Capítulo siete

Al principio me preocupaba que él se negara a ir a un lugar en el que no solo hay que utilizar la magia para entrar, sino en el que además no encuentras otra cosa que magia desde que llegas. Pero después de aterrizar en ese amplio campo fragante, Damen se sacude la parte trasera de los vaqueros y mira a su alrededor mientras me dice:

—Vaya… Creo que jamás he podido crear el portal con tanta rapidez.

—Anda ya… Fuiste tú quien me enseñó a hacerlo —le contesto con una sonrisa. Contemplo el prado de flores palpitantes y árboles vibrantes, y me doy cuenta de que aquí todo está reducido a su más pura forma de belleza y energía.

Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos para protegerme del cálido resplandor luminoso y de la neblina brillante. Recuerdo la última vez que estuve aquí, cuando bailé con el Damen que había manifestado en este mismo prado, demorando el momento de dejarlo marchar.

—Entonces, ¿no te parece mal estar aquí? —pregunto, ya que no sé muy bien hasta dónde se extiende su prohibición de cosas mágicas—. ¿No estás enfadado?

Niega con la cabeza y me da la mano.

—Jamás me cansaré de Summerland. Es una manifestación de belleza y promesa en su forma más pura.

Nos abrimos camino a través del pasto, animados por la hierba que sentimos bajo las plantas de los pies y las flores silvestres doradas que acarician los dedos de nuestras manos mientras andamos. Sabemos que en este lugar todo es posible, cualquier cosa, y eso incluye… quizá… la posibilidad de un «nosotros».

—Echaba de menos esto. —Sonríe mientras mira a su alrededor—. No recuerdo las últimas semanas sin este lugar, pero aun así tengo la sensación de que ha pasado una eternidad desde la última vez que estuvimos aquí.

—Me parecía muy raro venir sin ti —le digo al tiempo que lo conduzco hasta una hermosa pérgola de estilo balinés situada junto a un arrollo irisado—. Aunque descubrí un lugar nuevo que estoy impaciente por enseñarte. Pero eso será después… ahora no.

Echo la gasa blanca a un lado y me dejo caer sobre los suaves cojines blancos Sonrío cuando Damen se sitúa a mi lado. Permanecemos tumbadas, contemplando las vigas de madera de cocotero. Tenemos las cabezas juntas, y las plantas de nuestros pies se encuentran a escasos centímetros de distancia… el resultado de mi estirón debido al elixir.

—¿Qué es esto? —Se gira hacia un lado mientras cierro las cortinas con lamente. Quiero desconectar de todo lo que nos rodea para poder disfrutar de nuestro propio espacio privado.

—Vi una como esta en la portada de una revista de viajes que hablaba sobre Jn exótico complejo hotelero, y me gustó tanto que quise hacer aparecer la mía propia. Ya sabes, para que podamos… pasar el rato… y esas cosas. —Aparto la mirada, con el corazón acelerado y las mejillas sonrosadas. Me preocupa ser la seductora más patética que haya conocido en sus seis siglos de existencia.

Sin embargo, Damen se limita a reír y me atrae tanto hacia él que nuestros cuerpos casi se tocan. Tan solo nos separa un delgadísimo velo de energía resplandeciente, una película palpitante que flota entre nosotros y nos permite estar cerca sin riesgo de hacernos daño.

Cierro los párpados y me rindo al placer de la oleada de calidez y hormigueo que genera la proximidad de nuestros cuerpos. Dos corazones que laten en perfecta armonía, que se acercan y se separan, que se expanden y se contraen con tal sincronización que parecen un único órgano. Todo lo que siento es tan bueno, tan natural, tan «correcto», que me acerco un poco más. Apoyo la cabeza en el hueco que forman su hombro y su cuello, deseando probar la dulzura de su piel e inhalar la calidez de su esencia. Damen suelta un gemido gutural cuando cierro los ojos, me aprieto contra sus caderas y saco la lengua para poder lamer su piel… aunque solo consigo que se aparte de un salto, tan rápido que lo único que roza mi lengua es el cojín.

Me pongo en pie con dificultad y él se aleja a tal velocidad que se convierte en un borrón. Se detiene solo cuando se encuentra a salvo al otro lado de las cortinas, con los ojos en llamas y el cuerpo temblando.

Le ruego que me diga qué es lo que ha ocurrido y camino hacia él con intención de ayudarlo. Sin embargo, en cuanto ve que me acerco se aparta de nuevo y levanta la mano para advertirme que me mantenga alejada.

—No me toques —dice—. Por favor, quédate donde estás. No te acerques más.

—Pero… ¿por qué? —Mi voz suena ronca, inestable, y me tiemblan las manos a los costados—. ¿He hecho algo malo? Creí que… bueno, corno estamos aquí y en Summerland no puede pasar nada malo… en fin, creí que estaría bien que intentáramos…

—No es eso, Ever. Se trata de… —Hace un gesto negativo con la cabeza. Sus ojos están más oscuros que nunca, tan oscuros que el iris no se distingue de las pupilas—. ¿Y quién dice que aquí no puede ocurrir nada malo? —Su voz suena tan cortante, tan dura, que resulta evidente que está muy lejos de su habitual estado de calma inquebrantable.

Trago saliva y clavo la vista en el suelo. Me siento estúpida, ridícula… Estaba tan desesperada por estar con mi novio que he puesto su vida en peligro.

—Supongo que… lo cierto es que di por hecho que… —Mi voz se apaga. Sé muy bien lo que ocurre cuando uno da las cosas por sentado. No solo fastidias el «tú y yo»; en este caso en particular, además el «tú» puede acabar muerto—. Lo siento. —Me disculpo, a sabiendas de que sentirlo no sirve de nada en las circunstancias letales en las que nos encontramos—. Supongo… Supongo que no lo pensé bien. No sé qué decir

Me encojo levemente y me rodeo la cintura con los brazos en un intento por hacerme más pequeña, tan diminuta que desaparezca de su vista. Aun así, no puedo evitar preguntarme qué suceso maligno podría ocurrir en un lugar en el que la magia fluye con tanta facilidad, en el que las heridas se curan al instante. Si no estamos a salvo aquí, ¿dónde lo estaremos?

Damen me mira y responde a todas las preguntas que rondan mi cabeza cuando dice:

—Summerland contiene la posibilidad de todas las cosas. Hasta el momento, solo hemos visto la luz, pero ¿quién dice que no tiene un lado oscuro? Tal vez no todo sea lo que creemos.

Lo miro de soslayo y recuerdo que, cuando conocí a Romy y a Rayne, ellas me dijeron algo parecido. Damen hace aparecer un hermoso banco de madera tallada y luego me pide con un gesto que me siente. Ocupo el extremo más alejado del asiento, ya que no deseo que se aparte otra vez.

—Ven —dice, y me insta a acercarme—. Hay algo que debes ver… algo que debes comprender. Así que, por favor, cierra los ojos y despeja tu mente de todo pensamiento para poder concentrarte lo mejor posible. Mantente abierta y receptiva a todas las imágenes que te envíe. ¿Puedes hacerlo?

Hago un gesto afirmativo mientras cierro los ojos con fuerza e intento sacar de mi mente pensamientos del tipo: «¿Qué está pasando? ¿Está cabreado conmigo? ¡Por supuesto que está cabreado conmigo! ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Pero… ¿se ha enfadado mucho? ¿Es posible que cambie de opinión y volvamos a empezar?». Mi lista paranoica de pensamientos habituales se reproduce una y otra vez.

No obstante, incluso después de despejar mi mente y esperar durante lo que me parece un tiempo razonable, lo único que veo es un inmenso vacío negro.

—No capto nada —le digo al tiempo que abro uno de mis párpados para mirarlo de reojo.

Damen sigue con los ojos cerrados y el ceño fruncido en un ges-to de concentración, mientras continúa proyectando las imágenes con todas sus fuerzas.

—Escucha —me dice—. Y mira en lo más profundo de tu interior. Limítate a cerrar los párpados y a recibir.

Respiro hondo y lo intento una vez más, pero aun así, lo único que percibo es un silencio abrumador y la sensación de un agujero negro y vacío.

—Lo siento mucho, de verdad… —susurro. No quiero que se enfade, pero está claro que no lo estoy haciendo bien—. No recibo otra cosa que silencio y oscuridad.

—Exacto —murmura él, impertérrito ante mis palabras—. Ahora, por favor, dame la mano y profundiza, atraviesa la capa superficial utilizando todos tus sentidos, y luego dime lo que ves.

Tomo una profunda bocanada de aire y hago lo que me pide: busco su mano y atravieso la sólida pared negra, pero lo único que consigo es más de lo mismo.

Hasta que…

Hasta que…

Me veo absorbida por un agujero negro, sacudiendo los brazos y las piernas, incapaz de detenerme o de aminorar la velocidad de la caída. Desciendo hacia la oscuridad, y mi grito horrible y estridente es lo único que se oye. Justo cuando estoy segura de que este salto no tiene fin… todo se detiene. El grito. La caída. Todo. Cada una de las cosas. Me quedo suspendida. Flotando. Colgada. Completamente aislada en este solitario espacio sin principio ni fin. Perdida en la oscuridad de este abismo interminable y deprimente en el que no hay rastro de luz. Abandonada en un vacío infinito, en un mundo perdido y solitario donde la medianoche es eterna. Y de pronto empiezo a comprenderlo todo…

Aquí es donde vivo ahora.

Un infierno del que no hay salida.

Intento huir, gritar, pedir ayuda… pero es inútil. Estoy congelada, paralizada, sin habla… sola para el resto de la eternidad. Apartada a propósito de todo lo que conozco y quiero. Alejada de todo lo que existe. Sé que no tengo más elección que rendirme mientras mi mente se queda en blanco, y mi cuerpo, fláccido.

No tiene sentido luchar cuando no hay nadie que pueda salvarme.

Permanezco inmóvil, sola, eterna. De pronto, una consciencia sombría repta por mi cuerpo, tironea desde un lugar que está fuera de mi alcance…

Hasta que…

Hasta que…

Me veo arrancada de ese infierno y acabo en los brazos de Damen. Siento un alivio inmenso al contemplar su rostro hermoso y preocupado por encima de mí.

—Lo siento muchísimo… Creí que te había perdido… ¡Creí que no volverías jamás! —grita con la voz quebrada por el llanto al tiempo que me abraza con fuerza.

Me aferro a él. Me tiembla el cuerpo, mi corazón va a mil por hora y tengo la ropa empapada de sudor. Nunca me había sentido tan sola en toda mi vida… tan desconectada de todo, de todas las cosas «vivas». Lo agarro con todas mis fuerzas, reacia a dejarlo marchar. Conecto mi mente con la suya y le pregunto por qué me ha hecho pasar por esto.

Él se aparta y me cubre la cara con las manos mientras sus ojos buscan los míos.

—Lo siento. No intentaba castigarte ni hacerte daño. Solo quería mostrarte algo, algo que debías experimentar en primera persona Para poder entenderlo.

Hago un gesto de conformidad, porque aún no confío en mi voz. Sigo abatida por esa experiencia tan horrible en la que tenía la impresión de que mi alma había muerto.

—¡Dios mío! —Abre los ojos de par en par—. ¡Es eso! ¡Es justo eso! ¡El alma deja de existir!

—No lo entiendo —contesto con voz ronca y trémula—. ¿Qué es ese espantoso lugar?

Damen aparta la mirada y me da un apretón en los dedos antes de decir:

—El futuro. Shadowland, el mundo de la oscuridad. El abismo eterno al que me creía destinado… el que esperaba que solo fuera para mí… —Cierra los ojos y sacude la cabeza—. Pero ahora sé que no es así. Ahora sé que si no tienes cuidado, muchísimo cuidado, tú también acabarás allí.

Lo miro e intento decir algo, pero él me interrumpe antes de que pueda pronunciar las palabras.

—Los últimos días he tenido visiones (atisbos, en realidad) de varios momentos de mi pasado… Tanto del pasado lejano como del reciente. —Me mira, atento a cada expresión de mi rostro—. Pero cuando hemos llegado aquí… —Hace un gesto para señalar lo que nos rodea—, todo ha empezado a volver poco a poco hasta convertirse en una marea arrolladora de recuerdos, entre los que se incluyen los momentos que pasé bajo el control de Roman. También he revivido mi muerte. Durante los breves instantes transcurridos después de que rompieras el círculo y antes de que me dieras el antídoto, estuve a punto de morir, ya lo sabes. Vi toda mi vida ante mí, los seiscientos años de vanidad, narcisismo, egoísmo y avaricia sin límites. La vi como si se tratara de una película interminable en la que se narraban todos mis actos, todas las fechorías que he cometido (acompañadas de su correspondiente impacto). Pude contemplar los efectos, tanto mentales como físicos, que ha generado mi negligencia a la hora de tratar a la gente. Y aunque hice unas cuantas cosas honestas aquí y allá, la mayoría… bueno, consistía en siglos y siglos de actuar exclusivamente en mi propio interés, de pensar muy poco o nada en los demás. De concentrarme en el mundo físico en detrimento de mi alma. Y eso me da la certeza de que tengo toda la razón: lo que nos ocurre ahora es culpa de mi karma. —Sacude la cabeza y me mira a los ojos con tal sinceridad que me entran ganas de estirar la mano para tocarlo, de decirle que todo saldrá bien. Sin embargo, permanezco inmóvil. Me da la impresión de que tiene que decirme más cosas, y de que estas serán aún peores.

»En el momento de mi muerte, en lugar de venir aquí, a Summerland… —Se le quiebra la voz, pero se obliga a continuar—. Fui… Fui a un lugar totalmente diferente. A un lugar oscuro y frío similar a Shadowland. Y experimenté lo mismo que tú acabas de sentir. Me sentí solo, suspendido, aislado… y supe que sería así para toda la eternidad. —Me mira con la esperanza de que lo entienda—. Justo lo que tú has sentido. Fue como si estuviera aislado, sin alma… sin conexión con nada ni con nadie.

Lo miro fijamente a los ojos mientras un frío sobrenatural se extiende por mi piel. Nunca había visto a Damen tan abatido… tan arrepentido.

—Y ahora sé qué es lo que he pasado por alto durante todos estos años…

Aprieto las rodillas contra el pecho a fin de protegerme de lo que viene a continuación.

—Solo nuestros cuerpos físicos son inmortales. Nuestras almas no lo son.

Aparto la vista, incapaz de seguir mirándolo a la cara, incapaz de respirar.

—Ese es el futuro al que te enfrentas. El futuro que te he asegurado si, Dios no lo quiera, ocurriera algo.

Mis dedos vuelan por instinto hacia mi garganta mientras recuerdo lo que Roman dijo sobre mi chakra débil, mi falta de discernimiento y mi debilidad. Me pregunto si existe alguna forma de protegerlo.

—Pero… ¿cómo puedes estar tan seguro? —Lo miro como si estuviera atrapada en un sueño, en una horrible pesadilla de la que no hay forma de escapar—. Lo que quiero decir es que hay muchas posibilidades de que te equivoques, porque todo ocurrió muy rápido. Puede que solo fuera un estado temporal, ¿no crees? Te traje de vuelta a la vida tan rápido que no tuviste tiempo de llegar hasta allí.

Él sacude la cabeza y me mira a los ojos antes de hablar.

—Dime una cosa, Ever, ¿qué viste al morir? ¿Cómo pasaste esos escasos segundos transcurridos entre el instante en el que tu alma dejó tu cuerpo y el momento en que yo te devolví la vida?

Trago saliva con dificultad y desvío la mirada. Contemplo los árboles, las flores, el colorido arroyo que corre en las cercanías mientras recuerdo el día que estuve en este mismo prado. Me fascinó tanto su intensa fragancia, la neblina resplandeciente, el abrumador sentimiento de amor incondicional, que me sentí tentada de quedarme para siempre, de no salir de aquí nunca.

—La razón por la que no viste el abismo es que aún eras mortal. Experimentaste la muerte de un mortal. Sin embargo, en el momento en que bebiste del elixir que te garantiza la vida eterna, todo cambió. Tu destino pasó de ser una eternidad en Summerland o en el lugar que hay más allá del puente… a una eternidad en Shadowland.

Sacude la cabeza y mira hacia otro lado, tan hundido en su mundo privado de arrepentimiento que temo que jamás lograré llegar hasta él de nuevo. No obstante, sus ojos vuelven a los míos un instante después.

—Podemos vivir una eternidad en el plano terrestre, los dos juntos —me dice—. Pero si ocurriera algo, si uno de los dos muriera… —Niega con la cabeza—. Iría directo al abismo, y jamás volveríamos a vernos.

Intento decir algo, desesperada por refutar esa idea, por convencerle de que se equivoca, pero no puedo hacerlo. No tiene sentido. Solo tengo que mirarlo a los ojos para saber que es verdad.

—Y por más que crea en la magia sanadora de este lugar (no hay más que ver la forma en que ha restaurado mi memoria)… —Vuelve a sacudir la cabeza—. No puedo permitirme el lujo de ceder, y no importa lo mucho que te desee. Es demasiado arriesgado. Además, no tenemos pruebas de que aquí vaya a ocurrir algo distinto que en el plano terrestre. Es un riesgo que no me puedo permitir correr. No cuando necesito hacer todo lo posible por mantenerte a salvo.

—¿Mantenerme a salvo? —pregunto con voz ahogada—. ¡Es a ti a quien hay que salvar! ¡Todo esto empezó por mi culpa! ¡Si no hubiera…!

-—Ever, por favor… —Su voz suena firme, decidida a conseguir que lo escuche—. No puedes culparte. Cuando pienso en la vida que he llevado… en las cosas que he hecho… —Hace un gesto desesperado con la cabeza—. No me merezco nada mejor. Y si habría alguna duda sobre la responsabilidad de mi karma en todo esto… bueno, creo que ya ha quedado disipada. He dedicado la mayor parte de mis seiscientos años a los placeres físicos y he descuidado mi alma… Y este es el resultado: un toque de atención. Por desgracia, te he arrastrado conmigo, así que no te equivoques, lo único que me preocupa eres tú. Eres mi única prioridad. Mi vida solo es importante mientras pueda estar lo bastante bien como para protegerte de Roman, a ti y a cualquiera a quien él pudiera hacer daño. Y eso significa que nunca podremos estar juntos. Jamás. Es un riesgo que no puedo correr.

Me giro hacia el arroyo mientras un millar de pensamientos se agolpan en mi cerebro. Aunque he oído todo lo que acaba de decir, aunque he experimentado el abismo en mis propias carnes, no estaría dispuesta a renunciar a lo que soy.

—¿Y los demás huérfanos? —susurro al recordar que conté a seis, incluyendo a Roman—. ¿Qué les ocurrió a ellos? ¿Sabes si se volvieron malvados, como Roman y Drina?

Damen encoge los hombros y se levanta del banco para colocarse delante de mí.

—Siempre di por hecho que a estas alturas estarían demasiado viejos y achacosos como para suponer una amenaza real. Eso es lo que ocurre tras los primeros ciento cincuenta años: envejeces. Y la única forma de revertir el proceso es volver a beber el elixir. Supongo que Drina almacenó suministros mientras estuvimos casados y que le dio parte de ellos a Roman, quien al final descubrió cómo elaborarlo por su cuenta y se lo pasó a los demás. —Sacude la cabeza.

—Así que ahí es donde está Drina ahora… —susurro, abrumada por los remordimientos tras descubrir la verdad. Por más malvada que fuera, no se merecía eso. Nadie se merece eso—. La envié a Shadowland… y ahora ella… —Hago un gesto negativo, incapaz de continuar.

—No lo hiciste tú. Fui yo. —Se sitúa a mi lado, tan cerca que no hay más que una delgadísima capa de energía vibrante entre nosotros—. En el momento en que la convertí en inmortal, sellé su destino. Igual que hice contigo.

Trago saliva de nuevo, reconfortada por su calidez y por su intento de convencerme de que no soy la verdadera responsable de enviar al infierno a la que fue mi enemiga número uno en todas mis vidas.

—Lo siento muchísimo —murmura con los ojos cargados de arrepentimiento—. Siento muchísimo haberte metido en esto. Debería haberte dejado en paz… Debería haberme alejado hace mucho tiempo. Habrías estado mucho mejor si no me hubieras conocido nunca…

No quiero ni pensar en esa posibilidad; es demasiado tarde para mirar atrás o replantearse las cosas.

—Pero si estamos destinados a estar juntos… tal vez este sea nuestro destino.

En cuanto veo su expresión, me doy cuenta de que no está convencido de eso.

—O tal vez forcé algo que nunca estuvo destinado a ocurrir. —Frunce el ceño—. ¿Alguna vez te has parado a pensar eso?

Aparto la vista y admiro la belleza que nos rodea. Sé que las palabras, por sí solas, jamás podrán cambiar nada de esto. Solo los actos sirven de algo. Y, por suerte para nosotros, sé muy bien por dónde empezar.

Me pongo en pie y tiro de él mientras le digo:

—Vamos. No necesitamos a Roman… No necesitamos a nadie… ¡Conozco el lugar perfecto!