Capítulo treinta y cinco

—Me pasé por la tienda donde trabajas. —Haven me observa con atención. Pasea la mirada desde mi cabello hasta el cordón negro de seda de mi amuleto, apenas visible bajo el cuello de la camiseta, y vuelve a mi cara.

Asiento brevemente antes de centrar de nuevo mi atención en Honor. Veo que se ríe con Stacia, Craig y el resto de su grupo como si todo fuera normal… Pero no lo es. Para ella no. Honor se está adentrando en el mundo de la magia… y, según Jude, estudia la brujería con mucho empeño. Y sin el consentimiento de su jefa.

—Pensé que a lo mejor podíamos salir a comer o algo así, pero ese macizorro que estaba detrás del mostrador me dijo que estabas ocupada. —Toquetea el glaseado de su magdalena con sabor a té con leche sin quitarme los ojos de encima.

Miles aparta la vista de su teléfono y nos observa a ambas con el ceño fruncido.

—¿Qué es lo que has dicho? ¿Hay un macizorro por ahí y nadie me ha informado?

Me vuelvo hacia ellos mientras asimilo lo que acaba de decir Haven.

¡Se ha pasado por mi trabajo! ¡Sabe dónde trabajo! ¿Qué más sabe?

—Sí, está muy bueno —responde Haven, pero sin dejar de mirarme—. Como un tren, sin duda. Aunque, según parece, Ever pensaba mantenerlo en secreto. Ni siquiera sabía que existía hasta que lo vi con mis propios ojos.

—¿Cómo sabías dónde trabajo? —le pregunto. Intento parecer indiferente, ya que no quiero que sepa lo mucho que me preocupa eso.

—Me lo dijeron las gemelas.

Esto va de mal en peor.

—Me encontré con ellas en la playa. Damen les está enseñando a hacer surf.

Sonrío, pero es una sonrisa que me parece falsa incluso a mí.

—Supongo que eso explica por qué no nos has hablado sobre tu nuevo trabajo… No querías que tus mejores amigos se ligaran al macizorro de tu compañero…

Miles me mira fijamente y deja el mensaje de texto para concentrarse en algo mucho más jugoso.

—Solo es mi «jefe». —Sacudo la cabeza—. Y no es un secreto ni nada parecido. Lo que pasa es que no he tenido oportunidad de mencionároslo, eso es todo.

—Claro, porque nuestras charlas durante el almuerzo son tan chispeantes que ni siquiera te has acordado de hacerlo. Vamos, por favor… —Haven pone los ojos en blanco—. No me lo trago.

—Hummm… ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¡En este momento me vendrían muy bien algunas descripciones! —Miles se inclina hacia delante con expresión intrigada.

 Yo me limito a encoger los hombros, pero Haven sonríe, deja la magdalena a un lado, se sacude las miguitas del pantalón vaquero negro y dice:

—Imagínate a un surfero bronceado con los ojos aguamarina, un cuerpo de escándalo y el pelo dorado… Imagínate al tío más bueno de Tiobuenolandia… y luego multiplícalo por diez. Pues ese es él.

—¿En serio? —Miles tiene la boca abierta—. ¿De verdad de la buena?

Dejo escapar un suspiro y hago pedazos el sandwich cuando Haven prosigue:

—Créeme, es imposible describir con palabras lo bueno que está. Los únicos que podrían hacerle sombra son Damen y Roman, pero, claro, podría decirse que ellos son únicos en su especie, así que en realidad no cuentan. ¿Cuántos años tiene ese tío, de todas formas? —me pregunta—. Parece demasiado joven para ser jefe.

—Diecinueve. —No quiero hablar de mi trabajo, de Jude ni de ninguna otra cosa relacionada con ellos. Esta es justo la clase de situación sobre la que me advirtió Damen. La clase de situación que debo evitar—. Hablando de tíos buenos, ¿qué tal está Josh? —Sonrío. Sé que es un torpe intento de cambiar de tema, pero espero que funcione.

Veo que el aura de Haven empieza a fluctuar cuando se concentra de nuevo en la magdalena y dice:

—Lo nuestro se acabó en el momento en que intentó darme esa gatita. Tendríais que haberlo visto… Era todo sonrisas, como si me hubiera hecho una especie de regalo milagroso. —Hace un gesto desdeñoso y parte la magdalena por la mitad—. Increíble. ¿Hasta dónde puede llegar la idiotez de las personas?

—Solo intentaba ser agradable… —empieza a decir Miles, pero Haven no se lo permite.

—Por favor… —Frunce el ceño—. Si de verdad hubiera entendido por lo que estaba pasando, jamás habría intentado endosarme una sustituía de Talismán. Una gatita adorable destinada a morir en cuanto me encariñe con ella para hacerme experimentar el máximo nivel de dolor y sufrimiento.

Miles pone los ojos en blanco.

—No tiene por qué ser siempre así… —le digo. Pero ella me interrumpe de inmediato.

—¿De verdad? Dime una cosa… una cosa viva… que no muera o te abandone, o ambas cosas. La última vez que te hice esa pregunta te quedaste pasmada. Y tú, Miles deja todo ese rollo de poner los ojos en blanco y reírte por lo bajo, ¿vale? Dime tú una sola cosa…

Miles sacude la cabeza y levanta las manos en un gesto de rendición. Detesta los enfrentamientos y está dispuesto a dar el juego por perdido antes de empezar.

Haven sonríe con desdén, satisfecha ante nuestro fracaso.

—Creedme, lo único que hice fue acelerar las cosas. El final habría sido el mismo de todas formas.

—Vale. —Miles vuelve a concentrarse en el mensaje de texto—. Si te interesa mi opinión, debo decir que a mí me cae bien. Me parecía que hacíais una buena pareja.

—En ese caso, sal tú con él. —Haven sonríe y le arroja una de las miguitas de su magdalena.

—No, gracias. Es demasiado delgaducho y demasiado mono. Esboza una sonrisa—. Sin embargo, el jefe de Ever…

Observo a Miles para evaluar su aura y veo que habla medio en broma… pero solo «medio».

—Se llama Jude. —Suelto un suspiro, resignada a retomar ese tema de conversación—. Y, por lo que yo sé, solo le gustan las chicas que no sienten nada por él, pero inténtalo si quieres. —Cierro la cremallera de la fiambrera, que contiene una manzana entera, una bolsa de patatas fritas y un sandwich hecho pedazos.

—Podrías invitarlo a mi fiesta de despedida —propone Miles—. Ya sabes, para que pueda disfrutar de un bonito adiós. —Se pasa la mano por el pelo castaño y se echa a reír.

—Hablando de eso… —interviene Haven, cuyos ojos parecen mucho más oscuros gracias a las pestañas postizas con las que está probando estos días—. Mi madre acaba de destrozar la sala de estar… y cuando digo «destrozar» hablo en sentido literal. Ha desgarrado la alfombra, ha quitado los muebles y ha echado las paredes abajo. Por una parte está bien, ya que no hay manera de vender una casa en semejante estado… pero eso también significa que no podremos celebrar la fiesta en mi casa, así que espero que podamos hacerlo en la tuya…

—Claro. —Hago un gesto de asentimiento y me encuentro con dos rostros tan alucinados que me siento avergonzada. Me doy cuenta de que las visitas regulares a mi casa, los viernes de pizza y los ja-cuzzis terminaron en el instante en que Damen entró a formar parte de mi vida. Pero ahora que él se ha ido (o al menos está decidido a mantenerse apartado durante un tiempo), quizá sea el momento de volver a empezar de nuevo.

—¿Estás segura de que a Sabine no le importará? —pregunta Miles con un tono de voz esperanzado aunque cauto.

Niego con la cabeza.

—Siempre que no os importe que el señor Muñoz se pase por allí, todo irá bien. —Pongo los ojos en blanco.

—¿Muñoz? ¿Te refieres al profesor de historia? —Se quedan boquiabiertos. Mis dos mejores amigos permanecen tan estupefactos como yo cuando me enteré de la noticia.

—Están saliendo. —Y sé que, por más que lo deteste, no puedo impedirlo.

Haven se aparta el flequillo de color azul marino de la cara y se inclina hacia mí.

—Espera… A ver si lo he entendido bien: ¿tu tía Sabine está saliendo con ese profesor de historia que está tan bueno?

—¿Ahora también te pone el profesor? —Miles se echa a reír al tiempo que le da un codazo juguetón.

Haven se limita a encogerse de hombros.

—Por favor… No finjas que tú no te has fijado. Para ser un tío mayor, en especial uno que lleva gafas y pantalones color arena, está como un queso.

—No digas que está como un queso, te lo suplico. —Me echo a reír a pesar de todo—. Y, para que lo sepas, por las noches se quita las gafitas y cambia los Dockers por unos vaqueros de diseño.

Haven sonríe y se levanta del banco.

—Entonces, todo solucionado. La fiesta será en tu casa. No me la perdería por nada del mundo…

—¿Vendrá Damen? —Miles se guarda el teléfono en el bolsillo y me mira de reojo.

—Hummm… no lo sé… Tal vez. —Aprieto los labios y me rasco el brazo con tantas ganas que habría dado lo mismo llevar en la frente un cartel que dijera: «¡Eh, prestadme atención! ¡Estoy mintiendo!»—. Últimamente está muy ocupado con las gemelas y todo eso, así que no sé…

—¿Por eso se ha saltado las clases durante toda la semana? —pregunta Haven.

Respondo con un gesto afirmativo y murmuro algo sobre que ha hecho los exámenes finales antes de tiempo, pero no pongo el corazón en ello, y se nota. Mis amigos asienten, aunque solo para tranquilizarme. Sus ojos y sus auras dicen otra cosa: que no se tragan ni una palabra.

—Tú asegúrate de que Jude esté allí —dice Miles, y la mera mención de su nombre me provoca un cosquilleo en el estómago.

—Eso, lo necesitaré como repuesto en caso de que mi cita no salga como espero. —Haven sonríe.

—¿Tienes una cita? —preguntamos Miles y yo al mismo tiempo, perplejos.

—¿Quién es? —le pregunto.

Y en el mismo instante, Miles exclama:

—¡Sí que te has dado prisa!

Haven se limita a sonreír y se despide con la mano por encima del hombro mientras se dirige a clase.

—¡Ya lo veréis! —canturrea.