Capítulo veintisiete

—¿Cómo piensas entrar? —susurra Romy, que se ha situado a mi lado y contempla la puerta con una expresión de enfado.

—¡Bah! —exclama Rayne—. Para ellos es fácil. Lo único que tienen que hacer es quitar el cerrojo con la mente.

—Es cierto. —Esbozo una sonrisa—. Pero tener la llave tampoco viene mal.

La balanceo delante de ellas y luego la meto en la cerradura. Pongo mucho cuidado en no mirar a Damen, ya que no necesito ver la desaprobación pintada en su cara.

—Así que es aquí donde trabajas… —dice Romy, que se adentra en la tienda y mira a su alrededor. Se mueve con cuidado, con mucha cautela, como si tuviera miedo de meterse en un lío.

Hago un gesto afirmativo con la cabeza y me llevo el dedo índice a los labios (el símbolo internacional para pedir silencio) antes de encabezar la marcha hacia la oficina de la parte de atrás.

—Pero si la tienda está cerrada y somos las únicas personas aquí ¿por qué tenemos que guardar silencio? —pregunta Rayne con una voz tan estridente que está a punto de echar las paredes abajo. Quiere que sepa que, si bien me agradece que esté a punto de enseñarles el Libro de las sombras, ese sentimiento no va más lejos.

Abro la puerta de la oficina y les pido que esperen sentadas dentro mientras Damen y yo mantenemos una charla en el pasillo.

—Esto no me gusta —dice él, con sus ojos oscuros clavados en los míos.

Hago un gesto de asentimiento. Soy muy consciente de eso, pero estoy decidida a mantenerme en mis trece.

—Ever, hablo en serio. No tienes ni la menor idea de lo que estás haciendo. Ese libro es poderoso y, en las manos equivocadas, muy peligroso también.

—Las gemelas están familiarizadas con este tipo de magia —replico—, mucho más que tú y que yo. Ellas no parecen preocupadas, así que no creo que pueda pasar nada malo.

Él me mira. Está claro que se niega a ceder.

—Existen maneras mejores.

Dejo escapar un suspiro. Deseo empezar cuanto antes y me exaspera tener que enfrentarme a esto.

—Te comportas como si fuera a enseñarles conjuros malignos, o a convertirlas en brujas malvadas con verrugas y sombreros negros… Pero, en realidad, solo quiero lo mismo que tú: que esas chicas recuperen su poder. —Protejo mi mente con sumo cuidado para que no pueda escuchar la parte que no he pronunciado en voz alta, la verdadera razón de esta visita: que el día anterior me pasé la mayor parte de mi jornada laboral intentando en vano encontrarle alguna lógica a ese libro… que necesito ayuda si quiero tener alguna esperanza de convencer a Roman para que me entregue el antídoto. Sé que es mejor no contarle eso a Damen. Él no lo aprobaría.

—Existen mejores maneras de hacer esto —insiste con tono paciente aunque firme—. Ya he preparado sus lecciones, y si me dieras tiempo para…

—¿Cuánto tiempo? ¿Unas semanas? ¿Unos meses? ¿Un año? —Niego con la cabeza—. Tal vez no podamos permitirnos el lujo de perder tanto tiempo, ¿se te ha ocurrido pensar en eso?

—¿Hablas de nosotros? —Sus cejas se unen mientras me estudia con la mirada y luego se alzan en una expresión que indica que empieza a comprender.

—Nosotros, ellas… qué más da. —Hago un gesto de indiferencia. Sé que lo mejor es que continúe cuanto antes—: Deja que les enseñe el libro y descubra si es el auténtico. Lo cierto es que ni siquiera sabemos si funciona de verdad; tal vez mi reacción fuera… no sé, puede que fuera desproporcionada. Vamos, Damen, por favor… ¿Qué daño puede hacer?

Por sus ojos, observo que tiene la certeza de que podría hacer mucho daño.

—Solo un vistazo rápido… para comprobar si es el auténtico o no. Luego volvemos a casa de inmediato y empezamos con nuestra lección, ¿vale?

No dice nada. Solo asiente y me indica que entre.

Me dirijo a la silla que hay al otro lado del escritorio, tomo asiento y me inclino hacia el cajón.

—Solo para que lo sepáis —dice Rayne en ese momento-—: lo hemos oído todo. Nuestro sentido del oído es excepcional. Tal vez debáis limitaros a la comunicación telepática.

Tras decidir que es mejor ignorarla, coloco la mano sobre el can dado y cierro los ojos para abrirlo mentalmente. Miro de reojo a Damen antes de empezar a rebuscar en el interior. Levanto la pila de papeles, retiro las carpetas y echo a un lado la calculadora para poder levantar el falso fondo. Saco el libro y lo dejo sobre el escritorio. La energía que irradia me provoca un hormigueo en los dedos y un zumbido en los oídos.

Las gemelas se abalanzan hacia el libro antiguo y lo contemplan con una expresión reverencial que no había visto en ellas hasta ahora.

—Bueno, ¿qué os parece? ¿Es el auténtico? —Me cuesta tanto espirar que no sé ni cómo he conseguido formular las preguntas.

Romy ladea la cabeza con expresión interrogante, hasta que Rayne estira la mano y lo abre por la primera página. En ese instante, ambas ahogan una exclamación y abren los ojos de par en par.

Rayne se encarama al borde del escritorio y coloca el libro de forma que ambas puedan leerlo. Romy se inclina hacia delante y empieza a deslizar los dedos sobre esos extraños símbolos que a mí me resultan indescifrables. Sin embargo, a juzgar por la forma en que las gemelas mueven los labios, está claro que para ellas tienen todo el sentido del mundo.

Miro de soslayo a Damen, que está justo detrás de ellas. Su rostro no muestra ningún tipo de emoción mientras contempla a las ge-nielas, que murmuran, ríen por lo bajo y se dan pequeños codazos entusiasmados mientras pasan las páginas.

—¿Y bien? —pregunto, incapaz de prolongar el suspense. Necesito una confirmación verbal.

—Es auténtico —responde Rayne, que no aparta los ojos de la Pagina—. Fuera quien fuera la persona que compiló este ejemplar, Sabía lo que se hacía.

—¿Quieres decir que hay más de uno? —Las miro con suspicacia, aunque apenas logro atisbar sus ojos bajo la densa cortina formada por sus pestañas y sus flequillos.

—Claro. —Romy hace un gesto afirmativo—. Hay un montón. Libro de las sombras no es más que un nombre genérico que significa «libro de hechizos». Se cree que el nombre deriva del hecho de que había que mantener los ejemplares ocultos, «en las sombras», a causa de su contenido.

—Sí —la interrumpe Rayne—, pero también se dice que se le dio ese nombre porque la mayoría de las veces se leía y se escribía a la luz de las velas, que siempre proyectan sombras, ya sabéis.

Romy se encoge de hombros.

—Todos los ejemplares están escritos en clave para evitar males mayores si cayeran en las manos equivocadas. No obstante, los verdaderamente poderosos, los que son como este —clava en la página su dedo índice, cuya uña ha sido pintada hace poco de un color rosa claro— son muy raros y difíciles de encontrar. Y permanecen ocultos por esa misma razón.

—Entonces, ¿es muy poderoso? ¿Y auténtico? —repito; necesito que me lo confirmen más de una vez.

Rayne me mira y sacude la cabeza, como si me considerara corta de entendederas. Su hermana asiente y dice:

—Se puede «sentir» la energía de las palabras que hay escritas en las páginas. Es bastante poderoso, te lo aseguro.

—En ese caso, ¿creéis que podría ser útil? ¿Creéis que podría ayudarnos… ayudaros a vosotras, quiero decir? —Las miro con la esperanza de que digan que sí, aunque evito con sumo cuidado la mirada de Damen.

—Estamos un poco oxidadas… —señala Romy—, así que no podemos asegurarlo con certeza…

—¡Habla por ti! —exclama Rayne, que empieza a pasar las páginas hacia el principio hasta que encuentra la que quiere. Comienza a leer una serie de palabras (que yo ni siquiera entiendo) como si estuvieran escritas en su lengua nativa—. ¿Habéis visto eso? —Mueve la mano en el aire y se echa a reír cuando las luces parpadean y se apagan—. Yo no diría que eso es estar oxidada…

—Ya, pero como se suponía que debían estallar en llamas, me parece que todavía te falta mucho para estar en plena forma —replica Romy, que se cruza de brazos y frunce el ceño.

—¿Estallar en llamas? —Miro de reojo a Damen. El tenía razón: este libro es peligroso en las manos equivocadas… en manos de las gemelas, por ejemplo.

Romy y Rayne estallan en carcajadas.

—¡Vaya poderes psíquicos! ¡Te hemos engañado! ¡Ja! —exclaman al mismo tiempo.

—Eres demasiado ingenua, ¡te lo crees todo! —añade Rayne, ue aprovecha cualquier oportunidad para hacerme quedar como una tupida.

—Y vosotras habéis visto demasiada televisión —replico al tiempo que cierro el libro con fuerza y lo alejo de ellas.

—¡Espera! ¡No puedes llevártelo! ¡Lo necesitamos! —Dos pares de manos se agitan frenéticas en mi dirección.

~—No es mío, así que no podemos llevárnoslo a casa —digo. Sosegó el libro en alto para mantenerlo fuera de su alcance.

Pero ¿cómo vamos a recuperar nuestra magia si no nos lo dejas? —Romy empieza a hacer pucheros.

—¡Eso! —exclama Rayne—. Primero haces que abandonemos Summerland y ahora… —Se calla solo porque Damen ha levantado una mano para silenciarlas.

—Creo que es mejor que te lleves eso —dice mirándome a los ojos con la mandíbula apretada—. Ahora —añade con apremio.

Al principio tengo la impresión de que está mucho más enfadado de lo que yo pensaba; me parece que ya ha tomado una decisión y que por eso insiste en que me ciña a nuestro trato. Pero luego sigo su mirada hasta el monitor y descubro que una oscura figura borrosa acaba de entrar en la tienda.