Capítulo dos

Me acuclillo ante él con las manos sobre las rodillas y los dedos de los pies enterrados en la arena, deseando que me mire, deseando que diga algo. Aunque solo sea lo que ya sé: que he cometido un estúpido y grave error, uno que muy probablemente no tenga solución. Aceptaría eso sin rechistar… qué demonios, me lo merezco. Lo que no puedo soportar es este silencio y su mirada distante.

Justo cuando estoy a punto de decir algo, lo que sea, para salir de esta insoportable situación, él me mira con una expresión derrotada que soporta el peso de sus seiscientos años y comienza a hablar.

—Roman… —Suspira y sacude la cabeza—. No lo reconocí, no tenía ni idea… —Su voz se apaga, al igual que su mirada.

—Era imposible que lo supieras —afirmo, impaciente por borrar cualquier tipo de culpabilidad que pueda sentir—. Caíste bajo su hechizo el primer día. Créeme, lo tenía todo planeado, y se aseguró de borrar todos los recuerdos.

Estudia mi rostro con atención antes de ponerse en pie y darme la espalda. Contempla el océano con los puños cerrados.

—¿Te hizo daño? —pregunta—. ¿Te acosó o te hirió de alguna manera?

Hago un gesto negativo con la cabeza.

—No le hizo falta. Le bastó con herirme a través de ti.

Damen se da la vuelta. Sus ojos se vuelven cada vez más oscuros, y sus rasgos, más duros. Toma una honda bocanada de aire antes de decir:

—Esto es culpa mía.

Eso me deja atónita. No logro entender cómo es posible que se considere culpable después de lo que le he contado. Me pongo en pie y me sitúo junto a él antes de gritar:

—¡No seas ridículo! ¡Desde luego que no es culpa tuya! ;Has escuchado algo de lo que te he dicho? —Sacudo la cabeza con incredulidad—. Roman envenenó tu elixir y te hipnotizó. No tienes culpa de nada, te limitaste a seguir sus órdenes… ¡No tenías ningún tipo de control!

Sin embargo, apenas he terminado de hablar cuando él empieza a rechazar mis palabras con un gesto de la mano.

—¿No te das cuenta, Ever? Lo que ha sucedido no tiene nada que ver con Roman, ni contigo. Es cosa del karma. Es el castigo por seis siglos de vida egoísta.

Mueve la cabeza de lado a lado y se echa a reír, aunque no se trata de ese tipo de risa al que alguien desearía unirse. Es de otro tipo… de esa clase de risa que te produce escalofríos.

—Tenía la certeza de que el castigo por la forma en que había vivido era amarte y perderte durante tantos años —prosigue—, no tenía ni la menor idea de que habías muerto a manos de Drina. Sin embargo, ahora veo la verdad que he pasado por alto durante tanto tiempo. Creí que había conseguido eludir mi destino al convertirte en inmortal, ya que con eso me había asegurado tenerte siempre a mi lado, pero ha sido el karma el que ha reído el último: nos permite estar juntos eternamente, pero sin poder tocarnos nunca.

Estiro la mano hacia él, deseando abrazarlo, consolarlo, convencerlo de que eso no es cierto. Pero la retiro a toda prisa al recordar que es la imposibilidad de tocarnos lo que ha generado esta situación.

—Eso no es cierto —le digo, con mis ojos clavados en los suyos—. ¿Por qué iban a castigarte a ti cuando he sido yo quien ha cometido un error? ¿No lo ves? —Niego con la cabeza, frustrada por su particular forma de entender las cosas—. Roman lo planeó todo desde el principio. Amaba a Drina… Apuesto a que tú no sabías eso, ¿me equivoco? Fue uno de los huérfanos a quienes salvaste de la peste en la Florencia renacentista, y la amó durante todos estos siglos. Habría hecho cualquier cosa por ella. Sin embargo, Drina pasaba de él; ella solo te amaba a ti… y tú solo me amabas a mí. Y luego… bueno… después de que yo la matara, Roman decidió vengarse de mí… pero lo hizo a través de ti. Quería que sintiera el dolor que causaría no poder volver a tocarte… ¡Lo mismo que le pasó a él con Drina! Y todo ocurrió tan deprisa que yo… —Me detengo, porque sé que es inútil, que no hago más que gastar saliva. Damen ha dejado de escucharme desde el principio, convencido de que la culpa de todo es suya.

No obstante, me niego a aceptarlo y no pienso permitir que las cosas se queden así.

—¡Damen, por favor! No puedes rendirte. Esto no es cosa del karma… ¡Es cosa mía! Fui yo quien cometió un error… un horrible y espantoso error. Pero ¡eso no significa que no podamos solucionarlo! Tiene que haber una forma de arreglar las cosas.

Me aferró a la más ínfima esperanza y finjo un entusiasmo que en realidad no siento.

Damen está delante de mí, una oscura silueta en la noche. La calidez de su mirada triste es nuestro único abrazo.

—Jamás debería haber empezado… —dice—. Nunca debería haber fabricado el elixir. Tendría que haber dejado que las cosas siguieran su curso natural. En serio, Ever, mira de qué me ha servido… ¡Solo nos ha provocado dolor! —Sacude la cabeza. Tiene una expresión tan abatida, tan contrita, que se me encoge el corazón—. Sin embargo, tú aún estás a tiempo. Tienes toda la vida por delante… Una eternidad que puede convertirse en lo que tú quieras que sea, en la que podrás hacer lo que te venga en gana. Yo, por el contrario… —Se encoge de hombros—. Para mí no hay solución. Creo que ha quedado bien claro qué es lo que he conseguido en seiscientos años.

—¡No! —El temblor de mis labios se ha extendido hasta mis mejillas y se refleja en mi voz—. ¡No te alejarás de nuevo, no volverás a dejarme! El mes pasado pasé un infierno para salvarte, y ahora que estás bien no pienso rendirme. Estamos hechos el uno para el otro, ¡tú mismo lo dijiste! Esto no es más que un contratiempo pasajero, solo eso. Si permanecemos unidos, estoy segura de que conseguiremos encontrar una forma de…

Me detengo. Guardo silencio en cuanto me doy cuenta de que él ya se ha marchado, de que se ha retirado a ese sombrío mundo de arrepentimiento en el que puede culparse de todo. Y sé que ha llegado el momento de contarle el resto de la historia, las partes desagradables y angustiosas que preferiría haberme ahorrado. Puede que al oírlas empiece a ver las cosas de una forma diferente, puede que…

—Hay más —empiezo a decir, aunque no tengo ni la menor idea de cómo expresar lo que tengo en mente—. Así que, antes de que asumas que el karma se ha vengado de ti o lo que sea, debes saber otra cosa, algo de lo que no me siento muy orgullosa.

Respiro hondo y le hablo de mis escapadas a Summerland, ese reino mágico entre dimensiones del que supe regresar a tiempo, y le explico que, cuando se me presentó la oportunidad de elegir entre mi familia y él, los elegí a ellos. Estaba convencida de que podría restaurar el futuro que creía me habían robado, pero lo único que logré fue recibir una lección que ya sabía: en ocasiones, el destino está fuera de nuestro alcance.

Trago saliva con fuerza y clavo la vista en la arena, incapaz de enfrentar la reacción de Damen. No me atrevo a mirarlo ahora que sabe que lo he traicionado.

Sin embargo, en lugar de enfadarse o molestarse como yo pensaba que haría, me envuelve con el más hermoso halo de luz blanca, una luz reconfortante, compasiva y pura, una luz parecida a la del portal de Summerland… pero mejor. Así que cierro los ojos y lo rodeo también de luz, y cuando los abro de nuevo, ambos estamos arropados por un bellísimo y cálido fulgor.

—No tuviste elección —dice, con un tono de voz suave y tranquilizador, haciendo todo lo posible por aplacar mi sensación de culpabilidad—. Tenías que elegir a tu familia. Era lo correcto. Yo habría hecho lo mismo… si hubiera tenido la oportunidad…

Asiento al tiempo que intensifico la luz que lo rodea y me aferró al abrazo telepático. Sé muy bien que no es tan reconfortante como uno real, pero por el momento tendrá que bastar.

—Lo sé todo sobre tu familia. Sé todo lo que ocurrió… lo vi todo… —Me mira con unos ojos tan oscuros y penetrantes que me veo obligada a continuar—: Siempre te has mostrado muy evasivo con respecto a tu pasado, al lugar de donde procedías, a tu forma de vida… Así que un día, cuando estaba en Summerland, hice algunas preguntas sobre ti y… bueno… me mostraron la historia de tu vida.

Aprieto los labios y lo observo de reojo mientras él permanece inmóvil y en silencio. Suspiro cuando me mira a los ojos y desliza los dedos sobre mi mejilla telepáticamente, creando una imagen tan deliberada, tan palpable, que casi parece real.

—Lo siento —dice mientras me acaricia la barbilla con el pulgar en la mente—. Siento que tanta reserva y secretismo por mi parte te llevaran a tener que hacer algo así. No obstante, aunque ocurrió hace muchísimo tiempo, sigue siendo algo de lo que preferiría no hablar.

Asiento de nuevo. No tengo ninguna intención de presionarlo. No quiero que vuelva a recordar que presenció el asesinato de sus padres, ni los años de abusos que sufrió después de eso a manos de la iglesia.

—Pero hay algo más —afirmo. Espero poder despertar un pequeño rayo de esperanza en él contándole otra de las cosas que descubrí—. En esa especie de película sobre tu vida que me mostraron, Roman te mataba al final. Y aunque eso parecía destinado a ocurrir, conseguí salvarte. —Lo observo y veo que eso no le convence en absoluto, así que me apresuro a continuar antes de perderlo por completo—: Lo que quiero decir es que puede que nuestro destino sea en ocasiones algo fijo e inmutable, pero a veces podemos moldearlo gracias a las decisiones que tomamos. El hecho de que no pudiera salvar a mi familia volviendo atrás en el tiempo dejó claro que ese era un destino que no podía ser cambiado. O como Riley me dijo instantes antes del accidente que acabó con sus vidas: «No puedes cambiar el pasado. Lo hecho hecho está». Pero luego regresé aquí de nuevo, a Laguna, y conseguí salvarte… y eso demuestra que el futuro no es siempre algo concreto, que no todo se rige únicamente por el destino.

—Quizá tengas razón. —Suspira con los ojos clavados en mí—. Pero no puedo escapar del karma, Ever. El karma es lo que es. No juzga, no es algo bueno o malo, como piensa la mayoría de la gente. Es el resultado de todos los actos, tanto los positivos como los negativos… Un equilibrio constante entre los acontecimientos… Una relación causa y efecto, un toma y daca, un «recoges lo que siembras» o «todo lo que sube baja»… —Se encoge de hombros—. Puedes llamarlo como quieras, pero todo significa lo mismo. Y aunque te empeñes en pensar que no es cierto, resulta evidente que eso es lo que me ha ocurrido a mí. Todas las acciones causan una reacción. Y esto es lo que mis acciones me han traído a mí. —Hace un movimiento negativo con la cabeza—. Siempre me he dicho que te convertí por amor… pero ahora me doy cuenta de que en realidad lo hice por un motivo egoísta: porque no podía vivir sin ti. Y esa es la razón de que esté ocurriendo esto.

—¿Y ya está? —le pregunto. No puedo creer que vaya a rendirse con tanta facilidad—. ¿Así es como acaban las cosas? ¿Tan seguro estás de que es el karma lo que te está castigando que ni siquiera te planteas la posibilidad de luchar? ¿Me estás diciendo que, después de hacer lo imposible para poder estar juntos, ahora que se nos presenta un obstáculo no piensas intentar saltar el muro que han levantado en nuestro camino?

—Ever… —Su expresión es tierna, amorosa, compasiva, pero no hace nada por ocultar la derrota que tiñe su voz—. Lo siento, pero hay cosas que…

—Sí, claro… —Muevo la cabeza con incredulidad y bajo la vista al suelo mientras entierro los dedos de los pies en la arena—. El hecho de que seas unos cuantos siglos mayor que yo no significa que siempre tengas la última palabra. Porque si de verdad estamos en esto juntos, si nuestras vidas y nuestros destinos están realmente entrelazados, esto no solo te afecta a ti: también me afecta a mí. Y no puedes alejarte sin más… ¡No puedes dejarme atrás! ¡Tenemos que luchar juntos! Tiene que haber una forma de… —Me quedo callada. Me tiembla todo el cuerpo y tengo la garganta tan oprimida que ya no puedo hablar. Lo único que hago es quedarme de pie delante de él, instándolo en silencio a unirse a mí en una lucha que no tengo claro que podamos ganar.

—No pienso dejarte —dice, con los ojos llenos del anhelo acumulado durante cuatrocientos años—. No puedo dejarte, Ever. Créeme, lo he intentado. Pero al final siempre encuentro una forma de regresar a tu lado. Tú eres lo único que he querido siempre… la única a la que he querido… Pero, Ever…

—Nada de peros —replico con un gesto de rechazo. Desearía poder abrazarlo, tocarlo, apretar mi cuerpo contra el suyo—. Tiene que haber una solución, algún tipo de cura. Y juntos la encontraremos. Sé que lo haremos. Hemos llegado demasiado lejos para permitir que Roman nos separe. Pero no puedo hacer esto sola. No puedo hacerlo sin tu ayuda. Así que, por favor, prométemelo… Prométeme que lo intentarás.

Me observa, y su mirada me fascina. Cierra los ojos y cubre la playa de tulipanes, hasta que la cueva se llena a reventar de satinados pétalos rojos y tallos verdes… hasta que el símbolo del amor eterno cubre cada centímetro cuadrado de arena.

Luego enlaza su brazo con el mío y me conduce de nuevo hasta su coche. Nuestras pieles tan solo están separadas por el cuero flexible y negro de su chaqueta y por el algodón ecológico de mi camiseta. Ambos tejidos bastan para evitar las consecuencias de cualquier intercambio accidental de ADN, pero no consiguen aplacar el hormigueo y el calor que vibran entre nosotros.