Veinticinco

—Gin, no sé por qué te obstinas en llevarme contigo a las pruebas, ¿no ves que soy la eterna eliminada?

Miro a Eleonora y sonrío. Ella, en cambio, sacude la cabeza.

—O sea, que disfrutas viendo cómo me eliminan. Debo de haberte hecho algo en otra vida, o tal vez en ésta.

—Ele, no digas eso. Es que me traes suerte.

—Entiendo, ¿pero no podrías ser como todas? Qué sé yo, llevar un amuleto en el bolsillo, un animalito, una rana, un cerdito…, un elefante con la trompa levantada…

—No, I want you.

—Pareces el tío Sam con los pobres soldados americanos. Sólo falta que decidas hacer una prueba en Vietnam.

—Y tú, naturalmente, me seguirías.

—Claro, cómo no… ¡Te traigo suerte!

Después, un encuentro imprevisto.

—Mierda, mi helado.

Marcantonio tiene todo el helado en la chaqueta. Gin se echa a reír:

—Traes suerte, pero no a él.

—Eh, chicas, ¿por qué no miráis hacia adelante cuando camináis?

—¿Y tú qué mirabas?, ¿tu helado?

—Sí, sólo que ahora vivo de recuerdos.

—¿Entonces por qué nos echas la culpa a nosotras?

Salgo al poco con mi helado aún intacto y veo a Gin. No me lo puedo creer. Ella también está aquí. Me dan ganas de reírme y me acerco.

—Pero mira quién está aquí. Espera, entiendo… Quieres que también te invite a comer.

—¿Yo? ¿Bromeas? Con una cena basta y sobra. Mejor dicho, ¿qué haces tú aquí, en Vanni? Espera, entiendo, me has seguido.

—Calma… ¿Por qué piensas siempre que todo gira sólo a tu alrededor?

—Porque es raro. Hace siglos que vengo aquí y nunca te he visto.

—No creo que haga siglos. Quizá has venido en estos dos años mientras yo estaba fuera.

Marcantonio interviene:

—Perdonad, pero ¿os importa que mientras vosotros hacéis una cronología de vuestras vidas yo entre a limpiarme?… Y date prisa, Step, que tenemos una cita importante.

Marcantonio entra otra vez en Vanni sacudiendo la cabeza. Eleonora se encoge de hombros:

—Qué grosero, tu amigo, ni siquiera se ha presentado.

—No lo entiendo, le arrojas el helado encima y esperas que te haga una reverencia. Me parece que eres una digna amiga de Gin…

Después me dirijo a ella:

—¿Y bien? Aparte de hacer daño, ¿qué hacéis por aquí?

Eleonora responde descarada:

—Hemos venido a hacer una prueba. —Gin le da un codazo—. Ay.

—No te pases; no lo conoces y lo pones al corriente de nuestras cosas.

Le doy un lametón a mí helado. No está mal.

—¿Y quiénes sois, un nuevo grupo? ¿Las Spy Girls?

—Ja, ja… ¿Sabes, Ele? Sus bromas son estupendas. Sólo hay que saber distinguir cuándo son bromas y cuándo no.

—Ah, eso.

—Bueno, no, eso no era una broma, es una realidad. Muchas chicas son contratadas para colaborar en agencias de detectives. Y las tipas como vosotras llaman poco la atención.

—Sí, un puñetazo en el ojo tendría que darte. Anoche, cuando lo intentabas como un desesperado…

Ele nos mira, sorprendida:

—¡Eso no me lo habías contado!

Gin sonríe mirándome.

—Fue tan poco importante que lo había olvidado por completo.

Me saco la cucharilla de la boca e intento coger el helado que queda al fondo del vasito.

—¿Le has dicho que jadeabas?

—¡Vete a la mierda!

—Anoche no me pareció que dijeras eso.

—Te lo digo hoy, y dos veces: ¡vete a la mierda!

Sonrío.

—Me encanta tu elegancia.

—Lástima que no puedas apreciarla del todo. Bueno, tenemos que irnos. Sólo hay una cosa que lamento… Ele, podrías haberle tirado a él el helado, total, ácido con ácido…

Se alejan. Las miro marcharse. Gin la dura y su amiga, un poco más baja. Ele, tal como la llama ella, Elena, Eleonora o quién sabe qué. Dan risa.

—¡Eh!, saludad de mi parte a Tom Ponzi, el detective.

Gin, sin volverse siquiera, levanta la mano izquierda y, en concreto señala el cielo con el dedo corazón levantado. Marcantonio llega justo a tiempo para ver su saludo.

—Te adora, ¿eh?

—Sí, está loca por mí.

—Pero ¿qué les haces tú a las mujeres? Tendría que tenerte miedo, coño, tendría que tenerte miedo.

Gin y Ele siguen andando. Ele parece enfadada de verdad.

—¿Se puede saber por qué demonios no me has contado nada?

—Pero Ele, te juro que se me pasó, de verdad.

—Sí, seguro… ¡O sea, que te besas con ese tío bueno de la hostia y al día siguiente se te olvida!

—¿En serio te gusta tanto?

—Bueno, está muy bueno, pero no es mi tipo. Yo prefiero al otro. Se parece a Jack Nicholson de joven. Creo que tiene un montón de ideas estimulantes. Aunque parece un cerdo.

—¿Y te gustan los cerdos?

—Bueno, el sexo debe tener su parte de fantasía y yo lo hubiera asombrado. Le habría lamido la ropa manchada de helado y luego se la habría arrancado con los dientes.

—Sí, y te habrían arrestado en la puerta de Vanni.

—Dime mejor quién es ese tío bueno que está para chuparse los dedos.

—Habías dicho de la hostia.

—Está bien, de lo que sea. ¿Qué hace, dónde vive, cómo lo has conocido, os habéis besado de verdad, cómo se llama?

—Comparada con Tom Ponzi, tú eres mucho peor. Pero ¿qué pasa? ¿Tengo que contestar de verdad a ese interrogatorio?

—Pues claro, ¿a qué esperas?

—Pues entonces te contesto a todas, ¿vale? No lo sé. No lo sé, lo conocí anoche. Hubo un beso, se llama Stefano.

—¿Stefano?

—Step.

—¿Step? ¿Step Mancini?

Eleonora abre mucho los ojos y me mira.

—Sí, se llama Step, ¿qué pasa?

Me coge por la chaqueta y me sacude.

—¡No lo puedo creer! Pasaremos a la historia. Como mínimo, cuando cuente la noticia saldremos en Parioli Pocket. Step, el castigador, el duro. Tiene una Honda 750 Custom azul oscuro, corre como Valentino Rossi, se ha dado de hostias con media Roma, estaba fijo en piazza Euclide, es amigo de Hook, de Schello, y por su novia se peleó incluso con el Siciliano. ¡Step y Gin, increíble!

—Parece ser que a ese tal Step lo conocéis todos; la única que no lo conocía era yo…

—¿Y con quién se ha liado él? Contigo.

—En primer lugar, no nos hemos liado. Y segundo, ¿quién es esa novia suya?

—Ah, entonces te interesa. ¡Estas colgada de él!

—¡Pero qué dices! Sólo es curiosidad.

—Salía con una chica un poco mayor que nosotras, creo, una chica guapa que iba a la Falconieri. Es la hermana de Daniela, la gordita que salía con Palombi, ese que salía…

—Entiendo: que salía con Giovanna, que salía con Piero, que salía con Alessandra, etcétera, etcétera. Tu red infinita. De acuerdo, no conozco a ninguna de esas personas y, sobre todo, no me importan nada. Y ahora vamos a hacer la prueba, que necesito dinero. Quiero comprar la motocicleta para mí y para mi hermano.

—¿Y no puedes pedirles el dinero a tus padres?

—Ni hablar. Venga, saca tu carnet.

Gin y Ele sacan el carnet de identidad y se lo enseñan al tipo de la puerta.

—Ginevra Biro y Eleonora Fiori, venimos a hacer la prueba para el puesto de azafatas.

El tipo echa un vistazo a los carnets y después saca una hoja de una carpeta. Hace una marca con un bolígrafo en el borde del folio.

—Pues menos mal. Entrad, que están a punto de empezar. Sólo faltabais vosotras.