Veintiséis

Chicas en fila en medio del escenario. Altas, rubias, morenas, ligeramente pelirrojas, apenas teñidas con henna… Más o menos elegantes, vestidas de manera informal o pseudokitsch en un intento desesperado por combinar dos cosas falsamente conjuntadas. Zapatillas de deporte bajo perfectos trajes de chaqueta grises, la moda del momento, viejas cuñas demasiado altas para una moda ya suavizada. Narices rectas o mal operadas, o aún no retocadas por falta de dinero. Algunas tranquilas, otras nerviosas, otras obstinadas por ese piercing descarado, otras aún más tímidas que han quedado agujereadas por mi piercing quitado recientemente. Tatuajes más o menos a la vista, y quién sabe cuántos otros escondidos. Las chicas de las pruebas. Gin y Ele se mezclan disimuladamente con las últimas.

—Adelante…

Romani, el Gato & el Gato, el Serpiente y alguno que otro ayudante están todos sentados en primera fila, dispuestos a asistir al pequeño gran espectáculo, un poco de diversión antes del trabajo de verdad.

Me siento en la fila del fondo, con mi helado, al que le quedan aun dos cucharadas, y disfruto desde lejos de la escena. Gin no me ve. Parece segura de sí misma, tranquila, con las manos en los bolsillos. No sé decir a qué grupo pertenece, me parece única. Tampoco su amiga se queda corta. Mueve de vez en cuando la cabeza en un intento por echarse el pelo hacia atrás. El coreógrafo tiene un micrófono en la mano.

—Bien, ahora dad un paso adelante y presentaos: nombre y apellido, edad, y decid que trabajos habéis hecho. Mirad a la cámara central, la dos, la que tiene la luz roja, donde está ese señor que ahora os saluda. ¡Saluda, Pino!

El tipo sentado en la cámara central, sin apartar la cara de su monitor, levanta por un instante la mano y saluda en su dirección.

—Está bien. ¿Lo habéis entendido? —Alguna chica asiente de manera incierta, con la cabeza. Naturalmente, Gin, como podía imaginar, no se mueve. Desilusionado, el coreógrafo baja los brazos y después dice al micrófono—: Eh, chicas, dejadme oír vuestra bonita voz, decidme algo… Dejadme pensar que existo.

De las chicas se levanta un medio coro sin coordinación de sí, muy bien, de acuerdo, e incluso alguna sonrisa.

El coreógrafo parece ahora más satisfecho.

—Muy bien, entonces empecemos.

Marcantonio se me acerca.

—Eh, Step, ¿qué haces aquí? Vayamos adelante y sentémonos en las primeras filas, que se ve mejor.

—No, prefiero disfrutar del espectáculo desde aquí.

—Como quieras.

Se sienta a mi lado.

—Ya verás como Romani nos llamará. Sobre cualquier cosa quiere nuestra opinión.

—Pues cuando nos llame, vamos.

Por turnos, las chicas se pasan el micrófono y se presentan.

—Hola, soy Anna Marelli y tengo diecinueve años. He participado en varios programas como azafata y estoy estudiando Derecho. He hecho también un pequeño papel en una película de Ceccherini…

Renzo Michele, el Serpiente, parece realmente interesado.

—¿Qué papel interpretabas?

—El de una prostituta, pero era sólo un papel sin texto.

—¿Y te gustó?

Todos se ríen pero sin dejarse ver demasiado.

Solo Romani permanece impasible. Anna Marelli contesta:

—Sí, me gusta el cine. Pero, en mi opinión, tengo más futuro en la televisión.

—Bien, la siguiente.

—Buenos días, soy Francesca Rotondi, tengo veintiún años y estoy a punto de licenciarme en Economía. He hecho…

Romani se vuelve a derecha e izquierda mirando a su alrededor y después nos ve.

—Mazzocca, Mancini, venid más cerca.

Marcantonio me mira levantándose:

—¿Qué te había dicho?

—Pues vayamos; es como estar en el colegio, pero si forma parte del juego.

Las chicas de las pruebas tienen la luz en la cara y no pueden ver. Se presenta otra chica y después otra. Después habla la que está al lado de Gin. Acabo por sentarme en la primera fila, a la derecha. Ella aún no me ha visto. En cambio, Ele, su amiga, sí.

Ele, naturalmente, no deja escapar la ocasión.

—Eh, Gin. —En voz baja—. Mira a quién tenemos en primera fila.

Gin, cubriéndose los ojos cegados por la luz con la mano, se aparta un poco y me ve. Llevo la mano derecha cerca de la cara y, sin que se note, la saludo. No quiero tomarle el pelo, entiendo que está allí por trabajo. Pero ella nada, vuelve a tomárselo mal, como de costumbre, y con la mano izquierda estirada junto a la cadera, me enseña su dedo corazón mandándome a la mierda.

—Te toca a ti, morena.

Es su momento, pero como está distraída, la pillan por sorpresa.

—¿Qué? Oh, sí, claro. —Coge el micrófono que la chica de su derecha le tiende—. Soy Ginevra Biro, tengo diecinueve años y estudio Letras, especialidad Espectáculo. He participado en varios programas como azafata. También soy tercer dan. —Gin lleva las manos hacia adelante y después hacia arriba dando un paso y haciendo una reverencia—. Si hubiera tenido el sobre de costumbre, se me habría caído.

Después vuelve a su puesto. Todos se ríen divertidos.

—Valiente, ésta.

—Sí, simpática y también mona.

—Sí, muy espabilada.

Me quedo mirándola también yo, divertido. Ella me mira, descarada y segura, para nada intimidada por encontrarse delante de todos, bajo los focos. Es más, hasta me hace una mueca. Me acerco a Romani:

—Perdone, doctor Romani… —Él se vuelve hacia mí.

—¿Puedo hacerle una pregunta a esa chica? Para conocerla mejor.

Me mira con curiosidad.

—¿Es una pregunta profesional o quieres su número de teléfono?

—De trabajo, faltaría.

—Entonces, claro, estamos aquí para eso.

Vuelvo a sentarme, la miro y me concedo un instante. Después me lanzo.

—¿Cuáles son sus perspectivas para el futuro?

—Un marido y muchos niños. Tú, si quieres, puedes hacer de niño.

Joder, me ha noqueado. Todos se ríen como locos. Se desternillan más de lo debido. Incluso Romani se ríe y me mira estirando los brazos como diciendo: «Te ha ganado». Y ha ganado de verdad. Si hubiera peleado con Tyson, me habría hecho menos daño. De acuerdo, como quieras, Gin. Paso de los demás y vuelvo a la carga.

—Y entonces, ¿por qué está aquí haciendo pruebas en lugar de dedicarse a la sana y correcta búsqueda de ese hombre?

Gin me mira y sonríe. Finge ser buena e ingenua y contesta como la más santa de las mujeres.

—¿Y por qué no podría estar precisamente aquí mi hombre ideal? Lo veo preocupado pero no debería, porque usted, naturalmente, está excluido de mi búsqueda.

Algunos aún se ríen.

—De acuerdo, ahora basta —dice Romani—. ¿Ya hemos acabado?

—No, en realidad, aún falto yo.

La amiga de Gin, Ele, da un paso adelante exhibiéndose.

—Muy bien, preséntese.

—Soy Eleonora Fiori, veinte años. He intentado participar en varios programas, con escasos resultados, pero estudio diseño, donde, en cambio, obtengo óptimos resultados.

Alguno suelta una estúpida broma en voz baja.

—Y entonces ¿por qué no continúas?

Debe de haber sido Sesto, el del Gato & el Gato, pero nadie se ríe. Entonces Micheli, el Serpiente, mira a su alrededor. Romani finge no haberlo oído y, naturalmente, hace lo mismo él también. Toscani, el otro Gato, se ríe un momento. Después, cuando entiende que no le conviene, se apaga en una especie de tos suave, una falsa carraspera improvisada.

—Muy bien, gracias, señoritas.

Romani se acerca al coreógrafo, mira la hoja que tiene en la mano y señala con el dedo algunos nombres. Después nos mira y viene hacia nosotros.

—¿Tenéis alguna preferencia?

Miro la hoja. Hay algunas crucecitas al lado de las chicas. Han sido elegidas cinco o seis. Miro abajo, al final de la lista. Ahí está. Ginevra Biro ya tiene su crucecita. Increíble, Romani y yo tenemos los mismos gustos; sonrío. La verdad es que no es muy difícil. Sesto y Toscani señalan uno cada uno. Romani los satisface. El Serpiente señala dos, pero Romani sólo le pasa una. Después llega Mazzocca y da su opinión.

—Romani, te puede parecer absurdo, pero tenemos que coger a una más. Puede no gustarte la elección, pero si lo piensas bien, es genial.

—Bien, ¿quién es?

—La última.

El Gato & el Gato, seguidos del Serpiente, dicen casi a la vez:

—Buuu.

La suya es una indignación general. Romani no dice nada y los tres, al no oírlo, se interrumpen. El Serpiente, por ahora, ya se ha pronunciado demasiado.

—Pero es absurdo. ¿Qué hacemos?, ¿una miss Italia al revés? Enviáis los subtítulos con la explicación a casa…

Decide seguir en sus trece. Mazzocca sacude la cabeza.

—Es una muy buena idea. Ya lo estabas pensando, ¿verdad, Romani?

Romani se queda un momento en silencio. Después, de repente sonríe.

—No, no lo había pensado, pero tengo que reconocer que es buena, muy buena. Está bien, señala también a ésta, Carlo.

El coreógrafo no entiende nada pero pone la última y anhelada crucecita.

—Muy bien, chicas…

El coreógrafo abandona las primeras filas y se dirige hacia el centro del escenario.

—En primer lugar quiero dar las gracias a las que han participado pero no han sido seleccionadas…

Ele se encoge de hombros.

—Gracias.

Gin le da un codazo.

—No seas siempre tan pesimista; sé constructiva, positiva. Eres tú quien atrae la mala suerte.

El coreógrafo empieza a leer:

—Bien: Calendi, Giasmini, Fedri… —Algunas de las chicas repentinamente se sonrojan, sonríen, dan un paso adelante. Otras, cuyo nombre ha sido pasado por alto en la lista, empalidecen viendo de nuevo alejarse su sueño de triunfar en televisión aunque sólo sea por un instante—. Bertarello, Solesi, Biro y Fiori.

Gin y Ele son las últimas en dar un paso adelante. Ele mira a su amiga.

—No me lo puedo creer. Ahora harán como en «A Chorus Line»: las que dan un paso adelante son enviadas a casa y las demás se quedan.

—Las que he mencionado empiezan el próximo lunes. Os lo ruego, al mediodía en las oficinas para firmar el contrato y a las dos aquí, en el teatro, para empezar los ensayos. Los ensayos serán del lunes por la tarde al sábado. El sábado por la noche es la grabación, ¿está todo claro?

Una de las chicas elegidas, una de las más monas, con unos ojos enormes y una expresión un poco boba, levanta la mano.

—¿Qué pasa?

—Realmente no he entendido nada.

—¿Qué?

—De lo que ha dicho…

—Empezamos bien. Tú pégate a la pelirroja que está a tu lado y haz siempre todo lo que ella haga. ¿Esto lo has entendido?

—Más o menos —dice la chica fastidiada, mirando a la pelirroja, que sonríe intentando darle más o menos seguridad. Quizá ella tampoco lo ha entendido demasiado bien.

Ele se lleva la mano a la cabeza.

—¡No me lo puedo creer, me han cogido!

—Pues ya puedes creértelo. Se ha acabado esa historia de la eliminada.

Ginevra y Ele van hacia la salida.

—¡Seré una estrella! ¡Bien! ¡No me lo puedo creer!

—Bueno, yo sería prudente al respecto…

Tony las ve y las saluda divertido.

—¿Cómo ha ido, chicas?

—Estupendamente.

—¿A las dos?

Ele lo mira haciendo una mueca.

—Pues sí, nos han cogido a las dos y por primera vez. —Y salen riéndose divertidas y dándose empujones—. De vez en cuando hay que saber venderse bien, ¿no?

—Mierda…, ¡el coche!

—¿Dónde está?

—Ya no está. —Ginevra mira a su alrededor preocupada—. Lo había aparcado aquí delante. Mío… Me lo han robado. ¡Ladrones de mierda!

—Eh, no la tomes con los ladrones —le digo asomando a sus espaldas con Marcantonio—. ¿Quién iba a querer agenciarse esa carraca?

—No se te ocurra meterte con mi coche. Tengo que ir a poner la denuncia.

—Pero ¿le has puesto nombre? ¿Te parece normal llamar al coche Mío?

—¡Pues es Mío!

—Era tuyo y ahora es suyo. O sea, basta con que le cambies el nombre y todo arreglado.

—Yo creo que sólo tendrás que pagar la multa, que se lo ha llevado la policía. Así que si quieres tomarla con alguien, tómala con ellos. Y si quieres ser justa, tómala luego contigo misma.

—¡Oye, estoy cabreadísima y me estás agobiando más aún con ese torrente de palabras! ¿Qué estás diciendo?

—Pues que has aparcado delante de la salida de emergencia del teatro, nada más.

—El señor tiene razón.

Una guardia pasa por nuestro lado. Ha oído nuestra conversación y decide participar divertida.

—Hemos tenido que llevárnoslo.

—Bueno, creo que decir «tenido» es excesivo. Podrían haber esperado dos minutos. Estaba dentro del teatro por trabajo.

La guardia deja de sonreír.

—¿Acaso está cuestionando mi trabajo?

—Sólo le estoy contando cómo son las cosas. —La guardia se aleja sin contestar. Ginevra no pierde la oportunidad, saca la lengua y dice en voz baja—: Poli de mierda. Folla más por la noche, que así por la mañana estarás menos amarga.

Me río levantando un silbido hacia el cielo.

—Vaya… ¡Finalmente una chica que respeta nuestras instituciones! Muy bien, sana y sobre todo respetuosa. Me gustas.

—¡Pues tú a mí, no!

—¿Ése es un consejo que sigues tú también?

—¿Cuál?

—El de follar más para ser menos amarga… Te lo digo porque, si quieres, yo te ayudo, ¿eh?

—Claro, cómo no.

—Mira que lo haría sólo por tu humor.

—Ya estoy a tope, gracias.

Marcantonio decide interrumpir:

—Bueno, ya está bien. Tenemos la tarde libre, y como habéis pasado las dos la selección, podríamos ir a tomar algo y brindar todos juntos, ¿qué os parece? Además… —Marcantonio sonríe a Ele y después sacude la cabeza—, os hemos votado nosotros, ¿no?

—Tienes razón. Pues entonces vayamos a tomar algo.

Miro a Ele y estiro el brazo.

—Si lo dices en ese tono parece que estés diciendo: Me ha tocado.

Gin se para delante de mí con determinación.

—Eh, mítico Step de las narices, no riñas a mi amiga, ¿está claro?

Por un momento, la tomo en serio.

—De acuerdo, entonces veamos cómo respondes tú a nuestra invitación.

—¿Y qué es esto?, ¿otra prueba? ¿También pagáis?

La miro sonriendo:

—Si quieres…

—No me cabe duda de que lo harías. Pero lo siento, ni lo sueñes.

Marcantonio se mete entre nosotros.

—¿Es posible que, hablemos de lo que hablemos, siempre acabéis discutiendo? Sólo he dicho que vayamos a tomar algo. ¡Un poco de entusiasmo, demonios!

Ele grita como una loca.

—¡Bien! ¡Sí, genial! Vayamos a beber, divirtámonos como locos… —Se levanta el pelo hacia arriba y agita los brazos en dirección al cielo; después comienza a bailar y gira sobre sí misma. A continuación se para y me mira—. ¿Así está mejor?

Sonrío.

—Puede servir.

Pero ¿qué podía esperar? Después de todo, son amigas.

Marcantonio sacude la cabeza y luego coge a Ele por un brazo:

—Anda, vamos, o nos darán las tantas…, y hay maneras mejores de disfrutar la noche.

Y se la lleva, casi arrastrándola. Ginevra se queda allí, mirándola.

—¡Oh, oh! Se han llevado a tu amiguita.

—Es mayor y está vacunada, el problema era si se iba contigo.

—¿Por qué? ¿Te habrías puesto celosa?

—¡Menudo creído! Estaba preocupada por ella… Está bien, ¿dónde tienes la moto?

—¿Por qué?

—Me acompañas a casa, y con las manos quietas; si no, te llevas otro bofetón, como en el restaurante.

—Increíble. O sea, que tengo que acompañarle a casa y encima no puedo ni tocar… Pues vaya, esto sí que es nuevo. ¡De locos!