Capítulo treinta y uno

Saltamos hacia delante cogidos de la mano y aterrizamos con un golpe sordo. Me tomo un momento para mi mirar a mi alrededor antes de hablar.

—Madre mía… Estamos en…

—Amsterdam… —Asiente y entorna los párpados para adaptar la vista a la neblina—. Aunque no estamos en la verdadera ciudad de Amsterdam, sino en la versión de Summerland. Te habría llevado a Europa, pero supuse que este viaje sería algo más corto.

Contemplo lo que me rodea y me fijo en los canales, en los puentes, en los molinos, en los campos de tulipanes rojos… Me pregunto si habrá creado esa última parte para mí, pero luego recuerdo que Holanda es famosa también por sus flores… sobre todo por sus tulipanes.

—No reconoces este lugar, ¿verdad? —pregunta mientras me estudia con detenimiento. Hago un gesto negativo con la cabeza—. Dentro de un rato, lo harás. Lo he recreado a partir de mis recuerdos, de los recuerdos que tengo del siglo XIX, cuando tú y yo estuvimos allí por última vez. Es una imitación excelente, aunque esté mal que yo lo diga.

Me guía a través de las calles, aunque se detiene el tiempo suficiente para dejar que pase un carruaje de caballos vacío antes de dirigirse hacia la fachada de una pequeña tienda cuya puerta permanece abierta de par en par para dar cabida a la multitud de gente sin rostro que se agolpa en su interior. Me observa con detenimiento, impaciente por descubrir si se despierta algún recuerdo, pero yo sigo adelante, ya que quiero averiguar algo por mí misma. Intento imaginar a mi antigua yo (la encarnación pelirroja de ojos verdes) en este lugar, caminando sobre el suelo de madera entre las paredes blancas, contemplando la hilera de cuadros que decoran la sala, esquivando a los parroquianos cuyas siluetas se desdibujan antes de volverse sólidas de nuevo. Sé que Damen es el responsable de que estén aquí, la persona que ha dado origen a su existencia.

Imagino que esta es una recreación de la galería en la que nos conocimos, así que me siento algo decepcionada al descubrir que no me resulta nada familiar. De pronto, todos los cuadros empiezan a desdibujarse, hasta que que se vuelven casi imperceptibles. Todos menos el que tengo frente a mí, que es el único que permanece intacto.

Me inclino hacia delante para examinar a una chica con una abundante melena de color dorado cobrizo: una exuberante mezcla de mechones rojos, dorados y castaños que contrastan de forma extraordinaria con su piel pálida. La pintura parece tan real, tan suave y acogedora… que da la impresión de que cualquiera podría entrar en ella.

Recorro con la mirada a la muchacha y descubro que aparece desnuda, aunque estratégicamente cubierta. Las puntas de su cabello están húmedas y rizadas, y caen sobre sus hombros hasta más abajo de su cintura. Tiene las manos juntas sobre uno de sus muslos son rosados, que ha girado un poco hacia el interior para ocultar sus partes más íntimas. No obstante, son sus ojos los que me atrapan: tienen un color verde oscuro, y muestran una mirada abierta y sincera, como si estuviese contemplando a su amante sin avergonzarse en absoluto de su desnudez.

Se me encoge el estómago y mi corazón empieza a latir a mil por hora. Aunque soy consciente de que Damen se encuentra justo a mi lado, soy incapaz de mirarlo. No puedo incluirlo en esto. Algo recorre mi interior, el nacimiento de una idea inquietante que exige salir a la luz. Y en un abrir y cerrar de ojos lo «veo». De repente, mientras observo el lienzo en el marco dorado que tengo delante, sé con certeza que esa mujer soy yo.

Mi encarnación anterior.

Mi yo holandesa.

La musa que se enamoró de Damen la noche que lo vio en esta galería.

Sin embargo, lo que me inquieta, lo que me mantiene inmóvil y en silencio, es la súbita comprensión de que el amante a quien contempla no es Damen.

Es otra persona.

Alguien a quien no se ve.

—Así que la reconoces… —La voz de Damen es suave, práctica, sin rastro de sorpresa—. Son los ojos, ¿verdad? —Me mira y acerca su rostro al mío antes de añadir—: Tal vez el color haya cambiado, Pero su esencia permanece intacta.

Me fijo en las pestañas tupidas que ensombrecen la melancolía de su mirada masculina… y siento la necesidad de apartar la vista de ^mediato.

¿Qué edad tenía entonces? —No me fío de mi voz, así que formulo la pregunta mentalmente. El rostro parece joven, sin arrugas, aunque el aplomo que muestra es propio de una mujer y no de una niña.

—Dieciocho. —Asiente sin dejar de observarme. Su mirada es agresiva, inquisitiva. Quiere que sea la primera en decirlo. Me ruega que sea yo la que lo diga en voz alta, que le libre de esa responsabilidad. Sigue mi mirada hasta el cuadro y añade—: Eras muy hermosa, la verdad. Justo así. Él plasmó tu esencia… a la «perfección».

Él.

Vamos allá.

El tono cortante de su voz resulta elocuente: revela todo lo que sus palabras solo dejan entrever. Conoce la identidad del artista. Sabe que me había desnudado para otra persona, no para él.

Trago saliva con fuerza y me concentro mientras intento descifrar las letras negras y angulosas de la esquina inferior derecha del cuadro. Leo una serie de consonantes y vocales, una combinación de letras que no significa nada para mí.

—Bastiaan de Kool —dice Damen sin dejar de mirarme.

Me vuelvo hacia él, incapaz de hablar.

—Bastiaan de Kool es el artista que pintó este cuadro. El hombre que te pintó. —Se concentra en el retrato antes de girarse hacia mí de nuevo.

Niego con la cabeza. Me siento mareada… todo lo que creía saber sobre mí, sobre nosotros… los fundamentos de nuestras vidas se vuelven de repente tenues y débiles.

Damen hace un gesto afirmativo. No hay ninguna necesidad de insistir, ya que ambos reconocemos la verdad que se revela justo delante de nosotros.

—Por si te lo preguntas, la cosa terminó mucho antes de que el cuadro se secara. O, al menos, yo estaba convencido de ello… Sacude la cabeza—. Pero ahora… bueno, ya no estoy tan seguro.

Lo miro con los ojos como platos, sin comprender lo que quiere decir. ¿En qué podría relacionarse este cuadro… esta antigua versión de mí… con nosotros, con cómo estamos ahora?

—¿Te gustaría conocerlo? —pregunta con una mirada distante y sombría difícil de interpretar.

—¿A Bastiaan? —El nombre brota con incómoda familiaridad de mis labios.

Damen asiente, dispuesto a manifestarlo si yo se lo pido. Estoy a punto de decirle que no cuando coloca la mano sobre mi brazo y dice:

—Creo que deberías hacerlo. Me parece lo más justo.

Respiro hondo y me concentro en la calidez de su mano mientras él cierra los ojos para hacer aparecer a un chico alto, delgaducho y algo desaliñado en lo que antes era un espacio vacío. Me suelta el brazo antes de apartarse para concederme algo de espacio. Quiere que lo observe, que lo examine bien antes de que el tiempo se acabe y se desvanezca.

Me acerco a él muy despacio y empiezo a moverme en círculos alrededor de este desconocido, de esta creación vacía que parece sin alma, irreal.

Estudio sus rasgos con frialdad: su altura, que lo hace parecer aún más delgado; el asomo de los músculos y tendones que cubren sus huesos; las ropas, que, si bien limpias y con un corte y una calidad aceptables, parecen quedarle algo holgadas; su piel, tan pálida e inmaculada que casi es igual que la mía; su cabello oscuro y ondulado, peinado hacia un lado, con un flequillo que cae sobre unos ojos sorprendentes.

Ahogo una exclamación y me obligo a llenar los pulmones de aire cuando se desvanece.

—¿Quieres que lo haga aparecer de nuevo? —pregunta Damen. Es obvio que la idea no le agrada en absoluto, pero está dispuesto a hacerlo si yo se lo pido.

Sin embargo, me quedo donde estoy, contemplando un remolino de píxeles brillantes que no tardan en desaparecer por completo. Sé que no necesito que lo manifieste otra vez para conocer su identidad.

Es Jude.

El tipo que tenía delante de mí, el artista holandés del siglo XIX conocido como Bastiaan de Kool… se ha reencarnado en esta época en Jude.

Busco a tientas algo en lo que apoyarme, ya que me estremezco, me siento vacía, desequilibrada. Y solo me doy cuenta de que no hay nada a lo que pueda aferrarme cuando Damen se acerca a mí.

—¡Ever! —grita con un tono de voz tan desesperado que me llega hasta el alma. Me rodea con los brazos y me sostiene de una forma que me hace sentir en casa. Manifiesta un sofá suave y acolchado antes de llevarme hasta él para que me siente. Me recorre con una mirada ansiosa, preocupada… Está claro que su intención no era inquietarme tanto.

Me doy la vuelta y contengo la respiración cuando mis ojos encuentran los suyos. Temo hallar algo diferente, algún cambio, ahora que todo ha salido a la luz. Ahora que ambos sabemos que no siempre estuve enamorada de él.

Que una vez hubo otro.

Y que conozco a ese otro en la actualidad.

—Yo no… —Niego con la cabeza. Me siento avergonzada, culpable, como si lo hubiera traicionado de algún modo buscando a Jude sin darme cuenta—. No sé muy bien qué decir… Yo…

Damen me acaricia la mejilla con la mano y me abraza con fuerza.

—No pienses eso —dice—. Nada de esto es culpa tuya. ¿Me has oído? Nada. Es cosa del karma. —Hace una pausa y me mira a los ojos—. Son asuntos sin resolver… por decirlo de alguna manera.

—Pero ¿qué es lo que puede haber quedado sin resolver? —pregunto. Tengo una ligera idea de hacia dónde se encamina todo esto, pero me niego a formar parte de ese viaje—. ¡Eso se acabó hace cien años! Y, como tú mismo has dicho, se había terminado antes incluso de que la pintura llegara a sec…

Antes de que pueda terminar la frase, él sacude la cabeza y me acaricia la mejilla, después el cuello y luego la rodilla.

—Ya no estoy tan seguro de eso.

Lo miro y reprimo el impulso de empujarlo para alejarlo de mí. Desearía que olvidara el asunto de inmediato. Quiero marcharme. Ya no me gusta estar aquí.

—Parece que he interferido —dice con una expresión dura y crítica, aunque esas críticas solo van dirigidas a sí mismo—. Da la impresión de que tengo la fea costumbre de interferir en tu vida, de tomar decisiones que deberías tomar tú. He provocado un destino que… —se queda callado. Tiene la mandíbula tensa y su mirada parece firme, aunque sus labios se estremecen de una forma que revela el esfuerzo que le está suponiendo todo esto— nunca debió ser el tuyo…

—¡¿De qué estás hablando?! —pregunto a voz en grito. Percibo la energía que tiñe sus palabras y sé que la cosa se va a poner todavía peor.

—¿No resulta evidente? —Me mira, y la luz de sus ojos se fragmenta en un millón de pedazos… en un caleidoscopio de oscuridad que tal vez nunca pueda unirse de nuevo.

Se levanta del sofá con un movimiento ágil y se coloca delante de mí. Pero, antes de que pueda decir nada, antes de que empeore las cosas aún más, empiezo a hablar:

—¡Esto es ridículo! ¡Todo esto! ¡Todo! Ha sido el destino lo que nos ha unido una y otra vez. ¡Somos almas gemelas! ¡Tú mismo lo dijiste! Y, hasta donde yo sé, así es exactamente como funcionan las cosas: ¡las almas gemelas se encuentran una y otra vez sin importar lo que ocurra! —Alargo el brazo en busca de su mano, pero él se coloca fuera de mi alcance, da un paso atrás para evitar que lo toque.

—¿El destino? —Su voz suena dura, y su mirada es cruel, pero solo está furioso consigo mismo—. ¿Fue el destino lo que me llevó a recorrer el mundo en tu busca… una y otra vez… hasta encontrarte? —Se queda callado y me mira a los ojos—. Dime, Ever, ¿a ti eso te parece cosa del destino? ¿O algo forzado?

Intento decir algo. Mis labios se separan, pero no me salen las palabras. Damen se gira hacia la pared y contempla a la muchacha del cuadro. Esa chica hermosa y orgullosa que no lo mira a. él… sino a otra persona.

—De algún modo he conseguido pasar esto por alto, dejarlo a un lado durante los últimos cuatrocientos años, convencerme de que era nuestro destino, de que tú y yo debíamos estar juntos. Pero el otro día, cuando te pasaste por casa al salir del trabajo, sentí algo diferente… como una alteración en tu energía. Y anoche, en la tienda… lo supe.

Observo su espalda, la línea sólida de sus hombros… su figura esbelta y musculosa. Recuerdo su comportamiento, extraño y formal, y solo ahora le encuentro sentido.

—En el momento en que vi sus ojos, lo supe. —Se da la vuelta para mirarme—. Así que, dime la verdad, Ever, ¿a ti no te pasó lo mismo?

Trago saliva con fuerza. Desearía apartar la vista, pero sé que no puedo hacerlo. Damen malinterpretaría el gesto, pensaría que le oculto algo. Recuerdo el instante en que Jude me pilló desprevenida en su tienda, la forma en que se me aceleró el corazón, lo mucho que me sonrojé y el extraño hormigueo que sentí en el estómago. Un momento antes me encontraba bien, y luego… estaba hecha un lío. Y todo porque los ojos verdes de Jude se encontraron con los míos…

Eso no puede significar…

Es imposible que…

¿O no lo es?

Me levanto del sofá y me acerco a Damen hasta que nuestros cuerpos quedan a escasos centímetros de distancia. Quiero tranquilizarlo, tranquilizarme. Encontrar una manera de demostrar que nada de eso importa.

Pero estamos en Summerland, donde los pensamientos son energía. Así que mucho me temo que Damen acaba de visualizar los míos.

—Esto no es culpa tuya —dice con voz áspera, ahogada—. Por favor, no te sientas mal.

Me meto las manos en los bolsillos tanto como puedo, decidida a permanecer firme en un mundo que ya no me parece tan estable.

—Quiero que sepas lo mucho que lo siento… Pero… —Reflexiona—. Decir «lo siento» no basta. Resulta inadecuado, y tú te mereces algo más que eso. Me temo que lo único que puedo hacer ahora… lo único que enmendaría las cosas es…

Se le quiebra la voz, lo que me impulsa a alzar su rostro hasta que queda a la altura del mío. Estamos tan cerca que el más leve movimiento suprimiría el espacio que nos separa.

Sin embargo, cuando estoy a punto de dar ese salto, Damen se aparta. Sus rasgos están tensos, y su mirada, firme. Está decidido a obligarme a escucharlo.

—Voy a quitarme de en medio. Es lo único que puedo hacer en estos momentos. De ahora en adelante, no interferiré en tu destino. De ahora en adelante, cualquier avance que hagas hacia tu destino lo decidirás tú y solo tú.

Se me nubla la vista. Siento la garganta dolorida y tensa. Eso no puede significar lo que creo que significa… ¿O sí?

¿Puede hacer algo así?

Lo observo mientras permanece de pie delante de mí. Mi alma gemela, el amor de mis muchas vidas, la persona a quien consideraba mi refugio, está a punto de abandonarme.

—No tengo derecho a intervenir en tu vida de la forma en que lo he hecho hasta ahora. Jamás te he dado la oportunidad de elegir por ti misma. ¿Y sabes cuál es la peor parte? —Sus ojos reflejan tal desprecio hacia sí mismo que no puedo seguir mirándolos—. Ni siquiera fui lo bastante noble, lo bastante hombre, como para jugar limpio. —Hace un gesto negativo con la cabeza—. Utilicé todos los trucos posibles, todos los poderes a mi disposición, para aniquilar a mis competidores. Y aunque no hay forma posible de cambiar los pasados cuatrocientos años (ni la inmortalidad que te he otorgado a la fuerza), espero que ahora, al apartarme de tu camino, te esté dando la libertad de elegir.

—¿Elegir entre Jude y tú? —Mi voz se eleva hasta un punto rayano en la histeria. Quiero que lo diga. Que lo diga sin más. Que se deje de rodeos y vaya al grano.

No obstante, él sigue ahí de pie, con la mirada propia de alguien que se ha hartado de la vida.

—Bueno, ¡pues no hay nada que elegir! ¡Nada en absoluto! ¡Jude es mi jefe! ¡No siente el menor interés por mí… ni yo por él!

—En ese caso, está claro que no has visto lo que he visto yo —replica Damen, como si fuera un hecho evidente… un objeto grande y sólido situado justo delante de mis narices.

—Será porque no hay nada que ver. ¿No lo entiendes? ¡Yo solo te veo a ti! —Se me nublan los ojos y me tiemblan las manos. Me siento fatal, tan vacía como si estuviera a punto de exhalar mi último aliento.

Pero, tan pronto como pronuncio esas palabras, Damen vuelve la vista hacia el cuadro. Hace que resplandezca de tal forma que no pueda pasarse por alto. Él lo considera muy importante, pero esa chica es una extraña para mí. Puede que mi alma ocupara una vez su cuerpo, pero ya no lo hace.

Intento decir algo, explicárselo, pero no me salen las palabras. Solo consigo proferir un gemido lastimero que se transfiere de mi mente hasta la suya. Un sonido que significa «por favor» y «no lo hagas»… un sonido sin fin.

—No voy a irme a ninguna parte —afirma, inmune a mis súplicas—. Siempre estaré cerca de ti. Donde pueda percibirte y mantenerte a salvo. Pero en cuanto a lo demás… —Sacude la cabeza y añade con una voz derrotada, aunque decidida a hacerse oír—: Me temo que ya no puedo… Me temo que tendré que…

Pero no dejo que termine. No puedo dejar que termine, así que lo interrumpo gritando:

—Ya experimenté lo que es la vida sin ti cuando regresé al pasado, ¿y sabes una cosa?, ¡el destino me envió de vuelta aquí! —Tengo los ojos llenos de lágrimas, pero no aparto la mirada. Quiero que él lo vea. Quiero que sepa exactamente lo que su supuesto altruismo va a costarme.

—Eso no significa que debas estar conmigo, Ever. Tal vez te enviara de vuelta para que estuvieras con Jude, y ahora que lo has conocido…

—Vale… —Me niego a dejar que termine ese comentario, no cuando hay muchas más pruebas que demuestran que tengo razón—. En ese caso, ¿qué ocurrió aquella vez que mantuviste tu mano cerca de mí y me obligaste a concentrarme en el hormigueo y la calidez? ¿Aquella vez que me dijiste que eso era lo que sienten las almas gemelas? ¿Qué pasa con eso? ¿Acaso no hablabas en serio? ¿Piensas negarlo ahora?

—Ever… —Se frota los ojos—. Ever, yo…

—¿No lo entiendes? —Siento su energía y veo que no ha cambiado ni lo más mínimo, pero continúo de todas formas—: ¿No ves que solo te quiero a ti?

Acerca la mano a mi mejilla y me acaricia con dedos suaves y amorosos… un cruel recordatorio de lo que ya no poseo. Sus pensamientos atraviesan la distancia que separa su cabeza de la mía y me ruegan que lo entienda, que le conceda algún tiempo.

Por favor, no creas que esto es fácil para mí. No tenía ni la menor idea de lo doloroso que es actuar sin tener en cuenta los propios intereses… Tal vez sea por eso por lo que nunca había intentado hacerlo antes. —Sonríe en un intento por suavizar las cosas, pero yo me niego a colaborar. Quiero que se sienta tan mal y tan vacío como yo—. Te robé la posibilidad de volver a ver a tu familia… puse tu propia alma en peligro… —Me mira con los ojos entrecerrados—. Pero tienes que escucharme, Ever, debes entender que ha llegado el momento de que elijas la única cosa que aún puedes elegir… ¡Sin ninguna interferencia por mi parte!

—Ya he elegido —le digo con tono duro, agotada, demasiado cansada para luchar—. Te elijo a ti, y no puedes apartarte. —Sé que mis palabras no sirven de nada. Está empecinado en seguir con su plan—. Vamos, Damen, por favor… Así que conocí a ese tío hace cien años en un país en el que ni siquiera he estado. ¡Menuda cosa! Lo conocí en una vida… pero ¿de cuántas?

Me mira durante unos instantes y luego cierra los ojos.

—No fue solo en una vida, Ever —contesta con un hilo de voz.

La galería se desvanece, aunque Damen mantiene los molinos y los tulipanes mientras hace aparecer todo un mundo ante mí… Varios mundos, en realidad: París, Londres, Nueva Inglaterra… Todos ordenados en fila y situados justo en medio de Amsterdam, donde nos encontramos. Mundos que fueron auténticos en su momento: la arquitectura, las ropas… todo habla de sus distintas épocas, pero son mundos sin habitantes en los que solo aparecen tres personas.

Me veo en ellos con diferentes vestimentas (la de una sirvienta parisina, la de una chica de la alta sociedad londinense, la de la hija de un puritano) y Jude está a mi lado (como un encargado de los establos francés, un conde británico, un feligrés amigo). Tenemos aspectos diferentes, aunque nuestros ojos son los mismos.

Y cuando me concentro en cada época por separado, siempre observo lo mismo, una especie de obra de teatro bien escenificada. Mi interés por Jude se desvanece en el momento en que Damen aparece en escena… tan mágico y fascinante como hoy en día… y utiliza todos los trucos a su alcance para atraerme.

Me quedo de pie, sin aliento, sin saber qué decir. Lo único que sé es que quiero que todo eso desaparezca.

Miro a Damen. Entiendo muy bien por qué se siente como se siente, pero sé que esto no cambia las cosas. Al menos no para mí. No en lo que a mi corazón se refiere.

—Así que ya has tomado una decisión… Está bien. No me gusta, pero lo acepto. Aun así, necesito saber de cuánto tiempo estamos hablando. ¿Un par de días? ¿Una semana? —Sacudo la cabeza—. ¿Cuánto vas a tardar en aceptar el hecho de que, sin importar lo que ocurra, sin importar lo que pienses o digas, sin importar lo injusta que pueda haber parecido la lucha, yo te he elegido a ti? Siempre te he elegido a ti. Para mí, solo existes tú.

—Esto es algo a lo que no puedes ponerle una fecha límite… Tienes que darte tiempo, tiempo para librarte de lo que sientes por mí… Tiempo para seguir adelante…

—El mero hecho de que estés decidido a hacer esto, de que quieras «arreglar» las cosas a pesar de lo que yo pueda decirte, de que hayas inventado este dichoso jueguecito, no significa que puedas imponer todas las reglas. Porque, si de verdad estás dispuesto a dejarme elegir, entonces elijo que dure solo hasta el final de este día.

Sacude la cabeza. Sus ojos parecen algo más animados y, si no me equivoco, también muestran una pizca de alivio.

Y en ese momento lo «sé»… y eso me da un rayo de esperanza que hace que mi corazón remonte el vuelo. Él detesta esto tanto como yo. No soy la única que necesita una fecha límite.

—Hasta finales de año —dice. Su mandíbula tensa me dice que intenta mostrarse noble y galante, pero es ridículo—. Eso debería darte el tiempo que necesitas.

Digo que no con la cabeza, y apenas ha terminado de hablar cuando replico:

—Mañana a más tardar. Estoy segura de que ya habré tomado mi decisión para entonces.

No acepta. Se niega incluso a negociar.

—Ever, por favor… Tenemos toda la vida por delante si eso es lo que decides. Confía en mí, no hay ninguna necesidad de apresurarse.

—A finales de la semana que viene —insisto con la voz tensa, aunque me pregunto cómo podré aguantar hasta entonces.

—Hasta finales de verano —dice, y es su última palabra.

Me quedo delante de él, sin habla. Me doy cuenta de que el verano que había planeado cuando empezamos a salir juntos (los tres meses de risas y alegría bajo el sol de Laguna Beach que me había imaginado) se ha convertido en la estación más solitaria.

Como sé que no hay más que decir, me alejo de él. Paso por alto la mano que me tiende, que indica que quiere que regresemos juntos.

Si está tan decidido a que elija mi propio camino, entonces elijo empezar ahora mismo. Abandono la galería y salgo a la calle para pasearme por Amsterdam, París, Londres y Nueva Inglaterra sin volver la vista atrás ni una sola vez.