Capítulo treinta y cuatro

—Oye, hoy es domingo, así que no abrimos hasta las once. —Jude apoya la tabla contra la pared y me mira con los ojos entrecerrados.

Asiento, aunque apenas aparto la mirada del libro. Estoy decidida a encontrarle sentido.

—¿Necesitas que te ayude? —Arroja la toalla sobre la silla y rodea el escritorio para situarse a mi lado.

—Si tu ayuda tiene algo que ver con este traductor de códigos tan útil que has hecho… —doy unos golpecitos sobre la hoja de papel que hay junto a mí— o con alguna de tu larga lista de meditaciones… no, gracias, de eso ya tengo todo lo que puedo soportar. Pero si por fin vas a decirme cómo puedo leer esta cosa sin colocarme en la posición del loto, sin imaginar rayos de luz blanca y/o raíces que emergen de las plantas de mis pies y se extienden hacia las profundidades de la tierra… entonces sí, desde luego que sí.

Arrastro el libro hacia él con cuidado de no tocar más que el borde. Me fijo en su expresión divertida, en su mirada cálida y en la cicatriz de su frente antes de apartar la vista a toda velocidad.

Jude apoya la mano en el escritorio y se inclina sobre el libro. Tiene los dedos extendidos encima de la madera llena de agujeritos, y su cuerpo está tan cerca del mío que puedo percibir cómo su energía se adentra en mi espacio vital.

—Es posible que haya otra manera… Bueno, al menos para alguien con tus habilidades extrasensoriales. Pero a juzgar por la forma en que manipulas esta cosa (solo tocas los bordes y mantienes las distancias), es bastante evidente que le tienes un poco de miedo.

Su voz flota sobre mí, suave y relajante. Me obligo a cerrar los ojos durante un instante para sentirla, para percibirla de verdad, sin tratar de evitarla o alejarla de mí. Estoy impaciente por demostrarle a Damen que se equivoca, por decirle que le he dado una oportunidad y que no existe ni el más mínimo rastro de hormigueo o calidez entre nosotros. Aunque Jude sienta algo por mí (algo como lo que yo siento por Damen y Damen por mí), tal y como descubrí el otro día cuando me tocó… se trata de algo unilateral. Está todo en él; no hay nada en mí que sienta lo mismo. Lo único que noto es una reducción del estrés y de la ansiedad, una serenidad lánguida y relajada que calma mis nervios y…

Jude me da unos golpecitos en el hombro y me saca de mis pensamientos. Me hace un gesto para que me una a él en el pequeño sofá del rincón, donde sostiene el libro sobre las rodillas. Me insta a colocar la mano sobre la página, a cerrar los ojos y a despejar la mente para poder intuir el mensaje que encierra en su interior.

Al principio no ocurre nada, pero eso se debe a que me resisto. Todavía me escuece esa última descarga de energía que estuvo a punto de freírme las entrañas y me dejó hecha polvo durante el resto de la tarde. Sin embargo, en el instante en que decido dejar de resistirme y ceder, confiar en el proceso y dejar que el zumbido fluya a través de mí, me siento abrumada por una descarga de energía muy íntima, tanto que casi me resulta vergonzosamente personal.

—¿Has sentido algo? —pregunta con voz grave sin quitarme la vista de encima.

Encojo los hombros y le doy la espalda antes de decir:

—Ha sido… ha sido como leer el diario de alguien. O al menos eso es lo que he sentido yo… ¿Qué has notado tú?

Asiente con la cabeza.

—Lo mismo.

—Pero creí que sería más parecido a… No sé, creí que sería una especie de libro de hechizos. Ya sabes, con uno diferente en cada página.

—Te refieres a un grimorio. —Sonríe, mostrándome sus asombrosos hoyuelos y esos encantadores dientes torcidos.

Frunzo el ceño. La palabra me resulta desconocida.

—Un grimorio es una especie de libro de recetas en el que, en vez de recetas, hay hechizos. Contiene datos muy específicos: fechas, tiempos, realización de rituales, resultados… ese tipo de cosas. Se ciñe solo a los hechos.

—¿Y este otro? —Doy un golpecito con la uña en la página.

—Este se parece más a un diario, tal y como has dicho. Una narración muy personal de los progresos de una bruja: lo que hizo, por qué lo hizo, lo que sintió, los resultados, etc. Por eso estos libros casi siempre están escritos en clave, o en tebano, como este.

Dejo caer los hombros y frunzo los labios mientras me pregunto por qué cada pequeño progreso que creo hacer resulta ser al final dos pasos de gigante hacia atrás.

—¿Buscabas algo más específico? ¿Un hechizo de amor, quizá?

Le lanzo una mirada de suspicacia. No entiendo por qué ha dicho eso.

—Lo siento. —Recorre mi rostro con los ojos y se detiene en mis labios durante demasiado tiempo—. Parece que hay problemas en el paraíso, a juzgar por el modo en que Damen y tú os evitáis estos días.

Cierro los párpados durante un momento, hasta que el dolor se aplaca un poco. Ya ha pasado una semana. Una semana sin Damen. Sin sus preciosos mensajes telepáticos. Sin su cálido y amoroso abrazo. Lo único que me indica que aún sigue con vida son las nuevas botellas de elixir que he encontrado en mi frigorífico. Un elixir que debió de introducir en mi casa mientras yo dormía. Se tomó muchas molestias para terminar antes de que me despertara.

Cada hora que pasa me resulta tan dolorosa, tan agonizante, tan solitaria… que no sé si podré soportar pasar el verano sin él.

La energía de Jude cambia: su aura se encoge y adquiere una delicada coloración azul en los bordes.

—Bueno, buscaras lo que buscaras —dice, concentrándose en el trabajo de nuevo—, lo encontrarás aquí. —Da unos golpes en la página con el pulgar—. Lo único que tienes que hacer es dedicarle algo de tiempo para entenderlo. Es un compendio muy detallado, y su contenido profundiza muchísimo.

—¿Dónde lo encontraste? —Me fijo en los mechones que le rozan los labios—. ¿Y desde cuándo lo tienes? —De pronto, me parece necesario saberlo.

Aparta la mirada.

—Lo conseguí en algún sitio… me lo dio un tipo al que conocía. —Sacude la cabeza—. Fue hace mucho, mucho tiempo.

—¿«Mucho, mucho»? —Sonrío, pero él no me devuelve el gesto—. En serio, solo tienes diecinueve años… ¿Cuánto tiempo puede hacer? —Lo observo con atención mientras recuerdo la vez que le hice esa misma pregunta a Damen… mucho antes de que supiera lo que era. Siento un repentino escalofrío al fijarme en él, en sus dientes torcidos, en la cicatriz de la frente, en la maraña de mechones que caen sobre esos familiares ojos verdes… y me digo a mí misma que no es más que alguien a quien conocí en el pasado, que no es como yo.

—Supongo que no se me da muy bien calcular el tiempo —dice, y la risa que sigue al comentario suena forzada, falsa—. Intento vivir el momento… el ahora. Debió de ser hace cuatro años… quizá cinco… cuando empecé a meterme en este rollo.

—¿Y Lina lo descubrió? ¿Por eso lo escondiste?

—Por embarazoso que sea admitirlo —contesta ruborizado—, lo cierto es que mi abuela encontró una poppet y se enfadó muchísimo. Creyó que era una muñeca vudú. Lo entendió todo mal.

—¿Una poppet? —Clavo la mirada en él, porque no tengo ni la menor idea de lo que es eso.

—Es una especie de muñeca mágica. —Encoge los hombros y me mira avergonzado—. Era un crío, ¿qué puedo decir? Estaba lo bastante desorientado como para creer que podría convencer a cierta chica de que yo le gustaba.

—¿Y te sirvió de algo? —Contengo el aliento mientras lo observo con atención. Me pregunto por qué esas sencillas palabras me han provocado una punzada en el estómago.

—Lina destruyó la muñeca antes de que pudiera funcionar. Mejor así. —Hace otro gesto de indiferencia—. La chica resultó ser bastante problemática.

—Como las que sueles elegir… —Las palabras brotan de mis labios sin que pueda evitarlo.

Jude me mira con un brillo extraño en los ojos.

—Es difícil abandonar las malas costumbres.

Nos quedamos sentados, mirándonos y conteniendo la respiración. El momento se alarga hasta que al final me aparto y me concentro de nuevo en el libro.

—Me encantaría ayudarte —dice con voz grave—. Pero me da la sensación de que tu objetivo es demasiado íntimo para mí.

Me doy la vuelta para responder, pero él añade:

—No te preocupes. Lo entiendo. Pero si lo que buscas es un hechizo, hay unas cuantas cosas que deberías saber. —Me mira a los ojos para asegurarse de que cuenta con toda mi atención—. Primero: se trata del último recurso… solo puede utilizarse una vez que se agotan todos los demás. Y segundo: los hechizos son solo recetas para un cambio, para conseguir lo que quieres o para alterar cierta situación que precisa… ser alterada. Sin embargo, si quieres que funcione, debes tener claros tus objetivos: necesitas visualizar el resultado que deseas y canalizar toda tu energía hacia ese resultado.

—Igual que cuando haces aparecer algo —le digo, aunque al ver el cambio que ese comentario provoca en su mirada desearía no haberlo hecho.

—La manifestación lleva demasiado tiempo; la magia es más inmediata… o al menos, puede serlo.

Aprieto los labios. Sé que no debo explicarle que la manifestación también puede ser instantánea una vez que entiendes cómo funciona el universo. Aunque no puedes manifestar lo que no conoces. Y fabricar un antídoto, entre otras cosas, es del todo imposible.

—Piensa que esto no es más que un enorme libro de cocina. —Golpea la página con la uña—. Uno con notas explicativas. —Esboza una sonrisa—. Pero aquí no hay nada fijo; puedes alterar las recetas para que encajen con tus necesidades, y elegir tus herramientas en función de…

—¿Herramientas? —Lo miro fijamente.

—Cristales, hierbas, elementos, velas, fases lunares… ese tipo de cosas.

Vuelvo a pensar en los elixires que hice justo antes de viajar al pasado. Siempre había pensado que estaban más relacionados con la alquimia que con la magia, pero supongo que, en cierto sentido, son más o menos lo mismo.

—También ayuda pronunciar el conjuro en verso.

—¿Como si fuera un poema? —Me ha dejado atónita. Quizá esto no vaya a servirme, después de todo. Se me dan de pena ese tipo de cosas.

—No hace falta ser Keats, solo que las frases rimen y tengan el significado que deseas.

Me siento más desanimada que antes de empezar.

—Y otra cosa, Ever…

Lo miro, a la espera de que continúe.

—Si lo que quieres es hechizar a una persona, piénsatelo bien. Lina tenía razón: si no puedes convencer a alguien para que vea las cosas del modo en que tú lo haces, ni conseguir que te ayude utilizando medios más mundanos, lo más probable es que deba ser así.

Asiento y aparto la mirada. Sé que es posible que eso sea cierto en algunas situaciones, pero no en la mía.

La mía es diferente.