Capítulo veinte

Después de comer, me dirijo a Mystics & Moonbeams. Estoy impaciente por empezar con mi aprendizaje en la tienda. Espero que me haga olvidar durante un rato que mi vida se ha convertido en un auténtico jaleo.

Ya me parecía bastante malo que Damen no dejara de desaparecer entre clases para comprobar cómo estaban las gemelas, pero a la hora del almuerzo, cuando le he asegurado que estaba bien, que Roman no podría molestarme y que él debería irse a casa, me he acercado a nuestra mesa y he descubierto que Haven se ha subido al tren de Roman. Mientras se comía una magdalena recubierta de vainilla, no dejó de hablar del «importante papel» que había jugado Roman a la hora de asegurarle el trabajo en la tienda vintage a pesar de que ella había llegado a la entrevista diez minutos tarde.

Y lo único que he podido hacer ha sido murmurar alguna que otra palabra de desacuerdo, lo que no le ha sentado muy bien. Entonces, después de que mi amiga pusiera los ojos en blanco por tercera vez, después de que me pidiera que me «relajara» por enésima vez, he tirado a la basura el sandwich (que ni siquiera había tocado) y me he dirigido hacia la puerta de salida.

Pero me he hecho la promesa de vigilarla, de hacer lo que haga falta para evitar que se conviertan en amiguitos. Una responsabilidad más que se suma a mi ya abultada lista de tareas.

Entro en el callejón, aparco en uno de los dos espacios libres que hay detrás de la tienda y me encamino hacia la puerta de entrada. Espero encontrarla cerrada, ya que me parece imposible que Jude haya podido resistir la llamada de las olas asesinas en un día tan hermoso como este… así que es toda una sorpresa descubrir que está abierta y que mi jefe se encuentra junto a la caja registradora, marcando una venta.

—Vaya, ha venido Avalon. —Me saluda con un gesto de cabeza—. Estaba diciéndole a Susan que teníamos una nueva médium cuando has entrado por la puerta.

Susan se gira y me observa de arriba abajo, como si quisiera fijarse en todas las partes de mi cuerpo antes de encajarlas una a una en su cabeza. Está segura de que ha resuelto la ecuación cuando dice:

—¿No eres un poco… «joven» para leer el futuro? —Me mira con expresión desdeñosa.

Sonrío con torpeza. No sé muy bien cómo responder, en especial porque Jude me observa de una manera muy extraña.

—Los poderes psíquicos son un don —murmuro, aunque estoy a punto de ahogarme con la última palabra. Recuerdo una época, no hace mucho, en la que habría resoplado al escuchar algo así, porque por aquel entonces estaba segura de que eran cualquier cosa menos un don—. No tienen nada que ver con la edad —añado. Observo cómo fluctúa su aura y me doy cuenta de que no he logrado convencerla—. O lo tienes o no lo tienes. —Me encojo de hombros, cavando mi propia tumba.

—Bueno, ¿quieres que te dé cita para una consulta? —pregunta Jude, que sonríe de una forma muy difícil de resistir.

Aunque, según parece, no para Susan. La mujer hace un gesto negativo con la cabeza y coge su bolso antes de encaminarse hacia la puerta.

—Avísame cuando regrese Ava —dice antes de salir.

La campanilla resuena con estruendo cuando la puerta se cierra tras ella.

—Bueno, la cosa ha ido de maravilla… —Me giro hacia Jude y observo cómo archiva el recibo antes de añadir—: ¿Mi edad va a ser un problema?

—¿Tienes más de dieciséis? —pregunta casi sin mirarme.

Aprieto los labios y asiento.

—En ese caso tienes edad suficiente para trabajar aquí. Susan es una yonqui de los médiums, no resistirá la tentación durante mucho tiempo. Estará en tu lista antes de que te des cuenta.

—¿Una «yonqui de los médiums»? ¿Eso es algo parecido a ser una adicta? —Lo sigo hasta la oficina de atrás y me fijo en que lleva el mismo bañador y la misma camiseta con el símbolo de la paz que la última vez que lo vi.

—Esa gente no puede realizar un movimiento sin consultárselo a las cartas, a las estrellas o a lo que sea. —Hace un gesto afirmativo con la cabeza—. Aunque supongo que ya habrás conocido a unos cuantos en tus consultas anteriores. —Me mira por encima del hombro mientras abre la puerta. Tiene los ojos entrecerrados y una expresión sagaz que no se me pasa por alto.

—Hablando de eso… —empiezo a decir. Supongo que debo confesar, ya que él sospecha de mí de todas formas.

Sin embargo, Jude se da la vuelta y levanta la mano, decidido a impedírmelo.

—Por favor, nada de confesiones. —Sonríe y sacude la cabeza—. Si quiero tener alguna esperanza de poder disfrutar de esas enormes olas de ahí fuera, no puedo permitirme el lujo de arrepentirme de mi decisión. Aunque tal vez quieras replantearte eso de que es un «don».

Me sorprende que diga eso, ya que todos los médiums que he conocido… Bueno, vale, Ava es la única médium a la que he conocido, pero aun así casi todos creen que es un don con el que se nace.

—Estoy pensando en añadir algunas clases a la agenda, cosas relacionadas con el desarrollo psíquico… puede que incluso me lance con algo de Wicca. Créeme, conseguiríamos muchos más clientes si todos estuvieran convencidos de que tienen posibilidades de llegar a conseguir algo.

—Pero ¿las tendrían? —pregunto mientras observo cómo se acerca a un escritorio desordenado y ojea unos papeles que hay cerca del borde.

—Claro. —Asiente con la cabeza, coge un folio, le echa un vistazo y luego hace un gesto negativo antes de coger otro—. Todo el mundo tiene cierto potencial, solo es cuestión de desarrollarlo. A algunos les resulta fácil, y lo descubren en cuanto lo intentan; a otros… hay otros que tienen que ahondar un poco más para descubrirlo. ¿Y tú? ¿Cuándo lo supiste?

Me mira, y esos ojos verde mar se enfrentan a los míos de una forma que me provoca un hormigueo en el estómago. En un momento dado habla de manera distraída mientras ojea documentos, como si apenas le importara lo que dice, y al siguiente deja todo lo que está haciendo, clava sus ojos en los míos y actúa como si el universo entero se hubiera quedado inmóvil.

Trago saliva con fuerza, sin saber muy bien qué decir. Una parte de mí desea confesar, porque sabe que él es una de las pocas personas que lo entendería. Sin embargo, hay otra parte que se resiste: Damen es el único que conoce mi historia, y tengo la sensación de que debería seguir siendo así.

—Nací con ello, supongo —contesto con un gesto desinteresado, aunque no puedo evitar estremecerme al notar que mi voz se eleva al final de la frase. Miro a mi alrededor con la esperanza de poder cambiar de tema y olvidar sus ojos—. Vale… volvamos a lo de las clases. ¿Quién será el profesor?

Jude se encoge de hombros e inclina la cabeza de tal forma que los mechones de cabello dorado caen sobre su rostro.

—Supongo que yo —dice antes de apartárselos y revelar la cicatriz de su frente—. Es algo que llevo planteándome bastante tiempo, pero Lina siempre se ha opuesto. Supongo que puedo aprovechar que no está aquí para ver si funciona.

—¿Por qué se opone? —pregunto. Mi estómago se calma un poco cuando él se reclina en la silla y apoya los pies en la mesa.

—Le gustan las cosas sencillas: libros, música, figuritas angelicales y alguna que otra lectura de cartas. Cosas seguras. Buenas. La corriente mística que no hace daño a nadie.

—¿Y tú? ¿Quieres hacer daño a la gente? —Lo estudio con detenimiento en un intento de identificar qué es lo que hay en él que me altera tanto.

—Desde luego que no. Mi objetivo es proporcionarle poder a la gente, ayudarla a vivir mejor y a llevar una vida más plena dándole acceso a su propia intuición, eso es todo. —Cuando gira la cabeza hacia mí, sus ojos verdes me pillan mirándolo fijamente, y noto una vez más esa sensación rara en el estómago.

—¿Y Lina no quiere darle poder a la gente? —inquiero. Me siento sofocada bajo su escrutinio.

—El poder llega de la mano del conocimiento. Y puesto que el poder es fácil de corromper, ella considera que entregar conocimientos es un riesgo enorme. Aunque no tengo pensado enseñar nada ni remotamente relacionado con las artes oscuras, Lina está convencida de que esas artes encontrarán la manera de colarse en las clases, de que estas solo obtendrán resultados oscuros y siniestros.

Afirmo con un gesto. Cuando pienso en Roman y en Drina, entiendo a la perfección el punto de vista de Lina. El poder en las manos equivocadas es sin duda algo muy peligroso.

—De cualquier forma, ¿tú estás interesada? —Esboza una sonrisa.

—¿En qué? ¿En dar clases? —Me pregunto si bromea o habla en serio, pero luego me doy cuenta de que no hace ninguna de las dos cosas: se limita a dejar caer la pregunta—. Créeme, no sé absolutamente nada sobre Wicca… No sé cómo funciona. Así que lo mejor es que me limite a leer el futuro de vez en cuando y a intentar organizar este lío. —Señalo el escritorio y las estanterías. Casi todas las superficies disponibles están enterradas bajo un montón de papeles y basura.

—Esperaba que dijeras eso. —Se echa a reír—. Ah, y para que lo Sepas, desde el momento que has entrado, yo estoy libre. Si alguien Pegunta por mí, dile que me he ido a hacer surf. —Se levanta para coger la tabla que está apoyada contra la pared del fondo—. No espero que lo organices todo, porque esto está hecho un desastre. Pero si quieres ordenar un poco, bueno… —Asiente y me mira—. Podrías conseguir una estrella dorada.

—Preferiría una placa —digo, fingiendo que hablo en serio—. Ya sabes, algo bonito que pueda colgar en la pared. Quizá incluso una estatuilla. O un trofeo… un trofeo estaría bien.

—¿Qué te parece tu propia plaza de aparcamiento en la parte trasera? Es probable que eso pueda arreglarlo.

—Créeme, ya lo has hecho. —Me echo a reír. —Ya, pero esta plaza tendría tu nombre. Estaría reservada solo para ti. Nadie podría aparcar en ella, ni siquiera fuera del horario comercial. Tendría un enorme cartel de advertencia en el que se leería: «¡CUIDADO! ESTE ESPACIO ESTÁ RESERVADO ÚNICAMENTE PARA AVALON. CUALQUIER OTRO COCHE SERÁ RETIRADO POR LA GRÚA, Y SU DUEÑO CORRERÁ CON LOS GASTOS».

—¿Harías eso? ¿En serio? —Me echo a reír y lo miro a los ojos. Coge su tabla y aprieta los bordes con los dedos mientras se la coloca bajo el brazo.

—Si consigues limpiar este lugar, las recompensas serán ilimitadas. Hoy, empleada del mes, mañana… —Se encoge de hombros, se aparta los mechones de la frente y deja al descubierto ese rostro tan mono.

Nuestras miradas se cruzan y sé que me ha pillado otra vez… Me ha pillado mirándolo… preguntándome cosas… pensando que es mono. Así que aparto la vista inmediatamente, me rasco el brazo y tiro de la manga de mi camiseta, cualquier cosa para superar este momento y pasar a algo menos vergonzoso.

—Hay un monitor en ese rincón de ahí. —Señala la pared del fondo, volviendo al trabajo de nuevo—. Eso, sumado a la campa*11' lia de la puerta, debería ser suficiente para avisarte del momento en que alguien entra a la tienda cuando estés trabajando aquí atrás.

—Eso, la campanilla de la puerta y el hecho de que tengo poderes psíquicos —le digo. Intento parecer despreocupada, pero me tiembla un poco la voz, ya que aún no me he recuperado del incómodo momento anterior.

—¿Esos mismos poderes psíquicos que utilizaste cuando te pillé desprevenida? —pregunta antes de sonreír, aunque la sonrisa no le llega a los ojos.

—Eso fue diferente. —Me encojo de hombros—. Es obvio que tú sabes cómo contener tu energía. La mayoría de la gente no tiene ese privilegio.

—Y tú sabes cómo ocultar tu aura. —Me mira con los ojos entrecerrados y la cabeza inclinada hacia un lado. Los mechones dorados caen hasta su brazo cuando se concentra en algún punto situado a mi derecha—. Pero estoy seguro de que llegaremos a eso más tarde.

Trago saliva y finjo no darme cuenta de que su brillante aura amarilla ha adquirido ciertos matices de color rosa en los bordes.

—De cualquier forma, es todo bastante evidente. Hay que organizar los archivos por orden alfabético, y sería genial si además pudieras separarlos por temas. Ah, y no te molestes en colocar los cristales o las hierbas con los que no estés familiarizada. No me gustaría nada que hubiera confusiones. Aunque si te resultan familiares… —Sonríe y arquea una ceja de una forma que hace que vuelva a rascarme el brazo.

Contemplo el resplandeciente montón de cristales. Reconozco algunos de ellos gracias a los elixires que fabriqué y al amuleto que Uevo al cuello, pero la mayoría ni siquiera me suenan.

—¿Tienes un libro o algo así? —pregunto esperanzada, ya que me encantaría aprender más cosas sobre sus asombrosas facultades—. Ya sabes, para que pueda… —«Encontrar una forma de acostarme con mi novio inmortal algún día»— para que pueda etiquetarlos todos adecuadamente… y… eso. —Hago un gesto afirmativo para enfatizar mis palabras. Espero parecer alguien con ganas de trabajar, y no la holgazana con intereses propios que soy. Observo a Jude, que deja su tabla en el suelo para acercarse de nuevo al escritorio, donde revisa un montón de libros antes de sacar un tomo pequeño y grueso de la parte inferior de la pila.

Lo gira y echa un vistazo a la cubierta posterior.

—En este está todo. Si un cristal no aparece en sus páginas, es que no existe. También está lleno de imágenes que te servirán para identificarlos. Seguro que te ayuda —añade antes de lanzármelo.

Lo atrapo entre las palmas de las manos. Sus páginas, llenas de vida, vibran contra mi piel mientras su contenido atraviesa mi cuerpo. Ahora, todo el contenido del libro está grabado a fuego en mi cerebro.

—Ya lo ha hecho, créeme —le digo con una sonrisa.