Capítulo diez

—¿Ever?

Cierro una de las ventanas del monitor y abro la del trabajo de lengua que se supone que estoy haciendo. Sé que Sabine se cabrearía si me pillara buscando en Google antiguas fórmulas químicas en lugar de hacer los deberes.

Porque, por más agradable que resulte tumbarme al lado de Damen mientras nuestros corazones laten como si fueran uno solo, a la larga eso no será suficiente. Nunca será suficiente. Yo quiero una relación normal con mi novio inmortal. Una sin barreras. Una en la que pueda disfrutar de verdad de la sensación de piel contra piel. Y no me detendré hasta conseguirla.

—¿Has comido? —Me pone la mano sobre el hombro mientras le echa un vistazo a la pantalla.

Puesto que no me lo esperaba, no me he protegido contra su contacto, así que no puedo evitar «ver» su versión del infame encuentro en Starbucks. La cual, por desgracia, no es muy diferente de la de Muñoz: ambos parecen felices y contentos, y se sonríen con una buena dosis de esperanza. Aunque parece que ella es realmente feliz (y sin duda se merece serlo después de todo lo que le he hecho pasar), todavía me consuelo con la imagen de la visión que tuve hace unos meses: una en la que ella acababa con un tío muy mono que trabaja en su edificio. Me pregunto si debería decir o hacer algo para aplacar su entusiasmo, ya que sé que ese coqueteo con mi profesor no va a llevarla a ninguna parte. Pero como ya me he arriesgado demasiado con la confesión que le hice a Muñoz, no abro la boca. No puedo permitirme que ella también lo descubra.

Hago girar la silla para librarme de su mano (no quiero ver más de lo que ya he visto) y espero a que su torrente de energía se disipe.

—Damen me ha hecho la cena —respondo en voz baja aunque firme, si bien eso no es del todo cierto. A menos que se tenga en cuenta el elixir que he bebido.

Sabine me mira y percibo en sus ojos un gesto de preocupación.

—¿Damen? —Da un paso hacia atrás—. Vaya, hacía mucho tiempo que no oía ese nombre.

Doy un respingo. Ojalá no lo hubiera soltado así, por las buenas. Debería haberla preparado poco a poco, para que se acostumbrara a la idea de que estoy saliendo de nuevo con él.

—¿Eso significa que habéis vuelto?

Encojo los hombros y dejo que el cabello caiga sobre mi cara a fin de ocultar un poco mi expresión. Me cojo un mechón y empiezo a retorcerlo mientras finjo examinarlo en busca de puntas abiertas, a Pesar de que sé que ya no hay.

—Sí, bueno… seguimos siendo… amigos. —Vuelvo a hacer un gesto de indiferencia—. La verdad es que en realidad somos más amigos, somos algo así como… —«Novios malditos, destinados Pasar una eternidad en el abismo… locamente enamorados pero sin posibilidad de tocarnos…»—. Bueno… pues sí, supongo que podría decirse que estamos juntos otra vez. —Me obligo a sonreír con tantas ganas que mis labios están a punto de resquebrajarse, y mantengo la sonrisa con la esperanza de que mi tía sienta ganas de imitarla.

—¿Y eso te parece bien? —Se pasa la mano por el cabello dorado (un tono que antes compartíamos… hasta que empecé a beber el elixir y el mío se volvió algo más claro), se sienta en la cama, cruza las piernas y deja su maletín en el suelo. Cuatro signos que indican que se prepara para una de sus largas y desagradables charlas.

Me observa de arriba abajo antes de fijarse en mis vaqueros desgastados y en la camiseta de tirantes blanca que llevo sobre una de manga corta azul. Busca síntomas, signos, pistas… cualquier detalle que revele algún problema adolescente. Descartó la anorexia y/o la bulimia hace muy poco, cuando el elixir añadió diez centímetros a mi altura y cubrió mi cuerpo con una delgada capa de músculos (a pesar de que nunca hago deporte).

Sin embargo, esta vez no es mi aspecto lo que la preocupa: es mi relación de «ahora sí, ahora no» con Damen lo que ha disparado su alerta roja. Acaba de terminar otro de esos libros sobre cómo ser un buen padre que afirma que las relaciones tumultuosas son una de las principales causas de problemas adolescentes. Y aunque puede que eso sea cierto, ni Damen ni la relación que mantengo con él podrían condensarse jamás en el capítulo de un libro.

—No quiero que me malinterpretes, Ever. Damen me cae bien, de verdad. Es agradable, educado y obviamente muy tranquilo… Pero hay algo raro en ese sereno aplomo que posee, algo que resulta muy extraño en un joven de su edad. Es como si fuera demasiado mayor para ti, o… —Se interrumpe de pronto, incapaz de explicarse.

Me aparto el pelo de la cara para poder verla mejor. Es la segunda persona hoy que nota algo raro en él… en nosotros. La primera ha sido Haven, con todo el rollo de la telepatía, y ahora Sabine, que habla sobre su madurez y su seguridad en sí mismo. Y aunque tiene una explicación bastante sencilla, me preocupa que se hayan dado cuenta.

—Sé que solo os lleváis unos meses, pero ese chico me parece en cierto modo… mucho más experimentado. Demasiado experimentado. —Se encoge de hombros—. Y detestaría que te sintieras presionada para hacer algo para lo que todavía no estás preparada.

Aprieto los labios para contener una risotada. Mi tía no podría estar más equivocada. Asume que soy una doncella inocente acosada por un enorme lobo feroz; nunca se imaginaría que, en este cuento en particular, el depredador soy yo. Soy yo quien acecho a mi presa hasta el punto de poner su vida en peligro.

—Porque, sin importar lo que él diga, tú tienes el control de tu vida, Ever. Eres tú quien decide quién, dónde y cuándo. Da igual lo enamorada que creas estar de él o de cualquier otro chico: nadie tiene derecho a presionarte para que…

—No es eso —le digo, interrumpiéndola antes de que la cosa se ponga más embarazosa—. Damen no es así. Es un perfecto caballero, un novio ideal. En serio, Sabine, te equivocas por completo. Confía en mí en esto, ¿quieres?

Me mira durante unos instantes, rodeada por un aura naranja vibrante, deseando creerme pero sin saber si debe hacerlo. Luego coge Su maletín y se dirige hacia la puerta. Se detiene a unos centímetros de !a salida para decirme:

—Estaba pensando que…

La miro y siento la tentación de echar un vistazo a sus pensamientos. Pero prometí no invadir nunca su intimidad de esa manera a menos que fuera un caso de auténtica emergencia, y está claro que este no lo es.

—… como las clases acabarán pronto y no te he oído mencionar planes para vacaciones, quizá te viniera bien buscarte un trabajo, pasar unas cuantas horas al día ocupada con algo. ¿Qué te parece?

«¿Que qué me parece?» La miro atónita, con los ojos como platos. Siento la boca seca y no se me ocurre qué decir. «Bueno, creo que después de todo debería haberte leído el pensamiento, ¡porque está claro que esto puede considerarse una emergencia en toda regla!»

—No uno de jornada completa ni nada de eso. Tendrás mucho tiempo para ir a la playa y salir. Solo pensé que te iría bien…

—¿Es por el dinero? —Mi cerebro funciona a toda velocidad, desesperado por encontrar una salida. Si se trata de un problema de hipotecas o alimentos, estaré encantada de proporcionarle cualquier cosa que necesite. Por lo que a mí respecta, puede quedarse con el dinero de la póliza del seguro de vida de mis padres. Pero no puede quedarse con mi verano. Ni hablar. De ninguna manera. No cederé ni un solo día.

—Por supuesto que no es por el dinero, Ever. —Aparta la vista ruborizada. Me resulta extraño que a alguien que se gana la vida como abogada empresarial le resulte tan difícil hablar sobre temas económicos—. Solo pensé que sería bueno para ti… ya sabes, conocer a gente nueva y aprender nuevas cosas. Salir de tu ambiente habitual durante unas horas al día y…

«Y alejarte de Damen.» No me hace falta leerle la mente para saber de qué va todo esto. Ahora que sabe que volvemos a estar juntos, está más decidida que nunca a separarnos. Y aunque entiendo que se agobiara cuando lo dejamos la otra vez (al verme tan deprimida y con tantos cambios de humor), en esta ocasión se equivoca de cabo a rabo. No es lo que ella piensa. Aunque no tengo ni la menor idea de cómo explicárselo sin sacar mis secretos a la luz.

—… da la casualidad de que nuestra firma acaba de abrir la inscripción para un período de prácticas de verano, así que estoy segura de que solo tengo que hablar con mis compañeros más antiguos para que el trabajo sea tuyo. —Sonríe con una expresión radiante y los ojos brillantes, deseando que yo también me una a la celebración.

—Pero ¿esas plazas no se reservan por lo general para los estudiantes de derecho? —pregunto. Tengo la certeza absoluta de que estoy muy poco cualificada para ese puesto.

Sin embargo, ella hace un gesto negativo con la cabeza. —No se trata de ese tipo de prácticas. Es un trabajo relacionado con rellenar expedientes y responder al teléfono. Y tampoco pagan dinero, aunque conseguirás créditos escolares y un pequeño extra al final del verano. Creí que podría venirte bien. Por no mencionar que mejoraría tus posibilidades para elegir universidad.

La universidad. Otra de las cosas que solía obsesionarme y que ahora me importa un bledo. Bueno, ¿para qué me servirían todas esas clases y profesores cuando lo único que tengo que hacer es colocar la mano sobre un libro o echar un vistazo a la mente de mi profesor para conocer todas las respuestas?

-Detestaría que cogieran a otra persona cuando sé que eres perfecta para ese trabajo.

La miro fijamente. No sé muy bien qué decir.

—Es una buena experiencia para alguien de tu edad —añade con un tono indignado provocado por mi silencio—. Se recomienda en todos los libros. Dicen que la puntualidad y el trabajo bien hecho acentúan el carácter, el compromiso y la disciplina.

Genial. Así que debo agradecerle al doctor Phil que haya arruinado mi verano…

Me cabreo muchísimo con Sabine, pero solo hasta que recuerdo cómo estaba cuando vine aquí por primera vez: calmada y completamente relajada. Me permitía gozar de todo el espacio y la libertad que necesitaba. Es culpa mía que haya cambiado. Mi expulsión, mi negativa a ingerir otra cosa que el elixir rojo, todo el drama con Damen… esas cosas la han sacado de sus casillas. Y por eso hemos llegado a esto; por eso está empeñada en que acepte unas horribles prácticas de verano.

Pero no pienso pasarme todo el verano haciendo malabares con una montaña de expedientes e incesantes llamadas telefónicas, porque necesitaré todo el tiempo libre que pueda para encontrar un antídoto para Damen. Y trabajar en la oficina de Sabine, donde ella y sus colegas no me quitarían los ojos de encima, no encaja en mis planes.

Sin embargo, no puedo soltárselo de buenas a primeras. Eso dispararía todas sus alarmas. Tengo que decírselo con calma, hacerle entender que, si bien no tengo nada en contra de las cosas que acentúan la disciplina y el carácter, prefiero conseguir esas cosas por mi misma.

—Lo de trabajar me parece bien —le digo. Intento no apretar los labios, no parecer inquieta y no apartar la mirada, tres signos claros de que alguien no está siendo del todo sincero—. Pero, puesto que ya has hecho tantas cosas por mí, me sentiría mucho mejor si pudiera encontrar un trabajo sin tu ayuda. No tengo claro que esté hecha para el trabajo de oficina, así que tal vez deba mirar por ahí a ver si encuentro otra cosa. Ver cuáles son mis opciones. Estoy dispuesta a contribuir al pago de la hipoteca y la comida. Es lo menos que puedo hacer.

—¿Qué comida? —Se echa a reír—. ¡Si apenas pruebas bocado! Además, no quiero tu dinero, Ever. Aunque, si quieres, te ayudaré a abrir una cuenta de crédito.

—Claro. —Me obligo a fingir un entusiasmo que no siento, ya que no necesito en absoluto una cuenta—. ¡Eso sería genial! —añado, a sabiendas de que cuanto más tiempo pueda mantener su mente alejada de esas prácticas, mejor será para mí.

—En ese caso, de acuerdo. —Tamborilea con los dedos sobre el marco de la puerta mientras finaliza su plan—. Tienes una semana para buscar algo por tu cuenta.

Trago saliva e intento que mis ojos no se salgan de las cuencas. «¡¿Una semana?! ¿Qué clase de plazo es ese? ¡Si apenas sé por dónde empezar! Nunca he tenido trabajo. ¿Es posible manifestar uno y ya está?»

—Sé que no es mucho tiempo —agrega al ver mi expresión—, pero me fastidiaría que le dieran el puesto de mi oficina a otro cuando sé que serías perfecta para él.

Sale al pasillo y cierra la puerta, dejándome perpleja y muda de asombro. Contemplo los vestigios de su aura naranja y de su campo energía magnética, que se aferran con insistencia al lugar donde ha estado. Pienso en lo irónico que resulta que me burlara de Damen asumiendo que no podría conseguir trabajo sin experiencia y que ahora yo me encuentre en la misma situación.