Capítulo quince

Jude cierra la puerta principal y luego me guía por un corto pasillo hasta una pequeña habitación que hay a la derecha. Lo sigo con las manos apretadas a los costados mientras observo el símbolo de la paz estampado en la parte posterior de su camiseta y me recuerdo que, si hace algo siniestro, puedo derribarlo y hacer que se arrepienta del día que decidió hacerme daño.

Señala con un gesto una silla plegable con asiento acolchado que hay frente a una mesa cuadrada cubierta por un mantel azul brillante. Se sienta frente a mí y se apoya un pie descalzo sobre la rodilla antes de decir:

—Bien, ¿cuál es tu especialidad?

Lo miro con los dedos entrelazados, concentrada en respirar de manera lenta y profunda para no parecer nerviosa.

—¿Las cartas del tarot? ¿Las runas? ¿El I Ching? ¿De qué se trata?

Echo un vistazo a la puerta, a sabiendas de que podría llegar hasta ella en una fracción de segundo. Eso causaría cierto revuelo, pero ¿que mas da?

—Vas a leerme el futuro, ¿vale? —Me mira a los ojos—. Sabías que me refería a eso cuando te dije que debías pasar una prueba, ¿no es así? —Se echa a reír y me enseña sus hoyuelos antes de soltar una nueva carcajada.

Clavo la vista en el mantel, recorro los bultitos de la seda con los dedos y siento que el calor asciende hasta mis mejillas cuando recuerdo las últimas palabras de Damen. Dijo que siempre podía percibirme, pero espero que solo fuera una forma de hablar… Ojalá no pueda sentirme en estos momentos.

—No necesito nada —murmuro. Todavía no me atrevo a enfrentar su mirada—. Lo único que necesito es tocar brevemente tu mano, solo eso.

—Quiromancia. —Asiente con la cabeza—. No es lo que esperaba, pero vale. —Se inclina hacia mí y extiende las manos con las palmas hacia arriba, listo para empezar.

Trago saliva con fuerza mientras me fijo en las líneas marcadas de sus palmas… pero no es ahí donde se narra la historia, al menos no para mí.

—En realidad, no leo la palma de la mano —le explico con una voz que delata mi nerviosismo mientras reúno el coraje necesario para tocarlo—. Es más la energía… De algún modo, me pongo en sintonía con la energía. Ahí es donde se encuentra toda la información.

Se echa hacia atrás y me observa con tanta atención que no puedo mirarlo a los ojos. Sé que lo único que debo hacer es tocarlo y acabar de una vez. Y tengo que hacerlo ya.

—¿Solo te sirve la mano o puede ser…? —Flexiona los dedos, y las durezas que se alinean en su palma suben y bajan a la par.

Me aclaro la garganta y me pregunto por qué estoy tan nerviosa, por qué tengo la sensación de que estoy traicionando a Damen cuando lo único que intento es conseguir un trabajo para hacer feliz a mi tía.

—No, me sirve cualquier lugar. Tu oreja, tu nariz o ese enorme dedo de tu pie… da igual. Lo que pasa es que la mano es más accesible, ¿sabes?

—¿Más accesible que el enorme dedo del pie? —Sonríe mientras sus ojos verde mar buscan los míos.

Tomo una profunda bocanada de aire y pienso en lo ásperas y duras que parecen sus manos, sobre todo en comparación con las de Damen, que son casi más suaves que las mías. Y, por algún motivo, solo pensar en eso hace que todo este momento me resulte extraño. Ahora que tenemos prohibido tocarnos, el simple hecho de estar a solas con otro chico me parece sórdido, ilícito e incorrecto.

Estiro la mano hacia él, cierro los ojos con fuerza y me recuerdo que esto no es más que una entrevista de trabajo… que en realidad no hay ningún motivo para que no pueda superar la prueba con rapidez y sin dolor. Aprieto el dedo contra el centro de su palma y noto cómo cede su piel, suave y flexible. Permito que su torrente de energía fluya a través de mí… tan pacífica, tan serena que me da la impresión de navegar por el más tranquilo de los océanos. Es tan distinta a la oleada de hormigueos y calidez a la que me he acostumbrado con Damen… pero solo hasta que la historia de la vida de Jude empieza a aparecer ante mí.

Aparto la mano a toda velocidad, como si me hubiese quemado. Busco el amuleto oculto bajo mi camiseta y me fijo en la expresión de alarma que ha aparecido en su cara.

—Lo siento —me apresuro a decir. Niego con la cabeza, furiosa conmigo misma por haber reaccionado así—. Por lo general no hago eso. Por lo general soy bastante más discreta. Solo me… he sorprendido un poco, eso es todo. No esperaba ver algo tan… —Me quedo callada, porque sé que mis balbuceos inútiles solo están empeorando las cosas—. Por lo general, cuando toco a alguien, oculto mis reacciones mucho mejor. —Hago un gesto afirmativo y me obligo a mirarlo a los ojos. Sé muy bien que, diga lo que diga, nada arreglará el hecho de que me he comportado como la peor de las aficionadas—. En serio. —Sonrío, pero noto que mis labios se curvan de una forma nada convincente—. Soy la personificación de la cara de póquer. —Al mirarlo, sé que no voy por buen camino—. Aunque una cara de póquer llena de empatía y compasión… —mascullo, incapaz de detener el tren que se me escapa—. Bueno… en realidad… en realidad estoy… llena de todo eso… —Me encojo por dentro y sacudo la cabeza mientras recojo las cosas para poner fin a esto. Ya no hay forma de que me contrate.

Él se sienta al borde la silla y se inclina tanto hacia mí que me cuesta respirar.

—Bueno, dime… —dice. Sus ojos son como una mano en mi muñeca, algo que me obliga a permanecer donde estoy—. ¿Qué has visto exactamente?

Trago saliva, cierro los ojos por un momento y reproduzco de nuevo la película que acabo de ver en mi cabeza. Las imágenes, muy nítidas, bailan ante mí mientras hablo.

—Eres diferente. —Lo miro de reojo. Su cuerpo permanece inmóvil y su mirada firme. No hace nada que pueda revelar si voy o no por el buen camino—. Pero lo cierto es que siempre has sido diferente. Los ves desde que eras pequeño. —Vuelvo a tragar saliva y aparto la vista. La imagen de él tumbado en la cuna, sonriendo y saludando a su abuela, muerta años antes de que naciera, se ha quedado grabada a fuego en mi cerebro—. Y cuando… —Hago una pausa. No quiero decirlo, pero sé que, si deseo conseguir el trabajo, debo hacerlo—. Cuando tu padre… se pegó un tiro… cuando tú tenías diez años… creíste que era culpa tuya. Estabas convencido de que tu insistencia en que veías a tu madre, quien por cierto había fallecido solo un año antes, fue demasiado para él. Pasaron varios años antes de que aceptaras la verdad, que tu padre no era más que un hombre solo, deprimido, impaciente por volver a estar con tu madre. Aun así, hay veces en las que todavía tienes tus dudas.

Lo miro por un instante y me doy cuenta de que ni siquiera ha parpadeado, aunque algo en sus profundos ojos verdes se altera al oír la verdad.

—Intentó visitarte unas cuantas veces. Quería disculparse por lo que había hecho, pero, aunque lo percibías, lo bloqueaste. Estabas harto de que tus compañeros de clase se burlaran de ti, y también de que las monjas te reprendieran… por no mencionar a tu padre de acogida, que… —Sacudo la cabeza. No deseo continuar, pero sé que tengo que hacerlo—. Solo querías ser normal. —Hago un gesto de comprensión con los hombros—. Que te trataran como a todos los demás. —Deslizo los dedos sobre el mantel. Siento un nudo en la garganta, porque sé exactamente lo que es querer encajar y saber que nunca lo conseguirás de verdad—. Pero luego huiste y conociste a Lina, quien por cierto no es tu verdadera abuela (tus verdaderos abuelos están muertos)… —Lo miro de nuevo y me pregunto si le sorprende que sepa eso, pero sigue sin revelar nada—. De cualquier forma, ella te acogió, te alimentó, te vistió, te…

—Me salvó la vida. —Suspira y se reclina en el asiento mientras Se frota los ojos con esos largos dedos bronceados—. De muchas formas. Estaba tan perdido… y ella…

—Te aceptó tal y como eres —afirmo mientras veo la historia que se desarrolla ante mí como si estuviera allí.

—¿Y cómo soy? —inquiere. Apoya las manos sobre las rodillas y me mira a los ojos—. ¿Quién soy yo en realidad?

Lo observo y añado al instante:

—Un tipo tan listo que terminó el instituto antes de tiempo. Un tipo con unas habilidades psíquicas tan asombrosas que ha ayudado a centenares de personas y ha pedido muy poco a cambio. Y aun así, a pesar de todo eso, también eres un tipo muy… —Lo miro y esbozo una sonrisa—. Iba a decir muy «perezoso», pero como quiero este trabajo diré en cambio muy «relajado». —Me echo a reír, y me siento aliviada al ver que él también lo hace—. Si tuvieras la oportunidad, no trabajarías ni un día más. Te pasarías el resto de la eternidad en busca de la ola perfecta.

—¿Eso es una metáfora? —pregunta con una sonrisa burlona.

—En tu caso, no. —Encojo los hombros—. En tu caso, es un hecho.

Asiente, se apoya en el respaldo de la silla y me mira de una forma que me provoca un hormigueo en el estómago. Vuelve a inclinarse hacia delante, apoya los pies en el suelo y dice:

—Culpable. —Sus ojos, melancólicos, buscan los míos—. Y ahora que ya no me quedan más secretos, ahora que te has colado en lo más profundo de mi alma… Tengo que preguntarte si has visto algo de mi futuro… ¿Una rubia tal vez?

Me remuevo en la silla mientras pienso qué decir, pero él me interrumpe al instante.

—Me refiero al futuro inmediato, a este viernes por la noche. ¿Crees que Stacia querrá salir conmigo?

—¿Stacia? —Mi voz se rompe y mis patéticos ojos están a punto de salírseme de las cuencas. Se acabó lo de fanfarronear con mi cara de póquer.

Jude cierra los ojos y sacude la cabeza, agitando esos mechones largos y dorados que contrastan de una forma tan bonita con su preciosa piel morena.

—Anastasia Pappas, también conocida como Stacia —aclara, ajeno al suspiro de alivio que se me escapa al comprender que habla de otra Stacia, y no de la que yo conozco.

Me pongo en sintonía con la energía que emite el nombre de esa tal Stacia y sé de inmediato que eso nunca va a funcionar… al menos, no de la forma que él tiene en mente.

—¿Quieres saberlo de verdad? —inquiero, a sabiendas de que podría ahorrarle un montón de esfuerzos inútiles diciéndoselo ahora. No obstante, dudo que quiera oír la verdad, por más que afirme lo contrario—. Bueno, ¿no prefieres esperar a ver qué pasa? —Lo miro con la esperanza de que se muestre de acuerdo.

—¿Es eso lo que vas a decirles a los clientes? —pregunta, retomando el tema del negocio.

Sacudo la cabeza y lo miro a los ojos.

—Oye, si son lo bastante estúpidos como para preguntarlo, seré 1o bastante estúpida como para decírselo. —Sonrío—. Así que supongo que la cuestión es: ¿hasta dónde llega tu estupidez?

Jude hace una pausa. Vacila durante tanto tiempo que temo haber ido demasiado lejos. Pero luego sonríe y extiende la mano derecha a mientras se levanta del asiento.

—Lo bastante lejos como para contratarte. Ahora entiendo por qué no has querido darme la mano antes. —Inclina la cabeza y me aprieta la mano durante unos segundos demasiado largos—. Ha sido una de las lecturas más asombrosas que me han hecho nunca.

—¿Una de las más asombrosas? —Alzo las cejas en un fingido gesto de ofensa mientras cojo el bolso y camino a su lado.

Él se echa a reír, se acerca a la puerta y me mira antes de decir:

—¿Por qué no te pasas por aquí mañana por la mañana, alrededor de las diez?

Me quedo callada, porque sé que no podré hacerlo.

—¿Qué pasa? ¿Prefieres dormir a esas horas? Pues únete al club. —Se encoge de hombros—. Créeme, si yo puedo hacerlo, tú también.

—No es eso. —Me pregunto por qué me cuesta tanto decírselo. Ahora que ya he conseguido el trabajo, ¿qué me importa lo que piense?

Jude me mira, a la espera, mientras pasan los segundos.

—Es que… tengo clase —admito con aire indiferente mientras pienso en que «tener clase» suena mucho mejor que «ir al instituto», como si insinuara que voy a la universidad o algo así.

Él me mira de arriba abajo una vez más, incómodo.

—¿Dónde?

—Bueno… pues en Bay View —murmuro, aunque intento no encogerme al decirlo en voz alta.

—¡¿Todavía estás en el instituto?! —Sus ojos se entrecierran aún más después de entender la situación.

—Vaya, tus habilidades psíquicas sí que son alucinantes… —Me echo a reír. Sé que parezco nerviosa y estúpida, así que confieso—: Estoy terminando el penúltimo año.

Jude vuelve a mirarme por un momento (un momento demasiado largo) antes de girarse y abrir la puerta.

—Pareces mayor —dice. Una afirmación tan abstracta que no sé si está destinada a él mismo o a mí—. Pásate por aquí cuando puedas. Te enseñaré cómo se maneja la caja registradora y otras cuantas cosas que debes saber.

—¿Quieres que venda cosas? Creí que solo iba a predecir el futuro. —Me quedo atónita al descubrir que mis obligaciones laborales se extienden con tanta rapidez.

—Cuando no estés con algún cliente, tendrás que trabajar en la tienda. ¿Eso te supone un problema?

Niego con la cabeza mientras él mantiene la puerta abierta.

—Solo… solo una cosa. —Me muerdo el labio inferior, sin saber muy bien cómo continuar—. Bueno, en realidad son dos cosas. Primero: ¿te importa que utilice un nombre diferente? Para lo de leer el futuro y todo eso, ya sabes. Vivo con mi tía y, aunque es una mujer sensacional, no sabe nada de mis habilidades, así que…

—Puedes ser quien quieras ser. —Encoge los hombros—. Por eso no te preocupes. Pero como es necesario empezar a llevar un registro de las citas, ¿quién te gustaría ser?

Me quedo callada, porque no había pensado en eso hasta ahora. Me pregunto si debería llamarme Raquel, como mi mejor amiga en Oregón, o elegir un nombre más común, como Anne, Jenny o algo por el estilo. No obstante, como sé que la gente siempre espera que los médiums se aparten de la normalidad todo lo posible, miro hacia la playa y elijo la tercera cosa que veo (pasando por alto «Tres» y «Cancha de baloncesto»)—. Avalon —le digo, y me encanta cómo suena—. Como la ciudad de Isla Catalina, ya sabes.

Asiente con la cabeza y me sigue al exterior antes de preguntarme:

—¿Cuál era la segunda cosa? Me doy la vuelta, respiro hondo y espero que me escuche cuando le digo:

—Te mereces a alguien mejor que Stacia.

Jude recorre mi rostro con la mirada y se resigna a la verdad, aunque es evidente que no está precisamente entusiasmado al oírla de mis labios.

—Tienes un largo historial en el que ha quedado registrado que siempre te enamoras de la chica equivocada. —Hago un gesto negativo con la cabeza—. Lo sabes, ¿verdad?

Espero una respuesta, algún gesto que reconozca lo que acabo de decir, pero él se limita a encogerse de hombros antes de despedirse con un gesto de la mano. Sigue mirándome mientras me dirijo al coche, sin tener ni idea de que todavía puedo «oírlo» cuando piensa:

«¡A mí me lo vas a decir!».