En el momento en que salimos, me doy cuenta de que necesitamos un coche. Y puesto que estoy mucho más interesada en la velocidad que en la comodidad, en especial después de ver la forma en que las gemelas se aferran la una a la otra mientras miran a su alrededor con desconfianza, hago aparecer un vehículo que nos sacará de aquí con rapidez y las mantendrá muy juntas. Le ordeno a Romy que se siente sobre el regazo de Rayne mientras me acomodo en mi asiento y aprieto el acelerador. Recorro las calles con sorprendente soltura mientras las gemelas se cuelgan de la ventana para contemplar boquiabiertas todo lo que dejamos atrás.
—¿No habéis salido de la casa en todo este tiempo? —Las observo y descubro que jamás había visto a nadie reaccionar de esa manera frente a la belleza de Laguna Beach.
Niegan con la cabeza sin apartar la mirada del paisaje. Se retuercen en el asiento mientras me detengo frente a la puerta. Permito que el guardia uniformado eche un vistazo a través de la ventana para verlas. Nos deja entrar.
—¿Adonde nos llevas? —Rayne me mira con suspicacia—. ¿A que viene tanto guardia y tanta verja? ¿Es esto una especie de prisión?
Avanzo hacia la colina y la miro antes de responder:
—¿No hay urbanizaciones privadas en Summerland? —En realidad, yo nunca he visto ninguna, pero lo cierto es que tampoco he permanecido allí los tres últimos siglos, como ellas.
Las chicas hacen un gesto negativo con la cabeza. Tienen los ojos abiertos como platos, y es evidente que están muy nerviosas.
—No os preocupéis. —Giro hacia la calle de Damen y me dirijo hacia su casa—. Esto no es una prisión. Las verjas no sirven para eso; su función es impedir que la gente entre, no que salga.
—Pero ¿por qué iba a querer alguien que la gente no entrara? —preguntan. Sus voces infantiles se convierten en una sola.
Me estremezco. No sé cómo responder a eso, ya que a mí tampoco me educaron de esa manera. Todos los barrios de mi infancia permitían el libre acceso.
—Supongo que la idea es mantener a la gente… —Estoy a punto de decir «a salvo», pero no es ese el término que busco—. Da igual. —Sacudo la cabeza—. Si vais a vivir aquí, será mejor que os acostumbréis. Por aquí, todas las cosas son así.
—Pero nosotras no vamos a vivir aquí —replica Rayne—. Has dicho que esto solo era un arreglo temporal, hasta que encontraras una manera de ayudarnos a regresar, ¿lo recuerdas?
Respiro hondo y aprieto el volante con fuerza mientras me recuerdo k> asustada que debe de estar, sin importar lo bravucona que parezca.
—Por supuesto que es temporal. —Asiento y me obligo a esbozar una sonrisa. Espero de veras que sea algo provisional, porque de lo contrario alguien va a sentirse muy molesto. Salgo del coche y les hago un gesto para que me imiten—. ¿Estáis listas para ver vuestra nueva casa temporal?
Me encamino hacia la puerta con las gemelas pisándome los talones. Me sitúo delante del umbral y me planteo si debería llamar y esperar a que Damen la abra o entrar sin más, ya que lo más probable es que esté durmiendo.
Estoy a punto de hacer lo último cuando Damen abre la puerta, me echa una ojeada y dice:
—¿Estás bien?
Sonrío y le envío un mensaje telepático:
—Antes de decir nada (cualquier cosa) intenta mantener la calma y dame la oportunidad de explicarme.
Sus ojos están cargados de curiosidad e interrogantes cuando le pregunto:
—¿Nos dejas pasar?
Se hace a un lado y abre los ojos de par en par cuando Romy y Rayne salen de detrás de mí y corren hacia él. Sus brazos delgaduchos le rodean la cintura y sus miradas se clavan en él con adoración mientras gritan:
—¡Damen! ¡Eres tú! ¡Eres tú de verdad!
Y por más agradable que sea este pequeño encuentro, no puedo evitar notar que su reacción ante él, todo ese amor y entusiasmo, es justo la contraria que han mostrado conmigo.
—Hola… —Damen sonríe, les alborota el pelo y se agacha para darles un beso en la coronilla—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos? —Se aparta un poco y entorna los ojos.
—Nos vimos la semana pasada —dice Rayne, cuyo rostro muestra la más absoluta adoración—. Unos segundos antes de que Ever añadiera su sangre al antídoto y lo fastidiara todo.
—¡Rayne! —Romy nos mira a su hermana y a mí antes de negar con la cabeza. Pero lo dejo pasar. Esa es una batalla que jamás conseguiré ganar.
—Me refería a «antes» de que eso ocurriera. —Damen pierde la mirada en la distancia, intentando recordar la fecha.
Las gemelas lo miran con un brillo travieso en los ojos y dicen:
—Fue hace unos seis años, ¡cuando Ever tenía diez!
Eso me deja atónita. Mis ojos están a punto de salirse de las cuencas cuando Damen se echa a reír.
—Ah, sí. Y debo daros las gracias por haberme ayudado a encontrarla. Y puesto que sabéis lo mucho que ella significa para mí, apreciaría que fuerais amables con ella. No es mucho pedir, ¿no os parece? —Le da un pellizco a Rayne en la barbilla y consigue que la niña sonría ruborizada—. Bueno, ¿y a qué debo este increíble honor? —Nos conduce hasta el salón, aún vacío—. ¿A qué debo el honor de poder reunirme con mis viejas amigas, quienes, debo añadir, no han envejecido ni un solo día desde que nos conocimos?
Las chicas se miran y sueltan una risilla; es evidente que están dispuestas a dejarse hechizar por todo lo que él diga. Y antes de que se me ocurra una respuesta, de que encuentre las palabras adecuadas para contárselo y prepararlo para la idea de que van a vivir con él, las gemelas intercambian una mirada y gritan:
—¡Ever ha dicho que vamos a vivir contigo!
Damen me mira de soslayo, con la sonrisa aún plantada en la cara, Pero en sus ojos comienza a esbozarse una expresión horrorizada.
—Temporalmente —añado mientras lo miro a los ojos y le envío un montón de tulipanes rojos por telepatía—. Solo hasta que descubramos una manera de que puedan regresar a Summerland, o de que recuperen su magia, lo que ocurra primero. —Y pienso para mis adentros: «¿Recuerdas que dijiste que querías mejorar tu karma, compensar tus actos pasados? Bueno, pues, ¿qué mejor manera de hacerlo que ayudar a alguien que lo necesita? Y de esta forma podrás quedarte con tu casa, porque necesitarás el espacio extra. Es la solución perfecta. ¡Todo el mundo sale ganando!». Hago un gesto de asentimiento y sonrío con tanto entusiasmo que parezco una muñeca de feria.
Damen nos mira, primero a mí y luego a las gemelas, y se echa a reír antes de decir:
—Por supuesto que podéis quedaros. Durante tanto tiempo como sea necesario. ¿Qué os parece si subimos a la planta de arriba para que podáis elegir vuestras habitaciones?
Dejo escapar un suspiro. Mi novio perfecto ha demostrado ser incluso más perfecto. Subo las escaleras detrás de las gemelas, que corren felices y contentas. Parecen otras ahora que están al cuidado de Damen.
—¿Podemos quedarnos esta habitación? —preguntan con los ojos iluminados. Están de pie frente a la entrada de la habitación «especial» de Damen, que todavía no ha recuperado sus cosas.
—¡No! —exclamo con demasiada rapidez. No puedo evitar encogerme por dentro cuando las dos hermanas se giran hacia mí con los ojos entrecerrados y me fulminan con la mirada. No obstante, aunque me siento mal por empezar a negarles cosas desde el principio, estoy decidida a devolverle a esta estancia su estado original y no podré hacerlo si ellas acampan aquí—. Esta ya está cogida —añado, a sabiendas de que eso no servirá para suavizar el golpe—. Pero hay muchas más. Este lugar es enorme, ya lo veréis. ¡Tiene incluso una piscina!
Romy y Rayne se miran la una a la otra antes de adentrarse por el pasillo con las cabezas juntas. Susurran entre ellas sin molestarse en ocultar lo enfadadas que están conmigo.
—Podrías haberles dejado esa habitación, piensa Damen, que está lo bastante cerca como para provocarme un hormigueo en todo el cuerpo.
Sacudo la cabeza y camino a su lado en silencio mientras replico telepáticamente:
—Quiero que esa estancia vuelva a estar llena de tus cosas. Aunque ya no signifiquen nada para ti, para mí significan mucho. No puedes desechar el pasado sin más… No puedes darles la espalda a las cosas que te definen.
Se detiene y se gira hacia mí para decirme:
—Ever, no son nuestras cosas las que nos definen. Lo que nos define no es la ropa que llevamos, ni el coche que conducimos, ni las obras de arte que adquiramos… Lo que nos define no es el lugar donde vivimos, sino cómo vivimos. —Clava su mirada en mí mientras me da un abrazo telepático, y el efecto resulta tan real que me deja sin aliento—. Lo que nos define son los actos que realizamos, que serán recordados mucho después de que hayamos desaparecido añade mientras me acaricia el pelo y me roza con los labios en un beso mental.
—Es cierto. —Sonrío e intensifico la imagen que él ha creado con tulipanes, puestas de sol, arcoiris, cupidos y todo tipo de clichés románticos que nos arrancan una carcajada—. Pero somos inmortales —añado, decidida a llevarlo a mi terreno—. Y eso significa que ninguna de esas normas puede aplicarse a nosotros. Si tenemos eso en cuenta, tal vez podamos…
Ni siquiera he conseguido terminar la frase cuando las gemelas exclaman:
—¡Esta habitación! ¡Queremos esta habitación!
Puesto que las gemelas están acostumbradas a permanecer juntas, tenía la certeza de que querrían compartir habitación, incluso dormir en literas o algo así. No obstante, en el instante en que comprobaron el tamaño de la habitación de al lado, y el de la que hay un poco más allá, cada una reclamó un dormitorio distinto sin pensárselo dos veces. Se pasaron las horas siguientes diciéndonos a Damen y a mí cómo debíamos decorarlas, hasta los detalles más minúsculos. Exigieron que hiciéramos aparecer camas, vestidores y estanterías, pero luego cambiaron de opinión y nos obligaron a vaciarlas para volver a empezar de nuevo.
Aunque, como Damen estaba utilizando su magia, no me quejé. Me sentía demasiado aliviada al ver que volvía a manifestar cosas, aunque siguiera negándose a hacer aparecer algo para él. Cuando terminamos, comenzaba a amanecer, y decidí que sería mejor regresar a casa antes de que Sabine despertara y notara que me había marchado.
—No te sorprendas si hoy no voy a clase —me advierte Damen cuando me acompaña a la puerta principal.
Suelto un suspiro. Detesto la idea de ir a clase sin él.
—No puedo dejarlas aquí solas. Al menos hasta que se hayan instalado por completo. —Mueve el pulgar por encima del hombro para señalar la planta superior, donde las gemelas por fin se han dormido en sus camas.
Hago un gesto de asentimiento. Sé que tiene razón y me hago la promesa de devolverlas a Summerland pronto, antes de que se acomoden demasiado.
—No tengo claro que esa sea la solución adecuada —dice en cuanto percibe mis pensamientos.
Me estremezco. No tengo muy claro adonde quiere ir a parar, pero de cualquier forma, siento un desagradable pinchazo en el estómago.
—He estado pensando… —Inclina la cabeza hacia un lado y se frota la barba incipiente de la barbilla con el pulgar—. Esas chicas han vivido un calvario: perdieron su hogar, a su familia, todo lo que conocían y amaban. Les arrebataron su vida de una manera tan abrupta que ni siquiera tuvieron la oportunidad de vivirla… —Sacude la cabeza—. Se merecen una infancia de verdad, ¿sabes? Un nuevo comienzo en el mundo…
Abro la boca con la intención de decir algo, pero no me salen las palabras. Porque aunque también quiero que sean felices, que estén a salvo y todas esas cosas, en lo que al resto se refiere no pensamos lo mismo. Mi plan era una visita corta, de un par de días o así, o en el peor de los casos… de algunas semanas. Nunca he considerado la idea de convertirme en madre adoptiva, en especial de dos gemelas que son solo unos años más jóvenes que yo.
—Solo era una idea. —Damen se encoge de hombros—. Al final, fe decisión depende de ellas. Es su vida.
Trago saliva con fuerza y desvío la mirada. Me digo que no hay ^Ue decidir nada todavía, y me encamino hacia el coche que he manifestado cuando Damen comenta:
Vamos, Ever, por favor… ¿Un Lamborghini?
Doy un respingo y me ruborizo ante su mirada.
—Necesitaba algo rápido. —Alzo los hombros con un gesto de indiferencia, pero sé que no se lo traga en cuanto veo su cara—. Les asustaba estar en la calle, así que necesitaba traerlas hasta aquí lo más rápido posible.
—¿Y era necesario que fuera un coche rojo y resplandeciente? —Se echa a reír mientras niega con la cabeza.
Me niego a decir nada más. Está claro que las cosas no me han salido como deseaba. Me libraré del coche en cuanto llegue a la entrada de mi casa.
Abro la puerta y me acomodo en el asiento, y de repente recuerdo lo que quería preguntarle antes. Me fijo en los elegantes rasgos de su rostro y le digo:
—Oye, Damen… ¿Cómo es posible que abrieras la puerta tan rápido? ¿Cómo sabías que estábamos aquí?
Sus ojos se clavan en los míos y la sonrisa desaparece muy lentamente de su cara.
—Eran las cuatro de la madrugada… Ni siquiera había tenido el tiempo de llamar y ya estabas ahí. ¿Es que no estabas dormido?
Y aunque hay un montón de metal rojo y resplandeciente entre nosotros, me da la impresión de que Damen se encuentra justo a mi lado. Su mirada me provoca un escalofrío que recorre toda mi piel-
—Siempre percibo cuándo estás cerca, Ever —asegura.