Capítulo veintitrés

Lo sigo por la cocina hasta el garaje. Me pregunto adonde piensa llevarme, ya que, de haber querido dar un bonito paseo por Summerland, podría haberlo hecho desde el sofá.

—¿Qué pasa con las gemelas? —susurro—. ¿Y si se despiertan y descubren que no estamos aquí?

Damen hace un gesto desdeñoso y me guía hasta su coche antes de echar un vistazo por encima del hombro.

—No te preocupes, duermen como troncos. Además, tengo la impresión de que seguirán así durante un buen rato.

—Y tú no tienes nada que ver con eso, ¿verdad? —pregunto al recordar la vez que hizo que se durmiera todo el instituto (incluyendo a los administradores y a los profesores). Aún no sé muy bien cómo lo consiguió.

Se ríe y abre mi puerta antes de indicarme que entre. Sin embargo, sacudo la cabeza y me quedo donde estoy. No pienso subirme en el mamamóvil… la personificación de la rutina en la que hemos caído.

Damen me mira durante unos instantes y, tras sacudir la cabeza, cierra los ojos y frunce el ceño para manifestar un deslumbrante Lamborghini rojo. Igual que el que conduje el otro día.

Vuelvo a negar con la cabeza, ya que no necesito una nueva marca de diversión cuando la antigua todavía me sirve. Así pues, cierro los ojos y lo hago desaparecer para sustituirlo por una réplica exacta del brillante BMW negro que él solía conducir.

—Me doy por enterado. —Esboza una sonrisa picara al tiempo que me invita a entrar.

Y un instante después salimos a toda velocidad hacia la calle. Aminora lo justo para que se abra la puerta de la verja, pero después gira hacia la autopista de la costa a una velocidad de vértigo.

Sigue la autopista, enciende el equipo estéreo y se echa a reír sorprendido cuando empiezan a sonar los Beatles.

¿White Álbum? —Me mira de reojo mientras conduce por la carretera como una exhalación.

—Lo que haga falta para subirte de nuevo a este coche. —Sonrío, ya que he escuchado (y muchas veces) la historia del tiempo que pasó en la India aprendiendo meditación trascendental junto al grupo, justo en la época en que Paul y John escribieron la mayoría de esas canciones—. De hecho, si lo he manifestado de la manera correcta, este equipo no reproducirá otra cosa que a los Beatles de ahora en adelante.

—¿Cómo quieres que me adapte al siglo XXI si te empeñas en mantenerme arraigado al pasado? —inquiere con una carcajada.

—La verdad es que en cierto modo espero que no te adaptes —murmuro mientras contemplo la masa informe de luces y oscuridad a través de la ventana—. Los cambios está sobrevalorados… o al menos los cambios más recientes. Bueno, ¿qué te parece? ¿No es un coche estupendo? ¿Podemos deshacernos de ese horrible y gigantesco mamamóvil?

Me giro hacia él y lo observo mientras sale de la autopista. Realiza unos cuantos giros bruscos antes de detenerse en una colina con mucha pendiente, delante de una escultura que hay frente a un enorme edificio de ladrillo arenisco.

—¿Qué es esto? —Por el aspecto, sé que estamos en algún lugar de Los Ángeles, pero no tengo claro dónde.

—Estamos en The Getty. —Sonríe, pone el freno de mano y sale para abrirme la puerta—. ¿Has estado aquí alguna vez?

Niego con un gesto y evito su mirada. Un museo de arte es casi el último lugar al que esperaba (o deseaba) ir.

—Pero… ¿no está cerrado? —Echo un vistazo a mi alrededor. Me da la sensación de que, aparte de los guardias armados que a buen seguro vigilan el interior, somos las únicas personas en los alrededores.

—¿Cerrado? —Niega con la cabeza—. ¿Crees que voy a permitir que algo tan mundano como eso nos detenga? —Me rodea con los brazos y me conduce hasta las escaleras de piedra. Coloca los labios sobre mi oreja antes de decir—: Sé que un museo de arte no habría sido tu primera elección, pero, confía en mí, estoy a punto de demostrar algo muy importante. Algo que, a juzgar por lo que me has dicho antes, es necesario ilustrar.

—¿Qué quieres demostrar? ¿Que sabes mucho más sobre arte que yo?

Se detiene en seco.

—Voy a demostrar que el mundo es en realidad nuestra fortaleza, nuestro campo de juegos… lo que queramos que sea —contesta con expresión seria—. No tendrás que volver a aburrirte o caer en la rutina una vez que comprendas que ya no rigen las reglas normales… al menos no para nosotros. Podemos hacer lo que nos dé la gana, Ever. Cualquier cosa. Abierto, cerrado, bienvenido, indeseado… Nada de eso importa, porque hacemos lo que queremos… y cuando queremos. No hay nada ni nadie que pueda detenernos.

Eso no es del todo cierto, pienso al recordar lo único que no hemos sido capaces de hacer en los últimos cuatrocientos años, algo que, por supuesto, es lo único que realmente quiero que hagamos.

Damen sonríe y me da un beso en la frente antes de cogerme de la mano para guiarme hacia las puertas.

—Además —me dice—, hay una exposición que me muero por ver y, como ahora no hay gente, no tardaremos mucho. Te prometo que después iremos adonde tú quieras.

Contemplo esas imponentes puertas aseguradas con los más avanzados sistemas de alarma de alta tecnología, que probablemente están conectados a otros sistemas de alarma de alta tecnología, que a su vez informarán a guardias armados con metralletas ansiosos por apretar el gatillo. Mierda, seguro que hay una cámara oculta que nos está siguiendo en este preciso momento, y un guarda cabreado escondido en algún lugar del interior, listo para apretar el botón del pánico que hay bajo su escritorio.

—¿De verdad vas a intentar entrar? —pregunto con voz ahogada. Me sudan las palmas de las manos, el corazón me late desbocado en el pecho… Tengo la esperanza de que esté de broma, aunque resulta obvio que no es así.

—No —susurra al tiempo que cierra los ojos y me insta a hacer 1° mismo—. No voy a intentarlo, voy a hacerlo. Y, si no te importa, Sería de gran ayuda que tú también cerraras los ojos e imitaras todos mis movimientos. —Se inclina para acercarse a mí y coloca sus labios junto a mi oreja para añadir—: Te prometo que nadie resultará herido, atrapado o encarcelado. De verdad. Te doy mi palabra.

Lo miro fijamente mientras me aseguro que alguien que ha vivido seiscientos años debe de haber salido de un montón de aprietos. Luego respiro hondo y me pongo manos a la obra. Imito la serie de pasos que hay en su mente hasta que las puertas se abren, los sensores se desconectan y los guardias se sumen en un sueño largo y profundo. O al menos espero que sea largo y profundo… Largo y profundo sería lo mejor.

—¿Preparada? —Esboza una sonrisa.

Titubeo. Me tiemblan las manos y mis ojos se mueven hacia todos lados. De pronto empiezo a pensar que esa rutina en la que hemos caído es bastante agradable. Luego trago saliva con fuerza y me adentro en el edificio. Me encojo por dentro cuando las suelas de goma de mis zapatos contactan con el suelo pulido de piedra y emiten el chirrido más agudo, estridente y atronador que uno pueda imaginarse.

—¿Qué te parece? —inquiere Damen. Tiene una expresión impaciente, entusiasmada; está claro que espera que yo lo esté pasando tan bien como él—. Pensé en llevarte a Summerland, pero luego supuse que eso era justo lo que esperabas. De modo que decidí mostrarte la magia que existe aquí, en el plano terrestre.

Asiento, aunque no estoy ni de lejos tan entusiasmada como él. No obstante, decido ocultar ese hecho.

Estudio la sala gigantesca con techos altos, ventanas de cristal y una plétora de vestíbulos y corredores. Seguro que durante el día todo eso hace que el lugar resulte luminoso y acogedor, pero de no-che parece bastante aterrador.

—Este sitio es enorme. ¿Has estado aquí antes?

Damen hace un gesto afirmativo mientras se dirige al mostrador de información que hay en la parte central.

—Una vez. Justo antes de que abriera oficialmente. Y aunque sé que tiene un montón de obras importantes que ver, hay una exposición en particular en la que estoy muy interesado.

Coge una guía de visitas del estante y presiona la palma contra la cubierta frontal hasta que el lugar que busca aparece en su cabeza. Luego vuelve a dejarla en su lugar y empieza a guiarme a través de una serie de pasillos y tramos de escalera. El camino solo está iluminado por la hilera de luces de seguridad y el tenue resplandor de la luna, que se cuela a través de las ventanas.

—¿Es esto? —pregunto cuando se detiene frente a un luminoso cuadro llamado La virgen en el trono con san Mateo y lo contempla con el cuerpo rígido y una expresión de pura adoración.

Asiente, incapaz de hablar mientras lo absorbe todo. Se esfuerza por recuperar la compostura antes de girarse hacia mí.

—He viajado un montón. He vivido en muchísimos lugares… Cuando por fin dejé Italia hace unos cuatro siglos, juré que nunca regresaría. El Renacimiento había acabado, y mi vida… bueno… estaba más que dispuesto a pasar página. Poco después oí hablar de esta nueva escuela de pintores, la de la familia Carracci de Bolonia, que había aprendido su oficio de los grandes maestros, entre los que se contaba mi querido amigo Rafael. Iniciaron una nueva forma de pintura e influyeron sobre la siguiente generación de artistas. —Señala el cuadro que hay delante de nosotros. Su rostro refleja admiración mientras sacude la cabeza—. Mira qué suavidad… ¡Qué texturas! La intensidad del color y la luz… Es… —Vuelve a negar con la cabeza—. ¡Es brillante! —exclama con la voz teñida de veneración.

Me fijo primero en la pintura y después en él. Desearía poder verlo de la misma manera. Me encantaría poder contemplar un auténtico icono de belleza, un artículo glorioso, una especie de milagro… y no solo la exquisita obra de arte de valor incalculable que cuelga ante mí.

Me lleva hasta el siguiente cuadro. Nuestras manos permanecen unidas mientras admiramos la pintura de San Sebastián, cuyo pobre cuerpo pálido está cuajado de flechas. Parece tan real que se me hace un nudo en el estómago.

Y es entonces cuando lo entiendo. Por primera vez en mi vida puedo ver lo que ve Damen. Al fin entiendo que el verdadero objetivo de toda obra de arte es apropiarse de una experiencia aislada, pero no para acapararla o interpretarla, sino para compartirla con todo aquel que la contempla.

—Debes de sentirte tan… —Sacudo la cabeza y aprieto los labios mientras busco la palabra adecuada—. No sé… Tan «poderoso», supongo. Ser capaz de crear algo tan hermoso como esto… —Sé que él podría realizar sin problemas obras tan bellas y significativas como las que se hallan expuestas aquí.

Sin embargo, Damen se encoge de hombros y se dirige a la siguiente.

—Hace muchos años que no pinto… si no tenemos en cuenta los trabajos de la clase de arte del instituto. Imagino que ahora soy más un «observador» que un creador.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué le diste la espalda a un don como ese? Porque es un don, ¿verdad? No puede ser algo que otorga la inmortalidad, porque ya sabemos lo que ocurre cuando yo intento pintar algo.

Sonríe y me guía a través de la estancia antes de detenerse frente una magnífica obra llamada José con la mujer de Putifar. Examina con la mirada cada centímetro del lienzo antes de decir:

—Si te soy sincero, la palabra «poderoso» no se acerca a describir lo que siento cuando tengo un pincel en la mano, un lienzo en blanco ante mí y una paleta llena de pintura a mi lado. Durante seiscientos años he sido invencible gracias al elixir que buscan todos los hombres… —Se interrumpe—. Y, sin embargo, nada puede rivalizar con la increíble sensación que trae consigo la creación. No hay nada comparable a la euforia que proporciona dar vida a algo que sabes que está destinado a ser grande en cualquier época. —Se gira hacia mí y extiende la mano para cubrirme la mejilla—. O al menos, eso es lo que creía hasta que te vi. Porque aquella primera vez… —Se queda mirándome fijamente a los ojos—. Jamás habrá nada en el mundo como ese primer instante en el que vislumbré nuestro amor.

—No dejarías de pintar por mí… ¿verdad? —Contengo el aliento, esperando no haber sido la causa de su muerte artística.

Hace un gesto negativo y vuelve a contemplar la pintura que tiene delante mientras sus pensamientos viajan a una época muy lejana.

—No tuvo nada que ver contigo. Fue solo que… bueno, en cierto momento comprendí la realidad de mi situación.

Lo miro con los ojos entrecerrados. No sé qué quiere decir ni adonde pretende llegar.

—Una realidad cruel que probablemente debería haber compartido contigo antes. —Suspira y se gira hacia mí de nuevo.

El miedo me provoca un nudo en el estómago.

—¿De qué estás hablando? —pregunto, aunque en realidad no sé si quiero saber la respuesta.

La expresión de sus ojos denota claramente lo mucho que le cuesta pronunciar las palabras.

—La realidad de vivir para siempre —dice con una mirada triste y oscura—. Una realidad que parece amplia, infinita y poderosa, sin límites a la vista… hasta que comprendes la verdad que se oculta tras todo eso… lo que supone ver cómo tus amigos se marchitan y mueren mientras tú sigues igual. Solo que tú estás obligado a contemplarlo desde la distancia, porque una vez que la desigualdad resulta obvia, no tienes más remedio que cambiar de vida, trasladarte a otro lugar y empezar de nuevo. Una vez. Y otra. Y otra… —Sacude la cabeza—. Eso hace que resulte imposible forjar auténticos vínculos. Y lo más irónico es que, a pesar de nuestro acceso ilimitado a montones de poderes y de magia, debemos evitar a toda costa la tentación de causar un gran impacto o de originar un auténtico cambio. Es la única forma de permanecer oculto y mantener nuestro secreto a salvo.

—Porque… —lo presiono. Deseo que deje de ser tan críptico y vaya al grano. Me pone de los nervios cuando empieza a hablar así.

—Porque… atraer esa clase de atención garantiza que tu nombre y tu aspecto queden registrados en la historia, algo que debemos evitar a toda costa. Porque… aunque todo el mundo a tu alrededor envejecerá y morirá (Haven, Miles, Sabine, y sí, también Stacia, Honor y Craig), tú y yo seguiremos exactamente igual, sin cambios de ningún tipo. Y, créeme, no suele pasar mucho tiempo antes de que la gente empiece a notar que no has cambiado un ápice desde el día en que te conoció. No podemos correr el riesgo de que una Haven septuagenaria nos reconozca dentro de cincuenta años. No podemos arriesgarnos a que se descubra nuestro secreto.

Me sujeta las muñecas y me mira con tal intensidad que llego a sentir el peso de sus seiscientos años. Y, como siempre que se siente tan agobiado, mi único deseo es lograr que deje de estarlo.

—¿Te imaginas lo que ocurriría si Sabine, Haven o Miles descubrieran lo que somos? ¿Te imaginas lo que pensarían, lo que dirían o harían? Esa es la razón por la que las personas como Roman o Drina son tan peligrosas: hacen gala de lo que son e ignoran por completo el orden natural de las cosas. No te equivoques, Ever, el ciclo de la vida existe por una razón. Y aunque tal vez me mofara de eso cuando era joven y sentía que estaba por encima de todo, ya no es así. Además, al final no tiene sentido luchar contra ello. Tanto si te reencarnas, como nuestros amigos, como si permaneces igual, como nosotros, el karma siempre te atrapa. Y ahora que he experimentado lo que es estar en Shadowland, estoy incluso más convencido de que el único camino es aceptar la vida tal y como la naturaleza pretende que sea.

—Pero… si lo que dices es cierto… entonces, ¿dónde nos deja eso? —pregunto. Un escalofrío me corre la piel a pesar del calor de sus manos—. Vamos a ver… Si te he entendido bien, deberíamos pasar desapercibidos y vivir solo para nosotros en lugar de utilizar nuestros increíbles poderes para realizar cambios importantes… No lo entiendo. ¿Cómo es posible que el karma mejore cuando alguien no utiliza sus dones para ayudar a los demás? En especial si se utilizan de forma anónima. —Pienso en Haven y en mi esperanza de poder ayudarla.

Pero antes de que pueda terminar, Damen empieza a mover la cabeza de un lado a otro.

—¿Quieres saber dónde nos deja eso? Pues justo donde estamos. —Me mira a los ojos y encoge los hombros—. Juntos. Para toda la eternidad. Siempre que seamos muy, muy cuidadosos y sigamos llevando nuestros amuletos, claro está… En lo que se refiere a utilizar nuestros poderes… Bueno, me temo que se trata de algo mucho más complicado que una mera corrección de errores. Aunque puede que nosotros juzguemos las cosas como malas o buenas, el karma no lo hace. Es una simple cuestión de equilibrio, nada más y nada menos. Y si estás decidida a solucionar cualquier situación que «tú» consideras mala, o difícil o desagradable por alguna razón, privarás a la persona de su oportunidad de rectificarla por sí misma, la posibilidad de aprender de ella o incluso de mejorar como ser humano. Todas las cosas, sin importar lo dolorosas que sean, ocurren por alguna razón. Una razón que tal vez no seas capaz de ver en un principio, no sin conocer la historia completa de la vida de una persona… su pasado. Intervenir e interferir, por buena que sea la intención, sería lo mismo que privarles del viaje… y eso es mejor evitarlo.

—Está bien, deja que me aclare. —Mi voz tiene un matiz cortante que no me molesto en ocultar—. Haven viene a verme y me dice: «Mi gata se está muriendo». Y aunque estoy bastante segura de que puedo solucionar ese problema, no lo hago porque tendría como consecuencias un montón de preguntas que no podría responder y muchas sospechas indeseadas. Vale, eso lo entiendo. No me gusta pero lo entiendo. Pero cuando ella me dice «Puede que mis padres se divorcien, es posible que me traslade, y siento que mi mundo se desmorona», en realidad no tiene ni idea de que soy capaz de ayudarla o de «evitar» alguna de esas cosas mediante… no sé, una especie de truco. —Encojo los hombros. A estas alturas, me hierve la sangre a causa de la frustración—. De cualquier forma, la cuestión a la que quiero llegar es la siguiente: lo que dices es que si a nuestra mejor amiga le sucede algo así no podemos ayudarla, ¿verdad? Porque eso, según tú, interferiría en su viaje, en su karma o en lo que sea… ¿Es eso lo que me estás diciendo? Bueno, pues entonces explícame cómo es posible que mi karma mejore si solo puedo hacer cosas que me beneficien a mí.

—Te aconsejo que no te metas en eso —dice antes de girarse hacia la pintura y darme la espalda—. Los padres de Haven seguirán peleándose sin importar lo que hagas, y si por algún milagro cancelaras la hipoteca de su casa pensando que así podrías salvar a nuestra amiga… —Me echa un vistazo por encima del hombro con expresión penetrante, ya que intuye que es eso lo que quiero hacer—. Bueno, lo más probable es que acabaran vendiéndola para poder repartirse los beneficios y se mudaran de todas maneras. —Suspira. Su voz se suaviza cuando añade—: Lo siento, Ever. No quiero parecer un viejo cansado de la vida, pero tal vez lo sea. He visto muchas cosas y he cometido muchos errores… No te haces una idea de lo que me ha costado aprender todo esto. Pero es cierto que hay un momento para cada cosa… como suele decirse. Y aunque quizá nuestro momento Sea eterno, jamás podremos revelar nuestro secreto.

—Sin embargo, ¿cuántos artistas famosos pintaron tu retrato? ¿Cuántos regalos recibiste de María Antonieta? —Niego con la cabeza—. ¡Estoy segura de que esos retratos han sobrevivido! ¡Estoy segura de que alguien llevaba un registro histórico y puso tu nombre en él! ¿Y la época en la que trabajaste como modelo en Nueva York? ¿Qué pasa con eso?

—No niego nada de eso. —Encoge los hombros—. Era vanidoso, egoísta, un narcisista de manual… y te aseguro que lo pasé muy bien. —Se echa a reír, transformándose de nuevo en el Damen al que conozco y quiero, en el Damen sexy y divertido, muy diferente a este agorero que tengo delante—. Pero debes entender que esos retratos fueron encargados en privado, ya que incluso entonces sabía que no debía permitir que se expusieran al público. Y en cuanto a lo del trabajo como modelo, solo fueron unas cuantas fotos para una campaña de corta duración. Dimití al día siguiente.

—Bien, ¿y por qué dejaste de pintar? A mí me parece una manera estupenda de dejar constancia de una vida anormalmente larga. —Empieza a darme vueltas la cabeza con todo esto.

Damen asiente.

—El problema fue que mis trabajos se estaban volviendo muy conocidos. Estaba encumbrado y, créeme, me encumbraba en mi encumbramiento. —Suelta una carcajada—. Pintaba como un loco. Estaba obsesionado, y no me interesaba ninguna otra cosa. Acumulé una enorme colección que atrajo demasiada atención sobre mí antes de que comprendiera cuáles eran los riesgos, y luego…

Lo miro y siento que se me rompe el corazón al «ver» la imagen que aparece en su mente.

—Y luego se produjo un incendio —susurro mientras contemplo la violencia de las llamas anaranjadas que se alzan hacia la oscuridad del cielo.

—Todo quedó destruido. —Inclina la cabeza—. Incluido yo.. • ^ menos en apariencia.

Contengo la respiración mientras lo miro a los ojos sin saber qué decir.

—Y antes incluso de que lograran extinguir las llamas, me marché. Viajé por toda Europa, deambulé de un lugar a otro como si fuera un nómada, un gitano, un vagabundo. Incluso llegué a cambiar de nombre unas cuantas veces, hasta que pasó el tiempo suficiente y la gente empezó a olvidar. Al final me instalé en París, donde, como ya sabes, nos conocimos por primera vez… y, bueno, ya conoces el resto. Pero, Ever… —Me sostiene la mirada. Desearía que no lo dijera, pero Damen cree que es necesario pronunciar esas palabras aunque yo ya las haya intuido, así que añade—: Y todo esto viene a decir que en cierto momento… dentro de poco… tú y yo tendremos que mudarnos.

Apenas puedo creer que no hubiera pensado en ello antes. Porque lo cierto es que resulta demasiado obvio esconderse a plena vista. Y, pese a todo, he conseguido pasarlo por alto de algún modo, mirar hacia otro lado, fingir que en mi caso sería diferente. Y eso demuestra el poder que tiene la negación.

—Lo más seguro es que no envejezcas mucho más —continúa mientras me acaricia la mejilla con la mano—. Y te aseguro que nuestros amigos no tardarán mucho en empezar a notarlo.

—Por favor… —Sonrío, desesperada por darle algo de luz a este espacio oscuro y siniestro—. ¿Debo recordarte que vivimos en Orange County? ¡En este lugar la cirugía plástica es casi la norma! Aquí nadie envejece. En serio. Nadie. Por Dios… ¡Podríamos seguir aquí durante los próximos cien años! —Suelto una carcajada, pero cuando vuelvo la vista a Damen y veo la expresión de sus ojos, queda claro que la realidad de la situación supera mi pequeña broma.

Me dirijo al banco que hay en la parte central de la sala y me dejo caer sobre él antes de enterrar la cara en las manos.

—¿Qué voy a decirle a Sabine? —susurro. Damen se sienta a mi lado y me cubre los hombros con el brazo en un intento por aplacar mis miedos—. No puedo fingir mi propia muerte. Todo ese rollo de la criminología está muchísimo más avanzado que en tu época.

—Lidiaremos con eso cuando llegue el momento —replica—. Lo siento, debería haberte hablado de esto antes.

Sin embargo, cuando lo miro a los ojos comprendo que habría dado lo mismo. No habría supuesto ninguna diferencia. Recuerdo el día en que me planteó por primera vez la idea de la inmortalidad, lo cuidadoso que fue a la hora de explicarme que jamás cruzaría el puente, que nunca volvería a estar con mi familia. Y, a pesar de todo, me lancé de cabeza. Aparté ese pensamiento de mi camino sin más. Supuse que encontraría algún tipo de vía de escape, que descubriría una forma de solucionar eso… Me habría convencido a mí misma de cualquier cosa si eso significaba estar con él para toda la eternidad. Y las cosas no han cambiado.

Y aunque no tengo ni idea de lo que le diré a Sabine, o cómo les explicaré nuestra súbita deserción a nuestros amigos, debo admitir que lo único que quiero es estar con él. Solo así me sentiré completa.

—Disfrutaremos de una buena vida, Ever, eso te lo prometo. Jamás te faltará de nada, y nunca volverás a aburrirte. No después de comprender las gloriosas posibilidades que hay a nuestra disposición. Sin embargo, todas nuestras conexiones con la vida exterior serán extremadamente cortas. No hay ninguna forma de evitarlo, ninguna «vía de escape», como tú lo llamas. Es una realidad, pura y simple.

Respiro hondo y asiento. Recuerdo el día en que lo conocí y lo que dijo sobre que se le daban mal las despedidas.

Damen sonríe y responde a mis pensamientos:

—Lo sé. Creíste que sería más fácil, ¿verdad? Pues nunca lo es. Por lo general resulta más sencillo desaparecer sin más y evitarlos a todos.

—Tal vez resulte más fácil para ti, pero no creo que sea así para las personas a quienes dejas atrás.

Hace un gesto afirmativo con la cabeza y se levanta del banco antes de tirar de mí.

—Soy un hombre vano y egoísta… ¿Qué más puedo decir?

—No pretendía insinuar eso… —Sacudo la cabeza—. Solo…

—Por favor… —Me mira a los ojos—. No tienes por qué defenderme. Sé lo que soy… o, al menos, lo que solía ser.

Me aleja de los cuadros que hemos venido a ver. Pero no estoy dispuesta a irme. Todavía no. Cualquiera que haya renunciado a semejante pasión, que se haya alejado de ella sin más como hizo él, se merece una segunda oportunidad.

Suelto su mano y, antes de que pueda impedírmelo, cierro los ojos con fuerza para manifestar un lienzo enorme, una amplia colección de pinceles, una paleta de pinturas y todo lo que podría necesitar.

—¿Qué es esto? —Contempla el caballete.

—Vaya… Sí que tiene que haber pasado mucho tiempo si ya no reconoces las herramientas del oficio. —Esbozo una sonrisa.

Damen me mira con una expresión intensa y firme, pero yo la enfrento con la misma fuerza.

—Creí que te gustaría pintar al lado de tus amigos. —Me encojo ^e hombros mientras observo cómo coge el pincel de la mesa y lo gira sobre la palma de su mano—. Has dicho que podíamos hacer lo que nos diera la gana, ¿no? ¿Recuerdas lo de que las reglas normales no pueden aplicarse a nosotros? ¿Esta excursión no era para demostrar precisamente eso?

Me mira con expresión cauta, aunque flexible.

—Pues, si ese es el caso, creo que deberías pintar algo aquí. Crear algo hermoso, grandioso, imperecedero… lo que quieras. Y en cuanto lo termines, lo colgaremos entre los de tus colegas. Sin firmar, por supuesto.

—Te aseguro que ya no necesito que se reconozca mi obra. —Sus ojos rebosan de entusiasmo.

—Genial. —Señalo el lienzo en blanco con la cabeza—. En ese caso espero ver una obra de un genio inspirado sin rastro de ego. —Apoyo la mano en su hombro y le doy un leve empujón antes de agregar—: Aunque te aconsejo que empieces ya. A diferencia de nosotros, la noche tiene los minutos contados.