Capítulo diecinueve

Todo empezó bien. Con tanta normalidad como cualquier otro día. Me desperté, me duché, me vestí y me pasé por la cocina para arrojar unos cuantos cereales al fregadero antes de regarlos con un vaso de zumo de naranja: la rutina habitual para que Sabine crea que me tomo el desayuno que me prepara.

Asiento y sonrío durante todo el camino hasta el instituto mientras Miles parlotea sobre Holt, o sobre Florencia, o sobre Holt y Florencia. Me limito a permanecer a su lado, deteniéndome, girando, acelerando, frenando, pasando los semáforos en ámbar… esperando el momento de volver a ver a Damen. Sé que el mero hecho de verlo transformará la oscuridad en luz, aunque el efecto solo sea temporal.

Sin embargo, cuando llego al aparcamiento, lo primero que veo es un todoterreno monstruoso aparcado junto al espacio que Damen reserva para mí. Y cuando digo «monstruoso» me refiero a «grande y feo». Y ver a Damen apoyado sobre esa ballena de coche me horroriza.

—¿Qué coño es esto? —pregunta Miles, atónito—. ¿Has dejado de ir en autobús para conducir un autobús?

Salgo de mi Miata y paseo la mirada entre el mamut y mi novio. Apenas puedo creer lo que oyen mis oídos cuando este último empieza a recitar una ingente cantidad de datos estadísticos sobre su magnífica calificación de seguridad y sus amplios asientos traseros. Lo cierto es que no recuerdo que le haya importado nunca la calificación de seguridad cuando hacía de chófer para mí.

Eso es porque eres inmortal —piensa Damen, que percibe mis pensamientos mientras nos acercamos a la verja—. Pero quizá deba recordarte que las gemelas no lo son, y puesto que ahora están a mi cuidado, mi responsabilidad es que no sufran daño alguno.

Hago un gesto negativo con la cabeza y entorno los ojos mientras intento encontrar una réplica ingeniosa.

Sin embargo, mis pensamientos se ven interrumpidos por las palabras de Haven:

—Lo estáis haciendo otra vez. —Cruza los brazos y nos mira a ambos—. Ya sabéis, todo ese rollo extraño pseudotelepático.

—¿A quién le importa eso? —pregunta Miles con tono estridente—. ¡Damen conduce un autobús! —Mueve el pulgar por encima del hombro para señalar la enorme monstruosidad negra y se estremece de arriba abajo.

—¿Es un autobús o un coche familiar? —Haven entorna los párpados para proteger sus ojos del sol. Luego nos observa a Damen y a mí—. Sea lo que sea, una cosa es segura: es un coche típico de la mediana edad.

Miles asiente, entusiasmado con el tema.

—Primero los guantes y ahora esto… —Mira a Damen con el ceño fruncido y la decepción pintada en la cara—. No tengo ni la menor idea de lo que tramas, pero, colega, estás perdiendo el encanto. Ya ni te pareces a la estrella del rock que eras la primera vez que viniste a este instituto.

Lo miro con suspicacia, totalmente de acuerdo. Sin embargo, Damen se limita a soltar una carcajada. Está demasiado ocupado cuidando y alimentando bien a las gemelas como para preocuparse de lo que piensen los demás… y entre los demás me incluyo yo. Y aunque está claro que así es como debe pensar una figura paterna buena y responsable, hay algo en todo esto que me fastidia bastante.

Miles y Haven siguen burlándose de Damen por su nuevo y aburrido comportamiento, pero yo me limito a caminar a su lado en silencio. Una finísima capa de energía late entre nosotros cuando coge mi mano y piensa:

¿Qué pasa? ¿Por qué te comportas de esta manera? ¿Es por la gata? Creí que habíamos zanjado todo ese asunto…

Miro al frente, me concentro en Miles y en Haven y suelto un suspiro antes de responder mentalmente:

No es por la gata. Eso lo arreglamos ayer. Ha vuelto a casa de Haven y cuenta sus últimos días. Es solo que… Bueno, mírame, estoy volviéndome loca intentando encontrar una solución para que podamos estar juntos, ¡y a ti lo único que parece importarte es manifestar televisores de alta definición y conseguir el coche más feo y más seguro del mundo para poder llevar a las gemelas de paseo por la ciudad!

Sé que debería callarme y no ir más lejos para luego no tener que arrepentirme.

—Todo está cambiando —digo, y no me doy cuenta de que he hablado en voz alta hasta que las palabras resuenan en mis oídos—. Y perdona si me comporto como una niñata, pero me exaspera muchísimo que no podamos estar juntos de la forma que queremos. Y te echo de menos. Te echo tanto de menos que no puedo soportarlo. —Me detengo. Me escuecen los ojos y siento un nudo en la garganta que amenaza con ahogarme—. Y ahora que las gemelas viven contigo y tengo trabajo… bueno, es como si de repente estuviésemos inmersos en la vida estresante de los adultos. Y, créeme, ver tu coche nuevo justo ahora no me ha ayudado en nada. —Lo miro de reojo y decido que no me montaré en esa cosa ni por todo el oro del mundo. Sin embargo, Damen me contempla con tanto amor y compasión que me siento avergonzada y me vengo abajo—. Supongo que esperaba que este fuera un verano genial, ¿sabes? Esperaba que pudiéramos pasarlo bien… los dos solos. Pero ahora ya no tiene tan buena pinta. Y para arreglar del todo las cosas, ¿te he mencionado que Sabine está saliendo con Muñoz? ¡Con mi profesor de historia! ¡El viernes por la noche, cena a las ocho! —No puedo creer que mi patética vida sea la de una chica de casi diecisiete años que recientemente se ha convertido en alguien poderoso e inmortal.

—¿Tienes trabajo? —Se para en seco y me mira a los ojos.

—¿Eso es lo único que te interesa de todas las cosas que te he dicho? —Sacudo la cabeza y tiro de él. No puedo evitar reírme a pesar de todo.

Sin embargo, Damen no me quita los ojos de encima.

—¿Dónde?

—En Mystics & Moonbeams. —Encojo los hombros y veo que Miles y Haven ya han doblado la esquina del pasillo para dirigirse a sus clases.

—¿Haciendo qué? —pregunta. Al parecer, todavía no está dispuesto a dar el tema por zanjado.

—Vender cosas, sobre todo. —Lo miro a la cara—. Ya sabes, utilizar la caja registradora, reponer las estanterías, leer el futuro y cosas por el estilo… —Vuelvo a alzar los hombros con la esperanza de que no se haya percatado de la última parte.

¿Vas a utilizar tus dones psíquicos? —pregunta atónito antes de detenerse al lado de nuestra aula.

Asiento y veo cómo mis compañeros de clase cruzan la puerta. En estos momentos, preferiría unirme a ellos a tener que terminar lo que he empezado.

—¿Te parece prudente atraer tanta atención sobre tu persona? —Ahora que estamos solos en el pasillo, vuelve a hablar en voz alta.

—Es probable que no lo sea —replico, aunque sé que la respuesta es un no rotundo—. Pero Sabine insiste en que me vendrán bien un poco de disciplina y estabilidad. O al menos eso dice. Lo único que quiere es controlarme todo lo posible, y si descontamos la posibilidad de instalar una cámara oculta, esta es la mejor forma, la menos invasiva. Incluso me había buscado uno de esos trabajos de nueve a cinco que te consumen el alma, así que cuando Jude dijo que necesitaba a alguien en la tienda, bueno… no tuve más remedio que… ¿Qué narices pasa? —Me quedo callada al ver la expresión de su cara. Tiene una mirada fría, difícil de interpretar.

—¿Jude? —Entorna tanto los párpados que apenas puedo verle los ojos—. Creí que habías dicho que la dueña de la tienda era una mujer llamada Lina.

—Lina es la dueña de la tienda. Jude es su nieto —replico, aunque eso no es del todo cierto—. Bueno, no es su verdadero nieto; en Calidad sería más apropiado decir que ella lo crió. Cuidó de él desdes de que huyera de su último hogar de acogida… o… da igual. —Lo último que quiero es empezar una conversación sobre Jude, en especial cuando parece que a Damen se le ha disparado la alerta roja—, Creí que me sería de ayuda tener acceso ilimitado a los libros y las cosas que podríamos necesitar. Además, no voy a trabajar allí con mi verdadero nombre. Voy a utilizar un alias.

—Déjame adivinar… —Me mira a los ojos y ve la respuesta en mis pensamientos—. Avalon… Qué nombre más mono… —Sonríe, pero vuelve a ponerse serio al instante—. Sabes cómo funcionan estas cosas, ¿verdad? La gente espera un encuentro cara a cara. Quieren verte para saber si pueden confiar en ti o no. Así que, ¿qué piensas hacer cuando alguien a quien conozcas sienta una repentina necesidad de que le echen las cartas y entre en la tienda? ¿Has pensado en eso?

Frunzo el ceño. Me pregunto por qué tiene que coger algo que yo había considerado una buena idea y convertirlo en un problema. Y estoy a punto de encontrar una réplica ingeniosa, de decir algo como: «¿Hola? Tengo poderes psíquicos, ¿recuerdas? ¡Sabré si alguien que conozco está a punto de entrar por la puerta!», cuando aparece Roman.

Roman y… otra persona… alguien que me resulta vagamente familiar. Es un tío llamado Marco a quien vi por última vez aparcando un Jaguar antiguo junto a la casa de su acompañante.

Caminan juntos. Sus piernas se mueven con rapidez y tienen los ojos clavados en mí. La expresión de Roman es burlona e hiriente, ya que se sabe poseedor de mi sucio secretillo.

Damen cambia de posición para protegerme de esa mirada, y observa a Roman mientras piensa:

No pierdas la calma. No hagas nada. Yo me encargaré de esto.

Echo un vistazo por encima de su hombro y veo que Roman y Marco se dirigen hacia nosotros como un tren descontrolado. Roman me contempla con esos ojos tan intensos y azules, y todo lo demás desaparece, todo salvo la humedad de sus labios sonrientes y el tatuaje del uróboros. Y lo último que pienso antes de verme absorbida por completo es que todo esto es culpa mía. Si hubiera cumplido la promesa que le hice a Damen y me hubiera mantenido alejada de él, ahora no me enfrentaría a esto.

Su energía gira hacia mí, me envuelve, me hechiza, me empuja hacia una espiral de oscuridad y me bombardea con imágenes de Damen… del antídoto alterado… de mi estúpida visita… de Haven… de Miles… de Florencia… de las gemelas… Todo llega tan rápido que apenas puedo distinguir unas imágenes de otras. Pero es que las imágenes individuales no son lo importante: lo que Roman quiere que vea es el todo, el conjunto global. Solo quiere dejar clara una cosa: ahora es él quien está al mando; el resto de nosotros solo somos marionetas que se mueven al son de sus hilos.

—¡Buenos días, compañeros! —canturrea. Un instante después me libera y mi cuerpo se desploma, inerte, contra el de Damen.

Y a pesar de los susurros dulces con los que me alienta Damen mientras me aleja de Roman y me acompaña dentro de clase, a pesar de las palabras de consuelo con las que pretende tranquilizarme, convencido de que acabamos de esquivar una bala y de que todo ha terminado por el momento… yo sé que esto solo acaba de empezar.

Habrá mucho más.

De eso no tengo ninguna duda.

Y el siguiente disparo de Roman solo tendrá un objetivo: yo.