En un principio, la fiesta iba a celebrarse el sábado, pero como Miles se marcha a principios de la semana que viene y tiene muchas cosas que hacer hasta entonces, la cambiamos al jueves, el último día de clase.
Y aunque debería haberlo sabido, aunque soy muy consciente de que Damen es un hombre de palabra, no puedo evitar sentirme decepcionada cuando entro en clase de lengua y veo que no está.
Miro de reojo a Stacia, que entorna los párpados, esboza una sonrisa desdeñosa y estira la pierna cuando paso a su lado. Honor está sentada junto a ella y le sigue el juego, pero no es capaz de mirarme a los ojos… no con el secretito que compartimos.
Cuando llego a mi asiento y contemplo el aula, una cosa está clara: todo el mundo tiene compañero, alguien con quien hablar. Todo el mundo menos yo. Puesto que me he pasado la mayor parte del curso con alguien que ahora se niega a aparecer, su sitio junto al mío se encuentra vacío.
Es como un gigantesco bloque de hielo que ocupa el lugar donde antes solía estar el sol.
Así pues, mientras el señor Robins parlotea sobre un tema que a nadie le interesa (ni siquiera a él), me distraigo bajando el escudo y apuntando mi mando a distancia cuántico hacia todos mis compañeros de clase. La estancia se llena con una cacofonía de sonidos y colores que fne hace recordar cómo era mi vida antes… antes de conocer a Damen, cuando todo me abrumaba.
Sintonizo con el señor Robins, que ansia que llegue el momento en que suene el timbre para poder disfrutar de un largo y agradable verano sin nosotros; y luego con Craig, que planea romper con Honor antes de que acabe el día para poder disfrutar al máximo los tres próximos meses. Después conecto con Stacia, que aún no recuerda su breve temporada con Damen, aunque sin duda sigue deseando salir con él. Ha descubierto hace poco que a él le gusta el surf, así que planea pasarse el verano ataviada con una variada colección de biquinis, decidida a pasearse colgada de su brazo durante el último año de instituto. Y aunque me molesta ver eso, me obligo a olvidarlo para concentrarme en Honor. Me asombra descubrir que su agenda está llena… y no tiene nada que ver con Stacia o con Craig y sí mucho con su creciente interés por la brujería.
Bloqueo a todos los demás para poder «verla» mejor. Siento curiosidad por saber a qué se debe este repentino interés por la magia, aunque doy por hecho que está relacionado con un inofensivo enamoramiento de Jude… y me quedo atónita al descubrir que no tiene nada que ver con eso. En realidad está cansada de ser la sombra que proyecta el foco, la B que sigue a la A. Está harta de ver la vida desde la segunda fila y ansia que llegue el día en que cambien las tornas.
Echa un vistazo por encima del hombro, me mira fijamente y entrecierra los párpados, como si supiera lo que he descubierto y me desafiara a impedírselo. Me sostiene la mirada hasta que Stacia le da un codazo, gira la cabeza hacia mí y articula con los labios «bicho raro».
Pongo los ojos en blanco e intento darme la vuelta, pero ella se coloca el pelo encima del hombro y se inclina hacia mí para decirme:
—Bueno, ¿qué le ha pasado a Damen? ¿Es que tu hechizo ha dejado de funcionar? ¿Ha descubierto que eres una bruja?
Hago un gesto negativo con la cabeza. Luego me apoyo en el respaldo de la silla, cruzo las piernas, pongo las manos encima de la mesa y proyecto una imagen de calma absoluta mientras la observo durante tanto tiempo que al final se remueve incómoda. Está convencida de que soy la única bruja de la clase; no sabe que una de sus secuaces practica la magia.
Miro a Honor y percibo su desafío, una nueva fuerza en ella que jamás había mostrado antes. Nuestras miradas se cruzan hasta que por fin aparto la vista. Me digo que no es asunto mío, que no tengo derecho a interferir en su amistad. Que no tengo derecho a inmiscuirme.
Bloqueo todos los colores y los sonidos mientras garabateo un prado de tulipanes rojos en mi cuaderno. Ya he visto más que suficiente por hoy.
Cuando llego a clase de historia, Roman ya está allí. Merodea cerca de la puerta mientras charla con un chico al que no he visto en mi vida. Ambos se callan en cuanto me acerco y se giran para mirarme de arriba abajo.
Alargo el brazo hacia la puerta, pero en ese preciso instante Roman se pone delante. Sonríe cuando mi mano roza su cadera por accidente, y se echa a reír con todas sus ganas al ver que doy un respingo y me aparto de inmediato. Sus ojos azul oscuro se clavan en los míos cuando me dice:
—¿Os conocéis? —Señala a su amigo con la cabeza.
Pongo los ojos en blanco. Solo quiero entrar en clase y acabar con esto de una vez, dejar atrás este miserable año. Así pues, me preparo para quitarlo de en medio a golpes si es necesario.
Roman chasquea la lengua antes de hablar.
—Qué arisca… En serio, Ever, tus modales dejan mucho que desear. Pero no seré yo quien te obligue a hacer nada. Otro día, quizá.
Le indica a su amigo que se vaya con un gesto, y estoy a punto de entrar en el aula cuando veo algo con el rabillo del ojo: la ausencia de aura, la perfección física… Estoy segura de que, si me esfuerzo un poco más, conseguiré atisbar el tatuaje del uróboros que confirmará mis sospechas.
—¿Qué es lo que tramas? —le digo a Roman. Me pregunto si su amigo es uno de los huérfanos perdidos o algún pobre tipo al que ha convertido hace poco.
La sonrisa de Roman se extiende.
—Todo forma parte del acertijo, Ever. Ese acertijo que estás destinada a resolver muy pronto. Pero, por ahora, ¿por qué no entras en clase y repasas tu propia historia? Confía en mí. —Suelta una carcajada, abre la puerta y me invita a entrar—. No hay ninguna prisa. Tu momento llegará muy pronto.