Miro el monitor para asegurarme de que Jude se ha marchado y luego me siento frente al escritorio para estudiar el montón de cristales. Sé que el libro no es suficiente: es necesario manejarlos para comprenderlos. Sin embargo, cuando extiendo la mano hacia una gran piedra roja con vetas amarillas, me doy un golpe en la rodilla con uno de los lados de la mesa y siento un hormigueo cálido por todo el cuerpo: una señal inequívoca de que hay algo que requiere mi atención.
Echo la silla hacia atrás y me agacho para mirar debajo del escritorio. La sensación aumenta cuanto más me inclino. Sigo la causa del hormigueo hasta que resbalo del asiento y caigo al suelo. Busco a lentas y siento una quemazón insoportable en la yema de los dedos en el momento en que toco la parte baja del cajón izquierdo.
Me siento sobre los talones y observo un viejo candado de metal… el tipo de objeto diseñado para conseguir que la gente honrada siga siendo honrada, y para disuadir a aquellos que, a diferencia de mí, no saben manipular la energía. Cierro los ojos para abrir el cajón con la mente y compruebo que dentro no hay más que un montón de carpetas de esas que se cuelgan (y que ya no están colgadas), una vieja calculadora y una pila de antiguos recibos amarillentos. Estoy a punto de cerrarlo de nuevo cuando percibo que tiene un falso fondo.
Retiro los papeles para poder levantarlo y dejo al descubierto un libro viejo y gastado con cubiertas de cuero que tiene las páginas arrugadas y desgastadas, como los antiguos pergaminos. En la cubierta delantera puede leerse: Libro de las sombras. Lo coloco en el escritorio delante de mí y me siento para observarlo. Me pregunto por qué se habrán tomado tantas molestias para esconder este libro… y de quién querrían esconderlo.
¿Es Lina quien se lo oculta a Jude?
¿O es al revés?
Puesto que solo hay una manera de averiguarlo, cierro los ojos y coloco las palmas sobre la cubierta delantera para poder «leerlo» como acostumbro a hacerlo. Sin embargo, lo que siento es una corriente de energía tan intensa, tan frenética y caótica, que casi hace crujir mis huesos.
Salgo despedida hacia atrás, y la silla choca contra la pared con tanta fuerza que deja una buena marca. Los vestigios de las imágenes que contiene aún parpadean en mi retina, pero ahora entiendo muy bien por qué estaba escondido: es un libro de brujería y hechizos. De conjuros y adivinaciones. Contiene un poder tan grande que resultaría absolutamente catastrófico en las manos equivocadas.
Observo la portada mientras trato de calmarme y normalizar mi respiración para intentar echarle un nuevo vistazo. Siento un hormigueo en los dedos con solo tocar el borde de las páginas, y la letra cursiva es tan pequeña que resulta casi imposible descifrarla. La gran mayoría de las páginas están escritas con símbolos que me recuerdan a los que utilizaba el padre de Damen en sus diarios alquímicos… unos diarios que estaban escritos en clave para proteger los secretos que guardaban.
Echo una ojeada a las páginas centrales y me fijo en un boceto elegante y detallado de un grupo de gente que baila bajo la luna llena, seguido por otros que muestran a personas de aspecto similar realizando complejos rituales. Mis dedos flotan sobre el papel viejo y arrugado, y de repente tengo la certeza, la seguridad más absoluta, de que esto no ha sido ningún error. Mi destino era encontrar este libro.
Roman hipnotizó a mis compañeros de clase y los controló a todos con su hechizo, así que lo único que tengo que hacer es hallar el conjuro correcto para conseguir que me revele la información que necesito…
Paso la página, ansiosa por dar de una vez con lo que busco, pero justo en ese momento suena la campanilla de la puerta, así que miro el monitor para cerciorarme. No estoy dispuesta a moverme hasta asegurarme de que el cliente no va a marcharse enseguida. Contemplo a la pequeña y delgada figura femenina que se mueve por la estancia en blanco y negro… Mira con nerviosismo por encima del hombro, como si esperara encontrar a alguien. Y justo cuando empiezo a albergar esperanzas de que se largue, se acerca al mostrador, coloca las manos sobre el cristal y aguarda con expresión paciente.
Genial, pienso mientras me alejo del escritorio. Justo lo que necesitaba: una dienta.
—¡¿Puedo ayudarla en algo?! —grito antes de doblar la esquina Y descubrir que se trata de Honor.
Al verme, ahoga una exclamación y abre los ojos de par en par. Es casi como si estuviera… ¿asustada? Nos miramos con perplejidad, calibrando cómo superar este momento.
—Vaya… ¿Necesitas algo? —Mi voz suena mucho más segura de lo que me siento, como si controlara la situación. Mientras me fijo en su largo cabello oscuro y en cómo brillan sus recientes mechas cobrizas bajo la luz, me doy cuenta de que hasta ahora nunca la había visto sola. Ni una vez nos hemos cruzado a solas, sin Stacia o Craig.
Mi mente regresa al libro que se encuentra en la oficina de atrás, al libro que he dejado sobre el escritorio, al libro que necesito estudiar cuanto antes. Espero que, sea lo que sea lo que quiera Honor, pueda atenderla de una forma sencilla y rápida.
—Quizá me he equivocado de lugar. —Se encorva hacia delante y empieza a juguetear con un anillo plateado mientras sus mejillas adquieren un tono rosa inconfundible—. Creo que… —Traga saliva y echa un vistazo a la puerta antes de señalarla con torpeza—. Creo que me he equivocado, así que… será mejor que me vaya…
Observo cómo se da la vuelta y su aura adquiere un trémulo color gris mientras se dirige a la puerta. Y aunque no quiero hacerlo, aunque necesito volver junto a un libro que tiene el potencial de cambiar mi vida y solucionar mis problemas, le digo:
—No te has equivocado. —Honor se detiene con los hombros encogidos. Parece pequeña y desvalida sin la ayuda de la abusona de su amiga—. En serio —añado—. Querías venir aquí. ¿Y quién sabe? Tal vez pueda ayudarte.
Ella respira hondo y se queda callada durante tanto rato que me da la impresión de que se va a largar sin más. Pero justo cuando es toy a punto de decir algo, vuelve a girarse.
—Es ese chico… —Se tira del dobladillo de los pantalones cortos y me mira.
—Jude. —Percibo la respuesta sin necesidad de leerle el pensamiento o de tocar su piel. Solo tengo que vilumbrar sus ojos.
—Sí… bueno, supongo que sí. De cualquier forma… eh… —Sacude la cabeza y empieza de nuevo—. Bueno, me preguntaba si estaría aquí. Me dio esto. —Se saca un trozo de papel arrugado del bolsillo y lo extiende sobre el cristal, donde intenta alisar los pliegues antes de alzar la vista.
—No está aquí —murmuro mientras le echo un vistazo al folleto que anuncia la Clase de Desarrollo Psíquico de Nivel 1. Está claro que Jude no ha perdido el tiempo—. ¿Quieres dejarle un mensaje? ¿O apuntarte a las clases? —La estudio con detenimiento. Jamás la había visto tan tímida e incómoda (no para de darle vueltas al anillo, desvía la mirada y se rasca las rodillas) y sé que es por mí.
Encoge los hombros y dirige su atención hacia el mostrador, como si se sintiera fascinada por las joyas que contiene.
—No… eh… no le digas nada. Me pasaré en otro momento. —Respira hondo y se endereza en un intento por recuperar parte de la aversión habitual que guarda, pero fracasa miserablemente.
Y a pesar de que una parte de mí desea tranquilizarla, calmarla, convencerla de que en realidad no hay razón para actuar de esa macera… no lo hago. Me limito a observar cómo se marcha y a asegurarme de que la puerta se cierra antes de dirigirme hacia la oficina. Antes de volver con el libro que me aguarda.