Aunque Jude se ha ofrecido a seguirme hasta casa con su coche para ayudarme a preparar las cosas, no quería que se enterara de que había cogido el libro para entregárselo a las gemelas, así que he fingido que necesitaba vasos de plástico y le he pedido que se pasara por el supermercado para comprar unos cuantos, preferiblemente rojos, blancos o verdes. Luego he regresado a casa saltándome todos los límites de velocidad para entregar mi mercancía.
—Hay unas reglas básicas —les digo. Mantengo el libro en alto a pesar de los dos pares de manos que se alzan para cogerlo—. No puedo entregároslo sin más, porque no me pertenece. Y no podéis llevároslo a casa, porque Damen se pondría hecho una fiera. Así pues, la única solución es que lo estudiéis aquí.
Se miran la una a la otra. Es obvio que esa solución no les gusta nada, pero no tienen más remedio que aceptarla.
—¿Lo has leído? —pregunta Romy.
Me encojo de hombros.
—Lo he intentado, pero no he conseguido mucho. Parece más un diario que otra cosa.
Rayne pone los ojos en blanco e intenta cogerlo de nuevo.
—Tienes que profundizar más, leer entre líneas —dice su hermana.
Las miro a ambas sin comprender.
—Solo te fijas en lo superficial. Este libro no solo está escrito en código tebano, las palabras en sí mismas son un código.
—Es un código dentro de un código —explica Rayne—. Protegido por un hechizo. ¿No te lo dijo Jude?
Las miro con expresión desconcertada. Desde luego que no me lo dijo.
—Ven, te lo enseñaremos —me indica Romy mientras su gemela coge el libro. Empezamos a subir las escaleras—. Te daremos una lección.
Dejo a las gemelas en la sala de estar, absortas en el libro, y me encamino hacia el vestidor en busca de la caja que hay en la estantería superior. Cojo mi colección de velas, cristales, aceites y hierbas (todo lo que sobró cuando fabriqué los elixires justo antes de la luna azul) y manifiesto lo que queda en la lista: incienso de sándalo y un athame, un cuchillo de doble filo con la empuñadura de pedrería que se parece mucho a la daga que hizo Damen.
Lo dejo preparado antes de quitarme la ropa. Dejo el amuleto sobre el estante que tengo al lado, cerca del bolso metálico de mano que me dio Sabine hace un par de meses, ya que sé que el pronunciado escote en V del vestido que voy a ponerme no me permitirá esconder el colgante de piedras. Además, después del ritual que planeo llevar a cabo, ya no voy a necesitarlo.
Ya no necesitaré nada.
Y todo gracias a Romy y a Rayne, que me han dado la clave para encontrar lo que estaba buscando. Lo único que ha hecho falta para conseguirla ha sido una especie de contraseña, que las tres formáramos un círculo alrededor del libro con las manos entrelazadas, que cerráramos los ojos y que repitiéramos los siguientes versos:
Dentro del mundo de la magia,
reside este mismo tomo,
que nos permitirá regresar al hogar,
pues sus elegidas somos.
En el reino de la mística,
dentro de poco moraremos
si se nos permite atisbar
lo que este libro encierra dentro.
Las dos niñas estaban a mi lado cuando he colocado la palma de la mano sobre la cubierta. He sentido algo entre el miedo y la fascinación al ver que el libro se abría y las páginas se agitaban hasta detenerse en la apropiada.
Me he arrodillado ante él sin poder creer lo que veían mis ojos. Lo que antes era una serie de códigos enrevesados se había convertido en una sencilla línea que indicaba lo que me haría falta para realizar lo que deseaba.
Dejo la ropa sucia en el cesto y cojo la bata de seda blanca que casi nunca utilizo, pero que es perfecta para el ritual. La llevo hasta el cuarto de baño, donde lleno la bañera para ponerme a remojo, ya que según el libro, es el primer paso importante en cualquier ritual. No solo sirve para limpiar el cuerpo y liberar la mente de cualquier tipo de negatividad o distracción, sino que también concede tiempo para reflexionar sobre el objetivo del hechizo, sobre el resultado que se desea obtener.
Me meto en el agua y añado una pizca de salvia y de artemisa, y también un cristal de cuarzo transparente, que me ayudarán a concentrar mi visión. Cierro los ojos y entono el cántico:
Purifica y reclama este cuerpo mío, mi humilde morada,
para que mi magia pueda ser debidamente controlada.
Mi espíritu renace, ahora dispuesto a emprender el vuelo,
para que esta noche mi magia enraíce en el suelo.
Entretanto, visualizo a Roman ante mí: alto, bronceado, rubio. Sus ojos azul oscuro se clavan en los míos mientras me pide disculpas por las terribles inconveniencias que me ha causado, me ruega que lo perdone y me brinda su ayuda… Me entrega el antídoto por voluntad propia, consciente del error que ha cometido.
Reproduzco esa escena en mi mente una y otra vez, hasta que comienza a arrugárseme la piel y llega el momento de dar el siguiente paso. Salgo de la bañera y me dirijo al armario, ya limpia, purificada y lista para seguir adelante. Organizo mis herramientas, enciendo el incienso y paso el cuchillo tres veces a través del humo mientras recito:
Invoco al Aire para desterrar cualquier energía oscura presente en este athame,
ya que es mi deseo que solo la luz lo reclame.
Invoco al Fuego para que incinere cualquier negatividad presente en este athame,
ya que es mi deseo que solo lo bueno lo reclame.
Repito el verso con los demás elementos, invocando al Agua y a la Tierra para desterrar cualquier oscuridad y dejar solo la luz. Concluyo la consagración echando unos granitos de sal sobre el cuchillo e invocando a los más elevados poderes mágicos para que se encarguen de llevar a cabo mis deseos.
Para purificar y consagrar la habitación, la recorro en círculo tres veces mientras agito el incienso y declamo:
Recorro este círculo tres veces al vuelo
a fin de consagrar y llenar de poder este suelo.
Invoco el poder y la protección de aquella
que me entregará su magia entre las estrellas.
Echo sal en el suelo para crear un círculo mágico, muy parecido al que trazó Rayne alrededor de Damen hace unas semanas. Me sitúo en la parte central y visualizo un cono de poder a mi alrededor mientras coloco los cristales, enciendo las velas y me aplico el aceite. Invoco al Aire y al Fuego para que me ayuden con el hechizo, y luego cierro los ojos hasta que un cordón de seda blanco y una réplica de Roman se manifiestan justo delante de mí.
Allí donde vayas, mi hechizo te seguirá.
Allí donde te ocultes, mi hechizo te encontrará.
Allí donde mores, mi hechizo habitará.
Que con este cordón tus actos cesen.
Que con mi sangre tus conocimientos se expresen.
Que este hechizo a mí te conecte.
Alzo el athame y deslizo la hoja por la palma de mi mano siguiendo la línea de la vida. Al instante, una ráfaga de viento atraviesa el círculo y se oye el estruendo de los truenos en lo alto. Entorno los párpados para protegerme del temporal mientras mi cabello se agita a mi alrededor y mi sangre empapa el cordón hasta volverlo rojo. Acto seguido, se lo coloco a Roman alrededor del cuello y lo miro a los ojos para exigirle que me proporcione lo que deseo.
Luego lo hago desaparecer, como si nunca hubiese existido.
Me pongo en pie con el cuerpo estremecido y empapado en sudor. Me siento eufórica al saber que ya está hecho. Ya solo es cuestión de tiempo que el antídoto del antídoto esté en mis manos. Ya solo es cuestión de tiempo que Damen y yo seamos uno.
La fuerza del viento comienza a menguar, y los chasquidos eléctricos se apagan. Estoy recogiendo las piedras y apagando las velas cuando Romy y Rayne entran en tromba en la habitación y me miran con los ojos como platos.
—¡¿Qué has hecho?! —grita Rayne mientras pasea la mirada entre el círculo de sal mágico, mis herramientas y el cuchillo cubierto de sangre.
Observo a las niñas con expresión firme y segura antes de hablar.
—Tranquilizaos. Ya está hecho. Lo he arreglado. Ahora solo es cuestión de tiempo que las cosas se solucionen.
Hago ademán de salir del círculo, pero Romy grita:
—¡No!
Levanta las manos con una expresión histérica mientras su hermana añade:
—No te muevas. Por favor, confía en nosotras esta vez y haz todo lo que te digamos.
Permanezco inmóvil, preguntándome a qué viene tanto alboroto. El hechizo ha funcionado. Aún puedo sentir su energía dentro de mí. Ahora solo hay que esperar a que aparezca Roman…
—Esta vez sí que la has liado buena… —dice Rayne, que sacude la cabeza sin cesar—. ¿No sabes que estamos en fase de luna nueva? Se supone que nunca se debe hacer magia cuando hay luna nueva… ¡Nunca! Es un período de contemplación, de meditación, pero nunca, jamás, se debe practicar la magia a menos que estés practicando las artes oscuras.
No sé si habla en serio o no, pero incluso si tiene razón, ¿qué diferencia puede haber? Si el hechizo funciona, pues funciona. El resto solo son detalles. ¿O no?
Su gemela interviene para preguntar:
—¿A quién has invocado? ¿A quién le has pedido ayuda?
Repaso los versos, y recuerdo el único que me ha salido sin pensar: «Invoco el poder y la protección de aquella…». Se lo repito a las gemelas.
—Genial —dice Rayne, que cierra los ojos y niega con la cabeza. Romy, a su lado, frunce el ceño.
—Durante la luna nueva, la diosa está ausente y la reina del inframundo toma el mando. Así que, en otras palabras, en lugar de invocar la luz para lograr que tu hechizo funcione, has invocado a las fuerzas de la oscuridad para que acudan en tu ayuda.
¡Y para conectarme a Roman! Ahogo un grito y las miro fijamente. Me pregunto si existe alguna manera sencilla de revertir el hechizo con rapidez, ¡antes de que sea demasiado tarde!
—Ya es demasiado tarde —aseguran las niñas, que han leído muy bien mi expresión—. Lo único que puedes hacer es esperar a la siguiente fase lunar e intentar invertir el conjuro. Si es que puede invertirse…
—Pero… —La palabra se apaga en mis labios cuando empiezo a asimilar la enormidad de la situación en la que me encuentro. Recuerdo la advertencia que me hizo Damen, recuerdo lo que me dijo sobre la gente que se involucra demasiado en la brujería, pierde la cabeza y acaba siguiendo un sendero mucho más oscuro…
Contemplo a las chicas, incapaz de hablar. Veo que Rayne sacude la cabeza con furia mientras su hermana me dice:
—Lo único que puedes hacer ahora es purificarte, y también tus herramientas. Tienes que quemar tu athame y rezar para que ocurra un milagro. Y luego, si tienes suerte, te dejaremos salir del círculo para que toda la energía maligna que has conjurado no pueda escapar.
—¿Si tengo suerte? —Siento que se me revuelve el estómago. ¿Habla en serio? ¿Tan mal está la cosa?
—No insistas —dice Romy—. No tienes ni la menor idea de lo que has desatado…