En el momento en que llego a la entrada de casa, Sabine me llama al móvil para decirme que pida una pizza para cenar, ya que ella tiene que trabajar hasta tarde. Y aunque me siento tentada de hablarle sobre mi nuevo trabajo, no lo hago. Es obvio que debo informarle de ese asunto, aunque solo sea para librarme del que ella me ha buscado, pero no pienso admitir de ninguna manera que he elegido este trabajo en particular. Le parecería muy raro. Incluso si omitiera todo lo relacionado con recibir dinero a cambio de leer el futuro (y te aseguro que jamás soñaría con mencionar algo así), Sabine pensaría que el trabajo en una librería metafísica es algo muy extra-no. Tal vez incluso una estupidez. ¿Quién sabe?
Mi tía es demasiado racional y razonable como para comprender algo así. Prefiere vivir en un mundo firme y sólido, con una lógica aplastante, y no en el mundo real, que es cualquier cosa menos eso. Y aun-^Ue detesto tener que mentirle siempre, en realidad no me queda otro remedi0. No debe enterarse jamás de la verdad sobre mí, y mucho me-°s ^e que voy a leer el futuro bajo el falso nombre de Avalon.
Tan solo le diré que he conseguido un trabajo en un sitio cerca-* er* un lugar normal, como una librería de toda la vida, o un Starbucks, quizá. Y luego, por supuesto, si decide indagar encontraré una manera de respaldar mi historia.
Aparco en el garaje y me dirijo a la planta de arriba. Arrojo el bolso sobre la cama sin mirar y luego me acerco al armario mientras me quito la camiseta. Estoy a punto de bajarme la cremallera de los pantalones cuando Damen dice:
—Por mí no te cortes, te aseguro que estoy disfrutando del espectáculo.
Me cubro el pecho con los brazos y mi corazón da un triple salto mortal cuando Damen deja escapar un largo silbido y me mira con una sonrisa.
—No te he visto… Ni siquiera te he percibido, la verdad —le digo al tiempo que vuelvo a coger la camiseta.
—Supongo que estabas demasiado distraída. —Sonríe y da unos golpecitos en el espacio que hay a su lado… y no puede evitar partirse de risa al ver que me pongo la camiseta antes de acercarme a él.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto. En realidad no me interesa la respuesta, ya que me alegra el mero hecho de tenerlo cerca de nuevo.
—He imaginado que como Sabine iba a trabajar hasta tarde…
—¿Cómo sabes…? —Pero al final me limito a sacudir la cabeza y a echarme a reír.
Por supuesto que lo sabe. Puede leer la mente de cualquiera… y también la mía, pero solo cuando quiero que lo haga. Aunque por lo general suelo bajar mis defensas para darle acceso a mis pensamientos, en estos momentos no puedo hacerlo. Tengo la impresión de que necesito explicarme, contarle mi versión de la historia, antes de que pueda indagar en mi mente y sacar sus propias conclusiones.
—Y como que no te has pasado por casa después de las clases… —Se inclina hacia mí mientras sus ojos buscan los míos.
—Quería darte algo más de tiempo con las gemelas. —Me aprieto un almohadón contra el vientre y empiezo a toquetear las costuras—. Ya sabes, para que podáis acostumbraros a estar juntos y… todo eso… —Encojo los hombros y enfrento su mirada. Sé que no se lo ha tragado. Ni por un momento.
—Bueno, ya estamos bastante acostumbrados a estar juntos. —Se echa a reír—. Eso puedo asegurártelo. Ha sido un día… muy ajetreado y muy… «interesante», a falta de una palabra mejor. Pero te hemos echado de menos. —Sonríe mientras observa mi cabello, mi rostro y mis labios en una especie de caricia visual—. Habría sido mucho mejor si hubieras estado allí.
Aparto la mirada. Dudo mucho que algo de lo que ha dicho sea cierto.
—Seguro que sí… —murmuro con un hilo de voz.
Él me sujeta la barbilla y me obliga a mirarlo.
—Oye, ¿qué te pasa? —pregunta con una expresión preocupada.
Aprieto los labios y giro la cara mientras abrazo el almohadón con tanta fuerza que estoy a punto de reventarlo. Ojalá no hubiera dicho nada, porque ahora tengo que explicarme.
—Yo solo… —Sacudo la cabeza—. No tengo claro que las gemelas estén de acuerdo con eso. —Alzo los hombros—. La verdad es que me echan la culpa de todo. Y, en cierto modo, tienen razón al hado. Lo que quiero decir es que…
Antes de terminar la frase me doy cuenta de una cosa: Damen me está tocando.
Está tocándome. Tocándome… tocándome.
Tocándome de verdad.
Nada de guantes ni de abrazos telepáticos. Solo un anticuado contacto de piel contra piel… o al menos, casi un contacto.
—¿Cómo has hecho…? —Lo miro y descubro que sus ojos se llenan de diversión al ver que observo boquiabierta su mano desnuda.
—¿Te gusta? —Sonríe, me sujeta el brazo y lo eleva hacia lo alto para que ambos podamos observar el delgadísimo velo de energía vibrante, lo único que separa mi piel de la suya—. He estado trabajando en esto todo el día. Nada me mantendrá alejado de ti, Ever. Nada. —Asiente mientras me mira a los ojos.
Mi mente se enzarza en un millar de nuevas posibilidades, en lo que esto podría significar. Ahora puedo disfrutar del «casi» contacto de su piel, separada de la mía por una minúscula capa de energía pura y vibrante, invisible para todo el mundo salvo para nosotros. Y a pesar de que ese velo mitiga un poco la acostumbrada oleada de hormigueo y calidez, a pesar de que la sensación nunca podrá compararse con el contacto real, echo tanto de menos el simple hecho de estar con Damen, que aceptaré de buena gana cualquier cosa que se le parezca.
Me inclino hacia él y observo cómo el velo se expande desde nuestras cabezas hasta nuestros pies. Y eso nos permite tumbarnos juntos como hacíamos antes… o al menos casi igual que antes.
—Mucho mejor… —Sonrío al tiempo que deslizo las manos sobre su rostro, sus brazos y su pecho—. Por no mencionar que esto es mucho menos embarazoso que lo de los guantes negros de piel.
—¿Embarazoso? —Se aparta y me mira con expresión indignada.
—Vamos… —Me echo a reír—. Incluso tú tienes que admitir que lo de los guantes era un cantazo. Miles parecía a punto de sufrir un ataque cada vez que nos miraba —murmuro. Entierro la cara en su cuello para inhalar su maravillosa y cálida esencia almizclada—. Bueno, ¿cómo lo haces? —Mis labios rozan su piel, ansiosos por saborear hasta el último centímetro—. ¿Cómo has conseguido controlar la magia de Summerland y traerla hasta aquí?
—Esto no tiene nada que ver con Summerland —susurra mientras desliza los labios por la curva de mi oreja—. No es más que la magia de la energía. Además, a estas alturas deberías saber que casi todo lo que puedes hacer allí puedes hacerlo aquí también.
Eso me recuerda a Ava. La adivina manifestaba en Summerland un montón de joyas de oro y ropas de diseño, y se enfadaba al ver que no sobrevivían al viaje de vuelta al mundo real.
Sin embargo, antes de que pueda mencionárselo, Damen dice:
—Aunque es cierto que las cosas que se manifiestan allí no pueden transferirse aquí, si comprendes cómo funciona la magia, si de verdad entiendes que todo está compuesto de energía, no hay razón para que no puedas hacer aparecer las mismas cosas aquí. Como ese Lamborghini tuyo, por ejemplo.
—Yo no diría que es «mi» Lamborghini. —Me ruborizo, aunque o debería, ya que hasta hace bien poco a él le gustaban mucho ese de coches—. En el momento en que terminé con él, lo hice desaparecer. No me lo quedé.
Damen sonríe y entierra las manos en mi pelo para acariciar la Punta de los mechones con los dedos.
—Mientras hacía aparecer cosas para las gemelas, he perfeccionado el proceso.
—¿Qué tipo de cosas? —pregunto. Cambio de posición para poder verlo mejor y quedo atrapada de inmediato en la visión de sus labios. Recuerdo lo cálidos y sedosos que eran sobre los míos y me pregunto si este nuevo escudo energético nos permitirá experimentar eso de nuevo.
—Todo empezó con la televisión de pantalla plana. —Deja escapar un suspiro—. O mejor dicho con las televisiones, ya que al final quisieron una para cada una de sus habitaciones, y otras dos para la sala de estar que comparten. Se sentaron a verla en cuanto terminé de instalarlas, y en menos de cinco minutos empezaron a salir cosas sin las que no podían vivir.
Me encojo por dentro. Me sorprende escuchar algo así, ya que las gemelas nunca mostraron el menor interés por las cosas materiales cuando estaban en Summerland… aunque tal vez se debiera a que esas cosas pierden la mayor parte de su valor en un lugar en el que puedes hacer aparecer lo que te dé la gana. Supongo que perder su magia las ha vuelto como todos los demás: personas que anhelan lo que está fuera de su alcance.
—Créeme: son el sueño de cualquier publicista. —Sonríe y niega con la cabeza—. Han entrado de cabeza en el codiciado mercado de los jóvenes entre trece y cuarenta.
—Salvo por el hecho de que en realidad no compras ninguna de esas cosas, ¿verdad? Solo cierras los ojos y las haces aparecer. Eso no es lo mismo que ir a la tienda y cargar los gastos en tu tarjeta de crédito. Hablando del tema, ¿tienes tarjeta de crédito? —Nunca lo he visto llevar un billetero, y mucho menos una pila de tarjetas.
—No la necesito. —Se echa a reír y me pellizca el puente de ^ nariz antes de besarme la punta—. Pero el hecho de que en realidad no haya salido a comprar todas esas cosas, como tan amablemente has señalado… —sonríe— no les resta efectividad a los anuncios, y ahí es donde quería llegar.
Me aparto. Sé que espera que me eche a reír, o que al menos conteste alguna tontería, pero no puedo hacerlo. Y aunque detesto decepcionarlo, sacudo la cabeza y le digo:
—Deberías tener cuidado. —Cambio de postura para poder ver mejor sus ojos—. No puedes mimarlas demasiado ni hacer que se sientan tan cómodas que ya no quieran irse. —Damen me mira con los ojos entrecerrados. Es evidente que no entiende lo que quiero decir, así que me apresuro a explicárselo—: Debes recordar que vivir contigo es tan solo una solución temporal. Nuestro objetivo es cuidar Je ellas hasta que podamos restituir su magia y devolverlas a Summerland, que es el lugar al que pertenecen.
Damen se tumba de espaldas y mira hacia el techo, aunque vuelve su rostro hacia mí antes de retomar la palabra:
—Hablando de eso…
Contengo el aliento y lo observo. Siento un ligero nudo en el es-mago.
—He estado pensando… —Entorna los párpados—. ¿Quién dice que Summerland sea el lugar al que pertenecen?
La respuesta va a salir de mis labios, pero él levanta el dedo índice y la contiene.
—Ever, la cuestión de si deben regresar o no… Bueno, ¿no crees que es algo que deberían decidir ellas? Creo que nosotros no podemos tomar ese tipo de decisiones en su nombre.
—Pero no somos nosotros quienes las tomamos —aseguro con voz estridente e inestable—. ¡Eso es lo que ellas quieren! O al menos eso me dijeron la noche que las encontré. Estaban furiosas conmigo y me culpaban de la pérdida de su magia y de haberlas dejado tiradas allí… por lo menos Rayne. Romy… Bueno, Romy es Romy. —Encojo los hombros—. De cualquier forma, ¿me estás diciendo que eso ha cambiado?
Cierra los ojos por un momento antes de volver a mirarme.
—Me parece que en estos momentos no saben lo que quieren —responde—. Están un poco abrumadas, entusiasmadas por las posibilidades que implica estar aquí, aunque también las aterra el mero hecho de pensar en salir. Creo que deberíamos concederles algo de tiempo y de espacio, dejar nuestras mentes abiertas a la posibilidad de que se queden más tiempo del que esperábamos. Al menos hasta que se adapten del todo y puedan tomar su propia decisión. Además, se lo debo; es lo menos que puedo hacer. No olvides que ellas me ayudaron a encontrarte.
Trago saliva con fuerza y aparto la mirada, dividida entre el deseo de hacer lo mejor para las gemelas y la preocupación por el impacto que eso tendrá en nuestras vidas. Llevan aquí menos de un día y ya echo de menos pasar más tiempo con él… y es muy egoísta pensar así cuando dos personas están en apuros.
De todos modos, no creo que haga falta ser médium para saber que, con esas dos por aquí exigiendo todo tipo de cosas, los momentos como este (en los que solo estamos Damen y yo) se verán muy restringidos.
—¿Fue allí donde os conocisteis? ¿En Summerland? —pregunto al recordar que Rayne dijo algo sobre que había sido Damen quien las había ayudado, y no al revés.
Damen sacude la cabeza y me mira a los ojos.
—No, esa fue la primera vez que las vi después de muchísimo tiempo —aclara—. En realidad nos conocemos… desde Salem.
Lo miro boquiabierta. Me pregunto si estuvo allí durante los juicios, aunque él se apresura a descartar esa idea.
—Fue justo antes de que empezaran los problemas, y yo solo estaba allí de paso. Habían hecho alguna travesura y no encontraban el camino de vuelta a casa… así que las subí a mi carruaje y su tía nunca llegó a enterarse. —Se echa a reír.
Estoy a punto de hacer un comentario un poco cruel, algo sobre que las consintió y mimó desde el principio, cuando él añade:
—Han tenido una vida increíblemente dura. Perdieron todo lo que conocían y amaban a una edad muy temprana… Seguro que sabes lo que es eso, ¿verdad? Desde luego, yo sé lo que es.
Dejo escapar un suspiro. Me siento diminuta, egoísta y avergonzada por el simple hecho de que haya sido necesario que me recuerden algo así.
—Pero ¿quién se encargará de educarlas? —pregunto, decidida a aferrarme a la parte práctica del asunto. Confío en que parezca que mis preocupaciones están más relacionadas con ellas que conmigo. Porque, vamos a ver, ¿adonde podrían ir con lo raritas que son y con una historia familiar semejante? ¿Quién podría cuidar de ellas?
—Nosotros cuidaremos de ellas. —Damen se pone de costado y me obliga a mirarlo de nuevo—. Tú y yo. Juntos. Somos los únicos que podemos hacerlo.
Vuelvo a suspirar. Quiero darme la vuelta, pero me siento atraída por la calidez de su mirada.
—No estoy segura de que estemos preparados para ser padres. -—Encojo los hombros y le acaricio el hombro con la mano antes de enterrar los dedos en su pelo—. Ni para convertirnos en modelos a seguir, tutores o lo que sea. ¡Somos demasiado jóvenes! —Me parece un argumento bueno y muy válido, y espero cualquier reacción menos la carcajada que obtengo.
—¿Demasiado jóvenes? —Sacude la cabeza—. ¡Habla por ti! Yo llevo por aquí mucho tiempo, como bien sabes. Llevo por aquí suficiente tiempo para estar más que cualificado para ser un tutor aceptable para las gemelas. Además… —sonríe— no puede ser tan difícil, ¿no?
Cierro los ojos y hago un gesto negativo con la cabeza. Recuerdo lo mucho que me esforcé para encauzar a Riley, tanto cuando era humana como cuando era fantasma, y que fracasé estrepitosamente. Y, para ser sincera, no tengo claro que quiera pasar por eso de nuevo.
—No sabes en qué te estás metiendo —contesto—. Ni siquiera puedes imaginarte lo que es intentar educar a dos chicas cabezotas de trece años. Es como intentar formar un rebaño de gatos: totalmente imposible.
—Ever… —dice con voz grave y persuasiva, decidido a aplacar mis preocupaciones y a despejar todas las nubes oscuras—. Sé qué es lo que te preocupa en realidad. Créeme, lo sé. Pero dentro de cinco años, cuando cumplan los dieciocho, se independizarán, y entonces seremos libres para hacer lo que nos dé la gana. ¿Qué son cinco años cuando tenemos por delante toda la eternidad?
Niego con la cabeza una vez más. No pienso dejar que me convenza.
—Eso «si» quieren independizarse —aseguro—. «Si.» Créeme, hay muchos chicos que se quedan en casa hasta mucho después esa edad.
—Ya, pero la diferencia es que tú y yo no se lo permitiremos. —Esboza una sonrisa, y casi me suplica con la mirada que me relaje y sonría también—. Les enseñaremos toda la magia que necesiten para conseguir su independencia y para valerse por sí mismas. Luego las enviaremos lejos, les desearemos lo mejor y nos iremos a alguna parte solos.
Y por la forma en que sonríe, por la forma en que me mira a los ojos y me aparta el pelo de la cara, me resulta imposible enfadarme con él, imposible desperdiciar más tiempo con este tema de conversación. No cuando su cuerpo está tan cerca del mío.
—Cinco años no son nada cuando ya has vivido seiscientos —añade mientras desliza suavemente los labios por mi mejilla, mi cuello y mi oreja.
Me acurruco más contra él. Sé que tiene razón, aunque mi punto de vista es algo distinto al suyo. Puesto que nunca he vivido más de dos décadas en ninguna de mis encarnaciones, pasarme cinco años haciendo de canguro con las gemelas me parece una eternidad.
Damen me rodea con los brazos y me consuela de una forma que desearía que durara para siempre.
—¿Se acabó? —susurra—. ¿Hemos terminado ya con esto?
Asiento con la cabeza y aprieto mi cuerpo contra el suyo. No necesito palabras. Lo único que quiero ahora, lo único que hará que me S1enta mejor, es el reconfortante contacto de sus labios.
Cambio de posición para cubrir su cuerpo con el mío y me amoldo a la curva de su pecho, al valle de su torso, al bulto que hay cerca de sus caderas. Nuestros corazones laten en un compás perfecto, apenas conscientes del finísimo velo de energía vibrante que palpita entre nosotros. Bajo mi boca hasta la suya para presionarla, apretarla y moldearla. Semanas de deseo salen a la superficie… y al final, lo único que quiero es unir mi cuerpo al suyo.
Damen deja escapar un gemido, un sonido primitivo y gutural que sale de muy adentro, y luego me aferra la cintura con las manos para acercarme hasta que no existe nada entre nosotros más que la ropa… una ropa de la que hay que deshacerse.
Intento bajar su cremallera mientras él tira de mi camiseta. Nuestra respiración se transforma en jadeos cortos e irregulares mientras nuestros dedos trabajan a toda velocidad, incapaces de completar su tarea lo bastante rápido como para satisfacer nuestra necesidad.
Y justo cuando termino de desabotonar sus pantalones y empiezo a bajárselos, me doy cuenta de que estamos tan cerca que el velo de energía ha desaparecido.
—¡Damen! —exclamo.
Se aleja de la cama de un salto. Respira tan fuerte y tan rápido que solo puede hablar a trompicones.
—Ever… Yo… —Sacude la cabeza—. Lo siento… Creí que era seguro… No me he dado cuenta de que…
Cojo la camiseta y me la pongo. Tengo las mejillas sonrojadas y el vientre en llamas. Sé que tiene razón, que no podemos arriesgarnos a… no podemos permitirnos estar así.
—Yo también lo siento… Creo… Creo que te he presionado demasiado y… —Agacho la cabeza, dejando que el pelo caiga sobre mi cara. Me siento pequeña, observada y culpable.
El colchón se hunde de nuevo cuando regresa a mi lado. Ya ha restaurado el velo cuando me sujeta la barbilla para obligarme a mirarlo.
—No ha sido culpa tuya… Yo… he perdido la concentración. • • Estaba tan absorto en ti que no he podido mantenerlo.
—No pasa nada. De verdad —le aseguro.
—Sí. Sí que pasa. Soy mayor que tú… debería tener más control… —Sacude la cabeza y se vuelve hacia la pared con la mandíbula apretada y la mirada perdida. Sus ojos se entrecierran de repente cuando vuelve a girarse hacia mí y dice—: Ever… ¿cómo sabemos que esto es real?
Lo cierto es que no tengo ni la menor idea de adonde quiere llegar.
—¿Qué prueba tenemos? ¿Cómo sabemos que Roman no está jugando con nosotros, que no se está divirtiendo a nuestra costa?
Respiro hondo y encojo los hombros, porque la verdad es que no tenemos ningún tipo de prueba. Mis ojos encuentran los suyos mientras reproduzco en mi mente lo que ocurrió aquel día, desde el principio hasta el final, hasta el momento en que añadí mi sangre a la mezcla y obligué a Damen a bebérsela. Me doy cuenta de que la única prueba que tengo es la poco fiable palabra de Roman.
—¿Quién dice que esto no es una farsa? —Abre los ojos cuando la idea comienza a tomar forma en su cabeza—. Roman es un embustero… no tenemos motivos para confiar en él.
—Ya, pero… no podemos comprobarlo. ¿Y si no es un jueguecito de los suyos? ¿Y si es verdad? No podemos arriesgarnos… ¿o sí?
Damen sonríe, se levanta de la cama y se acerca a mi escritorio, donde cierra los ojos para hacer aparecer varias cosas: una larga vela blanca situada en un candelero de oro; una daga plateada con una hoja afilada, lustrosa y puntiaguda, y una empuñadura cuajada de ge-nias; y un espejo enmarcado, que sitúa bajo los dos objetos antenotes. Después me hace un gesto para que me acerque y dice:
—En cualquier otra situación, diría que las damas primero, pero en este caso…
Coloca su mano sobre el cristal y coge la daga. Sitúa el filo sobre su palma, traza la curva de la línea de la vida y observa las gotas de sangre que caen sobre el espejo, que forman un charquito antes de coagularse. Luego cierra los ojos y enciende la vela. Su herida ya se ha curado cuando pasa la hoja por la llama para limpiarla y purificarla. Un instante después me la ofrece para que haga lo mismo que él.
Me inclino hacia delante y aspiro con fuerza mientras me hago un corte rápido. Doy un respingo cuando siento el dolor, pero luego contemplo con fascinación cómo mana la sangre de mi palma y cae sobre el espejo, donde se arrastra lentamente hacia la suya.
Nos quedamos de pie juntos, inmóviles, conteniendo el aliento. Observamos cómo las dos manchas de color rubí se unen, se mezclan y se funden… Las gotas con nuestro contenido genético se convierten en una sola… Justo lo que Roman dijo que no podía ocurrir.
Esperamos a que ocurra algo, una especie de castigo catastrófico por lo que hemos hecho, pero no pasa nada. No se produce ningún tipo de reacción.
—Vaya, seré imbécil… —exclama Damen antes de mirarme a los
ojos—. ¡Está bien! ¡No pasa n…!
Sus palabras se ven interrumpidas por un súbito chispazo y un chisporroteo. Nuestra sangre empieza a hervir, y genera tal cantidad de calor que una enorme columna de humo se alza desde el espejo y llena el aire de la estancia. La mezcla no deja de emitir chasquidos y chisporroteos hasta que la sangre se consume por completo y solo queda una finísima capa de polvo sobre el espejo quemado.
Justo lo que le ocurriría a Damen si nuestro ADN llegara a mezclarse.
Nos quedamos perplejos, sin saber qué decir. Aunque las palabras ya no son necesarias. El significado está bien claro.
Roman no está jugando. Su advertencia era real.
Damen y yo jamás podremos estar juntos.
A menos que yo pague el precio que me exige.
—Vale. —Damen asiente con la cabeza. Se esfuerza por parecer calmado, aunque su rostro muestra una expresión de lo más abatida—. Parece que Roman no es tan embustero como creía… al menos, no en este caso.
—Y eso también significa que tiene el antídoto… y que lo único que tengo que hacer ahora es…
Pero no puedo ni terminar la frase, ya que Damen me interrumpe.
—Ever, por favor, no sigas por ahí. Hazme un favor y mantente alejada de Roman. Es peligroso e inestable, y no quiero que te acerques a él, ¿vale? Solo… —Sacude la cabeza y se pasa una mano por el pelo. No quiere que me dé cuenta de lo agobiado que está, así que se dirige a la puerta mientras dice—: Solo dame un poco de tiempo para solucionar las cosas. Encontraré una manera.
Me mira. Está tan sobrecogido por lo que ha ocurrido que decide mantener las distancias. En lugar de darme un beso, hace aparecer un tulipán rojo en la palma de mi mano, que acaba de curarse. Y tras eso, baja las escaleras y sale de mi casa.