Capítulo cuarenta y siete

Creí que era Miles el que había vomitado, pero resulta que mi amigo está bien. Está ayudando a limpiar todo el lío.

—Y eso es lo que se llama una buena actuación. ¡Viva Florencia! —exclama al tiempo que lanza un puño al aire.

—¿De verdad estás bien? —Le tiendo una toalla limpia. Me parece un poco mal dejar que se esfuerce tanto sabiendo que, en cuanto todo el mundo se marche, haré desaparecer esa alfombra y manifestaré una nueva—. ¿No estás borracho?

—¡Desde luego que no! Pero la cuestión es que tú has creído que sí lo estaba.

Me encojo de hombros.

—Arrastrabas las palabras, perdías el equilibrio… tenías todos los síntomas.

Miles enrolla la toalla y está a punto de pasármela cuando Jude aparece a mi lado para recogerla.

—¿A la lavadora? —pregunta con una ceja alzada.

Niego con la cabeza y señalo la basura antes de volver a mirar a Miles.

—Bueno, ¿quién ha sido? ¿Quién ha traído el alcohol?

—Ay, no… —Levanta las manos—. Siento decírtelo, Ever, pero esta pequeña reunión que has organizado también se conoce con el nombre de «fiesta». Y, aunque no eres tú quien lo ha proporcionado, el alcohol ha encontrado su propia vía de entrada. A mí no me sacarás ninguna información valiosa. —Aprieta los labios con fuerza y corre una cremallera imaginaria para sellarlos antes de añadir—: Creo que lo mejor es que tires esa cosa. —Señala la alfombra con el dedo—. En serio, yo te ayudaré a enrollarla. Si colocamos los muebles de alrededor, Sabine ni siquiera se dará cuenta de que ya no está.

La alfombra llena de vómito es la menor de mis preocupaciones ahora que Roman se ha ido. Se ha llevado a Haven a una cita misteriosa de la que no he podido averiguar nada, ¿y qué ha sido eso de que nos veríamos más tarde? ¿Se estaba refiriendo al vínculo del hechizo… o… a otra cosa?

Miles se inclina, me rodea con sus brazos y me da un buen achuchón.

—Gracias por la fiesta, Ever —dice—. Y aunque no sé lo que ocurre entre Damen y tú, tengo una cosa que decirte, y espero que me escuches y me tomes en serio. ¿Estás lista? —Frunce el ceño y se aparta un poco.

Hago un gesto abstraído. Tengo la mente ocupada con otras cosas.

—Te mereces ser feliz. —Asiente y me mira a los ojos con expresión sincera—. Y si Jude te hace feliz, no tienes por qué sentirte culpable. —Y entonces espera. Espera a que le diga algo, pero al ver que no lo hago añade—: Bueno, cuando la gente empieza a vomitar es que la fiesta está acabada, ¿verdad? Así que nos piramos. Pero volveremos a vernos antes de que me marche a Florencia, ¿vale?

Asiento y lo sigo con la mirada mientras sus amigos y él se dirigen a la puerta.

—Oye, Miles —le digo en el último momento—. ¿Te han comentado Roman o Haven adonde pensaban ir?

Miles se vuelve con el ceño fruncido.

—Iban a ver a una adivina.

Se me revuelve el estómago, aunque no sé muy bien por qué.

—¿Recuerdas que el otro día quería pedir una cita en tu tienda?

Hago un gesto afirmativo.

—Pues se lo comentó a Roman y él le concertó una consulta privada.

—¿Tan… tarde? —Me miro la muñeca para consultar la hora, pero no llevo puesto el reloj.

Miles vuelve a encogerse de hombros y se dirige al coche, lo que hace que me pregunte si yo debería salir también. Si debería buscar a Roman y a Haven para asegurarme de que mi amiga está bien. Sin embargo, cuando trato de sintonizar con su energía una vez más, no consigo mucho. De hecho, no consigo nada en absoluto.

Estoy a punto de intentarlo de nuevo cuando aparece Jude.

—Tienes que tirar esa alfombra, de verdad. Huele que apesta.

Asiento de manera distraída, sin saber qué hacer.

—¿Sabes lo que ayudaría? —inquiere.

—El café molido —murmuro, recordando que eso es lo que utilizó mi madre una vez que Buttercup comió algo en mal estado y vomitó en la habitación de Riley.

—Bueno, sí, eso también, pero yo pensaba más bien en «alejarse» de la peste. A mí siempre me funciona.

Lo miro y veo que su rostro se ilumina con una sonrisa.

—En serio. —Enlaza su brazo con el mío y me conduce al jardín—. ¿Qué sentido tiene tomarse tantas molestias para que la decoración, la comida y lo demás te salga bien si luego te pasas toda la noche al margen, vigilando, sin ni siquiera bañarte?

Aparto la vista.

—La fiesta de despedida era para Miles, no para mí.

—Aun así… —Jude me mira de una manera que provoca una oleada de calma en todo mi cuerpo—. Pareces un poco estresada, y sabes lo que elimina el estrés, ¿verdad? —Esboza una sonrisa antes de añadir—: Las burbujas.

—¿Las burbujas?

Señala el jacuzzi.

—Las burbujas —repite con expresión seria.

Respiro hondo y miro el jacuzzi, cálido, acogedor… y sí, lleno de burbujas. Jude coge algunas toallas y las coloca junto al borde.

Supongo que no tengo nada que perder. El baño podría ayudarme a aclarar mis ideas y trazar un nuevo plan, así que me doy la vuelta para quitarme el vestido. Bien pensado, es un acto absurdo de timidez, ya que pronto estaré medio desnuda… Pero desnudarme frente a él me parece demasiado…

Demasiado similar a lo que hizo la chica del cuadro.

Jude se acerca al borde, mete un dedo del pie en el agua y luego abre los ojos de tal manera que no puedo evitar soltar una carcajada.

—¿Estás seguro de esto? —Me rodeo la cintura con los brazos como si tuviera frío, aunque lo cierto es que solo intento protegerme de su mirada. Veo muy bien las chispas y llamas que forma su aura mientras me observa, lo mucho que se han ruborizado sus mejillas antes de que aparte la mirada.

—Desde luego —responde con voz ronca y áspera. Me observa mientras me meto en el jacuzzi.

Al principio, cuando entro en contacto con el agua caliente, me siento un poco incómoda, pero luego empiezo a relajarme. Me doy cuenta de que sumergirme en este calor burbujeante probablemente sea lo más inteligente que he hecho hasta el momento.

Cierro los ojos y me echo hacia atrás mientras mis músculos se relajan.

—¿Hay sitio para uno más? —inquiere Jude.

Le miro quitarse la camisa con los ojos entrecerrados. Me fijo en su pecho amplio, en sus abdominales bien definidos, en el bañador que cuelga de sus caderas… y subo hasta sus hoyuelos, y sus ojos, que son como dos estanques profundos que conozco desde hace siglos. Se acerca al jacuzzi, y está a punto de meterse cuando de pronto recuerda que lleva el teléfono móvil en el bolsillo. Lo saca y lo deja sobre la toalla.

—¿A quién se le ocurrió esto? —Se echa a reír y da un respingo al sentir el vapor y el calor del agua. Cuando se sienta a mi lado y estira las piernas, uno de sus pies roza el mío por accidente, y deja pasar un momento antes de apartarlo—. Sí, esto es vida… —dice antes de echar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos. Un momento después me mira y añade—: Poriavor, dime que utilizas esto sin cesar, que no olvidas que está aquí hasta que alguien te convence para que lo uses.

—¿Es eso lo que ha sucedido? ¿Que me han convencido?

Jude sonríe con ese gesto fácil que le ilumina los ojos.

—Al parecer necesitabas que te engatusaran un poco. No sé si te has dado cuenta, pero a veces puedes llegar a ser un poco… «intensa».

Trago saliva con fuerza. Desearía desviar los ojos, posarlos en cualquier cosa que no sea él, pero me resulta imposible hacerlo.

—No hay nada malo en eso… En lo de ser «intensa», quiero decir…

Su mirada se vuelve más penetrante, y me atrae, como a un pez que ha picado el anzuelo. Su rostro está tan cerca del mío que cierro los ojos para buscarlo. Estoy cansada de luchar, cansada de alejarlo. Me digo que solo será un beso. El beso de Jude. El beso de Bastiaan. Espero que sirva para demostrarme de una vez por todas que los miedos de Damen no tienen una base real.

Su energía serena resulta relajante. Sus labios se separan y su mano busca mi rodilla. Nos acercamos el uno al otro, y nuestras bocas están a punto de rozarse cuando el timbre de su teléfono rompe el hechizo.

Jude se aparta con expresión exasperada.

—¿Debería cogerlo?

—Yo ya no estoy de servicio —contesto con indiferencia—. Ahora el médium eres tú, así que decídelo tú.

Se pone en pie y se gira hacia la toalla mientras yo me fijo en su cuerpo, en sus hombros anchos, en su estrecha cintura… Hago una pausa cuando atisbo algo en la parte baja de su espalda. Algo redondo, oscuro, apenas discernible, pero aun así…

Se gira hacia mí con el ceño fruncido y la mano sobre la otra oreja.

—¿Hola? —dice. Y luego—: ¿Quién es?

Me sonríe y sacude la cabeza, pero ya es demasiado tarde.

Lo he visto.

He visto la forma inconfundible de la serpiente que se muerde la cola.

El uróboros.

Jude tiene el símbolo mítico utilizado por la tribu de renegados de Roman, está tatuado en la parte baja de la espalda.

Busco el amuleto de mi cuello, pero mis dedos no tocan más que piel. Me pregunto si esto tiene algo que ver con el hecho de que el hechizo haya salido mal, si Roman lo ha planeado de algún modo.

—¿Ever? Sí, está aquí… —Me mira y hace una mueca antes de añadir—: Vale…

Estira el brazo para pasarme el teléfono.

Sin embargo, yo lo ignoro y salgo del jacuzzi tan rápido que Jude sacude la cabeza con gesto sorprendido.

Me pongo el vestido, que se humedece y se me pega a la piel. Lo miro a los ojos preguntándome qué es lo que trama.

—Es para ti —dice mientras sale del agua para intentar pasarme de nuevo el teléfono.

—¿Quién es? —pregunto en un susurro. Repaso mentalmente la Üsta de chakras y sus correspondientes puntos débiles, e intento determinar cuál sería el de Jude.

—Es Ava. Dice que necesita hablar contigo. ¿Te encuentras bien? —Me mira con el ceño fruncido y la cabeza ladeada. Parece preocupado.

Doy un paso atrás. No sé lo que ocurre, pero está claro que no es nada bueno. Atravieso su aura e intento indagar en su mente, pero el escudo que lo protege me impide hallar nada valioso.

—¿Cómo ha conseguido tu número? —le pregunto sin quitarle la vista de encima.

—Solía trabajar para mí… ¿recuerdas? —Levanta las manos, confundido—. Ever… en serio… ¿de qué va todo esto?

Siento el corazón desbocado y las manos temblorosas, pero me digo que podré con él si las cosas se ponen feas.

—Deja el teléfono en el suelo.

—¿Qué?

—Déjalo en el suelo. Justo ahí. —Señalo una hamaca—. Luego aléjate con rapidez; no quiero que te acerques a mí.

Me mira con extrañeza, pero hace lo que le he pedido. Retrocede hasta el jacuzzi mientras cojo el teléfono sin dejar de vigilarlo.

—¿Ever? —La voz suena entrecortada y asustada, y no cabe duda de que es la de Ava—. Ever, necesito que me escuches, no tengo tiempo para explicaciones. —Permanezco en pie, entumecida, traumatizada. No dejo de observar a Jude mientras ella sigue hablando—: A Haven le ha ocurrido algo… Está en un buen lío… apenas respira… Creo… Creo que la perderemos si no vienes a casa de Roman de inmediato.

Hago un gesto negativo con la cabeza mientras intento encontrarle sentido a sus palabras.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué es lo que ocurre?

—Necesito que vengas aquí… Ahora… Date prisa… ¡Ven antes de que sea demasiado tarde!

—¡Marca el número de emergencias! —exclamo. Percibo un sonido apagado, una especie de forcejeo, y luego la voz suave de Roman se oye a través del teléfono.

—No hará nada de eso, encanto —ronronea—. Vamos, sé una buena chica y ven aquí enseguida. Tu amiga quería ver a una adivina, y ahora, por desgracia, su futuro ya no le parece tan brillante. Pende de un hilo, Ever. De un hilo, te lo aseguro. Así que haz lo correcto y ven. Parece que ha llegado el momento de que resuelvas el acertijo.

Dejo caer el teléfono y me dirijo hacia la verja. Jude me sigue, suplicándome que le explique lo que pasa. Y cuando comete el error de agarrarme del hombro, me giro y lo golpeo con tanta fuerza que vuela sobre el césped antes de aterrizar sobre las hamacas.

Me mira con la boca abierta, enredado en un lío de piernas, brazos y mobiliario de jardín. Intenta levantarse, pero echo un vistazo por encima del hombro y le digo:

—Coge tus cosas y lárgate de aquí. No quiero encontrarte en mi casa cuando regrese.

Salgo por la puerta y echo a correr con la esperanza de llegar hasta Haven antes de que sea demasiado tarde.