Capítulo doce

Camino hacia casa. O al menos esa es la dirección que tomo en un principio. En cierto punto del camino hago un giro. Y luego otro. Y otro. Mis pies se mueven tan despacio que casi se arrastran, porque saben que no hay necesidad de correr, no hay nada que demostrar. A pesar de mi fuerza y mi velocidad, no soy rival para Roman. El es el amo y señor de este juego, y yo tan solo su peón.

Continúo y me adentro en el corazón de Laguna, o El Pueblo, como lo llaman. Estoy demasiado despierta como para irme a casa, demasiado avergonzada para ver a Damen, así que sigo mi camino a través de la oscuridad y de las calles vacías hasta que me detengo frente a una casita pequeña y bien cuidada. Varias plantas en flor flanquean cada lado de la puerta, y hay un felpudo de bienvenida que proporciona al lugar un aire cálido, acogedor, completamente benigno.

Pero no lo es. Ni de cerca. Es más bien la escena de un crimen. a diferencia de la última vez que estuve aquí, en esta ocasión no me molesto en llamar. No tiene sentido. Hace mucho que Ava se fue. Después de robar el elixir y dejar que Damen se las apañara solo, no tiene atención de regresar.

Abro el cerrojo con la mente y me adentro en el recibidor. Echo un buen vistazo a mi alrededor antes de cruzar la sala de estar hasta la cocina. Me sorprende encontrar esa estancia, por lo general bien ordenada, hecha un absoluto desastre: el fregadero está hasta arriba de platos y vasos sucios, y el suelo, lleno de basura. Y aunque estoy segura de que esto no ha sido cosa de Ava, es evidente que alguien ha estado aquí.

Camino sigilosamente por el pasillo y echo un vistazo a unas cuantas habitaciones vacías hasta que llego a la puerta de color añil del fondo… la que conduce al supuesto espacio sagrado de Ava, donde ella meditaba e intentaba alcanzar las dimensiones del más allá. Abro la puerta solo lo necesario para asomarme y en la oscuridad entreveo a dos figuras dormidas en el suelo. Deslizo inútilmente la mano por la pared en busca de un interruptor, pero luego recuerdo que tengo la habilidad de iluminar la habitación sin ayuda. Y en ese momento descubro a las últimas dos personas que esperaba ver.

—¿Rayne? —Me arrodillo a su lado y contengo el aliento cuando ella se gira y abre un ojo.

—Ah, hola, Ever. —Se frota los ojos mientras se incorpora con un esfuerzo—. Pero no soy Rayne, soy Romy. Rayne está justo ahí.

Miro a su gemela, que se encuentra en el otro extremo de la habitación, y me fijo en el ceño que se forma en su frente en el momento en que se da cuenta de que soy yo.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —le pregunto a Romy, ya que siempre ha sido la más agradable de las dos.

—Vivimos aquí. —Hace un gesto desdeñoso y se pone en pie antes de empezar a meterse la arrugada camisa blanca en la cinturilla de la falda azul de cuadros.

Las miro a ambas y me fijo en su piel pálida, en sus enormes ojos oscuros, en el cabello liso y negro que les llega hasta los hombros y en el flequillo recto. Me doy cuenta de que siguen ataviadas con los uniformes de una escuela privada, igual que el día que las conocí. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en Summerland, donde siempre aparecían limpias e inmaculadas, ahora están más bien todo lo contrario: sucias y desaliñadas.

—Pero no podéis vivir aquí… Esta es la casa de Ava. —Hago un gesto negativo con la cabeza. La idea de que acampen en este lugar me pone los pelos de punta—. Tal vez debáis plantearos la idea de volver a casa. Ya sabéis, a Summerland.

—No podemos. —Rayne se tira de los calcetines para asegurarse de que se encuentran a la misma altura, proporcionándome inconscientemente la única prueba real que me ayuda a distinguirlas—. Gracias a ti, estamos atrapadas aquí para siempre —murmura antes de fulminarme con la mirada.

Miro a Romy con la esperanza de que me explique algo, pero ella se limita a reprender a su hermana con un movimiento de cabeza antes de girarse hacia a mí.

—Ava se ha ido. —Encoge los hombros—. Pero no dejes que Rayne te dé una impresión equivocada. Nos alegramos bastante de verte. Hicimos una apuesta sobre cuánto tardarías en aparecer.

Paseo la mirada entre una y otra.

—Vaya, ¿en serio? ¿Y quién ha ganado? —pregunto con una riilla nerviosa.

Rayne pone los ojos en blanco y señala a su hermana con el dedo.

—Ella. Yo estaba segura de que nos habías abandonado para siempre.

Me quedo helada. Algo de lo que acaba de decir… —Espera un momento… ¿Quieres decir que habéis estado aquí todo este tiempo?

—No podemos regresar. —Romy se inclina levemente hacia delante—. Hemos perdido nuestra magia.

—Y ahora nos gustaría marcharnos de una vez —añade Rayne con los ojos entrecerrados—. Después de todo, es lo menos que puedes hacer.

Trago saliva con dificultad. Me merezco ese comentario, pero no puedo evitar preguntarme quién está más impaciente por que se marchen: ellas o yo.

Le hago un gesto a Rayne mientras me dirijo al sofá y me pregunto por qué a ninguna de ellas se le ha ocurrido dormir allí en lugar de en el suelo.

—Ven —le digo al tiempo que la miro por encima del hombro—. Siéntate a mi derecha. Y tú, Romy, siéntate aquí. —Doy una palmadita sobre la tapicería llena de bultos—. Ahora coged mis manos, cerrad los ojos y concentraos en visualizar el portal con todas vuestras fuerzas. Imaginaos ese resplandor dorado de luz como si estuviera delante de vosotras. Y tan pronto como la imagen sea clara, quiero que os veáis atravesándolo y que sepáis que estoy a vuestro lado para manteneros a salvo. ¿De acuerdo?

Las miro de reojo y veo que asienten con la cabeza. Luego realizamos el ritual y recreamos todos los pasos necesarios. Sin embargo, cuando atravieso la luz y llego al enorme prado fragante, abro los ojos y descubro que estoy sola.

—Te lo dije —señala Rayne en el instante en que regreso. Está ¿e pie delante de mí con una mirada furiosa, acusadora. Sus manos pe quenas y pálidas aprietan con fuerza las tablas de su falda—. Te dije que nuestra magia se había desvanecido. Estamos atrapadas aquí y no hay forma de que podamos regresar. ¡Y todo porque intentamos ayudarte!

—¡Rayne! —Romy reprende a su hermana con la mirada y luego se vuelve hacia mí con una expresión de disculpa pintada en la cara.

—¡Es cierto! —Rayne frunce el ceño, furiosa—. Te dije que no debíamos arriesgarnos. Te dije que ella no nos escucharía. Estaba claro como la luz del día. Había una abrumadora posibilidad de que hiciera la elección equivocada… y, por supuesto, ¡la hizo! —Hace un gesto desdeñoso—. Todo ocurrió tal y como se había predicho. Y ahora somos nosotras las que pagamos el precio.

«Bueno, no sois las únicas que lo estáis pagando», dice una vocecilla en mi cabeza. Espero que también hayan perdido la capacidad de leer la mente, porque me arrepiento de inmediato de haber pensado eso. Da igual lo mucho que me fastidie, sé que tiene razón.

—Escuchad —digo mientras me esfuerzo por tragar saliva. Tengo que aliviar la tensión del ambiente—. Sé lo mucho que queréis regresar. Creedme, lo sé. Y voy a hacer todo lo que pueda para ayudaros. —Asiento y veo que se miran la una a la otra: dos rostros idénticos que reflejan una absoluta incredulidad—. Bueno, no sé muy bien cómo voy a hacerlo, pero debéis confiar en que lo haré. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudaros a regresar. Y, mientras tanto, haré lo posible para que estéis cómodas y a salvo. Promesa de exploradora. ¿Vale?

Rayne me mira, pone los ojos en blanco y suelta un largo suspiro.

—Limítate a llevarnos de vuelta a Summerland —replica al tiempo que cruza los brazos—. Eso es lo único que queremos. Ninguna otra cosa servirá para nada.

Hago un gesto afirmativo. Me niego a dejar que consiga enfadarme, así que añado:

—Entendido. Pero, si tengo que ayudaros, necesitaré que respondáis a algunas preguntas.

Se miran la una a la otra, y la expresión de Rayne dice en silencio «De eso nada». Sin embargo, Romy se gira hacia mí y responde:

—De acuerdo.

Y aunque no estoy segura de cómo plantear la cuestión, se trata de algo que llevo preguntándome bastante tiempo, así que voy al grano.

—Disculpadme si esto os molesta, pero necesito saberlo… ¿Estáis muertas, chicas? —Contengo el aliento. Supongo que van a enfadarse, o al menos se sentirán ofendidas… Espero cualquier reacción menos las carcajadas que sueltan. Observo cómo se parten de risa: Rayne doblada por la mitad, dándose palmadas en la rodilla; Romy dando vueltas por el sofá, tronchada—. Bueno, no podéis culparme por preguntarlo. —Frunzo el ceño. Al final soy yo la que se siente ofendida—. Nos conocimos en Summerland, donde hay un montón de gente muerta. Por no mencionar que ambas tenéis la piel extrañamente pálida.

Rayne se apoya contra la pared, recuperada de su ataque de risa, y me mira con una sonrisa desdeñosa.

—Así que estamos muy pálidas… Menuda cosa. —Mira a su hermana antes de volver a concentrarse en mí—. Tampoco es que tú estés muy bronceada… y, aun así, nosotras no hemos dado por sentado que formaras parte del clan de los fallecidos.

Doy un respingo. Sé que eso es cierto, aun así…

—Ya, bueno, vosotras tenéis mucha ventaja. Gracias a Riley, 1o sabíais todo sobre mí antes incluso de que nos conociéramos. Sabéis con exactitud quién soy y lo que soy, y si quiero tener alguna esperanza de poder ayudaros, yo también tendré que saber unas cuantas cosas. Así que, por mucho que os moleste, la única forma de que lleguemos a algún sitio es que me contéis vuestra historia.

—Nunca —contesta Rayne, que mira a su hermana para advertirle de que no debe desobedecer.

No obstante, Romy hace caso omiso de su recomendación y se gira hacia mí.

—No estamos muertas. Ni nada parecido. Somos más bien… refugiadas. Refugiadas del pasado, si lo prefieres.

Las miro mientras pienso que lo único que tengo que hacer es bajar la guardia, concentrar mi mando a distancia cuántico y tocarlas. Con eso, toda la historia de su vida me será revelada.

Sin embargo, supongo que debería al menos intentar escuchar su versión primero.

—Hace mucho tiempo… —comienza. Mira de soslayo a su hermana, quien a todas luces desaprueba su comportamiento, y luego respira hondo antes de seguir—: Hace muchísimo tiempo, de hecho, nos enfrentamos a… —Arruga la frente mientras busca la palabra exacta. Luego asiente y continúa—: Bueno, digamos que estábamos a punto de convertirnos en víctimas de un terrible acto siniestro, de una de las más vergonzosas épocas de nuestra historia, pero escapados huyendo a Summerland. Y luego… bueno, supongo que perdimos el sentido del tiempo, porque hemos estado allí desde entonces. O al menos hasta la semana pasada, cuando regresamos para ayudarte.

Rayne suelta un gemido, se deja caer al suelo y entierra la cara en sus manos, pero Romy ignora su presencia y continúa mirándome.

—Pero, ahora, lo que más temíamos se ha hecho realidad —asegura—, Nuestra magia ha desaparecido, no tenemos adonde ir, y no sabemos cómo sobrevivir en este lugar.

—¿De qué tipo de persecución huisteis? —inquiero mientras las observo con detenimiento en busca de algún tipo de pista—. ¿Y cuánto es «muchísimo tiempo»? ¿A qué nos enfrentamos exactamente? —Me pregunto si su historia se remonta a la época de Damen o si pertenecen a un pasado más reciente.

Intercambian una mirada y llegan a un acuerdo tácito que me deja fuera. Así que me acerco a Romy y aferró su mano con tanta rapidez que no tiene tiempo de reaccionar. Me veo arrastrada de inmediato hacia su mente… hacia su mundo… y veo cómo se desarrolla la historia con tanta claridad como si estuviera allí. Permanezco a un lado, como un observador inadvertido, completamente inmersa en el caos y el miedo de ese día, testigo de imágenes tan horribles que me siento tentada de huir.

Veo a una muchedumbre furiosa adentrarse en su hogar dando gritos, con las antorchas en alto. Su tía traba la puerta lo mejor que puede, abre el portal y apremia a las gemelas a huir hacia la seguridad de Summerland.

La mujer está a punto de atravesar el portal y unirse a ellas cuando la puerta cede y las gemelas desaparecen. Separadas de todo lo que conocían, no tienen ni idea de lo que le ha pasado a su tía… hasta que un día visitan los Grandes Templos del Conocimiento y les muestran el tortuoso juicio lleno de acusaciones falsas que se vio obligada a soportar. La mujer se niega a confesar ningún tipo de brujería, ya que se aferra al lema de la Wicca de «Siempre que no hagas daño, haz cuanto desees»; sabe que no ha hecho nada malo, así que desdeña a sus opresores y mantiene la cabeza en alto… durante todo el camino hasta el patíbulo, donde la ahorcan sin piedad.

Doy un paso atrás, tambaleante. Mis dedos buscan el amuleto escondido bajo la camiseta. En la mirada de su tía veo algo tan familiar y espeluznante que me deja estremecida, alterada. Me recuerdo que estoy a salvo, que ellas están a salvo… que esas cosas no ocurren hoy en día.

—Ahora ya lo sabes. —Romy se encoge de hombros, y Rayne sacude la cabeza—. Toda nuestra historia. Todo sobre nosotras. ¿Nos culpas por decidir ocultarnos?

Las miro sin saber muy bien qué decir.

—Yo… yo… —Me aclaro la garganta y empiezo de nuevo—. Lo siento mucho… No tenía ni idea… —Echo un vistazo a Rayne y descubro que se niega a mirarme. Vuelvo la vista hacia Romy, quien inclina la cabeza con solemnidad—. No tenía ni idea de que hubierais escapado de la Caza de Brujas de Salem.

—No exactamente —responde Rayne antes de que Romy pueda intervenir.

—Lo que quiere decir es que a nosotras jamás nos juzgaron. Acusaron a nuestra tía. Era la partera más solicitada, pero un buen día, de buenas a primeras, la asaltaron y se la llevaron. —Ahoga una exclamación y sus ojos se llenan de lágrimas, como si todo eso hubiera ocurrido ayer mismo.

—La habíamos acompañado, no teníamos nada que ocultar —señala Rayne, que alza la barbilla y entorna los párpados—. La muerte de ese pobre niño no fue culpa de Clara. Fue su padre quien lo mató. No quería ni al bebé ni a su madre, así que se deshizo de ambos y culpó a Clara. La llamó «bruja» a gritos, tan alto que todo el pueblo lo oyó… y fue entonces cuando Clara abrió el portal y nos obligó a escondernos, y estaba a punto de unirse a nosotras cuando… Bueno, ya conoces el resto.

—Pero ¡eso ocurrió hace trescientos años! —exclamo. A pesar de mi inmortalidad, todavía me extraña que sea posible vivir tanto.

Las gemelas se encogen de hombros.

—Y si no habéis regresado desde entonces… —Sacudo la cabeza, ya que empiezo a vislumbrar la magnitud del problema que tenemos entre manos—. ¿Os hacéis una idea de lo mucho que han cambiado las cosas desde la última vez que estuvisteis aquí? Es un mundo totalmente diferente al que conocisteis, os lo aseguro.

—No somos idiotas —asevera Rayne con desdén—. Las cosas también progresan en Summerland. Siempre llega gente nueva que hace aparecer las cosas a las que se siente apegada, todos los objetos que no soporta perder.

Sin embargo, no es eso a lo que me refiero. Ni por asomo. No se trata solo de la diferencia entre automóviles y carruajes de caballos, entre las tiendas modernas y la ropa hecha a mano, sino más bien de su capacidad para desenvolverse solas en el mundo: mezclarse, adaptarse… ¡no pueden destacar tanto como ahora! Me fijo en sus flequillos rectísimos, en sus enormes ojos oscuros y en su piel pálida, y me doy cuenta que su adaptación al siglo XXI va mucho más allá de un cambio de uniforme. Tienen que pasar por una transformación completa.

—Además, Riley nos preparó —dice Romy, con lo que arranca un agudo gemido de su hermana y consigue toda mi atención—. Hizo aparecer un colegio privado y nos convenció para que nos matriculáramos. Por eso llevamos estos uniformes. Ella era nuestra profesora y nos enseñó todas las cosas modernas, incluso el idioma. Quería que regresáramos, y estaba decidida a prepararnos para el viaje. En parte porque quería que cuidáramos de ti, y en parte porque pensaba que era una locura que nos perdiéramos la adolescencia.

Me quedo paralizada. De repente comprendo el interés que Riley tenía en ellas: algo que tenía poco que ver conmigo y mucho con ella.

—¿Cuántos años tenéis, chicas? —susurro antes de mirar a Romy en busca de la respuesta—. O mejor dicho, ¿cuántos años teníais cuando llegasteis a Summerland? —Sé que no han envejecido ni un solo día desde entonces.

—Trece —responde Romy, que arruga la frente—. ¿Por qué? Cierro los ojos y sacudo la cabeza. Reprimo una carcajada al pensar: «¡Lo sabía!».

Riley siempre soñaba con el día de su decimotercer cumpleaños, el día que se convertiría por fin en una auténtica adolescente que había conseguido cumplir ese importante dígito de dos cifras. Pero puesto que murió a los doce años, decidió merodear por el plano terrestre y vivir su adolescencia a través de mí. Así que es muy lógico que intentara convencer a Romy y a Rayne de que regresaran, ya que no querría que nadie más se lo perdiera como ella.

Y si Clara pudo encontrar la fuerza necesaria (y Riley, la esperanza) en situaciones tan terribles, está claro que yo puedo superar a Roman.

Observo a las gemelas. Sé que no pueden quedarse aquí solas ni venir a casa con Sabine y conmigo, pero hay alguien que puede ocuparse de ellas, aunque es posible que no esté del todo dispuesto a echarnos una mano.

—Coged vuestras cosas —les digo mientras me dirijo a la puerta—. Voy a llevaros a vuestro nuevo hogar.