inédita pasión de Holmes por las rosas rojas.


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25. La caja de cartón

Ocurre desde el sábado 31 de agosto hasta el lunes 2 de septiembre de 1889. Holmes tiene 35 años y Watson 43.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de enero de 1893. Pertenece al libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894, y fue reeditado en el libro El último saludo de Sherlock Holmes, Londres, John Munay, 1917.

Existe un caso no narrado entre este y el precedente. Véase relación.

Tiempos duros debieron ser aquellos para las chicas. Y para los novios de las chicas. El caso es que entró uno en casa y todas se lo rifaron con mayor y menor suerte. Tres hermanas y un galán. Luego cada cual se casó con quien pudo y alguna no olvidó. El amor tiene estas virtudes. El problema radica en que el incesto se nota a la primera de cambio, y hasta un tanto de homosexualidad femenina familiar, si me apuran. Esto y coleccionar cachitos de persona hacen de este relato algo de lo más escandaloso. Y la nueva afición de Holmes por coleccionar orejas. Lo retiraron de la primera edición y tuvo que pasar mucho tiempo hasta verse de nuevo publicado. Resulta curioso que el barco donde el marinero Browner trabaja se llame May Day (día de mayo) y que el código de peligro internacional por radio May Die (peligro de muerte) tengan una pronunciación tan parecida.

Destacan tres cositas y una deducción personal. Primero, el estado lamentable de las cuentas de Watson, que es un derrochador y, cuando nadie le ve, debe de ser un juerguista de órdago. Ya le pasó antes. Segundo, la afición desmedida que siente Sherlock por Poe. Y tercero esa prodigiosa reflexión moral que Holmes suelta en el último párrafo. Para leer muchas veces o ninguna, que hace pupa.

La deducción consiste en que Mary Morstan debe ser una mujer de las de aupa, ya que Watson se tira las tardes en casa de Holmes y no en la suya. Los pequeños avatares del enamoradizo Watson.


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26. El dedo pulgar del ingeniero

Ocurre desde el sábado 7 hasta el domingo 8 de septiembre de 1889. Holmes tiene 35 años y Watson 43.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de marzo de 1892. Pertenece al libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

No hay caso alguno entre este y el precedente relato. Véase relación.

El doctor Watson falsea los datos al declarar que solo dos casos llegaron a Holmes por mediación suya. El pasado «tratado Naval», por ejemplo, y otros muchos, si contamos la participación de las amigas de las diversas esposas del doctor. La memoria de Watson, como la de la mayoría de los seres humanos, es selectiva.

El presente caso es uno de los más violentos y curiosos. La banda de falsificadores es terrible y no entiende la palabra compasión. Sin embargo resulta de lo más chocante que un individuo al que han arrancado de cuajo un dedo pulgar pasee con entereza por Londres y sus aledaños sin sufrir desvanecimientos continuos y dolores más que respetables. Watson debía ser un mago o uno de los anestesistas mejores de toda la historia.

Aquí nos enteramos de una de esas feas costumbres del detective: se fuma las sobras frías y gastadas, malolientes y húmedas de sus pipas anteriores. Guarda los restos en una pantufla árabe que tiene clavada en un lateral de la chimenea de la salita de estar.

Hay que admirar la entereza con que el ingeniero afronta una muerte escalofriante, cuando una plancha de tonelaje abrumador cae sobre él, lentamente. Recuerda El pozo y el péndulo, de Allan Poe.


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27. El hombre encorvado

Ocurre desde el miércoles 11 hasta el jueves 12 de septiembre de 1889. Holmes tiene 35 años y Watson 43.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de julio de 1893. Pertenece al libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

No hay ningún otro caso entre este relato y el precedente. Véase una vez más la relación.

Una lejana historia de amor y un accidente. La intenciones siempre buenas, las tragedias siempre aledañas. Y el pequeño diálogo entre dos amantes que hace treinta años dejaron de verse.

A Watson las cosas le van bien, tiene sirvientes. Y Sherlock Holmes dice por fin «elemental», a secas, tras un «¡excelente!» de Watson, dato que se comentará en las Notas finales (págs. 1621-1622). El final es algo oscuro, aunque Holmes resulte ser un buen conocedor de la Biblia.


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28. La aventura de Wisteria Lodge

Ocurre desde el lunes 24 hasta el sábado 29 de marzo de 1890. Holmes tiene 36 años y Watson 43.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de septiembre de 1908. Pertenece al libro El último saludo en el escenario, Londres, John Murray, 1917.

Hay otros cuatro casos no narrados entre este y el relato precedente. Véase relación.

Este relato se publicó en The Strand Magazine en dos capítulos independientes. El primero, titulado «La curiosa experiencia del señor John Scott Eccles», en septiembre de 1908. El segundo, un mes después, y titulado «El tigre de San Pedro». La revista Collier’s Weeklyse adelantó al Strand, publicándolo íntegro el 15 de agosto del mismo año.

Se trata de uno de los casos más enrevesados de la carrera holmesiana. Está lleno de pequeñas segundas y terceras historias entremezcladas, y contiene una buena galería de personajes excéntricos y curiosos. Además, Watson se equivoca en dos años al datar el caso. Molesta un tanto al lector español la confusión continua de Doyle entre lo español y lo hispano. No diferencia mucho los caracteres que definen a un sentimiento mediterráneo y europeo y a otro tropical. Para él lo español y lo hispano es un todo indivisible, de tal manera que cuando se describen a tipos caribeños y tostados, nos da la impresión que los habitantes de Ávila, por ejemplo, para Doyle deben también ser así.

Si el lector tiene en cuenta esta nota sabrá apreciar en su debida justicia que un tipo se llame Aloysius García en 1890 y en España. Y aún más, que un hipotético estado llamado San Pedro, no esté ubicado en un lugar determinado (no sabemos qué países lo encuadran en el mapa) y que ciudades como París, Barcelona, Madrid y Roma parecen caer cerca. Ah, y no se pierdan el suceso ocurrido en el Hotel Escorial de Madrid, donde el marqués de Montalva y su secretario, el señor Rulli, fueron asesinados por nihilistas. Todavía no he parado de reírme ante tanto cúmulo de imprecisiones. ¡Y en tres líneas! (¿Despidió Doyle a su documentalista?). Solo faltaron la paella y los toros.

Aparte de estas nimiedades es un relato interesantísimo, donde la mezcla de política y criminalidad llega a una altura que jamás anteriormente había sido tratada por Doyle.

El Tigre de San Pedro, el tirano, es un ser complejo y atractivo. Se nota que Doyle sabía conferir a veces la debida igualdad a los enemigos de Holmes.

Se puede destacar el impulso metódico del detective recriminando a su buen amigo Watson sus labores de cronista y la maravillosa frase última, digna de entrar en las mejores colecciones de citas. Es encomiable la aparición de un personaje portentoso: el inspector Baynes. Lástima que no se prodigara más. Se trata de un buen hombre, inteligente y sagaz, seguidor de los métodos —y admirador— de Sherlock Holmes. Es la primera vez que Holmes se admira y felicita a un colega.


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29. Estrella de Plata

Ocurre el jueves 25 y el martes 30 de septiembre de 1890. Holmes tiene 36 años y Watson 44.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de diciembre de 1892. Pertenece al libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

Sigue a continuación del relato precedente. Véase relación.

Contiene el pasaje más famoso y representativo de Sherlock Holmes, muestra eterna de sus dotes analíticas. Se trata del diálogo sobre los ladridos del perro. No puedo menos de trascribirlo:

«—¿Hay algo más sobre lo que quisiera llamar mi atención?

—El curioso incidente del perro aquella noche.

—El perro no hizo nada aquella noche.

—Ese es precisamente el curioso incidente —comentó Sherlock Holmes».

Se vuelve al viejo asunto de la doble personalidad, que ya se vio de manera determinante en Un caso de identidad. Sin embargo aquí hay crímenes, caballos perdidos, gente huraña y gente que no es lo que es, o lo que parece ser, y una cantidad de dinero muy respetable a lomos del azar. Resulta interesante ver a Holmes pasear por la campiña y fijarse en detalles en los que, pese a su evidencia, nadie se detiene a observar: las ovejas, los perros, las ramas de los árboles… Hay un humillo lejano en el paraje que recuerda a Baskerville: se volverá a repetir en algún otro cuento, como en La aventura del pie del diablo.


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30. La corona de berilos

Ocurre desde el viernes 19 hasta el sábado 20 de diciembre de 1890. Holmes tiene 36 años y Watson 44.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de mayo de 1892. Pertenece al libro Las aventuras de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1892.

Existen tres casos anteriores no narrados. Véase relación.

No es de extrañar que un hombre que ha perdido lo que el Sr. Holder ha extraviado se ande de cabezazos por las paredes, y que Watson, con su preclara «habilidad» le tache de loco. Lo que menos sospechaba este señor es que sus familiares fuesen tan peculiares. Estos Victorianos y sus escrúpulos, y su falta de confianza en los otros. Así de triste. Holmes sabe desde muy pronto que es un caso sencillo. Pero la nieve es parlanchina si se une a la sociología aplicada.

Decir que una mujer dejaría todo por seguir a su amante me parece más romántico que misógino, al menos la literatura está llena de ejemplos. Y como siempre nuestra amiga la fatalidad, que, si bien en este caso no llega a ejecutarse, sí al menos se instala en las palabras del oráculo Holmes. Podría ser un caso de «recinto cerrado», pero a mí me sugiere más a un caso de familia deshecha, a lo Barry Lyndon.


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31. El problema final

Ocurre desde el viernes 24 de abril hasta el lunes 4 de mayo de 1891. Holmes tiene 37 años y Watson 44.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de diciembre de 1893. Pertenece al libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894.

Existen tres casos anteriores no narrados. Véase relación.

«Te cuidarás muy mucho de causarle mal alguno a una persona tan simpática y agradable como el señor Holmes». Estas palabras y otras parecidas solía enviarle a su hijo Arthur la señora Doyle. Pero el autor estaba cansado de su personaje, le absorbía demasiado, le tenía amargado y triste. Y de parecida manera en que Unamuno en Niebla se cargaba de un plumazo al bueno de Augusto Pérez, Arthur Conan Doyle decidió matar a Holmes.

Este es el más famoso relato —y el que le sigue no le va a la zaga— de toda la serie holmesiana: el más estudiado, el más diseccionado. Pero es muy sencillo: tan solo es la crónica de una huida imposible.

Nicholas Meyer, en su novela Elemental, Dr. Freud, nos da una visión más que interesante de los peligros que acechan a Holmes, de las características reales de su amado y odiado enemigo: el Dr. James Moriarty. Por supuesto Holmes no puede morir acuchillado en una esquina, envenenado en un fumadero, o cayendo escaleras abajo. No se puede permitir que un vulgar rapaz le quiebre la vida al mejor detective de los detectives. Había que buscar un contrincante de altura. Y el señor Moriarty —no se quejarán de nombre— ya ha aparecido en otra novela: El valle del terror. Moriarty es a Holmes lo que el crimen a la justicia.

A Moriarty le hemos conocido como «El Napoleón del crimen»: es un ser sobrenatural, un hombre superdotado, un sabio que ha caído en el lado oscuro. O que lo ha creado, porque dirige una red de asesinos implacables, de extorsionadores, de esbirros sin escrúpulos, tan bien organizada que nunca se ve, pero se siente. Sus tentáculos llegan a todas partes: emisarios, soplones, vigilantes… Moriarty dirige un sindicato del crimen ecuménico e infinito. Holmes sabe que solo enfrentándose a él, a su complementario, puede acabar con esa oscura sociedad, pues, como a él mismo le sucede, bajo su sombra solo hay mediocres.

Watson escribe el relato dos años después de los sucesos. Es un hombre solo y triste. Su esposa, Mary Morstan, ha muerto. Tan solo encuentra alivio en la escritura. Tras enterarse de que otro James Moriarty, coronel, hermano del asesino, está intentando en la prensa escrita lavar la mala fama de su hermano, muerto junto a Holmes en las cataratas de Reichenbach, toma con decisión la pluma y nos pone al corriente de los sucesos de los que fue testigo.

He aquí la artimaña de Doyle, la argucia terrible del creador. No hay que desvelar los datos, la conversación —magnífica— entre los oponentes, la ingeniosa huida hacia delante de Sherlock y Watson. Siquiera hablar de la pelea ante el abismo. La maravilla está más allá. En la ignorancia del cronista.

Porque Watson solo tiene una nota dejada sobre una pitillera cuando regresa a las cataratas. No ha sido testigo de la lucha, no sabe sino que para acceder al paraje solo hay un camino y ¡no ha encontrado a Holmes regresando! Todos podemos ver la desesperación de ese hombre admirable, la terrible pena que embarga a Watson. Cualquiera, puesto en el lugar del doctor hubiera llegado a las mismas conclusiones. No. Watson no se equivoca, porque Doyle sabe que el lector es Watson, y no hay salida posible del infierno.

No le ha hecho falta describirnos la pelea. No hemos visto caer por el precipicio a Holmes ni a Moriarty. Tenemos solo una nota apresurada, y el camino abierto para una resurrección. Doyle no era tan tonto como para matar de un empujón a su gallina de los huevos de oro.


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32. La aventura de la casa vacía

La acción transcurre el jueves 5 de abril de 1894. Holmes tiene 40 años y Watson 47. Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de octubre de 1903. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Los casi tres años en que Holmes permanece desaparecido han dado objeto a múltiples averiguaciones, siendo a su vez el lugar donde también muchos escritores de continuaciones y pastiches han querido depositar su discreto óbolo. En principio Sherlock no interviene en ningún caso salvo aquellos que relata a su amigo Watson, y entrarían dentro de otro apartado que se podría titular Las otras aventuras de Sherlock Holmes. No es nuestro cometido aquí describirlas más que lo que el propio investigador resume.

Lo verdaderamente interesante de este relato es que aquí se «resucita» a Holmes. Doyle, motivado por la presión de sus miles de lectores como de sus angustiados editores, ya había rescatado al personaje anteriormente, pero en calidad de difunto. Es decir que narró aventuras anteriores al suceso de Reichenbach. Concretamente, entre agosto de 1901 y abril de 1902, dio a conocer por entregas El sabueso de los Baskerville, en donde nuestro amigo resolvía un caso cuyos acontecimientos transcurren entre septiembre y octubre de 1888, tres años antes de El problema final. Pero nadie quedó contento. Aunque sea con mucho la mejor de todas las aventuras, o la más famosa. El detective permanecía muerto y el público lo quería próximo y vivo. Ya se han relatado en el prólogo estas circunstancias y sus resultados.

Lo que sí nos descubre este relato es que Watson no permaneció ocioso y que intentó resolver algún que otro misterio. Y que ocupó su tiempo en redactar la mayoría de las aventuras de Sherlock Holmes hasta su desaparición. En este interregno —desde 1891 hasta 1894— debe datarse la escritura «watsoniana» de esas historias. Así como desde 1904 en adelante el resto. Es decir, los años posteriores a la jubilación de Sherlock Holmes.

Doyle —y otros investigadores— señalan que el nuevo Holmes no es el mismo en muchos aspectos, que ha cambiado. Su misoginia se reduce pero aumenta su sarcasmo, los modos y maneras con que trata a Watson son algunas veces insultantes, pero nos vamos a encontrar con una capacidad asombrosa por parte del médico para responderle, e incluso contraatacarle. Es más humano, en cuanto se aproxima más a los sentimientos, a expresarlos sin rubor, descubriéndonos muchas veces un hombre con el alma menos atormentada, menos silenciosa. Y de igual manera que Watson pica de flor en flor en cuanto puede —aunque siempre con fines matrimoniales— Holmes va a amar más, si se puede, su querida soledad.

Este relato contiene algunas curiosidades. Que Holmes escuchara, mientras ascendía el abismo, la voz de su enemigo muerto, no es un hecho singular. David Tones, en sus libros Nanga Parbat y Los huesos de Mallory, nos recuerda que muchos montañeros escuchan, cuando ascienden cimas muy elevadas, las voces de los muertos que aún yacen entre sus nieves eternas. Es más: hasta alguno de ellos llega a ver la figura borrosa de un montañero fantasma que guía al escalador en momentos de apuro.

Tenemos confirmada también la muerte de Mary Morstan, segunda esposa conocida de Watson. Está visto que las mujeres le duraban poco al doctor.

Hay que resaltar la afición de Holmes a resolver casos con la ayuda de un doble, de una figura de cera o de un busto que le sustituya: no será la primera vez que lo utilice. Ni tampoco la primera vez que, con una descripción morbosa, nos relate algunos acontecimientos, como los efectos de los balazos en la cabeza.


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33. La aventura de las gafas de oro

La acción transcurre desde el miércoles 14 hasta el jueves 15 de noviembre de 1894. Holmes tiene 40 años y Watson 48.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de julio de 1904. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

No hay casos intermedios entre este y el anterior. Véase relación.

Es posible que el cansancio y la mala salud de Holmes, ya señalada en el anterior relato, sean las causas que justifiquen la ausencia de aventuras —narradas o no— entre abril y noviembre de 1894. Esta prolongada cura de reposo pudo mermar los ahorros de Holmes y Watson, que como notará el lector en el presente relato carecen de criados.

Ya repuesto de sus dolencias nos deja en este cuento algunos datos sobre su personalidad muy significativos. Parece haber abandonado la cocaína, pero en su ausencia consume tabaco —cigarrillos— en grandes cantidades, amén de los utilizados para resolver este misterio. Nos muestra un más que sarcástico modelo de contestación ante la ineptitud de un inferior, el inspector Hopkins, y también un grado de magnanimidad ante los últimos deseos de una mujer moribunda. Toma parte en un final justo, aunque acaso ilegal.

Volvemos a vernos con una historia de «recinto cerrado», con dobles personalidades y asuntos de Estado. El espectro unificador de Doyle se hace más rico.

El nativo de las islas Andamán no es otro que Tonga, ya conocido por el lector en El signo de los cuatro. Véase listado de personajes.


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34. La aventura de los tres estudiantes

La acción transcurre desde el viernes 5 hasta el sábado 6 de abril de 1895. Holmes tiene 41 años y Watson 48.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de junio de 1904. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Existen 5 casos intermedios entre este y el anterior. Véase relación.

Una aventura rápida, con una gran economía de medios: un gran ejemplo que seguir. Y la única existente enmarcada en círculos universitarios directos. Holmes pasa por allí como si quisiera no ser visto. Tal vez dejó más amigos de los que presume. O enemigos.

La bofetada dialéctica que le mete a Watson es para dejarle de hablar en varios años, por mucho que algo después lo intente remediar con una bromita al más puro y fino humor inglés.


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35. La aventura de la ciclista solitaria

La acción transcurre el sábado 13 y el sábado 20 de abril de 1895. Holmes tiene 41 años y Watson 48.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de enero de 1904. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Existe una aventura intermedia no narrada entre esta y la anterior. Véase relación.

Famosa aventura, de las que aparece en todas las antologías que se precien. Y es normal, porque tiene de todo: intriga, amor, persecuciones, violencia e incluso sexo. El pícaro de Watson —que otra cosa no tendrá— no deja de poner sus ojos y alabanzas en la bella Violet. Y casi todos los personajes de la historia. Y eso lo sabe ella, y muy bien. Como sabe Holmes las limitaciones de su colega, pese a lo cual no deja de encargarle sucintas averiguaciones, aunque luego le eche en cara el pobre resultado. El destino —el lector es testigo— ve cómo el metomentodo Holmes está a punto de meter la pata, y que Watson no es tan inútil como parece.

Hay un recuerdo un tanto burlesco de la situación vivida por Sherlock en la falsa boda de Escándalo en Bohemia, pero con unos sucios y grotescos participantes. Sobre si al final Holmes declaró a favor de Carruthers puede sospecharse que sí, dada la escasa condena impuesta al supuesto maleante.


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36. La aventura de Peter «el Negro»

La acción transcurre desde el miércoles 3 hasta el viernes 5 de julio de 1895. Holmes tiene 41 años y Watson 48.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de marzo de 1904. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Existen dos aventuras intermedias no narradas entre esta y la anterior. Véase relación.

Habitualmente ha venido traduciéndose al español esta historia con el título literal de La aventura del Negro Peter, lo que una vez acabada la lectura carece de sentido, ya que Peter ni es de color negro, ni escribe novela alguna por encargo de algún afamado escritor. El adjetivo «negro» tras el nombre Peter sugiere, como debe ser, uniones metafóricas más concordantes con el alma del mentado sujeto, —que no parece que la tuviera precisamente blanca, como el negro de Alberto Insúa—. Aunque en inglés Conan Doyle lo escriba como The adventure of Black Peter.

A petición del inspector Hopkins, Holmes toma a su cargo la investigación de un hecho sangriento y brutal. Watson dice que se trata del primer caso «importante de Hopkins». Acaso se olvida que en La aventura de las gafas de oro, ya relatada, el caso también era bastante trascendental.

Sabemos igualmente que Holmes dispone de al menos cinco lugares en Londres donde disfrazarse —puede tratarse de pequeñas habitaciones alquiladas— y que, como ya se vio en Un caso de identidad, frecuenta y conoce los barrios bajos: aquí en particular las tabernas portuarias. Pese a lo que diga Watson —del que a veces no es necesario fiarse en exceso—, la economía de Holmes es un tanto fluctuante, pero bastante segura.

Hay que elogiar la manera en que sin salir de casa, al final, por medio de la falsa noticia y un diálogo rápido se logran los mejores objetivos.


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37. La aventura del constructor de Norwood

La acción transcurre desde el martes 20 hasta el miércoles 21 de agosto de 1895. Holmes tiene 41 años y Watson 49.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de noviembre de 1903. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Existe una aventura intermedia no narrada entre esta y la anterior. Véase relación.

Acerca de los parientes franceses de Holmes ni Doyle ni Watson se aclaran: ¿Se apellidan Verner o Vernet? Poco importa: En Noruega —desde donde acaban de regresar nuestros héroes— la soldada recibida por Holmes ha debido de ser importante para por medio de un sobrino segundo haberle comprado a Watson su consulta en Kensington. Es todo un caballero, y para no herir la susceptibilidad del viejo doctor, ha usado un intermediario. También es cierto que Watson tenía su consulta un tanto descuidada y que había vuelto a Baker Street. También es un hermoso rasgo de amistad.

En pocos casos como en este se pone más en solfa la impericia del voluntarioso inspector Lestrade. La verdad es que Holmes casi no puede vivir sin él. Su figura de gracioso, de contrario, ha desbancado definitivamente a Watson, que dice refiriéndose a los métodos seguidos por su amigo: «No me resultó difícil seguir sus deducciones».

Doyle estrena con probada pericia una nueva modalidad estilística. El párrafo dialogado. Busque el lector el párrafo que comienza: «Por último, tras husmear por todas partes…», y descubrirá esta pequeña obra maestra.

Hay una pequeña pregunta final: Si se sabía que los huesos encontrados eran de animales… ¿Por qué acusaron de asesinato a un «desaparecido»?


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38. La aventura de los planos del Bruce-Partincton

La acción transcurre desde el jueves 21 hasta el sábado 23 de noviembre de 1895. Holmes tiene 41 años y Watson 49.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de diciembre de 1908. Pertenece al libro El último saludo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1917.

Existen seis aventuras intermedias no narradas entre esta y la anterior. Véase relación.

Este caso debería aparecer en todas las antologías. Es uno de los grandes. Se mezclan en él todos los ingredientes posibles: Alta política, habitaciones cerradas, asesinatos, dobles intenciones, errores y aciertos, amores imposibles y honores patrios. Y muchos datos que nos acercan a la madurez de Holmes y a las virtudes de su hermano Mycroft.

Se puede hablar de la sabiduría holmesiana. Sus dotes para la música y la musicología. Está escribiendo un tratado sobre los motetes polifónicos de Orlando de Lasso (1532-1594), el músico flamenco renacentista. Uno, que ha cantado alguno de ellos, sabe la belleza que encierran y que no basta solo el solfeo, sino una sentimentalidad predispuesta, para llegar a establecer una verdadera unión entre cantante, partitura e interpretación. Solo una buena conjunción de estos tres ingredientes puede acercarnos al resultante: una espiritualidad y una hondura pocas veces alcanzada en la música coral. Desde estas líneas me atrevo a recomendar algunas obras: El conjunto de madrigales espirituales conocido como Lágrimas de San Pedro, la misa Bell’Amfitrit altera y algunas canciones amorosas, como la famosa Matona mia cara. Hay razones suficientes para tener en Holmes un buen amigo.

También cabe aquí una pequeña aclaración sobre cómo toca Holmes el violín. Cuando interpreta para Watson, o para sí mismo, lo hace en pie, como cualquier virtuoso, apoyando su rostro en la base de la caja, donde la sonoridad de la madera transmite con mejores calidades. Su Estradivarius es un instrumento formidable adquirido por unas pocas guineas en una tienda de saldos. Una suerte que más de uno quisiera. Cuando, llevado por la molicie y el aburrimiento, se dedica a la improvisación, lo hace sentado, apoyando la base del violín en su muslo, y manteniendo el instrumento como si de un chelo se tratase. Esta manera de tocar es típica de los conjuntos populares norteamericanos. Puede que de vez en cuando se arrancase con un aire popular.

Sobre Mycroft hay que resaltar una frase maravillosa: «La especialidad de Mycroft es saberlo todo». Vuelva a leer el lector este asombroso relato y no deje de subrayar.

Acabamos. Por mucho que Billy Wilder haya declarado que nunca se basó en un relato preciso para su excelente película La vida privada de Sherlock Holmes, cualquier observador notará que en este caso hay mucho material coincidente. Si luego se añaden otros como Escándalo en Bohemia o El aristócrata solterón, el resultado es evidente. Un buen holmesólogo reconoce siempre sus deudas. Wilder fue un magnífico director de películas. Dejémoslo así.


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39. La aventura de la inquilina del velo

La acción se sospecha que transcurre un día —no sabemos aún cual— de octubre de 1896. Holmes tiene 42 años y Watson 50.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de febrero de 1927. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1927.

No hay aventuras intermedias no narradas entre esta y la anterior. Véase relación.

El caso del Bruce-Partington debió de reportar a las arcas de Watson y Holmes buenos dividendos, ya que desde noviembre del año pasado no se tiene constancia de que resolvieran misterio alguno. El gobierno —es decir Mycroft Holmes— debía pagar bien.

La aventura de la inquilina del velo es el relato más corto de los escritos por Watson. También es muy bueno, de los mejores, y debería aparecer por su calidad literaria y concreción en todas las antologías. Y por la calidad humana que Holmes deja traslucir en sus comportamientos.

Como curiosidad cabe destacar que Doyle comienza con este cuento a incluir en sus relatos algunas preciosidades famosas de la tópica sexualidad inglesa, como el bondage, la sumisión y el sado. El caso de Peter «el Negro» es otra cosa, aunque haya latigazos. Llegará a su cima descriptiva en estos avatares en la narración de Charles Augustus Milverton y sobre todo en los comentarios de cierta dama en La aventura del cliente ilustre.

Una pequeña incoherencia: ¿Holmes ha dejado de fumar?


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40. La aventura del vampiro de Sussex

La acción ocurre desde el jueves 19 hasta el sábado 21 de noviembre de 1896. Holmes tiene 42 años y Watson 50.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de enero de 1925. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Munay, 1927.

No hay aventuras intermedias no narradas entre esta y la anterior. Véase relación.

Es otra de las historias más cortas. Con alguna frase capital por parte de Sherlock Holmes y el consabido mal endémico Victoriano: la falta de comunicación entre los esposos. Aunque, en este caso, con la participación estelar de un niño malo.

Entre las ironías de Holmes y Watson transcurre un relato casi epistolar, en que se nos señala la afición de Watson, cuando joven, por correr tras una pelota de rugby y la sorprendente manera con que Sherlock ríe.

Hay muchas similitudes en el tratamiento de lo «hispano» con La aventura del Tigre de San Juan, ya comentada.


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41. La aventura del delantero desaparecido

La acción ocurre desde el martes 8 hasta el jueves 10 de diciembre de 1896. Holmes tiene 42 años y Watson 50.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de agosto de 1904. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

No hay aventuras intermedias no narradas entre esta y la anterior. Véase relación.

En el original, y como habitualmente se traduce este relato, llevaría por título La aventura del tres cuartos desaparecido. Si se hubiera preguntado, una gran parte de los lectores —salvo especialistas— determinaría, y con razón, que un tres cuartos es una especie de abrigo. Luego Sherlock trataría de descubrir las circunstancias en que un abrigo desapareció, etc.

Pero un tres cuartos es el jugador de rugby que, libre de demarcación, corretea por el campo, casi siempre en las primeras líneas. Molesta mucho al contrario, es ágil y escurridizo, y tiene un cerebro constructivo. No es de extrañar que su desaparición traiga de cabeza a su entrenador y compañeros.

Resulta una coincidencia que en el relato anterior también aparezca un personaje que jugara en ese puesto, cuando existe una diferencia notable entre las fechas de edición de ambos.

Watson, por estas fechas, ha conseguido casi del todo apartar a Holmes de la cocaína, aunque no del tabaco en pipa. También se le descubre un proceso analítico en las nuevas situaciones cada vez más agudo. En cuanto a Holmes resulta de los más divertido su absoluta falta de interés por los deportes de conjunto, su desconocimiento de jugadores, entrenadores, campos y equipos. A Borges le gustaba Holmes —y este rasgo holmesiano es un aspecto de mucho peso en ese parecer—. Hay gente a la que no le gusta el fútbol, por raro que parezca. Yo conozco, además de mí, a unos cuantos. Aunque quizá lo que no nos guste sea todo lo que el buen forofo no ve, esa trama oculta tras los campos.


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42. La aventura de Abbey Grange

La acción ocurre el sábado 23 de enero de 1897. Holmes tiene 43 años y Watson 50.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de septiembre de 1904. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Existe un caso de difícil señalización entre este y el anterior relato. Véase relación.

Dice Holmes que ayudó al inspector Hopkins en siete ocasiones. No dudamos de su palabra, pero hasta la fecha solo hemos contabilizado tres. Por lógica, los otros cuatro solo pueden estar entre este relato y el anterior, es decir entre el 10 de diciembre de 1896 y el 23 de enero de 1897. No sabemos más que lo que se nos ha dicho, no tenemos más datos, no sabemos en qué consistió esa ayuda. Que Holmes tenía en Hopkins a un joven emprendedor: tal vez él mismo se viera reflejado en el policía.

Se queja el detective de nuevo ante Watson sobre el exceso de narratividad en detrimento de los valores científicos en las reseñas de sus aventuras, ganando el doctor la promesa de que Holmes llegará a escribir alguno. Serán dos, pero aún falta mucho trecho. Y no lo hará nada mal.

Fíjese el lector en algunos momentos interesantes. Holmes recomienda dejar la puerta abierta a múltiples soluciones cuando una parece evidente, dejar libres a los instintos, para después —en un párrafo memorable— repetir la cláusula «no es normal» como punto clave de su discurso. La retórica al servicio de la ciencia deductiva. Holmes, en contra de lo suele ser en él habitual, da más de una oportunidad a los testigos cuando sospecha que le mienten; antes era más tajante. Y ese final pletórico, in crescendo, donde Holmes casi no es un juez, sino un dios pagano, que decidirá lo que se debe saber, lo que se debe ocultar, quién vive, quién muere.

Hay que dejarlo claro. Este es un nuevo Holmes, la madurez le ha cambiado. Es más sarcástico. Watson es más inteligente. Las historias toman tintes sombríos, los climas se condensan, los páramos adquieren vida propia. El lenguaje, en una sola palabra, se poetiza.


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43. La aventura del pie del diablo

La acción ocupa desde el martes 16 hasta el sábado 20 de marzo de 1897. Holmes tiene 43 años y Watson 50.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de diciembre de 1910. Pertenece al libro El último saludo de Sherlock Holmes, Londres, John Munay, 1917.

Existe un caso sin narrar entre este y el anterior relato. Véase relación.

Como ya se ha dicho repetidas veces, Watson escribe la mayoría de los relatos que comportan esta segunda parte desde su retiro londinense. Recibe algunos telegramas, algunas cartas de Holmes, que pasa sus días cuidando abejas en su casita de Sussex, junto a su fiel ama de llaves, la señora Hudson. Y alguna vez le pasa lo que ahora: que Holmes, en lugar de recriminarle a Watson la escritura de sus aventuras, le alienta a escribirlas. Desde los retiros, los egos deben regarse con el cuentagotas de la necesidad.

Al comienzo de este relato vemos que Holmes aún sigue, aunque esporádicamente, sujeto a su cocaína del alma. Esto le produce unas ganas ingentes de continuar trabajando sin percibir que su cuerpo está agotado. Hay que retirarse al campo, a descansar. Pero como ya conocemos a Doyle, allí donde la pareja va suceden siempre cosas. Está por hacerse un relato naturalista donde ni a Watson ni a Holmes les pase más que el arco iris los días de lluvia o una gallina clueca entre las piernas.

A alguien puede sorprenderle que nuestros protagonistas fumen como preparación ante una buena caminata. En aquellos tiempos se recomendaba el uso del tabaco para aclimatarse al entorno. Se pensaba que así los pulmones trabajarían menos después de una buena ingesta de humo. David Torres, en su espléndido libro, Los huesos de Mallory, nos relata cómo el famoso escalador y su equipo, allá por los albores del siglo pasado, se fumaban sus buenas pipas, para aclimatarse con el entorno, ¡cuando ascendían a los 7.000 metros!

Pero el entorno tiene conciencia. Algo sobrenatural se respira en el ambiente. Ya se ha dicho. A partir de aquí Doyle crea un nuevo personaje: el espacio que nos rodea. Y la droga: es sobrecogedor el pasaje donde Watson relata la experiencia, el sueño terrible de los que prueban el pie del diablo.

Juez y parte, jurado y acusación, fiscal y abogado defensor a un tiempo, en dos juicios paralelos, el que condena y el que absuelve, Holmes vuelve a ser acción ante la justicia de los hombres. Como en el anterior relato, de parecida similitud, halla la causa y dicta sentencia.


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44. La aventura de los monigotes

El hecho se desarrolla en tres días alternos: el miércoles 27 de julio, el miércoles 10 y el sábado 13 de agosto de 1898. Holmes tiene 44 años y Watson cumple 51 en el transcurso de la acción.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de diciembre de 1903. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

No hay casos intermedios. Véase relación.

Famoso relato, con deudas bien pagadas al Escarabajo de Oro de Poe, en cuanto al modo de descifrar los jeroglíficos. El lector encontrará habitaciones cerradas, tiros, violencia y sentimientos de culpa. Un relato donde el silencio es también un personaje. Aunque comience con una aparente comicidad, con una repetición tramposa del juego de las adivinaciones, con mensajes secretos en tiras de monigotes danzantes, y claves criptográficas por resolver, poco a poco, casi sin darnos cuenta, descubrimos que un pasado ominoso, cuyos sentimientos parecían enterrados, salen de su cripta con el fantasmal recuerdo de una revancha, injustificada y torpe.

Un sentimiento de culpa impregna con su delicado matiz las últimas palabras que escribe Watson. Tenue, tal vez, muy tenue.


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45. La aventura del fabricante de colores retirado

El hecho se desarrolla desde el jueves 28 hasta el sábado 30 de julio de 1898. Holmes tiene 44 años y Watson 50.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de febrero de 1927. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Munay, 1927.

Existe un caso intermedio entre este y el anterior relato. Véase relación.

Un caso de engreimiento, de avaricia y de celos. Lo mejor del relato está en la estratagema para hacer que el sospechoso se aleje de su casa y la aparición sorpresiva de un personaje interesante: un competidor de Holmes realmente bueno y, como él, también detective consultor.

Como todo el mundo sabe, John Watson nació un 7 de agosto de 1847. Si este relato se ha colocado posterior al anterior obedece a un orden estricto: el del inicio de cada aventura. Este misterio se resolvió al mismo tiempo que el anterior, o mejor dicho entre medias.


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46. La aventura de Charles Augustos Milverton

El hecho se desarrolla desde el jueves 5 hasta el sábado 14 de enero de 1899. Holmes tiene 45 años y Watson 51.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de abril de 1904. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

No hay casos intermedios. Véase relación.

A mi modo de parecer uno de los más interesantes. No se trata de un caso típico: prácticamente Holmes y Watson actúan de testigos, pero muy particulares, pues en el fondo son unos salteadores que presencian un crimen. De un ser abyecto y tortuoso, de acuerdo: pero de un ser humano, si nos ponemos. La doble moral juega por lo tanto un papel muy importante.

Contiene mucho misterio, carreras precipitadas, una carcajada final y un episodio terrible: la venganza de la mujer maltratada.

A Holmes le importa poco de qué artimañas tiene que valerse para hacerse con la verdad. Aquí se deshumaniza cuando tiene que fingir amor con la criada del tal Charles. Watson, que entiende mucho de estas cosas del amor, sabe que cuando Holmes deje a la chica esta va a sufrir, y el caradura de Holmes le contesta que ya encontrará a otro. Tal vez esta falta de humanidad se intenta contrarrestar con el ocultamiento del asesinato final que, me atrevo a sospechar, se ejecuta con un revólver del calibre 20 o 22: matan muy bien a un metro escaso de distancia.

En todo caso el epílogo es toda un acta de principios morales con un acabado impecable.


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47. La aventura de los seis Napoleones

El hecho se desarrolla desde el viernes 8 hasta el domingo 10 de junio de 1900. Holmes tiene 46 años y Watson 52.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de mayo de 1904. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Existe un caso intermedio. Véase relación.

Famoso y renombrado caso, aunque rocambolesco y previsible. Holmes muy pronto declara haber resuelto la trama, aunque falten algunos detalles. El lector también. Se ha repetido tantas veces esta consecución de pequeños problemas, en Agatha Christie y en el cine sobre todo, que la memoria asocia con facilidad los elementos leídos con los ya vistos. Pero hay que reconocer que es un gran relato. Y por algún que otro detalle que suele pasar desapercibido.

Note el lector la crítica a la prensa sensacionalista y a los que escriben en ella, lo ridículo y pretencioso del periodista Harker. Fíjese cómo Holmes escurre el bulto ante Lestrade, o cómo Doyle recorre y nos muestra Londres casi con unas pocas fotografías: búsquese el párrafo que comienza: «Cruzamos en rápida sucesión…».

Pero lo más hermoso está al final. Cómo este estupendo actor llamado Holmes nos explica con acciones cómo se aplica el método analítico. La manera casi orgullosa y al mismo tiempo humilde en que, ¡por fin!, Lestrade reconoce los méritos del detective y se congratula de ello, y le aplaude. Y ese «gracias, gracias», casi audible en nuestra lectura de un Holmes en verdad emocionado.

Pero Holmes se queda la joya para sus gestiones personales: ¡Por eso quiso su recibo!


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48. El problema del puente de Thor

El hecho se desarrolla desde el jueves 4 al viernes 5 de octubre de 1900. Holmes tiene 46 años y Watson 53.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de febrero de 1922. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1927.

Existe un caso intermedio. Véase relación.

A menudo nos viene una pregunta, que ya es hora de resolverla, o al menos de comentarla. ¿Dónde guardaba Watson sus crónicas, de qué lugar sacaba Holmes sus bibliografías? Aquí se nos responde. El uno, además de unos pequeños archivadores junto a la chimenea, en una caja de hojalata bajo las bóvedas del Banco de Cox, el otro, en un baúl atestado de pliegos y en una serie de libros de recortes periodísticos. Entre caso y caso Holmes permanece ocioso lo menos que puede: es un ávido lector de prensa, nacional y extranjera, y con tijeras y cola acumula y encuaderna recortes y sueltos. Lástima que se hayan perdido esos libros.

Nos encontramos con un misterioso caso de muertes sospechosas, de suicidios encubiertos, de venganzas y celos. Venganzas más allá de la muerte, las más terribles. Holmes vuelve a rechazar al mentiroso, no la causa de la ventura, aunque este intente usar la falsa humildad para conseguir sus fines: Holmes detecta a la legua el engaño verbal. Se deja mover por motivos altruistas, aunque su comentario sobre la huida de la mujer le venga un tanto alto: un hombre, en las mismas circunstancias, también huiría.

Volvemos a toparnos con el mujeriego Watson, que detecta la belleza femenina con olfato y discreción y, ¡sorpresa!, con un gesto en Sherlock ante Watson que ha llevado a más de un investigador a sospechar sobre su homosexualidad. Vean y juzguen:

«… y poniendo las manos sobre mis rodillas, me miró a los ojos con aquella mirada peculiarmente maliciosa que caracterizaba sus momentos de mayor picardía.

—Watson —dijo—, creo recordar que suele usted venir armado a estas excursiones nuestras».

Y un poco más adelante, de nuevo Holmes:

«No creo que en todas nuestras aventuras nos hayamos encontrado jamás con un ejemplo tan extraño de lo que puede hacer el amor pervertido».

Este relato debería figurar en todas las antologías. Si no lo hace, me temo que es por sus interioridades políticamente incorrectas.


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49. La aventura del colegio Priory

El hecho se desarrolla desde el jueves 16 al sábado 18 de mayo de 1901. Holmes tiene 47 años y Watson 53.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de febrero de 1904. Pertenece al libro El regreso de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1905.

Existen dos casos intermedios. Véase relación.

Se puede denominar como la noticia de un secuestro, aunque con sutiles matices, llena de un humorismo y al mismo tiempo una humanidad que, paso a paso, en el resto de relatos se hará más frecuente. Holmes será un tipo más duro, más implacable, pero también más complejo, con cambios de actitud y de aplicación a la vida, a los actos sociables más perceptible. También es cierto que los tiempos cambian, que el reinado de Eduardo VII trae aires nuevos a Inglaterra, que los inventos aplicados al bien común, la electricidad, el Metropolitano, los vehículos a motor, el teléfono impregnan con su impronta a todos los estratos sociales y que, poco a poco, esa estratificación burguesa de la sociedad va descomponiéndose. Todos los grupos sociales se van uniendo, o mejor dicho, se respetan entre sí y comparten más similitudes que diferencias. Y Holmes nota que se hace mayor, se autodenomina viejo sabueso.

Hay algún pasaje sobrecogedor, como el del descubrimiento del cadáver del profesor alemán, y algún momento cercano al del famoso del perro, en «Estrella de Plata», solo que esta vez con las vacas como protagonistas:

«—Qué raro, Watson, que hayamos visto huellas de vaca por todo nuestro recorrido, pero ni una sola vaca en todo el páramo».

De alguna manera puede considerarse que Holmes prefiere el pago de sus investigaciones a comunicar estas a la policía, una especie de soborno complacido, de justicia pagada. De todas formas sabe que todo queda en casa, que el poder del barón de Holdernesse aún es muy grande y puede parar cualquier investigación oficial. Holmes, en un elevado momento de conciencia social, acepta y con delicadeza exquisita dobla el cheque que recompensa sus logros —y que antaño hasta rechazaría— y dice: «Soy un hombre pobre…»


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50. La aventura de Shoscombe Old Place

El hecho se desarrolla desde el martes 6 al miércoles 7 de mayo de 1902. Holmes tiene 48 años y Watson 54.

Publicado originalmente en la revista Lyberty Magazine, en su número de enero de 1927. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1927.

Existen dos casos intermedios. Véase relación.

Salvo en el prólogo que redactó para el libro El archivo de Sherlock Holmes, que sería el último escrito oficial, este fue el último relato que escribió y dio a la prensa Sir Arthur Conan Doyle con Holmes y Watson como protagonistas. Aunque, como ya sabemos, no sea el último que figure en esta edición ordenada cronológicamente.

Aunque no se le puede negar a Doyle una capacidad y un buen hacer encomiables no pasará este relato por ser uno de los mejores. Parece una historia para salir del paso, y toda su gracia consiste en esos famosos pequeños detalles: la manía de Holmes de fumar pipas malolientes, los fantasmas y aparecidos inexistentes, criptas embrujadas sin brujas y terribles propietarios ni tan ogros ni tan propietarios. El final es precipitado y feliz. Fácil, incluso. Sin embargo deja un poso de verosimilitud, de que estas cosas pasan en todas partes.


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51. La aventura de los tres Garrideb

El hecho se desarrolla desde el jueves 26 al viernes 27 de junio de 1902. Holmes tiene 48 años y Watson 54.

Publicado originalmente en la revista Collins Weekly, en su número de octubre de 1924. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1927.

Existe un caso intermedio. Véase relación.

Conan Doyle, en 1924, poseía ya no solo una técnica depuradísima que le permitía salir airoso de cualquier texto escrito al que se enfrentara, sino que también demostraba ser un conocedor de las técnicas de escritura más avanzadas. Una prueba de ello es este pequeño gran cuento.

Comienza como lo que se ha denominado «cuento moderno», es decir, que el autor, en el párrafo inicial —a menudo breve—, nos cuenta todo lo que va a ocurrir. En ese párrafo debe estar todo, siendo el resto del relato casi una explicación de ese guión previo: claro está que con algún as en la manga que nos permita cada cierto tiempo ir sobresaltando al lector con contenidos que le animen a seguir profundizando.

Holmes es ya una persona pública, sus fotografías aparecen en todos los diarios. No olvidemos que Lestrade acaba de reconocer públicamente su aporte a las investigaciones criminales. Y Holmes por su parte alaba con su fino humor habitual, aunque con mucho de verdad en sus palabras, los concienzudos métodos de Lestrade.

Guarda este relato paralelismos con algunos otros donde el «timo» es el leit motiv. Recordemos La Liga de los Pelirrojos como modelo. Aunque pueda parecer —lo ha dicho Watson— un tanto humorístico, el relato avanza hacia un final crudo, de una poética triste. Para siempre quedará reseñado el valor de Watson al salvar la vida de Holmes, recibiendo un balazo que no le correspondía, y las muestras de cariño del detective, y las frases con que a continuación nuestro querido Watson nos hace partícipes de su amistad.


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52. La desaparición de Lady Francés Carfax

El hecho se desarrolla desde el martes 1 al viernes 18 de julio de 1902. Holmes tiene 48 años y Watson 54.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de diciembre de 1911. Pertenece al libro El último saludo de Sherlock Holmes, Londres, John Munay, 1917.

Existe un caso intermedio. Véase relación.

Algún paralelismo se puede encontrar con El problema final. En este se trataba de una huida por Europa, mientras que con Lady Farfax nos encontramos con una búsqueda por el continente. Los dos relatos tienen un aroma singular y similar. En uno —como bien dice Nicholas Mayer—, Holmes huye hacia delante y, en otro, busca lo que no puede encontrar: dos situaciones casi exactas, y ambas con un final imprevisto. Por otra parte los dos se hallan entre los relatos más extensos en su periplo en el espacio y en el tiempo. En El problema final transcurrían 12 días y en este 18. Si el lector ha prestado atención se habrá percatado de que los casos de Holmes y Watson suelen resolverse en tres o cuatro días.

Su comienzo es abierto, descubrimos a Holmes y Watson en una conversación a cuyos preliminares no hemos sido invitados. Debemos captar los mensajes y contenidos según avance el cuento. Más adelante encontramos una definición biológica (y rica) del sujeto conocido como «mujer errante y sola» y una descriptiva ambientación entre los balnearios de Europa, donde la misma definición toma poco a poco cuerpo. Hay un pasaje humorístico entre los disfraces de Holmes y las impericias de Watson y un desenlace lleno de pequeños finales, que, sucediéndose unos a otros conducen a un macabro fin de partida, en donde ni Holmes logra salvarse.

Un olorcillo a La caída de la casa Usher, pero sobre todo a El entierro prematuro, de Poe, impregna este relato.


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53. La aventura del cliente ilustre

El hecho se desarrolla desde el miércoles 3 al martes 16 de septiembre de 1902. Holmes tiene 48 años y Watson 55.

Publicado originalmente en la revista Collier’s Weekly, en su número de noviembre de 1924. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1927.

Existe un caso intermedio. Véase relación.

Se confirma que con el nuevo siglo a Holmes y a Watson les gustaban los baños turcos, los baños ingleses, y los baños en general. Tonifican mucho y sus cuerpos rondan el medio siglo. Por estas fechas Watson ha adquirido definitivamente unas habitaciones en Queen Anne Street. No volverá a Baker Street, salvo de visita. Como esta vez. Se conoce que se halla en relaciones amorosas con una dama desconocida, de la que todo son conjeturas y de la que volveremos a hablar en La aventura del círculo rojo. Y está en todo su derecho de mantener su vida privada fuera de los ojos ajenos y de compartir con Holmes solo algunos casos.

Holmes nunca estuvo más cerca de un asunto amarillo, propio de revistas del corazón, de cazafortunas y descarriadas damas, de padres engreídos y soplones, amenazas, venganzas y sexo cruel como aquí. La caterva de personajes, de las más extremas razones sociales, que se mezclan en este relato es sorprendente. Y las definiciones y las esperanzas, y los devaneos y los fetichismos. Y la brutalidad, el morbo, las sospechas. Y el destino. Y la fatalidad. Para Holmes se va a tratar de un camino de perfección que endurecerá su alma. El poder hace héroe al ladrón.


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54. La aventura del Círculo Rojo

El hecho se desarrolla desde el miércoles 24 al jueves 25 de septiembre de 1902. Holmes tiene 48 años y Watson 55.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de marzo de 1911. Pertenece al libro El último saludo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1917.

Sigue sin transición al anterior relato. Véase relación.

Última de las aventuras de Watson antes de irse definitivamente de Baker Street. A partir de aquí Holmes y el doctor vivirán sus vidas particulares solos. A los nueve días de concluir este relato Watson contraerá matrimonio por tercera y última vez, pero el silencio sobre el nombre de su esposa es tal que aún hoy en día no se ha podido esclarecer de quién se trata. Hay varias candidatas: tres, para ser exactos.

A saber:

Lady Violet de Merville, que protagonizó el relato anterior. La cercanía entre fechas hacen de esta solución la menos prudente. Sobre todo cuando sabemos que, antes de conocer a la citada dama, Watson ya había adquirido un nuevo hogar.

Lady Francés Carfax, protagonista del anterior al precedente. Las posibilidades son mayores, pero la existencia de un eterno novio de la dama hacen un tanto inviable la cuestión, sobre todo porque Watson nunca le pisó el terreno a otro.

Grace Dunbar, que protagonizaba el caso del Puente de Thor. Es la dama que más se aproxima a una verdad. Watson —si se recuerda— ha visto en ella a una criatura maravillosa, se le nota cuando habla de ella que está enamorado. Perdidamente enamorado. La relación existente entre la institutriz y su señor nunca parece más allá que la de una bella que se sacrifica por amansar la voluntad de una bestia, pero no se deduce una consecución última real. Si se relee la aventura, da la sensación de que Watson oculta algo o que tergiversa las acciones con un fin premeditado.

Aunque por concluir las sospechas bien pudiera haber sido cualquier dama oculta en la vida secreta del doctor. Se llevó a la tumba su secreto.

En cuanto al relato, hay alguna conexión con el posterior Círculo Carmesí de Edgar Wallace. Este autor, recordado sobre todo por haber sido el guionista de la mítica película King Kong, tenía fama además de prolífico y poco cuidadoso en su literatura, de ser un buen raptor de argumentos ajenos. En los dos relatos coincide la existencia de una sociedad criminal secreta, una mafia, combativa y vengativa, que usa del símbolo de un círculo rojo como aviso para una acción ilegal. El libro de Wallace está fechado en 1922. Sin embargo, si Wallace tomó el argumento y el título de Conan Doyle, hay que observar que este último también usó del Círculo Carmesí, aunque no para este relato, sino para el anterior, La aventura del cliente ilustre. El lector recordará que el barón asesino colecciona cajas chinas y que Watson actúa entreteniendo al barón mientras Holmes sustrae, en la habitación de al lado, un libro que sirve al maleante como aval de sus chantajes. En el libro de Wallace, el malo colecciona armas antiguas y otros secretos, y una dama accede a sus aposentos con un fin parecido. El relato de Doyle en cuestión data del 8 de noviembre de 1924.

En cuanto a este «Círculo Rojo» cabe destacar que la manera en que los contrarios dialogan y la aparición tardía del narrador hablan de un origen teatral. Pudiera haber sido un intento fallido de obra dramática que acabó en prosa. Y decir que entre «las semillas de naranja», «los seis Napoleones» y «la inquilina del velo» las sospechas de autoplagio parecen meras evidencias.


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55. La aventura del soldado de la piel descolorida

El hecho se desarrolla desde el miércoles 7 al lunes 12 de enero de 1903. Holmes tiene 49 años y Watson 55.

Publicado originalmente en la revista Liberty Magazine, en su número de diciembre de 1926. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Munay, 1927.

Existen tres relatos anteriores no narrados. Véase relación.

Aunque Watson no participó en todas las aventuras de Holmes, hasta ahora pertenecían a ese grueso volumen de las no narradas, además de las anteriores al momento en que ambos amigos se conocieran. Después de muchos años —si seguimos estrictamente el canon—, Holmes vuelve a actuar en solitario. Y no solo eso: se ve obligado a escribir él mismo la historia.

¡Pobre Holmes! ¡Jamás se vio en tal aprieto! Porque una cosa es redactar manuales más o menos sesudos sobre temas tan diversos como las orejas humanas, las cenizas de tabaco o los neumáticos de bicicleta, y otra escribir una crónica literaria. Sale bien parado del nudo pero la cuerda se resiente. Faltan algunas cosas de esas que tanto nos gustan cuando toma Watson la pluma: entre ellas la comicidad. El doctor Watson, y en su defecto el inspector Lestrade, hacen muy a menudo la figura clásica del gracioso, relajan los acontecimientos con sus pequeñas meteduras de pata. Aquí la acción se vuelve sombría, y la seriedad impregna las páginas.

Holmes se nos revela un hacedor de preguntas y los personajes que le rodean no pueden quitarse la pátina de burgueses simplones. Se da cuenta del inmenso vacío que le llena Watson. Dice: «Y aquí es donde más echo de menos a mi Watson. Mediante ingeniosas preguntas y exclamaciones de asombro, él era capaz de elevar mi sencillo arte, que no es más que sentido común sistemático, a la categoría de prodigio».

Si sabemos leer entre líneas, nos damos cuenta de que la torpeza de Watson es una figuración, un fingimiento. Un ardid que permite al ambiente relajarse y que agudiza los sentidos analíticos del detective. Pese a todo, Holmes nos vuelve a dar su pequeña bofetada al declarar resuelto el caso mucho antes del final del mismo: un final seco y feliz. Un final explicativo. Y un ardiente deseo finamente expresado para que Watson vuelva. ¡Ah, el amor, sus egoísmos!


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56. La aventura de Los Tres Frontones

El hecho se desarrolla desde el martes 26 al miércoles 27 de mayo de 1903. Holmes tiene 49 años y Watson 55.

Publicado originalmente en la revista Liberty Magazine, en su número de septiembre de 1926. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1927.

Existe un relato anterior no narrado. Véase relación.

¡Ah! ¡Qué alegría volvernos a encontrar con nuestro fiel Watson! Un solo relato sin él —como el anterior— y ya nuestros ojos llenaban el espacio con lágrimas de conmiseración. Y qué manera la de Doyle de hacerle volver a entrar en escena. Acaso en el relato más irónico, sarcástico y divertido comenzando. El ingenio de nuestros amigos salta en pequeñas maravillas, aquí sí hay sutilidad que valga. ¡Ah, el cálido humorismo de Watson!

Sin embargo tiene un desarrollo lleno de puertas abiertas, con muchas corrientes de aire, con un cambio en la dinámica que hace pasar de lo grotesco a lo sensible en un golpe de viento. ¿Estaba Doyle intentando algo novedoso?

En los últimos relatos siempre hay alguna frase de tinte poético, como si la vejez de nuestros protagonistas, o tal vez la vejez del mundo que se les va ante el empuje de los tiempos nuevos, dejase en sus corazones un hálito nostálgico. Pero solo es un instante. Todos los inspectores siguen siendo tontos de remate y los errores sobre la «hispanidad» continúan y continúan. Aunque ya en el tópico, lo que es un alivio. Al final vuelve Holmes a tomarse la justicia por su mano, tal vez embrujado por «dos maravillosos ojos españoles».

Habitualmente este relato suele titularse La aventura de los tres gabletes. Un gablete —como todo el mundo sabe— es una moldura que adorna la fachada de una casa, a modo de frontón. Pero no es un frontón, sino parte del mismo. Hemos decidido en un esfuerzo de pura metonimia tomar el todo por la parte para facilitar la comprensión de los acontecimientos.


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57. La aventura de la piedra de Mazarino

El hecho se desarrolla durante un día del verano, ente julio y agosto de 1903. Holmes tiene 49 años y Watson 56, probablemente.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de octubre de 1921. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Munay, 1927.

Existe un relato anterior no narrado. Véase relación.

Atribuido a Doyle «personaje», fue originalmente una obra de teatro escrita en un solo acto por el Doyle real. Esto pasa por estar escrita en tercera persona. Se llamó para las tablas El diamante de la corona: una velada con Sherlock Holmes, y es casi un calco de La aventura de la casa vacía, con alguna solución final y pretenciosa que nos recuerda otros finales, como el de La aventura de la segunda mancha. En la obra teatral el malvado era nuestro añorado coronel Sebastian Moran, lo que avala mucho la hipótesis expuesta, ya que era el mismo protagonista que disparaba su fusil en La casa vacía.

El juego de entradas y salidas, pausas, prisas, lentitudes y que el relato esté narrado en un diálogo casi continuo donde los pocos párrafos no son sino acotaciones no oculta para nada sus orígenes. Holmes es el centro de la escena, a su alrededor se mueve el conde y el espectador, en este caso lector: estamos a su merced, somos su juego. Se nos muestra a veces epicúreo, a menudo dramático. Y nos muestra dos finales: uno real y otro cómico mientras el espíritu de Moriarty se mueve entre bambalinas.

Solo un dato último y sutil. John Watson ha vuelto a ejercer la medicina, ha abierto una consulta y, ¡por fin!, parece que la clientela se le agolpa. ¿Quién será su desconocida y amada tercera esposa?


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58. La aventura del hombre que se arrastraba

El hecho se desarrolla durante un día de verano, entre julio y agosto de 1903. Holmes tiene 49 años y Watson 56.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de marzo de 1923. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Munay, 1927.

No hay casos menores intermedios. Véase relación.

Aunque tenga la fama, no es el último de los casos resueltos por Holmes profesionalmente. Aún resolvería cuatro más antes de retirarse de la profesión y trocar su residencia de Londres a Sussex. Lo que pasa es que esos cuatro casos pertenecen a ese gran cúmulo de los no narrados. Al final de los mismos, enterado por un telegrama de la muerte de su recordada Irene Adler, ocurrida el 8 de octubre de 1903, decide —sumido en un estado de profunda melancolía— dejar la profesión.

Lo que sí es verdad es que se trata del último caso narrado por el doctor John Watson. Lo haría en 1923, a la edad de 76 años, «coincidiendo» casi en fechas con su colega Doyle. Melville, en su Moby Dick, hace que su gran novela se conciba en tres finales. Doyle también va a despedirse y a hacer que sus personajes se despidan de los lectores en otros tantos. Primero le toca a Watson.

Lo hace recordándonos quién ha sido en su relación con Holmes, y menospreciándose, como siempre. Él ha sido más que todo eso. Continúa dejándonos alguna frase interesante para el recuerdo, como la de los propietarios de perros gruñones. Sabemos que la ausencia del doctor ha sido suplida —tan solo eso— por un tal Mercer, y que en cuanto tiene ocasión el viejo Holmes no deja de recordarnos cómo hacer un buen análisis constructivo.

Hay un proceso final causa-efecto en el relato, que, aunado con los peligros de la virtud y la ética, nos advierten de los usos desordenados de la ciencia y el afán por la investigación. Vemos la sombra de los señores Jekyll y Hyde y su contrapartida en las teorías evolucionistas de Darwin. Y, como punto último, la existencia de un personaje incompleto. ¿Alguien sabe qué pasó con la novia del profesor?


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59. La aventura de la melena de león

El hecho se desarrolla desde el martes 27 de julio hasta el martes 3 de agosto de 1909. Holmes tiene 55 años y Watson 61.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de diciembre de 1926. Pertenece al libro El archivo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1927.

Existen cuatro casos menores intermedios. Véase relación.

Todo el mundo sabe que Holmes se retiró, junto a su antigua casera, la señora Hudson, a Sussex, en una casa situada cerca de la aldea de Fulworth —hoy Cuckmere Haven— a unos ocho kilómetros de Eastbourne, al sur de los Downs, las colinas de la región así llamadas. Allí se dedicó al estudio de las abejas llegando con el tiempo a convertirse, ¡cómo no!, en un erudito en la materia. Además de los ocios normales de un jubilado, como pasear, frecuentar algún vecino, leer y almacenar recuerdos, y añorar a su querido Watson, que le venía a visitar de vez en cuando, a Holmes no se le escapa accidente orográfico o persona que le rodee. Mantiene un trato social y cortés con todo el mundo.

Doyle cede la palabra a Holmes para que se despida en su segundo y último relato contado por él mismo. Vuelve a faltar Watson, pero, a diferencia de El soldado de la piel descolorida, no vamos a echar de menos la figura del doctor. Se trata quizá del mejor, o uno de los mejores casos, y al mismo tiempo de uno de los mejores relatos en los que participa. Su desarrollo roza la perfección: es todo un ejemplo de virtuosismo y eficacia. Es una suerte para este antólogo que sea el penúltimo de los cuentos.

Se trata desde el principio de una lucha, la lucha del bien y del mal, y las apariencias de estos. La figura del profesor de ciencias es positiva, su imagen se entrega al espejo de nuestros ojos coronado en mártir. Fijémonos que es la primera vez —y han transcurrido 58 historias— en que Holmes es testigo directo de un misterio: él va a ser su propio cliente. En seguida nos encontramos con un personaje negativo: el profesor de matemáticas, que por ahora va a encarnar la figura del mal. Los personajes se suceden en este orden. Poco transcurre para encontrarnos con un policía bueno, un portero del paraíso, que se muestra solícito y sumiso ante Holmes, y a los pocos párrafos surgen las figuras de los familiares de la novia del muerto, que vuelven a despertar sospechas nuevas. Pero hay otros personajes intermedios: la misma novia, unos pescadores en la lejanía… Se trata por lo tanto de un juego que atrapa al lector, que nos hace caer en la gran duda. Y en esa duda somos Holmes.

La descripción cruda y fetichista de la muerte del científico nos arrebata, pero lo que más nos enfurece es que no tenemos pruebas, que no existe asidero alguno. A continuación, sumidos en el desamparo, un dato hace que nos aferremos a él como a madera en un naufragio. Una nota, un mensaje de amor. Si descubrimos quién fue el cartero de esa nota estaremos —sospechamos— mas cerca de conocer la verdad. Tenemos una tesis. Tesis que parece confirmarse cuando los elementos negativos de la acción se niegan a ser explícitos y los elementos intermedios son descartados. Pero es una trampa: un señuelo tejido por la inteligencia sublime de Doyle.

Porque la antítesis surge de inmediato. Cuando se nos intenta describir la supuesta —y terrible— arma del crimen, un personaje, el más antipático, el que más caracterizaba la idea del mal, llega herido brutalmente de igual manera que la primera víctima. Nuestro corazón salta emocionado y perplejo: no sabemos qué hacer. Y entonces, casi sumidos en una desesperación inútil, Holmes se transforma en emisario de la verdad, en figura del destino, en el látigo de Dios. Corremos tras él sin saber nada, sin entender nada, pero con el convencimiento de que es el único poseedor de la verdad.

Como Cervantes, Holmes es un lector omnívoro: su conocimiento de las cosas más triviales —en el fondo la vida del hombre y su entorno no salen casi nunca de la trivialidad— le ha dado la clave. Y entonces, tras el triunfo del bien sobre la naturaleza, o mejor dicho los elementos maléficos de esta en cuanto interrumpen la voluntad de los hombres, cualquier secreto puede ser revelado. Lo negativo se convierte en positivo, en fidelidad, en amor y amistad. El hombre vence a las bestias. El hombre domina su destino.

Al final todos somos redimidos por el dolor ajeno. El dolor físico se iguala al dolor espiritual. Llega la hora de las confesiones, de la contrición, de la honradez, de la humildad. Podemos esperar con alegría cualquier futuro venidero, pues hemos sido perdonados.


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60. El último saludo

El hecho se desarrolla el domingo 2 de agosto de 1914. Holmes tiene 60 años y Watson 66, a pocos días de cumplir uno más.

Publicado originalmente en la revista The Strand Magazine, en su número de septiembre de 1917. Pertenece al libro El último saludo de Sherlock Holmes, Londres, John Munay, 1917.

Existe un solo caso intermedio. Véase relación.

Y llega el último final. El último saludo.

Hay pocas dudas sobre quién escribe el relato. La mayoría de los holmesólogos coinciden en que se trata de Mycroft Holmes. El conocimiento extraordinario de la alta política inglesa y algunos datos intermedios solo nos conducen a su figura. Por otra parte qué mejor que un tercero para desligarnos del todo de nuestros amigos. La diplomacia más exquisita para el momento más determinante.

Nadie pudo haber convencido a Sherlock mejor que Mycroft para hacerle volver al redil, al gran teatro del mundo. Y solo Holmes hubiera aceptado —sin dudarlo— un encargo si proviniera de sus manos. Inglaterra está en juego, y eso son palabras mayores: todos los personajes, incluidos los negativos, darán el todo por el todo por sus respectivas patrias. Se avecinan tiempos de guerra, dolor y muerte.

Por fin conocemos el nombre de la señora Hudson: Martha. Nunca antes se había citado. Además no es aquí solo el ama de llaves de Holmes, sino su subordinada, ya que en Londres tiene que entregarle a él un informe. Holmes no es por lo tanto un detective, es más: se trata de un espía internacional. Un personaje inteligente y misterioso que ha invertido parte de su vida, casi dos años, en hacerse otro personaje capaz de embaucar al mejor espía alemán de la época.

El relato es un continuo cerrar de puertas abiertas. Todas del pasado. Por eso hemos conocido el nombre completo de Martha Hudson. Por eso Holmes ha aprendido el argot norteamericano, por eso lleva bigote. Por eso escoge de entre la biblioteca un solo libro: El Manual práctico de apicultor, con algunos comentarios acerca de la separación de la reina, su propio libro, fruto de sus ociosos años en Sussex. Por eso esa melómana referencia al idioma alemán. Por eso ese recuerdo melancólico a James Moriarty y a Sebastian Moran. Por eso ese último recuerdo a Irene Adler: fijémonos que pone aquel Escándalo en Bohemia como ejemplo de sus aventuras, cuando todos sabemos que con él fracasó el detective y sucumbió el misógino. Por eso Watson va a reincorporarse a la milicia, su antiguo servicio, como médico militar. Para no dejar cabos sueltos ni en el pasado ni en el futuro.

El último diálogo queda para la Historia, con mayúsculas. Cualquier comentario sencillamente sobra.


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NOTAS FINALES, CURIOSIDADES Y ALGUNAS ESTADÍSTICAS

En ningún momento Holmes llega a decirle a Watson: «Elemental, (mi) querido Watson». Lo más cerca que está de registrarse esta expresión se puede encontrar al comienzo de El sabueso de los Baskerville, y en El hombre encorvado, como ya vimos. El origen de esta expresión se la debemos al cine.

También al cine —aunque tomado de los dibujos originales para la obra— debemos las características del sombrero de Holmes. Nunca se llega a describir ese tipo de cubrecabezas.

La dependencia del tabaco y las drogas de Holmes y de Watson (tabaco) varía según conviene a uno u otro personaje. No podemos afirmar que al final de sus días Holmes hubiera abandonado definitivamente los estupefacientes. Por los relatos, ambos personajes fuman cigarrillos, cigarros puros, pipas y rapé. Holmes tiene varias pipas, pero ninguna que se sepa con esa forma retorcida con que habitualmente se le suele representar. Billy Wilder tiene mucha culpa en este asunto, ya que aceptó la sugerencia del actor que hizo de Holmes en La vida secreta de Sherlock Holmes para cambiarla, ya que la pipa que Holmes usaba regularmente es recta, de baño, y con una gran cazoleta negra, lo que tapaba excesivamente el rostro del actor.

Llama la atención la mala suerte del mujeriego Watson con sus esposas. Se le mueren al poco tiempo de contraer matrimonio con ellas. Acaso nos oculte la verdadera identidad de su última esposa para evitar posibles maleficios.

Sobre la homosexualidad entre Holmes y Watson se ha escrito bastante, pero no queda claro que ambos lo fueran, incluso se llegó a escribir un opúsculo titulado Watson era mujer. Debemos tener en cuenta que desde la época victoriana hasta los felices años 20 —recordemos la célebre novela de Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead, y la famosa serie televisiva protagonizada por Jeremy Irons— la homosexualidad era tolerada en círculos universitarios. Después, con la madurez, se tomaba esposa, se tenían hijos, y se seguía fomentando el uso de la bisexualidad oculta.

En resolver los 60 casos oficiales Holmes tardó 227 días. Como media, 3 días y medio por caso. En el que más ocupó su tiempo transcurrieron 26 días, y en el que menos, unas pocas horas.

Si, como un trabajador normal hubiera librado dos días de cada cinco y se hubiera tomado sus treinta días de vacaciones al año, habría resuelto los 60 casos en 347 días. Aún le sobrarían de un año dieciocho días, los cuales podrían ser los habituales festivos.

En resumen, 60 casos resueltos al año: un récord, se mire por donde se mire.

Excepto unas 10.000 libras extras recibidas por recompensas diversas y a tenor de los salarios que los detectives solían cobrar por entonces, Holmes vendría a cobrar de 10 a 20 libras por caso, una media de 800 libras anuales. Al cambio actual —y una vez sopesados las diversas fluctuaciones y cambios de moneda— Holmes vendría a cobrar unos 100 o 130 por caso, lo que equivale a unos 7.500 al año, sin extras; pero, añadiendo estas, resultarían unos 12.000, lo que no está mal para un trabajador medio bajo, como ganan —por mucho que digan las estadísticas oficiales— una buena cantidad de españoles en 2002. (Claro que, si esa cantidad se divide entre todos los años que ejerció de detective, podría haber muerto varias veces de inanición).

Aparte de estas especulaciones, en ningún momento se sabe cuáles son los emolumentos que recibe por caso aceptado o por consulta, pero sí que a veces acepta o gestiona recompensas y gratificaciones.

Holmes no es un hombre rico, pero es muy posible que reciba alguna renta familiar por herencia, aunque de no muy elevada cuantía. Los gobiernos no tienden a ser generosos, pero no olvidan a quien les sirve; luego cabe la posibilidad de que reciba —bajo la gestión de Mycroft— alguna que otra regalía por esta parte.

Los diversos libros y opúsculos que de vez en vez edita, algún dinero en forma de derechos deben reportarle, y a buen seguro que sus propias aventuras, narradas y publicadas por Watson, por él mismo, por Mycroft o por Doyle «personaje» también deben, una vez hecho el reparto oportuno, acrecentar su caudal.

La renta anual que paga a la señora Hudson, la consulta de Kensington que —vía terceros— le compra a Watson, y la casita de campo que adquiere en Sussex hablan de un hombre que sabe administrar su dinero con propiedad. No como el pobre Watson, que juega a las carreras de caballos, a la lotería y a otros entretenimientos, gracias a los cuales a menudo tiene que renunciar a sus vacaciones.

Tanto si trabajan para vivir o si viven para trabajar, tanto Watson como Holmes casi siempre están al límite de lo contrario.