Capítulo dieciocho

—No puedes hacerlo —me dice. No ha hecho más que abrir la puerta y ya está negando con la cabeza.

—Ni siquiera sabes para qué he venido. —Frunzo el ceño y aprieto a Talismán contra mi pecho. Empiezo a plantearme si ha sido una buena idea venir aquí.

—La gata se está muriendo y quieres saber si puedes salvarla, y la respuesta es no. No puedes hacerlo. —Encoge los hombros. Ha interpretado la situación sin leerme la mente, ya que la mantengo bloqueada a propósito para que no se entere de que fui a ver a Roman, algo que lo enfurecería de verdad.

—Cuando dices «no puedes hacerlo», ¿quieres decir que «no es posible», que el elixir no funciona con los felinos? ¿O te refieres más bien a «no puedes hacerlo» en el sentido moral, como «no juegues a ser Dios, Ever»?

—¿Eso importa? —Arquea una ceja al tiempo que se hace a un lado para dejarme pasar.

—Por supuesto que importa —susurro. Oigo el ruido de la televisión escaleras arriba, así que doy por sentado que las gemelas están viendo su dosis diaria de reality shows.

Damen se dirige hacia la sala de estar, se deja caer en el sofá y da unas palmaditas a su lado para que me siente con él. Y aunque me molesta su reacción, ya que no me ha dado ni la más mínima oportunidad de explicarme, me siento junto a él. Separo un poco la mantita de Talismán con la esperanza de que se replantee las cosas al ver a la gata.

—Creo que no deberías sacar conclusiones apresuradas —le digo mientras cambio de posición para quedar de frente a él—. Las cosas no son tan sencillas como te piensas. No todo es blanco o negro; hay muchos matices de gris.

Se inclina hacia mí. Su mirada se suaviza cuando desliza el pulgar bajo la barbilla peluda de Talismán.

—Lo siento, Ever. De verdad. —Me mira antes de apartarse—. Pero incluso aunque el elixir funcionara… algo que, por cierto, no tengo nada claro, ya que nunca lo he probado con animales… pero aunque funcionara…

—¿En serio? —Lo miro con los ojos abiertos de par en par a causa de la sorpresa—. ¿Nunca has tenido una mascota de la que no quisieras separarte?

Lo recorro con la mirada de arriba abajo.

—Ninguna cuya muerte no pudiera superar, no. —Y lo reafirma con un movimiento de cabeza.

Entorno los párpados. No sé muy bien cómo me hace sentir eso.

—Ever, en mi época no tratábamos a las mascotas de la misma manera. Y una vez que empecé a tomar el elixir, dejó de interesarme poseer cualquier cosa que pudiera atarme.

Asiento. Veo la forma en que mira a Talismán y empiezo a albergar esperanzas de poder negociar.

—Está bien. Nada de mascotas. Lo he pillado —le digo—. Pero ¿entiendes que alguien pueda estar tan encariñado con su gatita que no soporte la idea de decirle adiós?

—¿Me estás preguntando si sé lo que es encariñarse con algo? —Sus ojos están clavados en los míos, penetrantes, firmes—. ¿Me preguntas sobre el amor y sobre el insoportable dolor que acarrea su pérdida?

Bajo la vista hasta mi regazo. Me siento infantil y estúpida. Debería haber sabido que las cosas llegarían a este punto.

—Hay mucho más en juego que salvarle la vida a un gato o garantizarle la vida eterna… si es que existe algo así en el reino animal. La verdadera cuestión es: ¿cómo se lo explicarías a Haven? ¿Qué le dirás cuando regrese y descubra que la gata moribunda que ha dejado a tu cuidado se ha curado milagrosamente? Puede que incluso vuelva a ser una cachorrilla, quién sabe. ¿Cómo vas a explicarle eso?

Dejo escapar un suspiro. No había pensado en eso. En realidad, no me había parado a pensar que, si la cosa funcionaba, Talismán no solo se curaría, sino que también sufriría una transformación física.

—No se trata de que no vaya a funcionar… de eso no tengo ni idea. Y no se trata de si tienes derecho o no a jugar a ser Dios… Tú y yo sabemos que soy la última persona que puede permitirse juzgar algo así. Se trata más bien de salvaguardar nuestros secretos. Y aunque sé que tus intenciones son buenas, al final, ayudar a tu amiga solo conseguirá despertar sus sospechas. Planteará preguntas que nunca podrán responderse de manera sencilla o lógica sin revelar demasiado. Además, Haven ya sospecha de nosotros, o al menos se huele algo. Así que ahora, más que nunca, es importante que no llamemos la atención.

Aprieto los labios e intento tragar saliva a pesar del nudo que me atenaza la garganta. Odio tener tantas herramientas a mi disposición, tantas habilidades mágicas, y no poder utilizarlas para ayudar a aquellos a quienes quiero.

—Lo siento —dice Damen, y coloca la mano por encima de mi brazo y vacila a la hora de establecer contacto hasta que aparece el velo—. Pero, por triste que parezca, en realidad no es más que el curso natural de los acontecimientos. Y, créeme, los animales aceptan esas cosas mucho mejor que las personas.

Me apoyo contra su hombro. Me asombra que siempre sea capaz de consolarme, sin importar lo feas que se pongan las cosas.

—Es que me siento tan triste por ella… Sus padres no dejan de pelearse, es posible que tenga que mudarse… La situación la ha llevado hasta tal punto que empieza a cuestionárselo todo. Igual que yo cuando mi mundo se vino abajo.

—Ever… —empieza a decir. Su mirada es suave, y sus labios se acercan tanto que no puedo evitar apretar los míos contra ellos…

Pero el momento se acaba cuando las gemelas bajan las escaleras dando gritos.

—¡Damen! Romy no quiere dejarme… —Rayne se queda callada, de pie ante nosotros, con los ojos más abiertos que de costumbre—. Madre mía… ¿Eso es un gato? —pregunta.

Miro a Damen.

¿Desde cuándo Rayne utiliza la expresión «Madre mía»?

Él sacude la cabeza y se echa a reír.

—No os acerquéis demasiado —advierte, dirigiéndose a las ge-nielas—. Y bajad la voz. Esta gata está muy enferma. Me temo que no le queda mucho tiempo.

—En ese caso, ¿por qué no la salvas? —pregunta Rayne, que impulsa a Romy a asentir para mostrar que está de acuerdo.

Ahora las tres miramos a Damen con ojitos de cordero y expresión suplicante.

—Porque no podemos hacer algo así —explica con voz dura y paternal—. No es así como se hacen las cosas.

—Pero salvaste a Ever, y ella no es ni de cerca tan mona… —replica Rayne, que se arrodilla delante de mí hasta que su rostro queda a la altura del de Talismán.

—Rayne… —empieza Damen.

Ella se echa a reír. Nos mira a ambos y luego dice:

—Era broma. Sabéis que lo he dicho en broma, ¿verdad?

Sé que no hablaba en broma, pero prefiero no hacer caso. Hago ademán de levantarme, ya que quiero llevar a Talismán de vuelta a casa antes de que regrese Haven, pero Romy se arrodilla a mi lado, coloca su cabeza sobre la de la gata, cierra los ojos y empieza a canturrear una serie de palabras indescifrables.

—Nada de magia —la reprende Damen—. No en este caso.

La chica suelta un suspiro y se sienta sobre los talones.

—De todas maneras, no creo que funcione —contesta sin apartar la vista de Talismán—. Se parece a Jinx en aquella época, ¿verdad?

—¿En qué época? —Rayne suelta una risilla y le da un pequeño codazo a su hermana antes de que ambas estallen en carcajadas.

—Puede que alargáramos su vida unas cuantas veces —admite Romy, que nos mira con las mejillas sonrojadas.

—¿Lo ves? —le comunico a Damen.

Sin embargo, él hace un gesto negativo con la cabeza.

Otra vez lo mismo… ¿Qué pasa con Haven?

—¿Podemos tener un gato? —pregunta Romy—. ¿Una gatita negra como esta? —Le tira de la manga mientras lo mira de una forma difícil de resistir—. Son unos compañeros maravillosos y es muy bueno tenerlos en los alrededores de la casa. ¿Qué dices? ¿Podemos? ¿Por favor?

—Nos ayudaría a recuperar nuestra magia —añade Rayne, que reafirma sus palabras con un gesto de asentimiento.

Miro a Damen, veo su expresión y me doy cuenta de que es cosa hecha. Las gemelas siempre consiguen lo que quieren. Así de simple.

—Lo discutiremos más tarde —responde Damen. Intenta componer una expresión dura, pero solo consigue un gesto vacío, y todos nos damos cuenta menos él.

Me levanto del sofá para dirigirme a la puerta. Tengo que llevar a Talismán a casa antes de que regrese Haven.

—¿Estás enfadada conmigo? —Damen me coge de la mano y me acompaña hasta el coche.

Niego con la cabeza y sonrío. Es imposible enfadarse con él, al menos durante mucho tiempo.

—No voy a mentirte: esperaba que te pusieras de mi parte. —Encojo los hombros antes de meter a la gata en su transportín. Luego me apoyo contra la puerta y tiro de Damen para acercarlo a mí—. Pero entiendo tu punto de vista. Solo quería ayudar a Haven, nada más.

—Lo que tienes que hacer es estar a su lado. —Clava su mirada oscura en mis ojos—. De todas formas, eso es lo único que ella quiere de ti.

Se inclina hacia delante para besarme. Me rodea con los brazos y sus manos empiezan a moverse sobre mí, provocándome una sensación de calidez que me llega al alma. Se aparta un poco para mirar-me con una expresión cargada de sentimientos. Es el consuelo de mis penas, mi compañero eterno. Sus intenciones son tan firmes y buenas que solo espero que jamás llegue a enterarse de mi traición, de que fui a ver a Roman a pesar de que había prometido que no lo haría.

Encierra mi rostro entre las palmas de sus manos y me mira a los ojos. Percibe mis cambios de humor con tanta facilidad como si fueran los suyos.

Aparto la mirada y pienso en Haven, en Roman, en la gata y en todos los errores que al parecer no puedo evitar que se cometan. Luego despejo mi mente y sacudo la cabeza, reacia a volver a ese tema.

—¿Nos vemos mañana? —pregunto. Apenas he terminado de pronunciar las palabras cuando él se inclina para besarme de nuevo, con el finísimo velo de energía vibrante entre sus labios y los míos.

Alargamos el momento todo lo posible, ya que ninguno de los dos queremos separarnos, pero al final lo hacemos cuando escuchamos un coro gemelo de «¡Puaj! ¡Qué asco! ¿De verdad tenemos que ver eso?» procedente de una de las ventanas de la planta superior.

—Nos vemos mañana. —Damen sonríe y espera a que me suba al coche antes de volver a entrar en la casa.