Veintiocho

—Hola, Pa.

—Stefano, pero ¿dónde has estado? Has desaparecido.

—Oye —lo adelanto de camino a mi habitación—, ¿sabes cuál es la primera ley que te enseñan en Estados Unidos?

—Sí: si quieres estar tranquilo métete en tus asuntos.

—Muy bien. ¿Y la segunda?

—Ésa no la sé.

Fuck you!

Entro en mi habitación y cierro la puerta detrás de mí.

—Veo que algo de inglés sí que has aprendido, muy bien. Espero que sepas también alguna otra palabra.

No le contesto y me arrojo sobre la cama. Precisamente en ese momento oigo sonar el interfono. Salgo de prisa del cuarto. Paolo está ya en el salón para cogerlo.

—Yo contesto.

Casi se lo arranco de la mano y se queda alucinado.

—No entiendo nada, Step: es mi casa, dejo que te quedes aquí y tú te adueñas de todo.

Lo miro mal y después sonrío.

—Vamos, si te hago de mayordomo.

Otro timbrazo.

—¡Soy Pallina!

—Hola, soy yo, ¿qué haces aquí?

—Vengo a ver tu nueva casa y luego te arrastro a un local-tour.

—Eso último ya lo veremos. Vale, sube. Quinto piso.

Pulso el botón para que se abra el portal. Paolo me mira y sonríe.

—¿Mujer?

Asiento.

—¿Quieres que os deje la casa? Me encierro en mi habitación y finjo que no estoy…

Mi hermano. ¿Qué puede entender él? ¿Qué sabe realmente de mí?

—Es Pallina, la novia de Pollo.

Se queda en silencio y después parece ponerse triste.

—Perdona.

Se va a su habitación, en silencio. Mi hermano. Qué tipo, el hombre inoportuno. En eso es perfectamente oportuno. Timbre. Voy a abrir la puerta.

—¡Eh!

—Ostras, Step.

Me rodea el cuello con los brazos y me aprieta fuerte.

—Aún no puedo creer que hayas vuelto.

—Si dices eso me vuelvo a marchar, ¿eh?

—Perdona.

Pallina se serena.

—Enséñame la casa.

—Claro, ven.

Cierro la puerta y le hago de guía.

—Éste es el salón, telas claras, cortinas, etcétera, etcétera.

Hablo describiéndoselo todo. La observo moverse detrás de mí, mirar las cosas con atención, de vez en cuando tocar para valorar mejor, para sopesar algún objeto. Pallina, cómo has crecido, cómo has adelgazado, qué distinto es tu corte de pelo. También el maquillaje parece un poco más intenso, ¿o son mis recuerdos los que se han desteñido?

—Y ésta es la cocina… ¿Te apetece tomar algo?

—No, gracias, ahora no.

—Puedes ahorrarte los cumplidos, ¿eh?

Se echa a reír.

—No, en serio.

Su risa no ha cambiado. Parece sana, reposada, tranquila. Si Pollo pudiera verte ahora… Estaría orgulloso de sí mismo. Según él, fue tu primer hombre, Pallina. Y a mí Pollo no me mentía, no tenía necesidad de hacerlo, no tenía que exagerar para quedar bien, para hacerse el chulo conmigo, su amigo, su gran amigo. Pollo modeló ese agujero de cera, él, más que un aliento, un suspiro de amor para esa joven mariposa en su primer vuelo… Aquí está, frente a mí. Camina segura, Pallina… Después, de repente, cambia de expresión.

—¿Y no me dejas ver el dormitorio?

Repentinamente distinta. Sensual y maliciosa. Un vuelco del corazón. ¿Tiene otro novio? ¿Después de él ha habido otros? ¿Qué sucedió después de Pollo? Step, han pasado casi dos años. Sí, pero no quiero escuchar. Step, es una chica, es joven, es atractiva… Sí, lo sé. Pero no me interesa. ¿No la quieres justificar? No, no quiero pensar.

—Mira, éste es uno.

Abro una puerta llamando con suavidad.

—¿Se puede?

Paolo, que se estaba poniendo la camisa, se arregla en seguida y acude hacia la puerta.

—¡Cómo no, hola, Pallina!

—Él es el decorador de todo lo que has visto.

—Hola.

Se dan la mano. Pallina sonríe un poco apurada.

—Felicidades, es una casa muy bonita, excelente gusto. Pensaba que lo había elegido todo una mujer.

Paolo se dispone a contestar, pero no le doy tiempo:

—Bueno, él es muy parecido a una mujer.

Y cierro despacio la puerta dejándolo fuera de nuestro recorrido.

—Oye, yo me refería a tu dormitorio.

Me propina un manotazo en el hombro empujándome hacia adelante.

—No te he entendido. Aquí está.

Abro la puerta de mi habitación.

—Oye, no está mal.

Pallina entra y mira a su alrededor.

—Aunque un poco desnudo, le falta color.

Me doy cuenta de que la Polaroid de Gin está sobre mi mesilla de noche. Sin que se dé cuenta, la tapo.

—Bueno, pero así también tiene su encanto. Además, siempre hay tiempo para darle color.

Me mira con curiosidad buscando una explicación a esa frase, pero precisamente en ese momento suena el teléfono. Pallina se lo saca del bolsillo, lo mira y después se lo lleva a la oreja.

—No es el mío.

Cojo mi móvil, que está sobre la mesa que está allí al lado.

—¡Es verdad, es el mío!

No conozco el número.

—¿Sí?

—Bienvenido.

Me sonrojo. Escucho su voz.

—Imagino que nos veremos ahora que estás otra vez en Roma.

—Sí.

—¿Te gusta tu nueva casa?

—Sí.

—¿Has estado bien fuera?

—Sí.

Asiento, después escucho otras palabras suyas, siempre dulces, corteses, llenas de un amor delicado, preocupado por romper ese fino cristal, nuestro pasado, nuestro secreto. Sigo contestando. Consigo decir incluso algo más, aparte de mis simples síes.

—¿Y tú cómo estás?

Y sigue hablando. Pallina me mira pero no dice nada. Esboza un quién es moviendo la cabeza. Pero no le doy tiempo. Me vuelvo hacia la ventana. Miro hacia la lejanía persiguiendo su voz.

—Sí, prometido, te llamo yo y te voy a ver, sí…

Después, un difícil silencio buscando algo que decir para despedirnos.

—Adiós.

Y cuelgo.

—Oye, ¿quién era? ¿Otra de tus novias?

—Sí y no.

Sonrío falsamente divertido, intentando deshacerme de esa difícil llamada. Pero no le doy tiempo a insistir.

—Era mi madre. ¿Y bien? ¿Vamos a hacer ese local-tour?