Estoy en la oficina de atrás, encorvada sobre el libro, cuando entra Jude. Parece sorprenderse al verme.
—He visto tu coche aparcado fuera y quería asegurarme de que estabas bien. —Se detiene junto a la puerta y me observa con mirada interrogante antes de dejarse caer sobre la silla que hay al otro lado del escritorio.
Levanto la vista del libro y consulto el reloj con los ojos llorosos. No puedo creer lo tarde que es… me parece imposible llevar aquí tanto rato.
—Se me ha pasado el tiempo volando. —Me encojo de hombros—. Me cuesta muchísimo avanzar. —Cierro el libro y lo empujo a un lado—. Y apenas hago progresos.
—No tienes por qué pasarte aquí toda la noche, ¿sabes? Puedes llevarte el libro a casa, si quieres.
Recuerdo el mensaje que me ha enviado Sabine hace un rato para decirme que había planeado invitar a cenar a Muñoz. Mi casa es el último lugar donde querría estar en estos momentos.
—No, gracias —replico—. Ya he acabado. —Y me doy cuenta de que lo he hecho de verdad.
Al principio, el libro encerraba muchísimas promesas, pero lo único que he conseguido hasta ahora son conjuros de localización, hechizos de amor y una dudosa cura para las verrugas con resultados poco convincentes… Nada sobre cómo revertir los efectos de un elixir adulterado… ni sobre cómo conseguir que cierta persona me cuente lo único que en realidad necesito saber.
Nada que me permita albergar la más mínima esperanza.
—¿Puedo ayudarte? —pregunta Jude al ver mi expresión derrotada.
Empiezo a sacudir la cabeza, porque sé que no puede. Pero luego me lo pienso mejor. ¿Y si pudiera ayudarme?
—¿Está ella por aquí? —Clavo los ojos en él y contengo la respiración—. Riley… ¿Está por aquí?
Él mira a mi derecha y luego niega con un gesto.
—Lo siento —contesta compungido—. No he vuelto a verla desde…
Aunque su voz se apaga, ambos sabemos cómo termina la frase. No ha vuelto a verla desde ayer, justo antes de que Damen nos pillara abrazados en la playa… Un momento que prefiero olvidar.
—Bueno, ¿y cómo se enseña a alguien a… ya sabes… a ver a los espíritus?
Me observa durante unos instantes y se rasca la barbilla.
—No existe una técnica definida para enseñar a la gente a «verlos». —Se reclina sobre el respaldo de la silla y apoya un pie descalzo en su rodilla—. Todo el mundo es diferente… y tiene dones y habilidades diferentes. Algunos poseen una clarividencia natural (los que son capaces de «ver»), o clariaudiencia (los que pueden «oír»), o clarisensibilidad…
—Los que son capaces de «sentir». —Asiento con la cabeza. Sé hacia dónde se encamina esta conversación y estoy impaciente por llegar al meollo del asunto… a la parte jugosa… a la parte que me servirá de algo—. ¿A qué tipo perteneces tú?
—A los tres. También poseo clariesencia. —Sonríe. Y se trata de una sonrisa fácil que ilumina la estancia y hace que sienta cosas raras en el estómago otra vez—. Y es probable que tú también. Me refiero a que seguro que perteneces a todos los tipos. El truco es conseguir que eleves lo suficiente tus vibraciones, y entonces… —Al verme, descubre que me ha perdido en la parte de las «vibraciones» y añade—: Todo es energía, eso lo sabías, ¿no?
Esas palabras me llevan de vuelta a una noche en la playa que tuvo lugar hace algunas semanas. Una noche en que Damen me dijo eso mismo sobre la energía y las vibraciones. Recuerdo cómo me sentía entonces, lo mucho que me preocupaba confesar lo que había hecho. Era lo bastante ingenua como para creer que ese era el mayor de mis problemas, que las cosas no podrían ponerse peor.
Miro a Jude. Su boca se mueve sin parar mientras me explica lo de la energía, las vibraciones y la capacidad del alma para sobrevivir al cuerpo. Sin embargo, yo solo puedo pensar en nosotros tres (en Damen, en él y en mí), en encontrar una forma de encajar las tres piezas.
—¿Qué opinas sobre las vidas anteriores? —le pregunto, interrumpiéndolo—. Sobre la reencarnación y todo eso. ¿Crees en esos rollos? ¿Crees de verdad que la gente necesita modificar su karma una y otra vez para equilibrarlo? —Contengo el aliento. No sé qué va a responder. No sé si guarda algún recuerdo de nosotros, de lo que fuimos una vez.
—¿Por qué no? —Se encoge de hombros—. Podría decirse que el karma es algo así como el equilibrio en sí mismo. Además, ¿no fue Eleanor Roosevelt quien dijo que no le resultaría más raro aparecer en otra vida que en la que vivía en esos momentos? ¿Crees que voy a contradecir a la vieja Eleanor? —Se echa a reír.
Me apoyo sobre el respaldo de la silla y lo observo. Desearía que supiera que nuestro pasado está entrelazado. Aunque solo fuera para sacarlo todo a la luz y poner las cartas sobre la mesa. De esa forma podría contárselo a Damen y demostrarle que todo se ha acabado. Se me ocurre que tal vez deba echar la bola a rodar, así que respiro hondo y le digo:
—¿Has oído hablar alguna vez de un tal Bastiaan de Kool? —Ante su expresión de extrañeza, continúo—: Era un… holandés. Un artista… que pintaba… y esas cosas. —Niego con la cabeza y aparto la mirada. Me siento estúpida por haber sacado el tema. ¿Qué pretendía conseguir con eso? «Bueno, pues para que lo sepas, Bastiaan eras tú hace bastantes años… ¡ Y me pintaste a mí!»
Jude permanece sentado con los labios fruncidos y los hombros alzados. Es obvio que no entiende adonde quiero llegar. Y no hay forma de avanzar sin llevarlo a Summerland y recrear la galería (algo que no pienso hacer). Lo único que puedo hacer es esperar a que pase el tiempo. Esperar a que mis tres meses de soledad lleguen a su fin.
Sacudo la cabeza, decidida a dejar ese tema y a concentrarme en el asunto que nos traíamos entre manos. Miro a mi jefe y me aclaro la garganta antes de hablar.
—Vale, ¿cómo se pueden aumentar las vibraciones?
Cuando acabamos, no he conseguido acercarme más a los muertos que cuando empecé. Al menos, no a la persona muerta que me interesa de verdad. Se me han aparecido muchos otros seres incorpóreos, pero los he bloqueado a todos.
—Es cuestión de práctica. —Jude cierra la puerta principal y me acompaña hasta el coche—. Yo asistí a una sesión espiritual una vez por semana durante años antes de recuperar por completo mis poderes.
—Creí que habías nacido con ellos… —contesto con suspicacia.
—Y así es. —Asiente con la cabeza—. Pero después de bloquearlos durante tanto tiempo, me costó un verdadero esfuerzo desarrollarlos de nuevo.
Dejo escapar un suspiro. No logro imaginarme en un grupo de espiritismo, así que desearía que hubiera una manera más fácil.
—Ya sabes que ella te visita en sueños, ¿verdad?
Pongo los ojos en blanco al recordar ese sueño absurdo. Estoy segura de que eso no fue cosa de Riley.
Sin embargo, Jude me mira y asiente.
—Pues lo hace. Todos lo hacen. Es la forma más fácil de llegar hasta nosotros.
Me apoyo contra la puerta del coche con las llaves en la mano y examino su rostro. Sé que debería marcharme, darle las buenas noches y subirme al coche, pero por alguna razón soy incapaz de moverme.
—El subconsciente toma el poder por las noches y nos libera de las restricciones que nos imponemos, de todas las cosas que bloqueamos porque nos parecen imposibles. Siempre nos decimos que lo místico no existe, cuando lo cierto es que el universo es mágico, misterioso y mucho más grande de lo que parece. Lo único que nos separa de ellos es un finísimo velo de energía. Sé que su forma de comunicarse mediante símbolos resulta bastante confusa, y si te soy sincero, no tengo claro qué parte es culpa nuestra (por la forma en que asimilamos la información) y qué parte es culpa suya o de los límites que tienen respecto a lo que pueden compartir con nosotros.
Respiro hondo. Me tiembla todo el cuerpo, aunque en realidad no tengo frío. Podría decirse que estoy asustada. Asustada por lo que dice, por su presencia, por lo que me hace sentir. Pero no tengo frío. Más bien todo lo contrario.
Me pregunto que querría decirme Riley con esa prisión de cristal, con el hecho de que yo pudiera ver a Damen pero él no me viera mí. Intento imaginarlo como si se tratara de un ejercicio de lengua, como si tuviera que descubrir el simbolismo encerrado en un libro. A lo mejor quería decir que Damen se equivoca, que no es capaz de ver lo que tiene delante de las narices… Y si se trata de eso, ¿qué significa?
—El mero hecho de que no puedas ver algo no significa que no exista —añade Jude, y su voz es el único sonido que rompe el silencio de la noche.
Hago un gesto de afirmación. Me da la sensación de que yo debería saber eso mejor que nadie. Jude sigue de pie delante de mí, hablando sobre otras dimensiones, sobre la vida en el más allá, y sobre que el tiempo no es más que un concepto inventado que en realidad no existe. No puedo evitar preguntarme qué haría si le hiciera un regalo. Si le cogiera de la mano, cerrara los ojos y lo llevara a Summerland para mostrarle hasta dónde se puede llegar…
Me pilla. Me pilla mirándolo. Mis ojos se deslizan sobre su piel, suave y oscura, sobre sus mechones dorados, sobre la cicatriz que re corre su frente. Al final llego hasta esos ojos verdes tan profundos y sagaces, y aparto la vista de inmediato.
—Ever… —Suelta un gemido grave y ronco antes de estirar la mano hacia mí—. Ever… Yo…
Niego con la cabeza y me doy la vuelta. Me subo al coche y salgo marcha atrás del aparcamiento. Miro por el espejo retrovisor y descubro que sigue en el mismo sitio, observándome con el anhelo pintado en la cara.
Me reprendo con un gesto y vuelvo a concentrarme en la carretera mientras me digo a mí misma que ese pasado en particular, las cosas que sentí una vez, no tienen nada que ver con mi futuro.