Capítulo catorce

Después de un largo día de clases sin Damen, cuando por fin suena el timbre, me meto en el coche y me dirijo a casa. Pero en lugar de girar a la izquierda en el semáforo, realizo un cambio de sentido prohibido. Me digo a mí misma que quiero dejarle algo de espacio, darle la oportunidad de relacionarse con las gemelas… pero lo cierto es que entre la adoración que sienten por Damen y la hostilidad que muestra Rayne hacia mí… bueno, no estoy preparada para verlas de nuevo.

Me encamino hacia el centro de Laguna con la idea de parar en Mystics & Moonbeams, la librería metafísica en la que trabajaba Ava. Pienso que tal vez Lina, la dueña de la tienda, pueda ayudarme a encontrar una solución a mis problemas más místicos sin que sea necesario revelarle qué es lo que quiero en realidad. Algo que, teniendo en cuenta lo suspicaz que es, será toda una hazaña.

Tras hacer aparecer la mejor plaza de aparcamiento que puedo en esta ciudad abarrotada de gente está a dos manzanas de disocia), lleno el parquímetro de monedas y me encamino hacia la perta, donde me encuentro un gran cartel rojo que dice: «¡VOLVERÉ EN DIEZ MINUTOS!».

Me quedo de pie frente a la entrada, aprieto los labios mientras echo un vistazo a mi alrededor para asegurarme de que no hay nadie mirando, y luego le doy la vuelta al cartel mentalmente al tiempo que retiro el pestillo. Silencio la campanilla de la puerta mientras me adentro en la tienda para dirigirme a las estanterías y disfrutar de la posibilidad de echar una miradita por mi cuenta, libre del escrutinio de Lina.

Las yemas de mis dedos se deslizan por la larga hilera de tomos a la espera de cualquier tipo de señal, de una súbita calidez, de un hormigueo, de algo que me advierta de que he tocado el libro correcto. Sin embargo, como no siento nada, cojo uno que hay casi al final del estante y cierro los ojos mientras presiono las cubiertas con las palmas, impaciente por «ver» lo que hay en su interior.

—¡¿Cómo has entrado?!

Me asusto tanto que choco contra el estante que hay justo detrás de mí, con lo que varios CD caen al suelo.

Avergonzada por el lío que he montado (hay joyeros esparcidos por todo el suelo, y algunos de ellos están rotos), solo acierto a decir:

—Me ha asustado… Yo…

Me dejo caer de rodillas, con el corazón a mil y el rostro ruborizado. Me pregunto no solo quién es este tipo, sino también cómo ha podido pillarme desprevenida cuando resulta casi imposible hacerlo. La energía de un mortal siempre se anuncia mucho antes de que lo haga su presencia. Así que es probable que… no sea mortal.

Le echo un vistazo rápido cuando él se arrodilla a mi lado. Me fijo en su piel bronceada, en sus brazos musculosos y en la abundante masa de mechones dorados que caen sobre su hombro y hasta te mitad de su espalda. Lo observo mientras amontona los joyeros dañados en sus manos y busco alguna señal que lo delate como inmortal, tal vez incluso como un renegado… Un rostro demasiado perfecto, un tatuaje del uróboros, cualquier cosa… Sin embargo, cuando me pilla mirándolo, sonríe de una manera que no solo muestra unos hoyuelos perfectos en sus mejillas, sino también unos dientes que están torcidos lo justo para demostrar que no es como yo.

—¿Te encuentras bien? —pregunta mientras me observa con unos ojos tan verdes que apenas logro recordar cómo me llamo.

Asiento y me pongo en pie con torpeza mientras me froto las manos en los vaqueros. Me pregunto por qué estoy tan nerviosa, por qué me falta el aire. Casi tengo que obligarme a pronunciar las palabras:

—Sí. Estoy… bien. —Suelto una risilla nerviosa al final de la frase, tan aguda y estúpida que me encojo por dentro y me doy la vuelta—. Yo… bueno… Solo estaba examinando la mercancía —añado, y solo entonces caigo en la cuenta de que seguramente tenga más derecho a estar aquí que él.

Echo un vistazo por encima del hombro y descubro que me está mirando de una manera que no consigo interpretar. Respiro hondo e inclino los hombros hacia atrás.

—Creo que la pregunta debería ser: «¿Cómo has entrado tú?». —Entonces me fijo en sus pies llenos de arena, en los pantalones cortos húmedos que se sostienen en un punto peligrosamente bajo de sus caderas… y aparto la vista antes de poder ver cualquier otra cosa.

—Soy el dueño de esta tienda. —Hace un gesto afirmativo y vuelve a apilar los CD (los que no están rotos) en la estantería antes de girarse hacia mí.

—¿En serio? —Lo miro con aire interrogativo y después añado—: Porque resulta que conozco a la dueña, y no te pareces en nada a ella.

El chico inclina la cabeza hacia un lado, entorna los párpados en un falso gesto pensativo y se rasca la barbilla.

—¿De verdad? —pregunta—. La mayoría de la gente dice que nos parecemos, pero debo admitir que yo opino lo mismo que tú: nunca he visto ninguna similitud entre nosotros.

—¿Eres pariente de Lina? —inquiero con tono ahogado. Mi voz delata el pánico que siento, aunque espero que no lo haya notado.

—Es mi abuela. —Hace un gesto afirmativo con la cabeza—. Y, por cierto, me llamo Jude.

Me tiende una mano grande, bronceada, con unos dedos extendidos que esperan los míos. No obstante, aunque me pica la curiosidad, no puedo hacerlo. A pesar de mi interés, a pesar de que no puedo evitar preguntarme por qué este chico hace que me sienta así (aturullada y nerviosa), no puedo arriesgarme a obtener la horda de conocimientos que traería ese simple contacto cuando mi mente está tan alterada.

Inclino la cabeza en un estúpido gesto de saludo mientras murmuro mi nombre. Intento no moverme con incomodidad cuando él me mira extrañado y baja la mano.

—Bueno, ahora que eso está solucionado… —Se cuelga la toalla húmeda sobre el hombro, con lo que esparce arena por toda la estancia—, volvamos a mi pregunta original: ¿qué estás haciendo aquí?

Me doy la vuelta y finjo un repentino interés por un libro sobre la interpretación de los sueños.

—Repito mi respuesta original, por si acaso la has olvidado: estoy examinando la mercancía. Permitís la entrada a la gente que solo quiere mirar, ¿no? —Me giro para enfrentar su mirada… y al ver esos ojos asombrosos de color verde mar pienso de repente en un paraíso tropical. Hay algo en ellos tan… indefinible y sorprendente… y a la vez tan familiar… Sin embargo, estoy segura de que no he visto a este chico antes.

Se echa a reír y se aparta los mechones dorados de la cara, con lo que deja expuesta una cicatriz que tiene en la frente. Fija su mirada en un lugar a mi derecha y dice:

—Lo cierto es que, a pesar de todos los veranos que he pasado aquí, de todos los clientes a los que he visto «examinar» la mercancía, jamás he visto a ninguno que lo haga como tú.

Esboza una sonrisa y me estudia con la mirada. En ese momento me doy la vuelta, con las mejillas sonrojadas y el corazón en un puño. Me tomo unos instantes para recomponerme antes de volver a girarme.

—¿Nunca has visto a nadie examinar la cubierta? —le pregunto—. Me parece un poco raro, ¿no crees?

—No con los ojos cerrados. —Inclina la cabeza hacia un lado y vuelve a fijarse en ese lugar a mi derecha.

Trago saliva con fuerza. Me siento nerviosa, preocupada, y sé que debo cambiar de tema antes de hundirme más.

—Quizá deberías preocuparte por cómo he entrado, y no por lo que hago aquí —afirmo, aunque me gustaría poder retirarlo en el fomento en que pronuncio las palabras.

El chico me mira extrañado.

—He dado por sentado que me había dejado la puerta abierta. ¿Me estás diciendo que no es así?

—¡No! —Niego con la cabeza con la esperanza de que no se fije en lo rojas que están mis mejillas—. No… no es eso lo que quería decir. Sí que te has dejado la puerta abierta —añado. Intento estarme quieta, no parpadear o apretar los labios… o cualquier otro gesto que me traicione—. Abierta de par en par, de hecho, algo que no es solo un desperdicio de aire acondicionado, sino también una total… —Me quedo callada y siento una sensación rara en el estómago cuando veo la sonrisa que se forma en sus labios.

—Así que eres amiga de Lina, ¿eh? —Se encamina hacia la caja registradora y deja caer la toalla sobre el mostrador con un golpe húmedo y arenoso—. No me dijo nada de ti.

—Bueno, no somos amigas exactamente… —respondo distraída. Ojalá las cosas no le parezcan tan raras como a mí—. En realidad solo la he visto una vez, cuando me ayudó… Un momento, ¿por qué lo has dicho de esa manera? En pasado, ya sabes. ¿Lina está bien?

El chico hace un gesto de asentimiento, se sienta en un taburete, saca una caja morada de cartón de un cajón y empieza a ojear un puñado de recibos.

—Está en uno de sus retiros anuales. Cada año elige uno distinto. Esta vez se ha decidido por México. Intenta averiguar si los mayas tenían razón y el mundo se acabará en 2012. ¿Tú qué opinas?

Me mira con esos ojos verdes llenos de curiosidad, unos ojos penetrantes que se clavan en los míos. Pero me limito a rascarme el brazo y a encogerme de hombros. Nunca había oído esa teoría en particular, y me pregunto si puede aplicarse a Damen y a mí. ¿Será entonces cuando vayamos a Shadowland, o nos veremos obligados a vagar por la tierra? Seríamos los dos últimos supervivientes, los responsables de repoblar el mundo… Pero, ironías de la vida, si nos tocáramos, Damen moriría…

Sacudo la cabeza, ansiosa por escapar de esa amenaza en particular antes de que arraigue en mi mente. Además, estoy aquí por una razón y necesito seguir con mi plan.

—Bien, si no sois amigas «exactamente», ¿de qué os conocéis?

—La conocí a través de Ava —admito, aunque odio el sabor que su nombre deja en mi boca.

Él pone los ojos en blanco, murmura algo ininteligible y sacude la cabeza.

—¿Entonces conoces a Ava? —pregunto al tiempo que lo observo-. Permito que mi mirada vague desde su rostro hasta su cuello, sus hombros, su pecho suave y bronceado… y bajo hasta su ombligo antes de obligarme a levantar la vista de nuevo.

—Sí, la conozco. —Deja la caja a un lado y me mira a los ojos—. Apareció y desapareció el otro día… se desvaneció en el aire, por lo que yo sé…

«Tú no sabes casi nada, créeme», pienso mientras estudio su rostro con detenimiento.

—… le llamé al fijo, al móvil… pero nada. Al final me pasé por su casa para comprobar si estaba bien y vi que las luces estaban encendidas, así que me quedó claro que no quería hablar conmigo. —Sacude la cabeza—. Me ha dejado a un montón de clientes furiosos que quieren que les eche las cartas. ¿Quién se habría imaginado que dejaría el trabajo así como así?

Sí, quién lo iba a imaginar… Desde luego no la persona que fue 1° bastante estúpida como para dejar los secretos más profundos y oscuros en sus avarientas y malvadas manos…

—Sin embargo, todavía no he encontrado a nadie lo bastante bueno para sustituirla. Y deja que te diga una cosa: es casi imposible leer el futuro y ocuparse de la tienda al mismo tiempo. Por eso he salido hace un rato. —Alza los hombros en un gesto de indiferencia—. Las olas me llamaban y necesitaba tomarme un descanso. Supongo que he vuelto a dejarme la puerta abierta.

Sus ojos, brillantes y profundos, buscan los míos. Y no sabría decir si cree de verdad que se ha dejado la puerta abierta o si sospecha de mí. Aunque, cuando intento indagar en su cabeza para descubrirlo por mí misma, descubro que ha erigido un muro para salvaguardar sus pensamientos de la gente como yo. Lo único que percibo es un aura morada y resplandeciente que no había visto antes… y su color ondea y brilla, como si intentara atraerme.

—De manera que lo único que he conseguido hasta ahora es un montón de currículos de aficionados. Pero estoy tan desesperado por recuperar mis fines de semana que estoy dispuesto a meter sus nombres en un cuenco y sacar uno al azar para acabar con esto de una vez. —Sacude la cabeza y me muestra sus hoyuelos de nuevo.

Y pese a que una parte de mí no puede creer lo que estoy a punto de hacer, la otra, la parte más práctica, me anima a continuar al darse cuenta de que es la oportunidad perfecta.

—Tal vez yo pueda ayudarte. —Contengo el aliento mientras aguardo su respuesta. Pero al ver que la única respuesta es una mirada suspicaz y una levísima curvatura de labios, añado—: En serio. ¡Ni siquiera tendrías que pagarme!

El muchacho se vuelve más suspicaz aún, con lo que esos increíbles ojos verdes casi desaparecen tras los párpados.

—Lo que quería decir es que no tendrías que pagarme «tanto» —agrego, ya que no deseo parecer una rarita desesperada que se vende por nada—. Trabajaré por un sueldo mínimo… pero solo porque soy tan buena que podré vivir de las propinas.

—¿Eres una médium? —Se cruza de brazos y echa la cabeza hacia atrás para mirarme con la más absoluta incredulidad.

Enderezo los hombros e intento no parecer nerviosa. Quiero parecer profesional, madura, una persona a quien le puede confiar la tienda.

—Sí. —Asiento, aunque no puedo evitar que se me encoja el estómago. No suelo hablarle de mi don a nadie, y mucho menos a un desconocido—. Podría decirse que «sé» cosas. La información llega hasta mí o algo así… Es difícil de explicar.

Él me mira, vacilante, y luego se encuentra en un punto a mi derecha antes de decir:

—Entonces, ¿qué eres exactamente?

Encojo los hombros mientras subo y bajo la cremallera de la sudadera con los dedos. Arriba y abajo. Arriba y abajo. No tengo ni la menor idea de a qué se refiere.

—¿Tienes clariaduciencia, clarividencia, clariesencia, clarisensibilidad o claritangencia? ¿Cuál de esos dones posees? —Hace un gesto de indiferencia con los hombros.

—Todos ellos —afirmo. No tengo ni la más remota idea de lo que significan esos términos, pero supongo que, si tienen alguna relación con las habilidades extrasensoriales, lo más probable es que pueda hacerlo.

—Pero no eres médium —dice, como si fuera algo que da por sentado.

—Puedo ver a los espíritus —afirmo, despreocupada—. Pero solo a los que todavía están aquí, no a los que ya han cruzado… —Me callo y finjo aclararme la garganta, ya que sé que es mejor no mencionar el puente, Summerland ni nada de eso—. Puedo ver a los que todavía no han cruzado «al otro lado». —Encojo los hombros con la esperanza de que no intente presionarme sobre ese punto, porque no iré más lejos.

El chico vuelve a entornar los párpados y pasea la mirada desde mi pelo rubio hasta mis zapatillas Nike. Y esa mirada hace que todo mi cuerpo se estremezca. Coge una camiseta de manga larga de debajo del mostrador y mete la cabeza por el cuello antes de volver a mirarme.

—Bueno, Ever… —dice—. Si quieres trabajar aquí, tendrás que pasar la prueba.