Capítulo treinta y tres

He evitado a Sabine durante toda la semana. Creí que no sería posible, pero entre las clases, el trabajo nuevo y la última representación de Hairspray, la obra de Miles, he conseguido librarme de la condena hasta este mismo momento, cuando estoy a punto de arrojar el desayuno por el fregadero.

—Bueno… —Mi tía sonríe y se sitúa detrás de mí, vestida con ropa deportiva, empapada en sudor y rebosante de buena salud—. ¿No teníamos que hablar sobre algo? ¿Esa conversación pendiente que tanto te has esforzado por retrasar?

Cojo mi vaso y me encojo de hombros. No sé muy bien qué decir.

—¿Qué tal tu nuevo trabajo? ¿Va todo bien?

Asiento de manera evasiva, como si estuviera demasiado interesada en tomarme el zumo como para responder.

—Porque es probable que aún pueda conseguirte esas prácticas de verano en mi oficina si quieres…

Hago un gesto negativo y apuro el contenido del vaso, incluso la pulpa. Enjuago el vaso y lo meto en el lavaplatos antes de asegurarle:

—Va todo bien, en serio.

Me estudia con una mirada penetrante, una mirada que consigue confundirme.

—Ever, ¿por qué no me dijiste que Paul era tu profesor?

Me quedo paralizada durante unos instantes, aunque después concentro mi atención en el cuenco de cereales que no tengo intención de comerme. Cojo una cuchara y remuevo el contenido una y otra vez.

—Porque ese «Paul» con zapatos de marca y pantalones vaqueros de diseño no es mi profesor —respondo—. Mi profesor es el «señor Muñoz», el que lleva gafas de empollón y pantalones de color caqui. —Me llevo la cuchara a la boca y evito su mirada en lo posible.

—No puedo creer que no me dijeras nada. —Sacude la cabeza y frunce el ceño.

Hago un gesto de indiferencia con los hombros y finjo que no quiero hablar con la boca llena, cuando lo cierto es que no quiero hablar. Punto.

—¿Te molesta? ¿Te molesta que salga con tu profesor? —Me observa con los ojos entrecerrados mientras se frota el cuello con la toalla y se seca la frente.

Vuelvo a remover los cereales, pero sé que no puedo comer más, no después de que mi tía haya empezado con esto.

—Mientras no habléis sobre mí… —Estudio con detenimiento su aura y su lenguaje corporal, y me doy cuenta de que se siente incómoda. Me contengo justo antes de espiar en su mente—. Porque no habláis sobre mí, ¿verdad? —agrego fijando los ojos en ella.

Se echa a reír y aparta la vista con las mejillas ruborizadas.

—Resulta que tenemos muchas cosas en común aparte de ti.

—¿En serio? ¿Como cuáles? —Vuelvo a sumergir la cuchara en los cereales para descargar mi frustración con los Froot Loops: los convierto en una masa informe y pastosa con los colores del arcoíris. Me pregunto si debería darle la buena noticia ahora o dejarlo para más tarde. Si debería decirle que su relación con Muñoz no durará mucho… no según la visión en la que sale con un tipo desconocido muy mono que trabaja en su edificio…

—Bueno, para empezar, a ambos nos fascina el Renacimiento italiano…

Reprimo la tentación de poner los ojos en blanco. Nunca la he oído mencionar eso, y llevo viviendo con ella casi un año.

—A ambos nos encanta la comida italiana…

«Sí, está claro que sois almas gemelas. Las únicas dos personas en el mundo a las que les gustan la pizza, la pasta y todas las cosas empapadas de salsa de tomate y queso…»

—Y… ¡resulta que a partir del viernes pasará bastante tiempo en el edificio donde trabajo!

Me quedo paralizada. Todo se paraliza. Incluidos mis párpados y mi respiración, lo que me facilita la tarea de mirarla con la boca abierta.

—Está trabajando como testigo experto en un caso que…

Sus labios no dejan de moverse y sus manos siguen gesticulando, pero he dejado de escucharla hace unas cuantas frases. Sus palabras quedan ahogadas por el ruido de mi corazón roto, por un alarido silencioso que acalla todo lo demás.

«No.»

«No puede ser.»

«No… puede… ser.»

«¿O sí?»

Recuerdo la visión que tuve aquella noche en el restaurante: Sabine se acercaba a un tipo muy mono que trabajaba en su edificio… un tipo a quien, sin las gafas, ¡jamás habría reconocido como el señor Muñoz! Comprendo de inmediato lo que eso significa… Ya está… es su destino… ¡Muñoz es el Elegido!

—¿Te encuentras bien? —Estira las manos hacia mí con el rostro marcado por la preocupación.

Me aparto con rapidez para evitar su contacto. Trago saliva con fuerza mientras me obligo a sonreír. Sé que ella merece ser feliz… Incluso él merece ser feliz. Pero aun así… ¿por qué tienen que ser felices juntos? En serio, de todos los hombres con los que podría haber salido, ¿por qué ha tenido que elegir a mi profesor, al único que conoce mi secreto?

La miro y me obligo a asentir mientras dejo el bol en el fregadero. Huyo hacia la puerta antes de decirle:

—Claro… Todo va bien, de verdad… Lo que pasa es que no quiero llegar tarde.